viernes, 30 de julio de 2021

Pura repetición

Hace apenas dos días que presenté mi novela “Réquiem por un guerrillero olvidado” y ya estoy volando. Vuelo con Lufthansa rumbo a Múnich. Después, si todo va bien, tomaré otro avión rumbo a Kiev, donde dormiré. Al día siguiente, otro vuelo me llevará hasta Tiblisi, la capital de Georgia. De este modo, mientras mi novela coge vuelo, yo deambulo, cual sonámbulo entre las nubes, atravesando Europa. Me resulta extraño volver a retomar mis vuelos de trabajo internacionales tras el increíble parón al que nos ha sometido la pandemia. Sin embargo, si no lleváramos puesta la mascarilla, juraría que no ha pasado nada, que todo y que todos están en su sitio, pero, por desgracia, sabemos que no es así. Yo soy el mismo, año y medio más viejo, pero ostentando un certificado de vacunación que me brinda el privilegio de retomar una parte de mi vida a la que había tenido que renunciar. Los niños, que vuelan en vacaciones, gritan como siempre. Los vuelos en verano los hago rodeados de niños con una prodigiosa capacidad pulmonar lo que les lleva a llorar y a gritar con una potencia digna de concienzudos estudios de audiometría. Una azafata preciosa, de apellido Villegas, me regala una botella de agua y una sonrisa de ojos —la dichosa mascarilla no me permiten ver su boca—, que haría perder la cabeza a alguien que la tuviera. Antes de embarcar, mi compañera Paqui me ha mandado un mensaje para felicitarme por la novela. Dice que le ha encantado y que le enganchó de principio a fin. ¡Bien! ¡Qué gusto leer eso! —me digo. Le agradezco infinito su mensaje y le informo de que me las piro, vampiro. Que me voy para Georgia en dos tiempos, como hiciera en otros tiempos. Dos jóvenes, muy jóvenes, que vuelan a mi lado, viajan a Ucrania. Al parecer, han ligado por Internet. Parecen dos críos sanos porque se han zampado una bolsa de peras. Busco en Internet información relativa a la relación de las peras con la capacidad sexual, pero no la encuentro. La señora que viaja a mi izquierda, que lleva las uñas muy bien arregladitas, lee sobre un kindle. Su marido ronca a su lado con menos pretensiones literarias. No se han dirigido la palabra en todo el trayecto, como si todo se lo tuvieran dicho. Y yo escribo. Retomo mi hábito de escribir sobre las nubes, encerrado en un cacharro de hojalata con ambiente presurizado y virus de la variante delta que, pacientemente, espera a que me quite la mascarilla. La vida se reanuda. Mi novela arranca. Los dos jóvenes comían peras a sabiendas de lo que les espera. Ahora la señora del kindle ronca en perfecta sincronía con su esposo. Yo vuelvo a ser el mismo que observa y escribe, que observa y escribe, que observa y escribe. La vida es pura repetición.

6 comentarios:

  1. La ficción dentro de la fición como experiencia literaria. Saludos. Carlos

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  2. Creo que la capacidad pulmonar del niño que llora es directamente proporcional a la distancia a la que se encuentra el destino del avión que compartes con él.
    Felicidades por poder retomar la casi normalidad.

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  3. Que bien volver casi a la normalidad. Besos.

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  4. Celebro y envidio tu regreso a la casi normalidad. Por aquí falta bastante (y faltan en forma presencial, muchos más)

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  5. Poco a poco retomamos nuestras vidas. ¡Enhorabuena por tu novela!
    SAludos.

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