viernes, 31 de agosto de 2018

La vieja fábrica


Me siento extraño en esta fábrica silenciosa. No se escucha el rugir de las máquinas, ni los timbrazos de los teléfonos, ni el murmullo de las incesantes conversaciones, ni las risotadas de la Fuen, ni hay gente rellenando curriculum en la recepción, ni vendedores saliendo y entrando a la carrera. 
Una fábrica silente se asemeja mucho a un cementerio. Está fábrica, mi fábrica, nuestra fábrica de tantas y tantas luchas, ya se acerca a su jubilación. Se jubilará tras veintidós años de servicio en los que nos ha llevado en volandas hacia lo que somos, y nos ha salvado una cuantas veces del precipicio. Se jubila nuestra fábrica como se jubiló, hace ahora veintitrés años, el compendio de locales que por todo Beniaján configuraban una incipiente fábrica que heredamos del sueño de un peluquero conocido por todos como Pepe Magaña. 
Hoy escribo desde mi despacho viendo como esta fábrica, que pronto dejará de serlo, recibe un día más a todos sus trabajadores. Presiente algo, lo intuyo. Sé que se ha dado cuenta de que muchas de sus máquinas ya han sido desmontadas y ha escuchado las habladurías de que la nueva fábrica se está quedando de cine. La intuyo, en este silencio interrumpido a veces por los portazos y los pasos de la gente que llega a la carrera en dirección a la máquina de control de accesos, que está celosa. 
Siente celos de esa fábrica nueva de la que todos hablan. Siente celos y tristeza. Ya todo son ojos para la nueva, parabienes para la nueva, inversiones para la nueva, mientras que para ella ya no hay nada, nada más que expolio y abandono. 
Esta fábrica que agoniza entre un halo invisible de nostalgia ha mantenido a cientos y cientos de familias, ha propiciado proyectos personales y colectivos, nos ha dado vida, mucha vida, y en los momentos más difíciles siempre nos ha ofrecido esperanza.
Yo sé, amiga, que estás derrotada y triste, pero quiero que sepas que siempre estarás en nuestro corazón. Te has quedado con nuestros mejores años y nosotros con los tuyos en una especie de simbiosis que ha dado como fruto un proyecto nuevo, una fábrica nueva que, como un bebé, nace de nuestras entrañas, de nuestro de dolor, del tuyo y del nuestro, pero también desde lo más profundo de nuestros sueños.
Aunque estemos a punto de convertirte en historia, nunca te olvidaremos.
Mil gracias por todo vieja fábrica, ten por seguro que parte de ti se viene con nosotros a Alhama. Parte de ti, como la vieja y originaria fábrica de Beniaján, siempre estará con nosotros. 
Gracias a vosotras dos, y a la de tantas y tantas personas a las que disteis cobijo, la increíble historia de Tahe continúa su incomparable lucha. 

martes, 21 de agosto de 2018

Zapatos de tigre


No lo creerán, pero estoy llevando un verano atípico. Me da miedo salir a caminar. Según leo en la prensa, estamos cayendo como moscas por los jodidos golpes de calor. Para evitarlo, durante mis frecuentes salidas, siempre intento echar por la sombra, ponerme alta protección solar, una gorra túpida sobre mi calva, y salir muy bien hidratado a patear. Pero, en realidad, me da miedo salir porque no paro de encontrarme objetos que yo interpreto a modo de mensajes en clave desde el más allá. 
Para hacérselo corto, y no aburrirles demasiado con mis monsergas, les diré que esta misma mañana, sin ir más lejos, me he encontrado con unos zapatos que no eran de mi talla. Lo sé porque he intentado meter un pie y no cabía. Calculo, a ojímetro, que debía de tratarse de una talla 37. La estética del calzado en cuestión ya es otro debate. Los tejidos que imitan las pieles de tigres y leopardos siempre han tenido grandes connotaciones eróticas. De eso tiene mucha culpa el cine italiano de los años 70. Así, con ese cancán, mientras caminaba por mi urbanización aturdido por la solana, me he imaginado a la propietaria de semejante calzado en una sesión vespertina de merengue-merengue o ñaca-ñaca la cigala, ¿comprenden?
Lo lógico, aunque por desgracia no siempre sucede, es que todo el conjunto fuera en plan felino. Entre usted y yo, no hay nada más frustrante, en materia erótico festiva, que la ropa interior de color carne, también conocida como color "visón". Sé que hay por ahí circulando una recogida de firmas en contra de la fabricación de este tipo de prendas por estar afectando gravemente a la demografía de nuestro país, lo mismo que hay otra para ayudar a que dejen de fumigar a las abejas melíferas. 
Como les decía, yo iba sigiloso, caminando como una tortuga con reuma por la sombra, cuando me he dado cuenta de que, al pasar por la puerta de un adosado, una vecina, en topless, tendía la ropa. 
Ella, por mi avanzar sigiloso, o tal vez por ser miope y no llevar las gafas puestas, no se ha percatado de mi presencia, de tal manera que me ha dado tiempo a fijarme en un detalle. 
Claro, ustedes estarán pensando que me habré fijado en sus tetas, pero no. No piensen mal de mi. Me he fijado en el sujetador que, en ese preciso momento, estaba tendiendo. Y saben qué: ¡era de leopardo! a juego con los zapatos que me acabada de encontrar al pie del contenedor de basura de la esquina.
Como es bien sabido, a quién madruga, Dios le ayuda. Las tetas no estaban mal, tan solo un poco sudadas por la calor.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Doce de copas


¡Aleluya! Por fin alguien me va a ayudar. Lo sé. Lo creo. Lo venía intuyendo desde hacía algún tiempo. La prueba irrefutable la he encontrado esta mañana cuando he salido a caminar. Para los que no sean nativos de la España profunda de la que yo soy, les aclararé que en nuestro país somos muy dados a jugar a las cartas —y más aún en verano—, por lo que no se puede considerar como un hallazgo tan surrealista el hecho de haberme tropezado, en plena calle, con una carta rodando por el suelo. 
Mi familia siempre ha sido mucho de cartas. Bueno, en realidad de cartas, de parchís, de dominó, y de bingo. El juego, en nuestro caso, siempre actuó como aglutinante familiar. Lo malo fue que esa afición al juego traspasó las barreras de lo doméstico hasta llegar, de puertas afuera, a lo patológico. 
Pero a lo que iba. Está mañana he encontrado, bocabajo y en plena calle, a todo un rey de copas, cosa que, rápidamente, y tras la luna de sangre vivida días atrás, he interpretado como un  mensaje evidente del más allá. 
Después de comprobar que ningún vecino me observaba, raudo, me he agachado, he cogido el naipe como quién se encuentra un billete de cincuenta euros en el suelo, y me lo he metido en el bolsillo trasero del pantalón como el que se quita avispas del culo. Automáticamente, y sin dejar que mi suerte se retrasara ni un minuto más, he mirado en el oráculo de Google el significado que otorga el tarot a esta carta y, para mi asombro, la carta dice que alguien muy importante me va a ayudar. ¡Pardiez! ¿Y será verdad que por fin va a cambiar mi suerte? ¿Qué personaje tan importante podría estar en estos mismísimos instantes en el que yo les escribo esta parrafada, o usted me lee, pensando en echarme un cable?
Y yo que nunca fui de copas…