Aquel apartamento perteneciente a la compañía Aparton situado en la calle Carlos Marx, de la ciudad de Minsk, para mi desgracia, no era nada parecido a lo que esperabamos. La entrada del edificio parecía la boca de una mina de carbón tras una semana de huelga. Ya me había pasado esto en alguna ocasión en otros países de Europa del Este. Mientras en las zonas comunitarias el edificio se cae a pedazos, tras las puertas, contra todo pronóstico, puede habitar el lujo y la ostentación. Nuestro apartamento, el número quince, olía a cañerías, los muebles se mantenían en pie de puro milagro, la ropa de cama ofrecía un catálogo completo de ácaros que haría las delicias del mismísimo Linneo y causarían la muerte de cualquier alérgico al polvo.
Calculé, a ojo, que su jacuzzi podría acoger perfectamente de entre tres a cuatro personas, aunque llegué a la conclusión de que perecerían asfixiados por el olor a retrete que emanaba de sus desagües. En el armario de mi habitación no había ninguna puerta que cerrara, ningún cajón que uno estuviera descolgado, y cada percha lucía distinta a la otra. En el mueble del salón encontré varios libros en ruso que bien podrían haberse comprado en algún rastro al peso, o ser fruto del olvido de algún huésped que hubiera abandonado a la carrera el apartamento asustado por su lamentable estado de conservación.
Hojeé con curiosidad uno de esos libros. Averigüé después que, aquel libro, lo había escrito un húngaro llamado Istvan Nemere y llevaba por título "Mercancía Peligrosa". Tras pasar varias páginas exquisitamente escritas en cirílico, para deleite de los que entienden ese idioma, reparé en una de sus ilustraciones. En la imagen aparecía un guerrillero vestido totalmente de negro en el que destacaba un cinturón blanco, un pasamontañas que le confería cierto parecido con un luchador mexicano, y un Kaláshnikov. En ese momento, me di cuenta de que, en la página contigua a la imagen, había una nota manuscrita en ruso que despertó mi curiosidad; aunque, llegados a este punto, he de reconocer que a mi curiosidad no hay que hacerle palmas para que despierte. Le tomé una foto y se la envié, por wasap, a mi amigo Artur para que me la tradujera. A los pocos minutos ya tenía en mi pantalla la traducción: "Me estoy asfixiando" firmado por una tal Olga.
Me senté en un sofá de falso terciopelo, con más manchas que el lomo de un dálmata, para seguir curioseando ese libro. En el fondo, subyacía en mí la intención de encontrar alguna otra nota, alguna otra pista que me ayudara a recabar más información sobre el motivo de la asfixia de esa misteriosa Olga. ¿Quién sería esa tal Olga y por qué sentiría esa asfixia? ¿Sería una asfixia física o emocional? ¿O sería consecuencia del ecosistema infectado de ácaros en el que Aparton había convertido ese apartamento de alquiler? ¿Por qué una joven llamada Olga, quién sabe si bielorrusa o no, posiblemente rubia ceniza, con la piel blanca casi nívea, ojos azul cielo, con toda la vida por delante, se habría de sentir de esa forma?
Mientras, sobre ese infecto sofá, daba rienda suelta a mi imaginación, un tanto adormilado por lo cansado del viaje, sonó el timbre. Me extrañó porque mis compañeros andaban a la caza y captura de souvenir y no los esperaba hasta varias horas más tarde.
Al abrir la puerta, una rubia sonriente me dijo algo que me sonó a ruso, aunque pensándolo bien, a mí todos los idiomas de esa zona me suenan igual, y no porque suenen igual sino por mi falta de oído. De todo ese jeroglífico de sonidos que me regaló esa belleza de las nieves, tan sólo creí entender la palabra Olga, aunque también podría haberse referido al Volga, el río ruso por antonomasia. Con toda naturalidad, y como si pudiera entenderme, le dije a la buena mujer que esperara un momento. Delante de aquella Diosa de Minks, que llevaba una carpeta apoyada en el costado y un bolígrafo en la mano, llamé a Artur. En este tipo de situaciones mi amigo Artur, con pasaporte polaco pero originario de la Torre de Babel, esté dónde esté, siempre me saca de apuros.
Tras darle las explicaciones pertinentes, Artur habló con la chica, que resultó ser una inspectora del gas que pretendía realizar una revisión rutinaria de la instalación. Según contó a Artur, en ese edificio, hacía unos meses, se había producido un escape de gas y tuvo que ser desalojado a la carrera.
Mientras la rubia de ensueño realizaba su inspección, le pedía a Artur que le preguntara a la chica si sabía qué le pasó a Olga. ¿Qué Olga? -me preguntó Artur. La que escribió esa nota desesperada sobre ese libro. Tal vez se asfixiaba mientras lo leía...o tal vez murió asfixiada durante ese escape de gas. No, Pepe, la gente que muere por asfixia en un escape de gas se duerme y no se entera de nada, de haber sucedido así a esa Olga no le hubiera dado tiempo a escribir esa nota, a no ser, claro está, que lo hiciera de una forma premeditada -me explicó mi fiel amigo polaco, haciendo alarde de unas dotes detectivescas que hasta ese momento no le atribuía.
Da igual, Artur, de cualquier modo, pregúntale si sabe algo sobre una tal Olga que vivió en este apartamento. Pero, Pepe, recuerda que estás en un apartamento de alquiler, no creo que tengan ninguna relación entre sí esos hechos -me explicó el polaco. Te lo ruego, le insistí, pregúntale a la rubia del gas si sabe algo más sobre esa Olga, tengo el presentimiento de que sabe algo. Lo leo en sus ojos.
De nuevo, le pasé el teléfono a la chica. Ella me regaló otra sonrisa de anuncio y escuchó con atención la explicación de mi colega, mientras me miraba, no sin cierto escepticismo. Ellos hablaban en ruso y yo esperaba impaciente las deliberaciones de aquel improvisado interrogatorio.
Lo que te decía, Pepe, debe ser pura coincidencia; como en España María o Carmen, aquí en Bielorrusia la mayoría de las mujeres se llaman Olga. Sin embargo, pese a ello, algo me decía que esa mujer sabía algo más...Por favor, Artur, insíste, dile que sabes que nos está mintiendo. Dile que soy psicólogo forense y que sé que nos está ocultando algo -le insistí a mi amigo Artur, que tiene más paciencia conmigo que el santo Job.
Ellos hablaron de nuevo, pero esta vez de una forma bastante más acalorada que la vez anterior. Olga, la inspectora de la compañía del gas, se puso más roja que un noruego en Cancún. Sus venas se hincharon como el cuello de un cantaor de flamenco en la final del Festival del Cante de las Minas de La Unión. Y, tras una fuerte discusión, Olga me devolvió el teléfono, me arreo un portazo en las narices, y se marchó sin dar ni las buenas tardes.
Artur, Artur, sigues ahí -dije visiblemente alterado. Sí, Pepe, aquí sigo -me respondió. Dime, Artur: ¿Te dijo quién era nuestra Olga? -le pregunté.
Sí, Pepe, al final se lo he sacado. Esa Olga formaba parte de una célula terrorista que se desplazó hasta la capital bielorrusa para atentar contra el Presidente. El grupo, que para no levantar sospechas estaba compuesto por dos parejas, estaba iniciando los preparativos de su ataque, cuando tres de ellos fueron detenidos. Olga, nuestra Olga, al enterarse de la detención de sus compañeros decidió suicidarse abriendo el gas de la cocina, no sin antes, haber colocado en la puerta una bomba que tendría que haber explotado a la llegada de la policía.
¿Y no llegó a explotar? -le pregunté a Artur. Evidentemente, Pepe, de haber explotado no hubiera quedado nada de ese edificio en el que ahora te alojas.
Aunque nunca me llevo nada de los hoteles, ni de los apartamentos en los que me alojo, esta vez me vi ante la necesidad de hacer una excepción.
¡José!! Felicidades, te ha quedado una historia fenomenal, que mantiene el interés todo el tiempo y transmite cada detalle con tal nitidez que es fácil vivirlo. Hasta hace desear contar con un amigo nacido en la Torre de Babel para cualquier emergencia : ) Cuando aparece, se celebra "ay qué bueno, que le ayude", jaja
ResponderEliminarSe siente mucha ansiedad del suspenso que creaste.
Un abrazo.
...a ver, pero ella era Olga? !! síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! porque dijiste que: "Olga me devolvió el teléfono,"!!!!!! jajajajaja
ResponderEliminarMuy muy rebueno José! :DDDDD
=)))
Genio y figura hasta la sepultura...!
EliminarAhora resulta que aparte de escritor eres detective Jajaja muy interesante tu relato además que nunca pensé que ese nombre fuese tan común por allá.
ResponderEliminarY eso que sólo era algo escrito en un libro. Ni me imagino la situación era un mensaje de texto en el móvil...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Mi enhorabuena por esta historia tan interesante y con intriga.
ResponderEliminarUn abrazo
La verdad es que me ha encantado el relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eran dos Olgas: una que era la inspectora de la Compañía de Gas y la otra, una célula terrorista.
ResponderEliminarAbrazos.
Hacía ya tiempo que no te estirabas tanto. Muy bueno¡¡
ResponderEliminarNi la propia Agatha Christie lo narraría también. Te podías dedicar a detective.
ResponderEliminarAbrazo.
Desde luego la historia es más interesante que lo que había escrito en eso libros cirílicos...
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