En construcción
Escribir todo esto era la única salida que me quedaba.
viernes, 4 de julio de 2025
Formas en las nubes
Ahora, en este momento, solo veo una grúa. pero aquel cielo azul de Xubín, cerquita de Ribadavia, estaba plagado de nubes vaporosas que dibujaban formas de lo más sugerentes. Mi hija Yolanda y yo habíamos cruzado todo el país para ver una exposición de escultura en Santiago de Compostela. Por aquel entonces yo buscaba en la inmovilidad de las formas, y el solemne silencio de las esculturas, unos mensajes en clave que pusieran luz a las sombras que me acechaban. A mi exceso de movilidad y de verborrea confrontaba la impenetrable y silenciosa rotundidad de la materia. Yolanda tendría nueve o diez años, la misma edad que ahora tiene su hermana Ana María, y en las fotos ambas podrían confundirse perfectamente. Mi cuñado Josiño, orensano de pro, me había dejado su casa para pernoctar tras tan largo viaje. La tarde comenzaba a rendirse cuando decidimos bajar por un angosto camino que conducía hasta la orilla del río Miño. Sobre unos cantos rodados nos tumbamos Yolanda y yo dándonos la mano. Recuerdo que jugamos a buscar formas entre las nubes, ahora un perro, allí una vaca, por allá una ballena... formas efímeras que no eran otra cosa que esculturas gaseosas que duraban apenas unos segundos y se transformaban en otra cosa o en nada. Después, antes de dormir, cenamos unas anguilas fritas en un viejo bar de Ribadavia. Al terminar, y antes de regresar a Xubín, paseamos por su judería bajo la luz ambarina de las farolas. Nuestras vidas están llenas de momentos mágicos y este, sin duda alguna, para mí, fue uno de ellos.
martes, 24 de junio de 2025
La noche de San Juan
Al saltar aquella hoguera sentí que algo, dentro de mí, cambiaba para siempre. Al principio lo que sentía era temor. Aquellas brasas llameantes me recordaban al infierno del que tanto me hablaban los curas de mi colegio. Saltar era como desafiar a los miedos de la infancia. Y también estaba Elena, la niña de mis ojos, ante la que tenía que demostrar que ya no era un monicaco. Días antes habíamos tenido que ir acumulando maderas en aquel solar abandonado. Maderas que ibamos a buscar fuera de nuestros dominios, lo que, en no pocas ocasiones, nos llevaba a enfrentarnos a palos con otros grupos de adolescentes que también buscaban la forma de presumir de la hoguera más grande de la zona. Nuestra hoguera iba creciendo alimentada por todos los enseres que ibamos vaciando de los trasteros, de lo que nos daban los negocios del barrio, y de lo que encontrabamos en otros solares abandonados. Los dias previos, hasta bien entrada la noche, haciamos guardia para impedir que nos robaran nuestras maderas. Sentados a su alrededor nos comíamos los bocadillos que nos preparaban nuestras madres, o nuestras abuelas, y contábamos chistes o, si nos acompañaban las chicas, jubabamos a la botella. Y no os digo nada de cómo nos sentíamos si les robabamos un beso, o una declaración, o un achuchón, o lo que fuera...
Y llegó la tan esperada noche de San Juan, la noche más larga y emocionante del año. Mis piernas estaban fuertes de tanto jugar al fútbol. El beso de Elena de la noche anterior me había cargado la batería de mi masculinidad. Y salté, salté y sentí que volaba; volé como un ave Fénix sobre aquellas brasas dejando atrás mi infancia y adentrándome en un mundo nuevo. Anoche fue la noche de San Juan; una noche maravillosa cargada de magía y de recuerdos.
viernes, 20 de junio de 2025
Otra entrega más
Nos entregamos. Lo hacemos a diario y sin saberlo. O sabiéndolo, pero nos entregamos. Lo mio es una entrega mesurada y macerada desde hace treinta años. Me entrego a mi oficio y a mis pasiones. Me entrego a los demás por devoción, o por un instinto incontrolable que me define. Nací para entregarme. Padezco de un exceso de empatía que me atormenta y hasta me asusta. Tal vez hasta roce la insensatez. Me siento fuera de contexto. Soy un verso suelto de rima asonante. Un loco sacado de un cuento de otro tiempo. Desubicado. Trasnochado. Cuestionado. Casi descatalogado. Como decía, nos entregamos cada uno a su lucha, a su batalla, a su sueño, a su plato de lentejas, a a su odio irracional, a las tragaperras, al fútbol narcotizante, a la vida fitness, al ozempic, o a las carreras de caracoles. Cualquier cosa nos vale para entregarnos a la vida. La vida que se reinicia cada mañana como una entrega invisible del repartidor de Amazon. Nos llega sin querer y sin pedirlo. Abrimos el paquete sin conocer su contenido mientras apuramos un café y una tostada, o un cruasán, o unos huevos revueltos, y saltamos a la calle como el que se quita avispas del culo. Y de nuevo nos entregamos a la suerte, al destino, al amor, o a odiar a troche y moche que está más de moda. Estoy por comprarme un sillón de influencer, liarla parda y tributar en Andorra. Esta ha sido la entrega de hoy. No es nada del otro mundo, pero les aseguro que para escribirla me he entregado en cuerpo y alma.
jueves, 19 de junio de 2025
Estoico por naturaleza
Ahora que nos quemamos los pies sobre las ascuas candentes del neoliberalismo salvaje me doy cuenta del valor de las propuestas y de los planteamientos estóicos. A veces me veo como Zenón de Citio, o Séneca, en lo alto de un púlpito, pidiendo sosiego y moderación en un mundo en el que todos se dan de palos sin lástima ninguna. Me veo en riesgo de ser quemado en las hogueras que los radicales prenden, día sí y día también, para todo aquel que muestra su rechazo a la dispersión del odio y del caos que determinados líderes están intentando inocular por tierra, mar y aire. La globalización, tal y como presagiaban muchas voces visionarias, ha traido el caos. Caos que necesita más caos, porque el combustible del que se nutre es el propio caos. Estoy preocupado y desconcertado. Escribo temeroso pero, pese a ello, no pienso acallar mi voz ni bloquear mis manos. Escribiré sembrando templaza, sosiego, mesura, respeto, y coherencia. Continuaré escribiendo con coraje dando voz a los necesitados, denunciando injusticias, y defendiendo un mundo justo basado en los Derechos Humanos. Para atrás ni para coger impulso.
miércoles, 11 de junio de 2025
martes, 27 de mayo de 2025
Puzzle vital
La vida es como un puzzle. De 100 piezas, o de 1.000, o de 10.000. O tal vez no. Mejor como un Tetris, en el que cada día nos van lloviendo piezas y tenemos que saber encajarlas. Mi madre jugaba al Tetris. Las piezas de su vida no habían encajado demasiado bien y ella, en su soledad, se consolaba jugando al Tetris. Cada día, el juego sin reglas que es la vida, nos regala nuevas piezas. Piezas de todos los tamaños, formas, y colores para complicar más el juego. Poco a poco uno va dejando de tener ganas de seguir pero, hete aquí el quid de la cuestión, el juego es a muerte. Aunque quieras no se puede dejar de jugar. Las piezas, ya sin encaje posible se van acumulando hasta que nos sepultan. Y después del “Game Over” nos lloran un poco, nos entierran o nos incineran, y seremos un recuerdo pasajero. No merece la pena odiar tanto. Nos guste, o no, este es juego.
lunes, 26 de mayo de 2025
El calzoncillo rosa
Siento la presurización. Su extraño influjo me confiere la mágica capacidad para observar meticulosamente hasta el más mínimo detalle de lo que me rodea en la cabina del avión; y lo que es mejor aún, me facilita la capacidad para escribirlo. GüizzAir, hoy atravieso las nubes en un incómodo vuelo desde Kutaisi hasta Barcelona. El equipo de cabina lleva un uniforme azulón con detalles rosas. Hasta ahí todo normal, pero la pregunta es: ¿por qué llevan los uniformes una o dos tallas más pequeñas? Da un poco de grima verlos porque da la impresión de que, en cualquier momento, los botones van a salir disparados poniendo en peligro la integridad del pasaje. Sobre todo llama sobremanera la atención un azafato. Ese fortachón da más miedo que el portero de una discoteca de un polígono industrial. Imagínense por un momento a un fisicoculturista, hasta arriba de anabolizantes, con un pantalón que parece que le va a explotar, y una camisa que ya no da más de sí, paseándose, pasillo arriba pasillo abajo, como si se tratara de la pasarela de un concurso de musculitos en los que exhiben, sin pudor alguno, sus desmesurados cuerpos, llenos de aceite, y con unos slips diminutos. He mirado su culo, eso sí con disimulo, y me ha dado la impresión de que está más duro que un fin de mes. Una azafata, maquillada a más no poder, y con unas pestañas postizas más grandes que los abanicos de los Locomía, que me recuerda a Afrodita A, amenaza con sus explosivos, y apretados pechos, y parece que en cualquier momento va a gritar aquello de: ¡Pechos fuera!. Un georgiano entrado en años, y en alcohol, pues se ha bebido lo menos cinco o seis botellines de algo que parecía vodka, o quién sabe si queroseno, mira con embeleso los pechos de la azafata como si en su más tierna infancia se hubiera quedado con falta de leche materna.
Mientras les escribía todo lo anterior, que no es mucho, pero es lo que estaba observando, a una señora mayor, con aspecto de ser de Francia, o de Bélgica, o de por ahí, y que no ha parado de hacer crucigramos desde que se puso el cinturón, se le ha caído el boligrafo, justo en el preciso instante en el que el coloso de los cielos pasaba ahí. Y qué quieren que les diga, al agacharse el gachó las costuras del pantalón se han rendido ante el ímpetu conquistador de aquellas magras carnes, y ante los ojos de los sufridos pasajeros que estabamos alrededor, han aparecido unos calzoncillos de color rosa, a juego con los ribetes del uniforme. Todos, como viene siendo habitual en estos casos, nos hemos sonreído, pensando en la exhaustiva uniformidad de la compañia aérea, que, según parece, también obliga a sus empleados a llevar ropa interior corporativa. Dos jóvenes, con acento andaluz, le otorgaban al calzoncillo rosa otro tipo de connotaciones de índole sexual. Sea como fuere, el calzoncillo era rosa y el pantalón se ha rajado porque estaba tardando en rajarse. Lo bueno es que el Sansón de las alturas ha seguido trabajando como si tal cosa, lo que evidencia un fallo clamoroso de los protocolos de vestuario de la citada compañía. Como usurario habitual ruego encarecidamente a la dirección que obligue a llevar un recambio de ropa a cada miembro de la tripulación, o, en su defecto, un costurero con todo lo necesario para hacer remiendos en pleno vuelo. ¡He dicho!
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