martes, 30 de diciembre de 2014

Cámara café: Navidades


-Estoy hasta el gorro de estas navidades.
-Jajaja, eso es porque no pillaste nada en la cena de empresa. Yo me puse las botas con la Choni. Y ahora ni me mira la tía. Pero me da lo mismo. Ya se llevó lo suyo.
-Eres tremendo, no tienes miramientos con nadie. Está casada y tiene dos hijos preciosos. 
-Sí, pero no se los llevó a la cena. Jajaja. Yo lo sabía, pero creo que ella también, a no ser que tuviera una enajenación mental transitoria.
-No vas a cambiar nunca, Manolo. 
-Con la edad que tengo creo que no. Ni ellas tampoco...jajaja.
-¿Has comprado ya los regalos de Reyes?
-Sí, a mi esposa le he comprado un Iphone, y a mi hijo un Ipad. ¿Y tú qué les has comprado?
-A mí madre un loro y a mi padre un pijama. 
-A los solterones os sale mucho más barata la navidad. 
-Algo bueno teníamos que tener. Aunque el loro me ha salido por un pico.
-Anda, no te quejes, ¡lo que daría yo por estar soltero como tú!
-Pero si no te cortas ni un pelo estando casado, haces lo que te da la gana.
-Claro, es que, de otro modo, el matrimonio no lo aguantaría nadie.
-¿Y, entonces, para eso os casáis?
-Por supuesto, así lo tenemos todo. Lo propio y lo ajeno. Jajaja.
-Me resultas patético. Tú y todos los que piensan y actúan como tú. Por eso yo no me caso.
-Pues haces muy bien, Salva. Ojalá que hubieran más personas tan íntegras como tú. Lo peor es que eres del Barsa, católico y de derechas, eso es lo único que no entiendo de ti.
-Y tú que eres de izquierdas, ateo y del Real Madrid. ¿Eso cómo se come?
-Vamos a dejar de hablar de fútbol que siempre terminamos discutiendo. ¿Sabes que me han dicho qué le molas a Verónica de contabilidad?
-¿Sabes que no eres más cabrón porque no eres más grande?
-Ah, encima le haces ascos a la chica por tener unos kilitos de más... Pues sabes qué te digo: qué si andas esperando a que se enamore de ti una miss mundo, con la cara que tienes, lo llevas claro, amiguito.
-No os preocupéis tanto por mí. Estoy muy bien así. Cuando necesite pareja yo me la buscaré.
-Por cierto, Salvador, se me olvidaba: ¿jugamos un décimo del sorteo del Niño a medias?.
-Perfecto.
-Pues dame diez pavos.
-Aquí los tienes.
-¿Y sí te toca que vas a hacer con el dinero?
-¡Gastármelo, no te jode! ¿Y tú?
-Pues yo lo mismo, gastármelo todo en juergas. Y hacerle un regalito de lencería fina a la Choni.
-Macho no vas a cambiar nunca. 
-Claro que no. Con dinero, o sin dinero, pero sigo siendo el rey....
-Esa canción es más antigua que el mear.
-Es que ya vamos teniendo edad, Salva... 

domingo, 28 de diciembre de 2014

Juan Luis Guerra


Me gustan los homenajes en vida. Los muertos ya no se enteran de nada, los pobrecitos. Mi vida no sería lo que es sin el dominicano Juan Luis Guerra. Él no lo sabe, pero, siendo ateo, me hice adepto de su religión hace muchos años. Incluso, muchos años antes de que se hiciera pastor evangélico, él ya era mi pastor.
Le admiro desde jovencito. Y nunca he dejado de admirarle porque nunca me ha defraudado ni como artista ni como persona. Juan Luis Guerra es más constante que pi, hasta en eso nos parecemos. Aunque siempre envidié su altura. Su camino y el mío tienen mucho en común. A los dos no nos importa en nada la apariencia, ni la fama, ni el dinero, nos importa lo que hacemos y lo que sentimos. Nos importa la gente. Nos importa lo sencillo. Ensalzamos la humildad por encima de cualquier otro valor porque lo consideramos el valor supremo.
Él en su religión, y yo en mi ateísmo, nos encontramos dándole el valor a la gente de la calle, cuyo máxima aspiración es llenar la olla cada día, sentir la caricia de un ser querido, o de disfrutar de la calidez de la sonrisa de un niño.
Por fortuna para mí, nos parecemos en muchas cosas. Él canta y yo lo imito. Pero no sólo imito su voz, su vibrato, y su modestia, imito su ejemplo de integridad, en una sociedad en la que la integridad está en peligro de extinción y el egocentrismo es el nuevo deporte olímpico.
Me siento emocionado porque ya suena en mi casa su último disco: TODO TIENE SU HORA. Hasta ahora siempre he tenido la dicha de poder comprar sus discos, incluso aquellos que tanto se criticaron por ser de música cristiana. Su Dios y mi Dios deben ser primos hermanos. Los mismos que le ensalzaron por ser el primer artista en fusionar la canción protesta con la música de baile, luego le pusieron de vuelta y media por cantarle a su Dios, o al Dios de cada uno de nosotros.
Siempre me vuelvo loco con alguna de las canciones de sus discos y en este caso no iba a ser menos. No paro de cantar el corte número ocho: Muchachita Linda. La considero otra de sus obras maestras.
Como bien dices en tu último disco, maestro, "todo tiene su hora" y hoy llegó la hora de brindarte este humilde pero sincero homenaje.
Gracias por todo, Juan Luis.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Cagada ilustre



Si Delibes decía de Umbral que escribía con la misma facilidad que con la que meaba, en ese contexto, lo mío es una cagada. Ahora soy un escritor de retrete, lo mismo que en la mili fui escribiente de servicio. 
Los que escribimos desde las vísceras padecemos con frecuencia del colon. Y escribimos con la misma cadencia que con la que gastamos el papel higiénico. Las tripas han adquirido tanto, o más, protagonismo en mi vida como en mi literatura. De hecho, muchos acontecimientos sociales y políticos me revuelven las tripas y, como consecuencia, cago un relato. Dicho de otro modo, mis relatos son el detritus resultante de la digestión de la actualidad.
Lo único verdaderamente imprescindible para mis deposiciones, ya sean anales o pseudointelectuales, es la necesidad de tener siempre a mano un buen trozo de papel. Lo demás fluye espontáneamente.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Mundo confusión


A este 2014 le queda poca mecha. Agoniza entre compras navideñas a golpe de tarjeta de crédito, luces de leds y los tradicionales villancicos.
Año duro. Año repleto. Año. Uno más, o para muchos de nosotros, ya uno menos. 
Avanza la tierra. Gira cada vez más caliente. Avanza sola en su temperatura. Los polos se derriten como el helado de un niño, mientras lo mira llorando con sus manos chorretosas. Nosotros ni lloramos. Nos sumamos al consumismo calentador comprando e inundando con nuestros coches los centros comerciales de medio mundo. Conozco muchos países a cuyos centros comerciales la gente acude sólo a mirar. No compran por decisión propia, sino porque no tienen dinero para comprar nada. Soy de los que piensan que el ejercicio democrático por excelencia no es el voto, sino la compra. Cuando compramos apoyamos. Cuando no apoyamos nos oponemos. Si aconsejamos un producto marcamos tendencia. Si lo desaconsejamos o lo estigmatizamos lo hundimos. Y deprimimos la ciudad dónde se encuentra su fábrica. Nuestro consumo es definidor. Es juez y parte.
En las navidades somos demócratas de tarjeta Visa. 
Los mundiales del consumo se juegan durante quince días frenéticos de compras. Carreras. Escaleras automáticas. Codazos. Disputas. Aplazamientos. Préstamos. Malas caras. Devoluciones. Cenas. Más cenas. Alguna comida. Cumplimos con todo los rituales con indiscutible obediencia al tradicionalismo. Y ya masificados, desplumados, atiborrados, y cumplidos, tras las correspondientes campanadas, daremos paso a los buenos propósitos. 
El próximo año pienso ofrecer la mejor versión de mí mismo. Iré al gimnasio. Estudiaré inglés. Dejaré de fumar. Leeré un libro al mes. Veré más cine español. Caminaré todos los días cuarenta y cinco minutos. Tomaré más frutas y verduras. Dedicaré más tiempo para estar con mi familia. Me exhibirán en varias publicaciones como modelo del perfecto arrepentido.
El 2015 será un buen año para aprender a sobrevivir en este mundo de la confusión y la apariencia. Quien sea capaz de encontrar el camino correcto que nos vaya dejando unas migajitas de pan para que los demás también seamos capaces de encontrarlo. Se lo vamos a agradecer.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Estado febril


Treinta y nueve de fiebre. Estoy en la cama. No sé muy bien si abrigarme o destaparme. En una película vi cómo bañaban en hielo a un señor que tenía mucha fiebre. Escribir bajo los efectos de la fiebre es como conducir bajo los efectos del alcohol. No sé muy bien lo que digo. Desconozco cuál es la temperatura en la que el ser humano comienza a sufrir alucinaciones. Yo creo que aún estoy en mis cabales. Escribo sin dirección pero con cordura. Mi correo, pese a mi enfermedad, sigue como si nada. El wasap igual. Mi enfermedad no afecta a mis canales de comunicación. A ellos me gustaría verlos en mi lugar.
Me duele la cabeza. Siento arder mis párpados. Tengo sudor frío. Un elefante blanco se cuela en mi habitación. Parece de cartón. Después entra otro, y otro, y otro. Mi habitación acoge a un improvisado desfile de paquidermos. Les pido que se salgan pero parecen no escucharme. Creo que son sordos. Nunca me había pasado esto de encontrarme rodeado, en mi propia habitación, de veinte elefantes sordos. Tal vez no me oyen por ser de cartón. 
La fiebre me está subiendo por encima de cuarenta. Los elefantes se han marchado. Ahora entra a visitarme una pornoenfermera. Le digo que no estoy para fiestas, y que mejor venga otro día que no esté mi esposa. Ella me dice que aproveche, o ahora o nunca. Le digo que nunca. Y que me disculpe, pero que no soy capaz de hacer el amor ni con fiebre ni con hambre. 
Ella, entre rabiosa y ofendida, me mira, se saca un teta, se saca la otra, me las ofrece con las manos, y me dice: ¿ves, por tonto, lo que te vas a perder?
Este estado febril me está enloqueciendo. Yo creo que nada de esto está sucediendo pero lo vivo como si fuese real.
Ahora vienen un montón de compañeros a sacarme de la cama para llevarme al trabajo. Les explico que no estoy aquí por gusto, pero parece que les da igual.
Tienes que venir, te necesitamos -me dicen. Me vais a matar y va a ser peor. ¿No os da pena lo que me estáis haciendo? -les comento. ¡Queremos llegar a nuestros objetivos! -me dicen.
Es la fiebre. Estoy seguro de que todo esto no está sucediendo, pero no soy capaz de distinguir entre la realidad y las alucinaciones.
Voy a ponerme de nuevo el termómetro.

domingo, 14 de diciembre de 2014

La Venus de Curbelo


La feminidad estereotipada es una mujer famélica que pasa más hambre que el que el que se perdió en la isla. Ese es el canon de belleza actual que estigmatiza a la mitad de la población del planeta y enriquece a multitud de negocios que florecen alrededor de ese canon. La delgadez es un negocio muy lucrativo pero no por ello menos pernicioso. 
La belleza es mucho más que unas medidas, unos contornos o un peso. Tiempo atrás la belleza era representada por las venus, mujeres generosas, macizas, con curvas, con muslos, con trasero, con senos, con todo.
Las tres Gracias, de Rubens, son un canto a la feminidad, a la normalidad, y a la belleza natural sin esclavitud y sin traumas.
Estos días atrás, en San Cristóbal de la Laguna, en Tenerife, me encantó el pequeño homenaje que le brindó el pintor canario Dani Curbelo a las venus, y por extensión, a la gente normal. Dani representa a su venus, rubia y con queratina, con un primitivo erotismo que nos recuerda a la Venus de Willendorf en su máximo esplendor.
Que los jóvenes artistas ayuden a romper todos esos tópicos mercantilistas representa, sin duda, una buena noticia.
La mujer -las personas- se merecen mucho más que ser auditadas por unos simples patrones de validez cuantitativa. La belleza, el erotismo, la sensualidad, son valores que, por defecto, siempre anteponemos a la verdadera valía de las personas, y, amigas y amigos, lo esencial de una persona, como decía Antoine de Saint-Exúpery en el Principito, es invisible a los ojos.
La autenticidad de una persona se debería medir por sus hechos, y no tan sólo, como desgraciadamente solemos hacer, por su apariencia.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Problemas


Los problemas surgen como los peces abisales: de la nada, feos, de todos los tamaños, y son impredecibles. Los problemas son de distinta digestión dependiendo de su naturaleza. La cartografía de los problemas es un mapa irresoluble. No se detectan en los análisis de sangre pero, sin embargo, sí dejan rastro en los balances de contabilidad. 
Los problemas forman parte del paisaje. Son incógnitas. Dilemas. Nos enfrentan a nuestros miedos y echan un pulso continuo a nuestras capacidades. Son juguetones, provocadores, puñeteros, y cuando los conseguimos difuminar, empequeñecer, y dominar, pasan a ser historia, y luego olvido, y después nada.
No hay mal que cien años dure, si bien es cierto que no hay cuerpo que lo resista. Los problemas son la clave de la evolución. Benditos problemas. Ante los grandes problemas surgen las grandes personas.
La vida es un problema desde el comienzo hasta el final. Nuestra vida accidental y accidentada es un problema en sí misma. 
Los problemas son la sombra que nos persigue con ánimo de arrojarse contra nosotros a la primera de cambio.
Yo vivo feliz entre montañas de problemas porque eso me recuerda que soy humano, normal, y como otro cualquiera.  
El mundo tiene problemas, los países tienen problemas, las empresas tienen problemas, las personas tenemos problemas. El miedo, la apatía, y el conformismo, son tres de sus principales aliados.
Lo único que nos diferencia a unos y otros es, precisamente, la capacidad de enfrentarnos a ellos. 
La vida es todo aquello que nos acontece durante la búsqueda de soluciones entre problema y problema. Nada más y nada menos.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Sueños murakanianos


Murakami, amigo mío, me has vuelto a dejar con la miel en los labios. Dime: ¿al final, qué le pasó a esa pobre mujer insomne en manos de esos desalmados que le intentaban volcar el coche en aquel descampado?
Tus novelas me desconciertan. Me metes en tu mundo y, sin ningún miramiento, me arrojas a un limbo de ansiedad y desasosiego. Ya que pago tus novelas, y no las pirateo, al menos me podrías ofrecer alguna pista más sobre el desenlace. Pero bueno, tu sabrás que eres de Japón y has sido nominado varias veces para el Nobel de Literatura.
Se te nota en los andares que te pone un montón dejarnos a medias, como en un coitus interruptus en plan intelectual, pero que nos engancha, a los que te admiramos, como una droga dura.
Murakami de mi vida, nos gusta que nos des caña y lo sabes. Nos alucina tu mundo interior y la forma tan sutil y elegante que tienes de meternos en la piel de unos personajes tan complejos como tú, y como yo, y como mi vecina del quinto.
Tu éxito y tu magia radican ahí, en conectar con nuestra cara B, con nuestro lado oscuro, y con nuestros pensamientos más inconfesables. 
Dicho lo cual, para la próxima, amigo del lejano país del sol naciente, cierra un poco más el final de la novela aunque eso suponga un poco más de papel, un poco más de concreción por tu parte, y algún euro más de coste por ejemplar.
¿Qué narices le acaba sucediendo a esa pobre mujer, dime? ¡Me has dejado en ascuas! Ahora me vas a tener, como le haces a la enigmática protagonista de Sueños, diecisiete días sin dormir, y no hay derecho. Me están dando unas ganas a mí también de agarrar el coche e irme a un descampado.
Amarillo me tienes de tanto leerte y de tanto comer sushi.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Sueños búlgaros


Él leía en ruso mientras yo me dejaba secuestrar por mis infinitos archivos de fotos. Antes sucedía al revés, yo leía a William Kotzwinke y él miraba fotos familiares en su Ipad.
Por la ventana del avión alcanzo a divisar, entre las nubes, los picos nevados de unas montañas que se asoman tímidamente a saludarnos, tal y como solían hacer antiguamente los niños al ver pasar a los trenes. Ahora ni los niños ni los trenes son la misma cosa. 
Yo de niño soñaba con tener un tren eléctrico hasta que un año los Reyes Magos, hartos de mis insistentes misivas, me lo trajeron. Ese día me di cuenta de que, en ocasiones, los sueños son más útiles cuando permanecen en el mágico terreno de la fantasía que cuando se materializan.
El vuelo de easyJet va repleto de personas y de sueños. Casi un tercio de los búlgaros, por no renunciar a ellos, se han tenido que marchar de su país. La vida es vida mientras mantenemos encendida la llama de nuestros sueños.
Con toda la seguridad que me brinda la imaginación, intuyo que el joven búlgaro que viaja a mi izquierda sueña con encontrar un próspero futuro en el Reino Unido, mientras yo sueño con el prometedor proyecto empresarial que acabo de iniciar en Bulgaria.
Impulsados por los sueños surcamos los cielos, desafiamos a la razón, invocamos a los dioses, e intentamos construir nuestro futuro en base a decisiones carentes de cualquier certeza. Los sueños son un ecosistema en el que el desconocimiento y la inseguridad nos generan una energía capaz de llevarnos a alcanzar las estrellas o a estrellarnos contra las rocas. Los sueños y las pesadillas siempre han mantenido una preocupante relación filial.
Por consiguiente, el joven búlgaro y yo no somos tan distintos, tan sólo a él lo veo ligeramente más guapo, y con más pelo, y con menos barriga, y sabiendo inglés, mas sin embargo, pese a tan obvias e importantes diferencias, los dos estamos asidos a los cabos de una enorme cuerda de la que todos los humanos, con independencia de nuestro pasaporte, estamos unidos: los sueños. Todos tenemos sueños búlgaros porque los sueños nacen en una única central nuclear de la que, sin darnos cuenta, todos nos recargamos.
Claro que, como todos ustedes comprenderán, nada de esto tiene ningún valor científico, ya que los científicos, sean de dónde sean, no entienden mucho de estas cosas, a no ser que, como yo, y tal vez como usted que me lee, sean amantes de la metafísica.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Sacrificios europeístas


Sólo escribo sobre el teléfono cuando se me complican el resto de opciones. Para más información les diré, para variar, que vuelo desde Viena a Sofía, y estoy flanqueado, por decirlo diplomáticamente, por dos austríacos que, de habérselo planteado, podrían haber aspirado a jugar en la NBA, o hacer de protagonistas en la película del Jeti.
El de mi derecha lee un periódico adaptado para su tamaño. El de mi izquierda se distrae con su Ipad con un juego de motocross y cada vez que se cae de la moto coge un cabreo de mil demonios. El del periódico se recrea hasta con las necrológicas. Disecciona cada noticia como haría un forense con el cadáver de un famoso que hubiera aparecido muerto en un hotel sin aparentes signos de violencia. Su reloj de pulsera dorado, su vestir impecable, sus gafas de diseño, contrastan con el vestuario anodino y desafortunado del que juega a estrellarse con las motos. Intuyo que estoy sentado entre dos versiones bien distintas del concepto austriaco.
Mientras reflexiono sobre esta posibilidad, una azafata aria me ofrece, en austriaco, la posibilidad de elegir entre una manzana y una chocolatina para merendar. Elijo lo segundo exhibiendo mi mejor sonrisa y señalando con el dedo a la chocolatina que ha elegido el más intelectual de mis opresores. Para llevarnos la contraria, y como no podría ser de otro modo, el del motocross ha elegido la manzana. Siempre he tenido gran facilidad para no hablar ningún otro idioma que no sea el castellano. Eso sí, leo las revistas en inglés, y, sin haber estudiado el idioma, me entero más o menos de lo que dicen. Aunque, para ser sincero, me entero más bien de poco. Lo reconozco, mi modus operandi siempre es el mismo: veo las fotos, repaso el texto, y con las cien palabras que conozco del inglés me fabrico una idea que rara vez coincide con lo que realmente refleja el texto en cuestión, pero, a mí, eso me entretiene un montón.
El intelectual lee con una especie de devoción mariana. El austriaco contestatario ha cambiado el motocross por el solitario, al parecer, se ha cargado todas las motos de las que disponía. El solitario es el juego oficial de los resignados. La azafata aria recoge mis desperdicios y me obsequia con una sonrisa televisiva.
Me pitan los oídos. Debe ser que llevo más horas de vuelo que el Barón Rojo. El hippie, por llamarlo de algún modo estereotipado, se ha puesto a roncar abrazado a su Ipad como Moisés a las tablas sagradas. El intelectual ha tardado dos minutos en plegar meticulosamente el diario y otros dos en comenzar a roncar. Los ronquidos de los austriacos parecen no tener ninguna vinculación artística con la Opera de Viena, o, al menos, esa es mi percepción.
Me siento atrapado en una especie de performance de política de altura. Al unísono, casi en un acto reflejo, los dos reclinan sus considerables cabezas sobre mis humildes hombros en una sutil maniobra de reconciliación con la Europa oprimida del sur. Ni me muevo porque entiendo que la diplomacia conlleva mucho sufrimiento y generosidad. Por no generar un conflicto bilateral, ni más desequilibrios dentro de la frágil Comunidad Europea, cedo con vehemencia mis hombros a los súbditos del malogrado Imperio Astro-húngaro. 
Angelicos. Todo sea por la cohesión europea.