Ahora que estoy llegando a Londres en un vuelo de Norwegian, embutido en ropa interior térmica, y ansioso por tomar otro avión que me deposite en Kiev, reflexiono sobre todo lo que representa para mi la muerte del irrepetible pensador polaco Zigmunt Bauman.
La humanidad, esa masa sólida y compacta que come y defeca varias veces al día, si es que acaso consiguen llevar a cabo alguna de las dos cosas, y que cuenta con siete mil quinientos millones de cerebros misteriosamente conectados, cuanta con auditores, mucho menos conocidos que Cristiano Ronaldo o que Shakira, pero que, sin embargo, como faros, nos iluminan con su luz por el camino de sombras sobre el que hemos decidido transitar.
Bauman era el gran crítico entre los críticos sobre el sistema social imperante y sobre el porvenir que les espera a las generaciones futuras. Hablaba, en sus sabias reflexiones, sobre la zozobra mental que están generando las nuevas tecnologías. La realidad virtual como sustituto de la vida real está generando una vida sin los pies en la tierra, una existencia de ficción como válvula de escape de una realidad deshumanizada en la que se anteponen la productividad y el consumo desaforado frente a los valores fundamentales que, hasta la fecha, nos habían ido proporcionando un desarrollo social con ciertos valores y relativamente humanizado.
La deriva involucionista de la última década como resultado de crack económico y financiero ha agudizado enormemente las diferencias sociales, ha arrastrado a las clases medias y bajas hacia una pérdida cuantiosa de derechos, oportunidades y poder adquisitivo. Las personas con estudios universitarios que trabajan lo hacen por salarios muy por debajo de sus aspiraciones. La mano de obra menos cualificada recibe salarios infrahumanos. La juventud ha dejado de creer en las instituciones y en el modelo social y económico y, frente a ese escenario apocalíptico, en lugar de protestar y promover espacios de reflexión y de diálogo que pongan remedio y cordura ante tanta sinrazón, nos deprimimos porque en nuestra última publicación en Facebook, en la que, por cierto, subimos la fotografía de una hamburguesa a medio engullir, tiene menos Me gustas que la foto de la paella que subió el domingo pasado nuestro cuñado.
Y Bauman denunciaba, antes de morirse el otro día ya de viejo y por agotamiento, que no íbamos por buen camino.
Yo voy camino de Kiev en busca de mi futuro y Bauman va de camino hacia la eternidad. Al menos le deseo que pase menos frío del que yo, a buen seguro, voy a pasar por las gélidas tierras ucranianas.
Gracias por todo, viejo Bauman. Grande entre los grandes. Conciencia de nuestra inconsciencia. La "modernidad líquida", tras su muerte, en lugar de congelarse como yo, ha comenzado a hervir.
Buenaventura y me quedaré reflexionando sobre tus palabras a Bauman. Hace tan poquito que escribí sobre la modernidad líquida y fuiste tú, quien mejor comentó al respecto, empapado de su sabiduría. Qué pena cuando la humanidad nos estamos quedando tan huérfanos, por más que lleguen nuevas estrellas al cielo, como él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hace tiempo que hemos perdido el oremus.
ResponderEliminarSaludos.
UN texto con una sabia reflaxión que te deja pensativa equilibrando la idea de la sociedad en la que vivimos
ResponderEliminarBesitos :)
De todos modos, el futuro nunca es como nos lo imaginamos...
ResponderEliminar