jueves, 20 de enero de 2022
El contagiador de masas
Diecieséis por ciento de batería y bajando. Viajo en un tren equivocado con el consuelo de que llega al mismo sitio. La diferencia entre el que buscaba y en el que me encuentro son veinte paradas adicionales. Además, en este tren tartanero no hoy enchufes ni bar. Así que escribo y leo. Quince por ciento. La chica que viaja a mi izquierda, al otro lado del pasillo, tiene un trasnochado look punck, y se entretiene mirando páginas web de gatitos. Lleva el cabello rapado por los lados, y arriba luce un moño de color azul pastel. Delante, un chico lleva puesta una sudadera blanca de Zahara de los Atunes. Afuera, la oscuridad campa a sus anchas. Catorce por ciento. Mi primera salida del año me lleva a Madrid. La segunda me llevará a Málaga. La tercera ya se verá. A mediados de febrero, si la pandemia no lo impide, regresaré a Polonia. Tengo ganas de arrancar para recuperar estos dos años de involuntario bloqueo. El próximo miércoles me meteran la tercera dosis de la vacuna. Trece por ciento. Me descuido un momento mirando el wasap y la batería baja al doce. Escribo en contra de la carga de mi batería en una especie de duelo entre ella y yo. Un reto similar al de un ajedrecista contra la máquina con la que se entrena. Yo me bato en duelo contra la carga de mi batería para intentar robarle un relato antes de que se agote mi tiempo, que es el suyo. Once por ciento. La vida es una carrera contrarreloj. La vida viaja en tren, o en bicicleta, o yace en la cama de un hotel a escondidas del mundo. La vida como distancia y como tiempo. La vida útil de mi batería al diez por ciento y en rojo. Esta máquina absorbente me avisa de que mi tiempo se agota. Exige que me apure y que diga de una vez lo que tenga que decir sin titubeos ni adornos excesivos, y no porque la máquina deteste a la buena literatura, no, lo que sucede es que con los años me ha cogido cariño y no quiere dejarme a medio. Nueve por ciento.
-Hola, buenas -me dice un buen señor con un bigote de otro tiempo pero que es de ahora. El revisor, mediante un gesto, me pide el billete electrónico. Le digo, sin que a él le importe demasiado, que viajo en este tren por un fallo de puntería. Me mira con cara de pocos amigos, se atusa el bigote, y no dice nada. Intuyo, por intuir, que es un hombre tosco y parco en palabras. Probablemente debe de estar cansado de escuchar chistes malos a viajeros tan aburridos como yo. Ocho por ciento. La chica punk de los gatitos lleva unas uñas impresionantes. Se las he visto cuando el revisor le ha dado las vueltas de veinte euros, ya que, al parecer, la muchacha viajaba sin billete.
-Bonitas uñas- le ha dicho el revisor al entregarle su cambio.
-Sí, pero a usted no le irían nada bien -le ha contestado la chica, sin pestañear.
Al llegar esta máquina endiablada, sobre la que escribo, al siete por ciento, un padre y su hija se han sentado frente a mí. He perdido la cuenta de las estaciones en las que hemos parado. Nunca se me dieron demasiado bien las cuentas. He estornudado y toda la gente me ha mirado mal. A partir de ese momento he dejado de ser invisible para convertirme en un presunto contagiador de masas. El padre y la hija se han levantado, me han mirado de reojo con desconfianza, y han puesto pies en polvorosa.
Cinco por ciento. Esto está por expirar. Leo, entre la oscuridad, Villacañas. Cuatro por ciento. ¡Joder!. Tres por ciento. ¡Mierda! FIN.
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Pues te ha quedado un relato muy apañado, con la eficaz colaboración de la batería del móvil.
ResponderEliminarNo es mala idea esa del estornudo para hacerte un hueco en los tiempos que corren, aunque corres el riesgo de que te arreen un paraguazo.
Muy buen relato. Saludos.
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