domingo, 12 de julio de 2020

Malditos mosquitos


Todo el mundo sabe que los muertos no hablan. O casi todo el mundo. Pero de lo que no se habla tanto es sobre si lo muertos escriben. Yo, que llevo muerto a penas un par de días, y me estoy aburriendo como una ostra, he sentido la necesidad de escribirles.
Lo primero que les diré es que no hay enemigo pequeño. Ahora que no me sirve para nada el saberlo estoy convencido de ello, y como tengo todo el tiempo del mundo, y nada me urge, les escribiré sobre el motivo de lo inesperado de mi fallecimiento por si les sirve de algo.
Yo estaba en mi balcón leyendo el libro de las posturas, o más bien viendo las imágenes, esperando a que mi vecina, que trabaja de secretaria en una constructora, se asomara a la ventana y, de ese modo, hacerme el interesante, cuando comencé a notar la molesta presencia de los mosquitos. Empezaron a picarme sin contemplaciones. Mis pies, con su habitual olor a Camembert, les debía de atraer. Así que, a falta de repelente, me rocié los pies con Barón Dandy. La estrategia pareció funcionar por unos minutos, pero al poco tiempo comenzaron a picarme por el resto del cuerpo. 
Pero a eso que llegó mi secreta secretaria y encendió su luz. Y ahí fue cuando se me olvidaron los mosquitos. Me subí a una silla, agarré los prismáticos, y me dispuse a contemplar el espectacular proceder de mi vecina para ducharse y ponerse fresquita para estar por casa. 
Y posiblemente no me creerán, es lo más probable, pero de repente, en mis prismáticos vi pasar un mosquito tigre del tamaño de un abejorro. Pensé que se trataba del efecto amplificador de mis prismáticos rusos comprados en un mercadillo de antigüedades y proseguí con el arriesgado deleite contemplativo desde mi terraza en el noveno B. 
Justo en el instante en el que mi vecina salía de la ducha liada en su toalla, sentí un picotazo terrible en la yugular. En lugar de ver las tetas de mi vecina, vi las estrellas y el firmamento. Del salto que pegué, la silla perdió su débil equilibrio y salí despedido al vacio. 
Volar siempre había sido uno de mis sueños más placenteros. Desde bien pequeño, de manera recurrente, soñaba que volaba como un pájaro por entre las nubes. Ahora, por fin, escribo entre nubes de algodón. Lo último que contemplé desde el suelo, antes de abandonar mi osamenta y subir hasta aquí, fue la cara de estupefacción de mi vecina asomada a la ventana con el turbante enroscado en la cabeza. 
Así que ya saben: no hay enemigo pequeño.

¡Malditos mosquitos!

5 comentarios:

  1. NO lo hay, no. No se les puede subestimar ni en plan virus ni en plan mosquito tigre. Tu relato divertido y expuesto con sana picardía me recordaba que al protagonista le ha pasado lo mismo que cuando veíamos cine de niños, que la película estaba en pésimo estado y se cortaba o quemaba en el momento más álgido. Imagino al protagonista de tu relato, o tú mismo, dando patadas de protesta no tanto por el picor como por la frustración de voyeur, que suele ser una frustración a veces decisiva.

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  2. Hola Jfbmurcia , la verdad es que no lo hay ya que los susodichos tienen un armamento mortal y si no que te lo digan a ti , y si no te pegan lo que no tienes el Ébola O el dengue ,o sida , vaya manera de morir y todo por verle las teta a tú vecina , jajajajajaj
    Me alegrado mucho tú relato , me alegro de volver a leerte , te deseo una feliz Domingo y mejor semana , besos de V...Flor.

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  3. La culpa de la vecina, por estar tan buena.

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  4. Eso te pasa por loquillo y lujurioso jajaja

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