domingo, 29 de enero de 2017

El cuento del pulpo Roque


Érase una vez un pulpo al que le faltaba una pata. Y no es que el pobrecito la hubiese perdido en una batalla, o jugando al fútbol, el pulpo Roque había perdido su pata porque un pequeño tiburón se la había llevado en la boca después de haberle arreado un mordisco tremendo. El pulpo Roque -digo esto para los que no le conocen, Ana María- es un pulpo roquero, de tres años de edad, y que gusta mucho de comer pequeños peces, erizos y estrellas de mar, aunque, hay que reconocer que estrellas de mar cada vez quedan menos, y no precisamente porque él se las haya comido todas.
El pulpo Roque -como te contaba, mi cariño- es un pulpo roquero, pero esto no quiere decir que nuestro amigo cefalópodo sea un loco aficionado al rock y se pase todo el día dándole duro a la guitarra eléctrica, a él le va más la canción melódica, y siempre soñó con tocar el piano. De hecho, en un viejo barco de vapor que se hundió cerca de aquí, hay un piano, en cuya caja, Roque gusta de dormir la siesta.
Al pulpo Roque le encanta jugar con los niños buenos que hacen caso a sus papás, y cuando estos van a la playa, él los busca en la orilla y les hace cosquillitas con los siete tentáculos que aún le quedan. 
Algunos niños se ríen de él porque dicen que tiene la cabeza muy gorda, pero a él no le importa porque sabe que los niños son juguetones y siempre tiene ganas de hacer bromas, aunque, a veces, estas tengan poca gracia. 
Y así que, ya sabes Ana María, cuando vayamos a la playa, si te portas bien y te comes toda la comidita, el pulpo Roque vendrá a jugar contigo y te hará cosquillitas en los pies. 
Y colorin, colorado, el cuento del pulpo Roque se ha acabado.

viernes, 27 de enero de 2017

El muro


Los muros, siempre los muros... El único muro medianamente decente que conozco es el ya mítico disco de Pink Floyd; los demás acaban engrosando la bochornosa lista de muros de la vergüenza. Aunque, por fortuna, antes o después, todos acaban cayendo. La Gran Muralla China se ve desde el espacio exterior como una gran cicatriz sobre la faz de la tierra. Los muros son cicatrices que nacen de la mente de personas retorcidas y rabiosas que, a la primera de cambio, echan espumarajos y bilis por la boca. Cayó el Muro de Berlín y los jóvenes, de uno y otro lado de la dividida Alemania, lo rompieron en mil pedazos, y se abrazaron, y lloraron, y se volvieron a emborrachar juntos como si nunca los hubiesen separado.
Por el camino que vamos, los Derechos Humanos pronto serán papel mojado; un recuerdo melancólico y romántico de lo que pudo haber sido y no fue. Y lo mismo les pasará a los Derechos Universales del Niño. Y los Derechos de la Mujer. Y a las medidas contra el cambio climático. Y posiblemente se vuelvan a cerrar periódicos, a acallar emisoras de radio, a quemar libros, a romper los cristales de negocios de extranjeros. El progreso y la justicia social han echado el freno de mano activado por una miríada de granjeros gringos que cuando sienten que alguien se acerca a su rancho, antes de preguntar quién va, sacan la escopeta por la ventana y se lían a pegar tiros. 
He de reconocer que nunca me gustaron los abusones de patio de colegio, y mucho menos sus aduladores.
O esta humanidad deshumanizada recupera su cordura o, de lo contrario, tendremos que prepararnos para convivir entre muros, fusiles y gobernantes analfabetos con cara de matón de barrio y escaso gusto para la peluquería. De hecho, como en los tiempos oscuros de la Santa Inquisición:"la tortura es algo necesario" -ha dicho el recién estrenado Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. 
¿Habrán sacado a Donald Trump de una máquina del tiempo?
La que se nos viene encima como no le echemos bemoles...

jueves, 19 de enero de 2017

Los sueños de Helena


Helena es una de esas chicas de la que cualquier hombre, en edad de merecer, se podría enamorar si tuviera la fortuna de encontrarse con ella dando un paseo por Kiev. Tras acabar sus estudios universitarios, y haber perfeccionado varios idiomas, siente que está llegando a la plenitud de su vida observando con suma incredulidad la realidad que la rodea y el actual conflicto identitario que le ha caído encima desde que los rusos tomaran la decisión de anexionarse la Región de Crimea. A estas alturas del relato es necesario aclarar que Helena es fruto de un matrimonio mixto, padre ucraniano y madre rusa, de los muchos que hay tanto en Ucrania como en el resto de las Ex-Repúblicas Socialistas Soviéticas. Queda patente durante nuestra inesperada conversación como sus raíces familiares estaban más arraigadas a la realidad de la extinta Unión Soviética que a la renacida nacionalidad ucraniana. Hasta hace unos años su identidad no estaba en tela de juicio, sin embargo, ahora se enfrenta a una situación anómala que le está generando un gran conflicto interno: ¿Con quién alinearse en está bélica disputa entre sus dos realidades identitarias, con Ucrania o con Rusia? ¿Es Rusia, como heredera de la antigua URSS la que hostiga a Ucrania, o lo hace Rusia como defensora de los bastos intereses de su oligarquía? ¿Es real, o no, el apoyo del ochenta por ciento que el pueblo ruso profesa a su expansionista líder según las encuestas de popularidad que se publican allí? ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? Y sobre todo: ¿Quién sale ganando de este conflicto  tan incomprensible?
Evidentemente, todo este movimiento geopolítico es tan indescifrable para ella, como para el resto de los mortales, debido al enorme trabajo propagandístico que despliegan las partes en litigio.
Helena, pese a que en todo momento se muestra muy prudente en sus declaraciones, me cuenta que, bajo su modesta opinión, el gobierno ucraniano, antes de haber solicitado la incorporación a la Comunidad Europea, debería de haber convocado un referéndum para que esa decisión, tan importante y tan trascendental, la hubiera tomado democráticamente el pueblo ucraniano. Helena, como tantas y tantas personas en Ucrania, sueña cada día con el cese definitivo de las hostilidades y con que las partes recuperen el diálogo y el entendimiento que siempre hubo entre las dos naciones que conforman su identidad y que, en estos últimos años, tantas y tantas veces ha visto y sentido vapuleada.

domingo, 15 de enero de 2017

Invasión extraterrestre


Las escamas de mi piel necesitan hidratación. Desde que me convertí en un lagarto no he vuelto a tomar café con leche. Eso es lo que más me molesta de esta inesperada metamorfosis. Por lo demás, lo voy llevando con dignidad. De nada me serviría quejarme. Abundan por aquí las lagartas con delantalitos blancos como las de los versos de García Lorca. Yo, por el contrario, voy sin nada. Al menos me gustaría llevar un taparrabos, como llevaba Tarzán, para cubrir mis partes nobles, pero mientras miro la oquedad en la que se ha convertido mi entrepierna, me doy cuenta de que eso es tan sólo una reminiscencia de mi yo anterior y que ya no tengo nada que cubrir. En cuanto a la alimentación, lo que más me gusta de mi nueva dieta son los saltamontes, y lo que menos las cucarachas. Y no es que tenga nada contra las cucarachas como aporte proteínico pero es que se repiten demasiado y me producen acidez. Tomar el sol es una de mis nuevas obligaciones. Pero no tomar el sol en cualquier sitio, no. No soy de esos lagartos imbéciles que antes atropellaba con el coche, no. Yo soy un lagarto de Spa, de rayos UVA, y lo de que tengo falta de hidratación me lo ha dicho la responsable del gabinete de belleza reptiliano que han instalado justo al lado de donde cayó el meteorito que causó todo este desbarajuste. 
Desde que impactara ese bólido en pleno Jardín de Floridablanca, hasta que nos fuimos convirtiendo todos en lagartos, no habrán pasado aún ni dos semanas. A mí me han elegido para llevarme a su planeta; por eso, antes de partir, me están dando un poco de lustre a base de largas y desesperantes sesiones de belleza. Dicen que es necesario para que cause buena sensación en los que mandan por allá arriba, y yo como nunca fui persona, ni ahora soy lagarto, que guste de generar problemas, me asoleo y aquí paz y después gloria. No llevo demasiado bien esto de arrastrarme, pero soy feliz porque en ese otro mundo al que me quieren llevar para exhibirme ante su corte, me han dicho que voy a contar con un harén de novecientas lagartas vírgenes para mí solito. Así que, por mucho que los rayos UVA me estén provocando cierta deshidratación, creo que el sacrificio valdrá la pena. Allí, con tanta novia a la que atender, si que se me va a irritar la pelleja; por eso, y aunque costaban un ojo de la cara, me he comprado todas las cremas que me ha vendido la esteticista. Siempre fui un cliente facilón.

sábado, 14 de enero de 2017

En memoria de Zigmunt Bauman


Ahora que estoy llegando a Londres en un vuelo de Norwegian, embutido en ropa interior térmica, y ansioso por tomar otro avión que me deposite en Kiev, reflexiono sobre todo lo que representa para mi la muerte del irrepetible pensador polaco Zigmunt Bauman.
La humanidad, esa masa sólida y compacta que come y defeca varias veces al día, si es que acaso consiguen llevar a cabo alguna de las dos cosas, y que cuenta con siete mil quinientos millones de cerebros misteriosamente conectados, cuanta con auditores, mucho menos conocidos que Cristiano Ronaldo o que Shakira, pero que, sin embargo, como faros, nos iluminan con su luz por el camino de sombras sobre el que hemos decidido transitar.
Bauman era el gran crítico entre los críticos sobre el sistema social imperante y sobre el porvenir que les espera a las generaciones futuras. Hablaba, en sus sabias reflexiones, sobre la zozobra mental que están generando las nuevas tecnologías. La realidad virtual como sustituto de la vida real está generando una vida sin los pies en la tierra, una existencia de ficción como válvula de escape de una realidad deshumanizada en la que se anteponen la productividad y el consumo desaforado frente a los valores fundamentales que, hasta la fecha, nos habían ido proporcionando un desarrollo social con ciertos valores y relativamente humanizado.
La deriva involucionista de la última década como resultado de crack económico y financiero ha agudizado enormemente las diferencias sociales, ha arrastrado a las clases medias y bajas hacia una pérdida cuantiosa de derechos, oportunidades y poder adquisitivo. Las personas con estudios universitarios que trabajan lo hacen por salarios muy por debajo de sus aspiraciones. La mano de obra menos cualificada recibe salarios infrahumanos. La juventud ha dejado de creer en las instituciones y en el modelo social y económico y, frente a ese escenario apocalíptico, en lugar de protestar y promover espacios de reflexión y de diálogo que pongan remedio y cordura ante tanta sinrazón, nos deprimimos porque en nuestra última publicación en Facebook, en la que, por cierto, subimos la fotografía de una hamburguesa a medio engullir, tiene menos Me gustas que la foto de la paella que subió el domingo pasado nuestro cuñado.
Y Bauman denunciaba, antes de morirse el otro día ya de viejo y por agotamiento, que no íbamos por buen camino.
Yo voy camino de Kiev en busca de mi futuro y Bauman va de camino hacia la eternidad. Al menos le deseo que pase menos frío del que yo, a buen seguro, voy a pasar por las gélidas tierras ucranianas.
Gracias por todo, viejo Bauman. Grande entre los grandes. Conciencia de nuestra inconsciencia. La "modernidad líquida", tras su muerte, en lugar de congelarse como yo, ha comenzado a hervir.

viernes, 6 de enero de 2017

Carta de un niño enojado a los Reyes Magos


Distinguidos Reyes Magos:


El motivo de mi reclamación es muy clara: No me han traído nada de lo que les pedí y quiero que vengan a recoger todo lo que, entiendo que erróneamente, me dejaron.
Me regalaron un alzamiento social en México con muertos y saqueos por toda la República y quiero que cesen.
Les pedí paz y juguetes para los niños de Siria y más y más guerra me trajeron.
Me dejaron más mamás asesinadas por sus maridos y les pido que, de una vez por todas, acaben con la violencia de género, tal y como en mi carta les solicité.
Han traído un presidente equivocado a los Estados Unidos de América y les ruego encarecidamente que lo cambien por otro con más coherencia y un poco más de humanidad.
Han traído más diferencias sociales, más xenofobia, más homofobia, más intransigencia, más radicalismos, más guerras, más sufrimiento. ¿Pero en qué estaban pensando sus Majestades de Oriente cuando leyeron mi carta?
Por favor, llévense esa mierda de tableta y esa camiseta del Real Madrid, y concédanme lo que, año tras año, les vengo pidiendo. Creo que todos los años confunden mi carta con la de mi papá.
Y si no piensan hacerme caso, no vengan ustedes más por aquí.
Espero que tengan a bien atender a mi reclamación.
Atentamente.
Un niño muy enojado.

martes, 3 de enero de 2017

El abuelo de la Heidi



Imagínense por un momento, si es que fueran capaces de hacer ese pequeño ejercicio de abstracción tras tantos días de excesos, que les brindaran la oportunidad de disfrutar este año nuevo siendo otro y sin pegar un palo al agua. 
Sí, lo sé, no es moco de pavo el ejercicio que les propongo pero, por favor, dejen que vuele un poquito su imaginación...
A ver, para dar ejemplo empezaré yo. ¿A quién me gustaría suplantar a mí? ¿A alguien famoso? ¿A alguien asquerosamente rico? ¿A alguien insultantemente guapo? ¿A un portento del deporte? ¿Al negro del Wasap? No sé...para gustos, colores.
Por muchas vueltas que le estoy dando, no sé qué opción me vendría mejor para pasar un año como Dios.
¿A quién han elegido ustedes? ¿A qué no es nada fácil el ejercicio?
Yo, más perdido que Carracuca, ya me he zampado cuatro polvorones, y me he bebido sus respectivas copas de cava como acompañamiento, y aún no doy con la tela.
Esperen...Parece que ya me viene...Me voy a echar otra copichuela de cava a ver si así...¡Ya! ¡Eureka! ¡Ya lo tengo! Este año quisiera ser el Abuelo de la Heidi. Estar allá en lo alto, en una cabaña en los Alpes, con los perros, con las cabras, con las ovejitas, con el fuego siempre encendido, sin prisas, sin cobertura, sin reuniones pendientes. Eso sí, siempre con una olla humeante repleta de caldo con pelotas.
¿A qué mola, eh? ¿Y ustedes? ¡Sí, usted que me lee circunspecto y ensimismado en su habitual soliloquio! ¿En la piel de quién le gustaría pasar un año sabático?