viernes, 15 de diciembre de 2023

La prueba del coronel

Aquel día me tocó a mí. Como exigía el protocolo, me puse mis mejores galas. Tras recibir las debidas instrucciones, me encaminé con la bandeja hacia la plana mayor. Mis pasos se sucedían, uno tras otro, de manera autómata. Aquella misión era de suma importancia ya que de ella dependía la buena alimentación del cuartel. Aquel coronel, que sí tenía quién le escribiera porque todos los días recibía un montón de correspondencia, debía de probar la comida, y dar su consentimiento, antes de proceder a dar de comer a la tropa. -¿Da usted su permiso, mi coronel? -dije con energía y de manera reglamentaria. -¡Adelante, pase usted joven! -me respondió el gran jefe. -¡A sus ordenes, mi coronel! Aquí le traigo la prueba del rancho del día. Entonces el coronel, que era un señor bonachón, con más horas de vuelo que un viejo albatros, y que parecía que no había roto un plato en su vida, metió la puntita de la cuchara en aquel potaje, la chupó con la lengua, no sin cierto repelús, y con un gesto afirmativo con su cabeza pareció darme su conformidad. -Es que yo no soy mucho de potajes...-dijo para justificarse. Después agarró el tenedor, con la ayuda del cuchillo abrió la pescadilla frita que conformaba el segundo plato, pinchó un trocito pequeño, se lo llevó a la boca y, guiñándome un ojo, lo dio por bueno. Por último, cuando pensaba que procedería a probar el arroz con leche, lo agarró y lo metió en un armario. Yo miraba la maniobra con cierto desconcierto, por lo que el coronel me aclaró: es que mi mujer no me deja tomar postre en casa, así que cuando regrese esta tarde le daré buena cuenta. -Puede usted retirarse joven -me dijo. Y me retiré. Casi cuarenta años después, cada vez que de postre me ofrecen arroz con leche, me sigo acordando de la prueba del coronel.

2 comentarios:

  1. Al final, de todas las etapas de la vida hay que quedarse con los buenos recuerdos. A mí, de la mili, me ha quedado mi mejor amigo, con quien sigo comiendo todas las semanas.
    Un abrazo.

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  2. Todas nuestras actitudes, incluso las más extrañas, tienen una razón de ser. No me quedan dudas.

    Saludos,
    J.

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