jueves, 31 de diciembre de 2015

Ana Maria y el piano


El piano, y los canarios, y los peces, y los cuadros. Mi pequeña Ana María abría los ojos como platos mientras mi amigo, el pintor Carlos Pardo, interpretaba, para nosotros, una pieza de Johan Sebastian Bach. En su taller, Carlos ha creado su nuevo microcosmos en el que pinta tocando y toca pintando, mientras, de fondo, cantan sus pájaros y sus peces rojos bailan un vals. 
La rotundidad de sus cuadros, la fuerza de sus pinceles, el compás de su música, y su sabia dialéctica denotan, rápidamente, que estamos ante alguien muy especial. Mi hija lo observa, atenta, como cuando mira los dibujos animados de Peppa Pig. Alguien que ha sido capaz de encontrar, en lo más profundo de su propio ser, la esencia que une a los humanos con su entorno, con su medio, con el dominio más absoluto de la creatividad, te atrapa con una invisible aureola de magnetismo. A los dos minutos de estar ante su presencia, ya giras, inconscientemente, alrededor de él, como todo satélite gira, cautivo, alrededor de su planeta.
Su relación con la naturaleza, la eterna búsqueda de los límites de sus propias capacidades, nos llevan a entender que toda dificultad es la antesala de la grandeza, y que la grandeza, más allá de convertirnos en dioses, nos debería transformar en seres especiales, humildes y sencillos, felices y generosos, a ser como es él.
Por todo eso, antes de que acabara este maravilloso año, en el que la vida me ha dado tanto, quería que mi hija hiciera su primera visita a Carlos, pese a que mi amigo anda ultimando los preparativos de su próxima gran exposición que tendrá lugar, en unos días, en el Palacio del Almudí de Murcia.
Una visita que, pese a que Ana María tan sólo tiene tres meses, no la dejó indiferente. Y mucho menos a mí.

domingo, 27 de diciembre de 2015

El hombre con suerte


Ana María se ha dormido escuchando a los Rollings Stones. No sé si eso será muy propio de la ortodoxia navideña pero a ella le ha ido genial. Pese a las fechas que estamos, el día está soleado, con un ligero dorado, tirando a rubio. Yo he aprovechado su descanso para inventarme unas pochas con magret de pato y unas judías verdes que ya tenía cocidas, una receta tanto fruto de mi imaginación como de mi aprensión a los libros de cocina.
La olla bulle, mientras les escribo y velo a Ana María. Los huecos temporales ahora adquieren más relleno, más densidad, un sentido mucho más utilitario. Y se agradecen. 
Mientras el pato y las pochas dirimen sus discrepancias, a fuego lento, otro año llega a su fin. Todo tiene un principio y un fin. Y yo velo y cocino, a fuego lento, haciendo un repaso mental al año que ahora termina. 
El pato ha terminado en mi olla. Las judias verdes, que deambulaban por el frigorífico hace varios días, han terminado maridando un guiso de pochas. Y yo he terminado criando de nuevo.
Hago balance. Sumo y resto. Errores y aciertos. Sonrisas y lágrimas. Idas y venidas. Nuevas fronteras. Nuevos sueños. Nuevos retos. 
Una collalba negra me mira desde lo alto de la valla que separa mi casa del resto del mundo. La ardilla hace semanas que ya no hace equilibrios por ahí, y tal vez esté invernando en el hueco de algún pino carrasco. Las tórtolas siguen emparejadas. Los abejarucos ya se marcharon a África. Los perros del vecino ladran para hacer acto de presencia en este relato. Por mi mente pulula la reunión general del próximo día treinta. Transita, sin control, el imaginario devenir del año próximo. De nuevos guisos inventados. De nuevos destinos. De gobiernos por descubrir.
Ana María ya se mueve y lloriquea pidiendo atención. El guiso ya huele a hecho. El año ya se termina. Todo acaba para comenzar de nuevo. Gracias a la vida y a todos los dioses que la manejan. Como decía mi madre, que ya no está entre nosotros, soy un hombre con suerte. Por lo visto, con mucha suerte...

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Merkel Secret



En un recóndito paraje Finlandés debió de sonar un teléfono. Aunque, al parecer, no sonó.

-Oiga: ¿es ahí la oficina de Papá Noël?
-No, se ha equivocado, esto es la antigua sede de Nokia.
-¿Y ahora qué es? Si se puede saber...
-Una fabrica de fajas de señora.
-¿Y qué marca tienen esas fajas?
-Merkel Secret.
-¿En serio?
-Como lo oye.
-¿Y se venden bien?.
-Divinamente.
-¿Y no podría darme el teléfono de la oficina de Papá Noël?
-Claro, mi cuñada trabaja allí, pero: ¿no será para hacer alguna petición de última hora? La sección de peticiones ya cerró el domingo pasado.
-Es que a mi sobrina le he prometido una Barbie Letizia, pero, por esperarme tanto, ya no quedan en ningún sitio.  
-Pues yo le doy el número si quiere, pero creo que se queda usted sin su Barbie.
-No, ¡por el amor de Dios!, mi sobrina me mata. 
-¿A su sobrina no le iría bien una faja? Las tenemos en oferta: comprando una faja Merkel Secret, por cincuenta euros, le regalamos un gorrito de Papá Noël y una lata de paté de alce.
-Pero mi sobrina tiene diez años. ¿Para qué iba a necesitar ella una faja?
-¿Y su esposa? 
-Mi esposa no sé...Pero yo llamaba por lo de mi sobrina.
-Sí,sí, estamos de acuerdo, pero: ¿le ha comprado usted ya el regalo de Navidad a su esposa?
-No, aún no le he comprado nada.
-¡Me lo imaginaba! Entonces no lo piense más y regálele una Merkel Plus que deja el culo como el de la Jennifer López.
-¿En serio?
-En Merkel Secret siempre hablamos en serio, caballero. ¿Qué talla de pantalón usa su esposa?
-Creo que la cuarenta, o la cuarenta y dos.
-Ok. Entonces sería una S. ¿Me da sus datos para hacer el envío? En menos de cuarenta y ocho horas la tiene usted en casa. 
-Pero yo lo que quería era comprar la Barbie Letizia para mi sobrina. Mi esposa no usa fajas...
-¿Su esposa tiene el culo de la Jennifer López?
-¡Qué más quisiera yo!
-¿Y sabe por qué no?
-Nunca me lo he preguntado.
-Pues porque no usa la faja Merkel Secret.
-Es que no sé si le va a gustar ese regalo.
-No piense en eso. Piense en lo mucho que usted va a disfrutar, a partir de ahora, cuando la vea subir las escaleras, y lo bien que van a quedar los vestidos y los pantalones. Piense en la pasión que va a recuperar su relación. Piense en la envidia que le van a tener todos sus vecinos. Además, por diez euros más le enviamos también un picardías rojo para su fiestecita privada de Nochevieja. ¿Qué más se puede pedir?
-Perfecto, pues envíemelo. ¿Y desde Finlandia llega a Murcia en cuarenta y ocho horas?
-No señor. No estamos en Finlandia, estamos en Móstoles. ¿Ha marcado usted el prefijo de Finlandia?
-Pues ahora que lo dice...
-Tome nota, el prefijo de Finlandia es el +358.
-¿Y cree que allí me podrán ayudar con lo de mi sobrina?
-Sinceramente, yo creo que no.
-¡Me mata mi sobrina! Por cierto: ¿No me dijo que su cuñada trabajaba en la Oficina de Papá Noël? 
-Así es, mi hermano y su mujer se fueron a trabajar a Finlandia hace seis años.
-¿Y cómo les va por allí?
-Bien, ganan un buen sueldecillo, pero pasan un frío de mil demonios.
-Claro, todo no se puede pedir.
-Bueno, caballero, en cuarenta y ocho horas tiene usted su regalo en casa. Le cuelgo, que parece que se ha vuelto a equivocar otro. Saludos.

lunes, 21 de diciembre de 2015

El rugido de los mercados


A menos de que hayan pasado veinticuatro horas desde que el pueblo español se expresara libremente en las urnas, los mercados ya rugen ofendidos. Los mercados tienen un gusto tan exquisito que no entienden de bocatas de chorizo de Hacendado ni de patés de La Piara. Ni de bancos de alimentos. Ni de salarios de seiscientos euros por currar diez horas diarias. Mientras ellos observaban, en la lejanía, con una copa de Champán francés en la mano, o un Riesling bien fresquito, los españoles, equivocados, votábamos en busca de una vida más digna que la que proporciona un contrato laboral de una semana.
La expresión del pueblo español ha ofendido al gran hacedor. El sindicato obrero, que es España, ha cabreado a su gran Jefe "mercado". La prima de riesgo amenaza. Los prestamos ya se resienten. La caja de nuestras pensiones vuelve a temblar. Un sistema económico perverso agoniza calentando el planeta y esclavizando a los pueblos. 
La democracia y la libertad de nuestro país, para algunos, no es plato de buen gusto. La única libertad que se nos consiente es para producir barato, ahorrar en costes sociales, privatizar todo lo público, liberar de obligaciones a las grandes corporaciones supranacionales, que son las que manejan el gran mercado, y someter a las pequeñas y medianas empresas hasta que vayan sucumbiendo por su propio pie. 
El neoliberalismo salvaje ha pulverizado a la socialdemocracia hasta hacerla picadillo. Europa, ese sueño bucólico, es ahora un ente gris y maquiavélico, que presta dinero a cambio de chuparnos la sangre. 
No sé si ese proyecto común que hace unos años tanto entusiasmaba a los españoles llamado Europa, tiene remedio o es ya tan sólo papel mojado. 
Lo que sí ha quedado patente es que la gente está dispuesta a cambiar las cosas para recuperar su dignidad cuando las instituciones han dejado de ser dignas. La soberanía de los pueblos, de los ciudadanos, debería estar por encima de intereses particulares, de no ser así, los mercados podrían terminar quedándose sin clientes, y el sistema, que tan pingües beneficios está ofreciendo a unos pocos, morir de éxito. Espero que los políticos sean capaces de volver a equilibrar la balanza de la justicia social. Necesitamos políticos que gobiernen para la ciudadanía. En España siempre soñábamos con una Europa unida y justa. Los resultados de estas elecciones deberían de servir de test para el resto de la Unión Europea, los habitantes de la cuarta economía de la zona euro así lo están avisando.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Cámara Café: Navidades electorales


-Hola Borja. ¿Cómo va todo?
-Divino. Estoy reflexionando a más no poder.
-¿Y eso? ¿Te has hecho budista?
-No, tío. ¿No sabes que hoy es la jornada de reflexión?
-¿Y sobre qué reflexionas?
-Sobre quién quiero que gobierne mi país.
-¿Qué país?
-España, ¡coño!, que pareces tonto.
-Oye, oye, sin faltar, que yo no entiendo de política.
-Pero luego bien que votas a los que votas.
-¿Quién yo? Pero si yo no he votado en mi vida.
-Pues, peor aún...y luego te andas quejando.
-¿Pero si yo no me quejo de nada? Bueno sí, cuando pierde el Atleti.
-Dicen que el Chelsea quiere fichar al Cholo Simeone.
-¡No, por el amor de Dios! Si se va el Cholo se hunde el Atleti.
-¿Lo quieres solo o cortado?
-Solo, por favor.
-¿Y tú, a quién vas a votar?
-Mis ideales políticos los guardo siempre en el ámbito de lo privado, pero nunca falto a una cita electoral. Creo que es mi deber como ciudadano. Es mi compromiso con España.
-Me estas haciendo sentir mal por no ir a votar.
-No era mi intención, pero no votar es como renunciar a un derecho.
-He oído que le han pegado un puñetazo al presidente, y, además, en su ciudad.
-Sí, parece que ha sido un joven, menor de edad, pariente lejano de su esposa.
-Joder. Nadie es profeta en su tierra.
-Ni que lo digas.
-¿Y qué le vas a pedir este año a los Reyes Magos?
-Un libro y un perfume.
-¿Algún libro en concreto?
-Cuentos completos, de Marcel Schwob.
-Creo que tú lees unas cosas muy raras.
-Puede que sí, por eso no me gusta la política. Los políticos son unos cuentistas muy malos. Me aburren. ¿Y tú que la vas a pedir, Borja?
-Un gobierno fuerte y estable, como España se merece.
-Y tú erre que erre con la política...
-Es que estoy reflexionando, joder, y tú no paras de molestar.
-Pero si yo tan sólo quería tomar mi cafelito.
-¿Sabes?: todos los que leéis mucho votáis al Coletas. 
-¿Y quién te ha dicho eso?
-O al malhablado del PSOE, que se ha pasado toda la campaña gritando muy excitado porque nadie le hacia caso.
-No voto, cómo quieres que te lo diga.
-Seguro que votas al Garzón, o al Coletas...
-Y dale..pero qué maniático. ¡Qué no voy a votar! ¿Cómo quieres que te lo diga?
-Seguro que, a última hora, te arrepientes, y vas y les votas.
-¡Qué no, Borja!. En serio, dime: ¿qué le vas a pedir a los Reyes Magos?
-Ya te lo he dicho antes: ¡Un gobierno fuerte y serio!
-¿Sólo eso?
-¿Te parece poco?
-Qué aburridos sois los tuyos...Siempre con la misma cantinela.
-Bueno, Manolo, ya hablaremos el lunes.
-Si ganáis otra vez, pagas tú el café ¿de acuerdo?
-Perfecto. ¿Y si no ganamos?
-Jajaja. Lo pago yo.
-¡Ves cómo los vas a ir a votar! Estoy seguro...
-¡Y dale Perico al torno...!

jueves, 17 de diciembre de 2015

Rueda, rueda, y rueda



Un libro se acaba y otro comienza. Falta muy poco para dar por finiquitado un año y el otro se acicala, esplendoroso, como todo lo nuevo, como todo lo que está por descubrir y mantiene el encanto de lo desconocido. 
La vida. La vida pasa a golpe de calendario Pirellí. Vueltas y vueltas infinitas de astros en el cosmos. Biología cíclica. Ruedas que no paran de rodar. Rutinas alineadas en caminos invisibles, que nos arrastran, hacia la invisibilidad. 
Ayer, en el hospital, me di cuenta de que todos somos una misma cosa. Miré nuestros rostros envejecidos, vidas en marcha, decrépitas, precipitándose al vacío.
Estar o no estar. Ser o no ser. Eternas preguntas que no han cambiado desde las cavernas a los centros comerciales. Movimientos espasmódicos, impulsivos, predeterminados, ausentes en su presencia, controlados en su descontrol. Vidas replicadas. Luchas silenciosas por la supervivencia. Pulsos constantes. Guerras lejanas y cercanas. Caminos transitados, como venas de un enorme cuerpo con millones de cabezas. Espermas bulliciosos en busca de su óvulo. Óvulos en busca de un no se qué. Soles que alumbran un nuevo día. Tránsitos que no cesan. Carreteras atascadas. Frigoríficos que se llenan. Langostinos que se descongelan. Fiestas que se preparan. Vidas empujadas por una inercia desconocida, casi nuclear, que buscan los científicos en cuevas kilométricas subterráneas con máquinas de difícil comprensión para los que no entendemos de nada. Otros rezan a sus dioses. Otros se los inventan para hacer caja. El año que termina me trajo a Ana María. Y eso supera todo lo demás. Cercano o lejano. Mundano o divino. La vida está dentro de nosotros. Todo lo que buscamos afuera está dentro de nuestra cabeza. La ceguera es lo que nos pierde, tal vez por llevar demasiado tiempo buscando respuestas mirando hacia los astros, en una especie de un brindis al sol.
Las urnas esperan sobres hambrientas de futuro. El bombo de la lotería, bien engrasado, da vueltas buscando ganadores. Los niños de San Ildefonso ya afinan sus gargantas y planchan sus trajes. El calendario anhela un nuevo estreno con una modelo sueca en topless. Todo termina y todo comienza. Rueda, rueda, y rueda.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Para llegar al otro lado


Para llegar al otro lado, según Vladímir Lórchenkov, un moldavo que se gana la vida la mar de bien escribiendo, hace falta mucho, pero que mucho, valor. En su libro "Para llegar al otro lado", publicado por Ediciones Nevsky, ironiza sobre las peripecias que los moldavos tienen que soportar para llegar a ese otro lado del mundo, en el que la gente puede tener alguna opción de conseguir una vida digna. Ese lado del mundo es, con toda seguridad, en el que vivimos usted y yo como si no costara. 
Moldavia es uno de esos países olvidados del continente europeo, que la mayoría de la gente no sabría ni situar en el mapa, cuyos habitantes tienen que resignarse a emigrar -principalmente a Italia-, si aspiran a ganar algo más de doscientos euros al mes. Y tener una casa medianamente confortable. Y un coche utilitario de segunda mano. Y una sanidad. Y una educación. Los moldavos, como el resto de los mortales, quieren lo mejor para sus hijos y comer caliente tres veces al día.
Pensándolo bien, todos queremos llegar al otro lado. Todos tenemos ese Nirvana en nuestra mente. Ese lugar, esa situación, esa fantasía liberadora, ese espacio de conquista que se nos resiste, que se nos enquista, y que nos hace vivir a la espera de un algo que nunca llega a materializarse, y que es inherente al género humano, a nuestro inconformismo, y a nuestro instinto de supervivencia.
No hay cosa que más respete que a un inmigrante. Admiro su valentía: en la mayoría de las veces se van sin tan siquiera conocer el idioma del país de destino, caen en manos de mafias que los despluman, los engañan, los violan, los maltratan, y al final de todo ese Vía crucis consiguen llegar hasta nuestras calles para limpiar la mierda que nosotros no queremos limpiar, cuidar a nuestros ancianos a los que nosotros no queremos cuidar, servirnos de comer por unos salarios que nadie aquí estaría dispuesto a aceptar, construir nuestras viviendas, a bajo coste, para que se forren los constructores y los bancos, cultivar nuestros tomates, o hacer lo que sea, en oficial o en negro, para poder enviar un giro al mes a sus padres, los cuales se han quedado al cuidado de sus hijos, que se quedan solos sin entender muy bien los motivos de la ausencia de sus progenitores. Los niños no entienden de economía, solo de afecto.
En el libro, que les recomiendo, un tractor puede acabar convertido en un aeroplano, o en un submarino. Un Pope puede organizar dos cruzadas ortodoxas contra la hereje Italia. Cualquier idea, por rocambolesca que parezca, puede ser la definitiva para llegar al otro lado. Nada se pierde cuando todo está perdido.
En clave de humor, Vladímir Lórchenkov, nos intenta humanizar a los inmigrantes frente a esa malévola corriente ideológica que pretende deshumanizarlos y criminalizarlos. Los inmigrantes no son nuestros enemigos, son nuestros aliados. Ellos necesitan de nosotros y nosotros de ellos.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Wi-Fi gratis


Para intentar conectarme gratis a la Wi-Fi del Aeropuerto de Barcelona, por lo único que no me han preguntado ha sido por la talla de mis calzoncillos. Al final de tan colosal interrogatorio, digno de la KGB, no me he podido conectar porque tenía que responder otros diez cuestionarios, esta vez de los distintos sponsors de la red.
Así que les escribo, sin Wi-Fi, como un cantante cantando a capela, observando el continuo despegue de aviones de todas las banderas y mirando la cara, de miércoles por la mañana, que tiene un tipo que está frente a mí disfrutando de la ventajas de la Wi-Fi gratuita del Aeropuerto de Barcelona, y de las ofertas que le han remitido sus sponsors de cara a la navidad.
Viajo a Minsk, con la incertidumbre por montera. La azafata de Vueling se ha percatado de que a mi DNI electrónico se le ha desprendido el chip, y me ha advertido de que sin él no me dejarán en entrar en Polonia. Le he comentado que en Varsovia, Artur me entregará mi pasaporte con el visado de Bielorrusia. Ella me ha dicho, con cara de pocos amigos, que no conoce a Artur y que nunca ha estado en Bielorrusia. Yo le he respondido, compungido, que eso era imposible. Le he explicado que a mi amigo Artur, entre otros cargos, se le conoce en todo el mundo por ser el representante del Dalai Lama para las Ex-repúblicas Impúdicas de la extinta Unión Soviética, que habla seis idiomas correctamente, y varios a medias , y se ha presentado seis veces, sin éxito, para representar a Polonia en el festival de la canción de Eurovisión.
De cualquier forma -me ha aclarado la azafata- puede ser que no le dejen entrar en territorio polaco, por mucho que su amigo Artur se relacione con asiduidad con la diplomacia cosaca, hable más idiomas que en la ONU, y cante peor que un burro en chancletas.
Así que les escribo sin Wi-Fi, y amenazado de destierro, observando el despegue continuo de aviones de todas las banderas, y mirando la cara de miércoles por la mañana que tiene un tipo que no sé por qué narices no para de sonreírme.
Ligar sin Wi-Fi, en el Aeropuerto del Prats de Barcelona, observando los aviones de todas las banderas durante su violento despegue, amenazado en un limbo aeroportuario, con un tipo cariñoso que tiene cara de miércoles por la mañana, hace que me encomiende a San Artur de Varsovia, como Curro Romero se encomendaba a la Virgen de Triana antes de salir al ruedo. Yo, al morlaco lo tengo delante y no para de hacerme carantoñas.
Los viajes, en ocasiones, comienzan de manera inesperada, como cuando por la mañana te preparas la tostada y, cuando la tienes lista, te das cuenta de que no hay mantequilla. Esos contratiempos, no se si a ustedes, a mí me ponen de los nervios, y esto afecta mucho a mi colon irritable y mi hígado graso. 
El tipo me seguía sonriendo sin importarle, lo más mínimo, mis problemas hepáticos, y mi desconexión a Internet, tal vez más interesado en mi talla de calzoncillos que el sponsor al que me remitía la Wi-Fi gratuita a la que yo no había podido acceder, por mi consabida torpeza con las nuevas tecnologías, y él sí.
El tipo de la sonrisita floja, envalentonado ante mi notorio desconcierto, me preguntó algo en inglés, con acento andaluz, por lo que dilucidé que podría tratarse de un gibraltareño dedicado al blanqueo de capitales, o quién sabe si a algo peor.
Le advertí de que soy un cateto, y que hablo tan sólo el dialecto de mi pueblo. A lo que él, como un androide, no paraba de repetir:
-¿Pueblo? ¿Pueblo?
-Sí, soy de pueblo. ¿Pasa algo?
-My gustar pueblo -dijo el ligón mañanero, como lo hacía Doña Croqueta en el  mítico Un, dos, tres.
-¿Qué pueblo? -le pregunté.
-Yes, pueblo -respondió el guiri.
-¡Pero que yes pueblo ni qué niño muerto!
-Speak English?
-¡Qué no, coño!¿Cómo quieres que te lo diga?
-Excuse me -me murmuró con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho.
El conquistador aeroportuario se acabó mosqueando. Creo que se dio cuenta, por fin, de que yo no era lo que él andaba buscando. Se percató de que yo soy un triste pasajero heterosexual, al borde de un ataque de nervios almodovariano, sin chip en su DNI, y que no contaba, entre mis aspiraciones más cercanas, con tener sexo salvaje en un lavabo a primera hora de la mañana. Mi única ambición, como el resto de pasajeros, era la de llegar sano y salvo a mi destino, sin Wi-Fi gratuita, contemplando el despegue incesante de aviones de todas las banderas, como un niño mira el vuelo de una cometa, o un jubilado mira ensimismado una obra en plena calle.
Cuando ya me despedía, para evitar con ello males mayores, el tipo, mirándome fijamente, me preguntó:
-You are Artur?
-¡Qué no, coño! ¡Qué no sé inglés! Es que ya le hacen hablar mal a uno, joder.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Esmeralda Torres o el arte sinuoso


He puesto un poco de jazz para hablarles de la artista mexicana Esmeralda Torres (Santiago de Querétaro, 1978). Se lo debo a ella y al destino. Aunque pensándolo bien, todos le debemos algo al destino. Siempre debemos algo a alguien. Tener asuntos pendientes nos hace modernos, contemporáneos, como el arte que persigue Esmeralda en sus noches de insomnio, allá por su México lindo, que también es el mío. 
Enfrentarse al arte es un acto supremo de valentía. La creación, el hecho de crear, es como un parto con dolor que siempre viene de nalgas. Ella sufre con sus pinceles como yo sufro, silente, frente a mi teclado. La cuestión es sufrir. Gozar en una especie de epifanía, ensimismados, en busca de ese golpe de gracia que provoque que alguien nos entienda, que alguien disfrute de lo que hacemos, o que alguien nos rescate con su condescendencia. 
Esmeralda Torres cumplió su promesa. Me cambió una de sus obras por un collage de los míos, que, por el camino, en pleno vuelo tal vez, se clonó y llegó a México multiplicado por dos, en una especie de milagro multiplicativo como en las Bodas de Caná. Ella fue, tal vez por la edad, más rápida que yo. Al poco de haber aceptado el trueque que le propuse en este blog, dando prueba con ello de su generosidad, recibí su sobre. Un sobre enorme, lleno de sellos de México, que me trasladó, ipso facto, a mi infancia, en la que me escribía, por afición, con gentes de medio mundo. En aquella época, sin Internet, el buzón era para mí la parte más importante de mi casa. Todos mis sueños y todas mis fantasías dependían de la destreza del cartero y de la bujía de su vieja moto. El cartero era el profeta que me anunciaba la palabra de Dios sobre la grupa de una Vespa. Un Dios, diversificado en pasaportes y en religiones, cuyo nexo común era, y sigue siendo, el idioma castellano; al que doy las gracias por acercarme a tanta y tanta gente maravillosa allende los mares. 
Pero yo pretendía hoy hablarles de Esmeralda, y aprovecho desde aquí para felicitar a sus padres por ponerle un nombre tan bonito: "Esmeralda". Yo creo que a sus padres ya les debía de gustar el arte y que ella es tan sólo una extensión mejorada de ellos. 
La obra que me regaló, un pequeño lienzo de 30 x 33 cm, pertenece a la exposición que llevó por titulo "Calas" y que se expuso, en el 2005, en el Museo Regional de Querétaro. 
Qué quieren que les diga: ¡me entusiasmó!. Las calas son aquellos dibujos o marcas que afloran debajo de otros, a modo de segunda piel. En el que ella me regaló, curiosamente, aparecen las reminiscencias de dos peces. Sin saberlo, Esmeralda me mandó la representación de mi signo zodiacal. Soy piscis y dual hasta la médula. Y ella acertó en la elección en una especie de conexión metafísica, e inexplicable, pero que, a buen seguro, ha de tener algún tipo de explicación fuera de la lógica convencional.
Esmeralda Torres se atrevió a dibujar lo tapado, lo escondido, en una especie de rebeldía frente a la superficialidad que tanto nos ahoga a la sociedad actual. Sus pinceles, se enfrentan con sutileza a los problemas cotidianos, hurgan en nuestro pasado para hacer aflorar lo que escondemos tras esas poses felices con las que inundamos los muros de Facebook. En su lugar, ella escarba en los muros de los viejos edificios haciendo aflorar historias muertas, demostrando, con ello, que no lo estaban tanto; que toda muerte tiene una segunda lectura, una resurrección. Esmeralda apostó muy fuerte en esa exposición y, por experiencia puedo decir, que mucha gente no entendería demasiado bien su propuesta expositiva. Esmeralda Torres, en "Calas", intentó ir más allá de lo retórico y lo manido, más allá de lo visible para dibujar lo invisible, en una especie de reto nunca visto en la expresión plástica. 
Gracias por todo Esmeralda. Ahora, esos dos peces invisibles que me enviaste vuelven a recobrar vida. Gracias a tu osadía, vuelven a tener visibilidad y sentido. Mucho sentido...

jueves, 3 de diciembre de 2015

Cuento navideño del caganer


Tengo ganas de escribir un cuento navideño, pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. Hace unos años, en otro de estos relatos de poca monta que escribo, me cargué de un tiro a Papá Noel. El blanco niveo de mi pantalla me abruma y daña mis pupilas. El silencio me corroe. La soledad me abraza como el forzudo abusón que habita en cada patio de colegio. La navidad me pisa los talones, y yo sigo sin saber cómo arrancar este luminoso cuento. La escritura, para mí, es un ejercicio liberador, pero esa libertad la consigo cuando dejo volar mi imaginación, y suelto el músculo baboso de mi cerebro, como Nadal suelta el brazo cuando está en racha y Novac Djokovic tiene paperas.
Nunca tengo suficiente con lo que mi cerebro me ofrece. Por ello, lo provoco, lo contorsiono, lo fuerzo, lo arrastro hacia espacios nuevos, casi abisales, pero que andan ocultos entre nuestra cotidianidad, o entre los escaparates de unos grandes almacenes. Frente a nosotros están, pues, las soluciones. Todas ellas. En fila, como la gente frente a la puerta de Doña Manolita, anhelando ese décimo grandioso que los saque de pobres y, como por arte de magia, haga que la Navidad, por fin, se convierta en la Navidad que siempre hemos soñado y que nunca hemos vivido.
Frente a mí, en este preciso y precioso momento de recogimiento, está la mejor pantalla del mundo sobre la que escribir el mejor relato navideño que jamás se haya escrito, y en los escasos cuarenta centímetros que separan mi nariz del frío cristal iluminado sobre el que escribo, en lo que para los antiguos sería una pizarra infernal, podría escribir algo tan grandioso que mis descendientes vivieran del cuento, nunca mejor dicho, durante toda su vida.
¿Y por qué no lo hago? ¿Qué es lo que me impide alcanzar semejante proeza? Pues, muy fácil: esto es tan sólo un cuento, que ni tan siquiera llega a la altura del que me contaba mi abuela de una tal María Sarmiento, que se fue a cagar y se la llevó el viento. Y me daba mucha rabia que mi abuela Mercedes me dijera eso, aunque, en ocasiones, tengo que reconocerlo, este que les escribe, ponía a la pobre señora para tomar un camino. 
Aún no sé la razón, pero ya me ha sucedido en varias ocasiones, que cuando no sé de qué zambombas escribir me acuerdo de mi abuela, y de mi madre, y de todos aquellos que ya no están. O tal vez sea el hecho de que ya se acerca la navidad, y que no me gusta nada todo este cuento de la felicidad sobrevenida a golpe de tarjeta Visa. Y de regalar por regalar. Y de comer por comer. Y de cantar por cantar.
Esto, que pretendía ser un cuento navideño, es, en realidad, una gran cagada como la del caganer. Y, fíjense por donde, a mi abuela y a mí, esa era la figura del belén que más nos gustaba. Porque en Murcia somos mucho de belenes.

martes, 1 de diciembre de 2015

Gran Vía de Madrid


La habitación en el Sterling es tan estrecha que les escribo con la espalda pegada a la puerta. La wifi va y viene como una marea caprichosa e imprevisible. En la televisión venden máquinas de gimnasia para no hacer gimnasia y adelgazar diez kilos en un mes. Tras la puerta, las maletas suenan histéricas camino hacia mil sitios y a hacia ninguno. Escucho risas y voces nerviosas. Una mexicana quiere ver el Guernica, en el Reina Sofía, y su joven esposo quiere ir al Bernabéu, en lo que podría considerarse como su primer gran conflicto matrimonial. Anoche, el frío estiraba las pieles, y la contaminación nos ennegrecía los pulmones, en una agresión paralela y gratuita en plena Gran Vía de Madrid. 
La vida en la Gran Vía siempre es la misma. Turistas. Compras. Pedigüeños. Tráfico. Paisanos autistas. Colas para ver lo nunca visto. Todo fluye a un ritmo vertiginoso a caballo entre la autenticidad y la ficción. Entre los carteles de grandes musicales al estilo Broadway. My fair lady y El Rey León. En los cines, arrasa Ocho Apellidos Catalanes. En las grandes tiendas lo hace el novedoso Black Friday, que a mí me suena como una gran "fritada" contra nuestras demacradas y estériles tarjetas Visa. Los turistas buscan Primark como los conquistadores españoles buscaban El Dorado. Y yo no sé ni qué busco.
La cuestión es buscar. De niños escarbábamos en la arena como si fuera lo único verdadero y de mayores seguimos escarbando en nuestra rutina con la ambición de encontrar ese no se qué que no tiene ni forma ni contenido. Ese no sé qué etéreo que agudiza nuestra ansiedad y nos hace sentir que no sentimos y que no vivimos lo suficiente. Que no tenemos lo suficiente. Que no compramos lo suficiente. Que no amamos lo suficiente. La vida, nuestra vida, es como esta Gran Vía madrileña, llena de luces y sombras, un escenario cambiante que siempre es el mismo y cuya verdadera diosa es La Cibeles, o el Gernica, o el Bernabéu, o un Big Mac con doble queso.