domingo, 31 de julio de 2011

Quiche Lorraine mon amour







Tengo que reconocer que: cuando en España se hizo popular, en cierto diario de tirada nacional, el Chef Falsarius, me sentí totalmente plagiado.

Luego me he ido dando cuenta, con el paso del tiempo, de que no tengo narices a inventar nada nuevo, pero soy un verdadero artista haciendo sofrito, igual que todos los demás, aunque muchos no lo reconozcan, desde la época de las cavernas hasta nuestros días. Todo lo que hacemos son variaciones, mejoradas o no, de ideas o conceptos que hace miles de años la gente ya esta estaba barruntando.

Cuanto más leo a los clásicos, más entiendo a los modernos, así que, las ideas y sus resultados son como un torbellino increíblemente maravilloso de ida y vuelta.

Mi versión de la quiche francesa es algo así. Me ha dado siempre un resultado fantástico. Este modesto plato para mí representó, sin lugar a dudas, un antes y un después. Pasar del zarangollo murciano a la más chip quiche lorraine, me aupó a la cumbre de la gastronomía doméstica en un plis plas, y con la intención de compartir esos laureles, he decidido hacer pública la receta que, hace bastantes años, me desvelara mi prima Mercedes que vive en la Provenza francesa. Ahí es nada.

La masa de hojaldre se compra hecha. La podemos encontrar en cualquier supermercado que se precie de diferentes marcas. Yo no suelo usar las versiones congeladas, lo que no significa que no se puedan utilizar.

Se coloca dicha masa en un molde, tal y como se aprecia en la fotografía. No se podrán quejar ustedes de lo bien que me ha quedado, a pesar de que casi me abraso metiendo el objetivo en el horno a 200 grados.

Cuando tengamos la masa preparadita en el molde cortaremos rodajitas muy finas de calabacin o berengena (tanto monta, monta tanto) y tomate, y lo colocaremos todo, muy bien, cubriendo perfectamente la base de la quiche.

Después añadimos el beicon, o el salmón ahumado, o el pollo asado que nos sobró de la comida y lo ibamos a tirar a la basura. (Debes elegir un ingrediente de estos tres, o mezclar, porque no, el beicon con el pollo, pero amigos, por favor, no me mezclen el salmón con la carne).

El siguiente punto de la receta (espero que no se enoje mucho mi prima Mercedes por desvelarla) es poner en un bol 200 ml de nata líquida para cocinar y añadirle dos yemas de huevo (solo las yemas sin las claras), con las claras podremos hacer gargaras, para afinar la voz, si es que fuéramos a cantar en el coro de la Parroquía de Santa Quiteria.

Continúo con la receta. No se porque motivo, siempre que me pongo a dar recetas, se me va "la olla".

Como decía, una vez tengamos la nata y las yemas de huevo en el bol, salpimentamos todo, añadiendo el toque fundamental de sabor en este plato: las hierbas provenzales. Batimos muy bien todo y lo depositamos sobre la quiche. Para finalizar ponemos queso rayado del tipo "cuatro quesos" sin miedo. Admite tanto queso rayado como nos de la gana.

Metemos nuestra obra maestra al horno a 200 grados y dejamos que se vaya cociendo. Este momento es ideal para comenzar a preparar la ensalada de lechugas con cebollita tierna, tomate y mostaza de Dijón, y aquí desvelaré otro secreto (por favor prima, no te molestes conmigo) Esta ensalada se empieza al revés, es decir, cogemos una ensaladera honda, añadimos un buen chorrito de aceite de oliva virgen extra, y le ponemos una cucharadita de mostaza de Dijón, lo batimos con un tenedor y cuando ya se ha fundido la mezcla, añadiremos las lechugas y los demás ingredientes removiendo todo bien. Se queda genial esta ensalada rematada con picatostes y unos piñones tostados.

Cuando hayamos terminado de preparar esta deliciosa ensalada francesa, miraremos al horno para ver como sigue nuestra quiche. Es importante tener paciencia para no sacarla cruda, ya que la verdura tiene que desprender toda su agua, y el horno tiene que consumirla, de lo contrario, el pastel nos quedaría aguado y nuestro éxito hecho ciscos.

Paciencia amigos. La quiche está arriba, bien hinchada, dorándose. Aguantamos ahí, sin ponernos nerviosos. Que se dore bien. Que adquiera un tono tostadito y se consuma toda el agua sobrante.

Ahora es el momento de abrir una buena botella de vino rosado provenzal, un Côte de Provence, bien fresquito estaría genial.

Amigos, cómo me gusta el verano. ¡No te enojes conmigo, Mercedes!

Buen Provecho. Bon appétit.

domingo, 24 de julio de 2011

Mi otro yo







Mientras subía las escaleras de aquel viejo ambulatorio, el cual no había cambiado demasiado en los últimos treinta años, me cuestionaba, como supongo que harán la mayoría de los enfermos, el porqué de la situación: ¿Qué necesidad tendré yo ahora, de enfermarme del hígado y que mis transaminasas estén por las nubes? ¿Estará mi hígado tan inflamado como el de un pato criado para hacer foie gras? ¿Será un cáncer maligno que me va a fulminar en menos que canta un gallo?
Con esa paranoia, me senté en unas butacas de espera más propias de un autobús que de un ambulatorio del siglo veintiuno. Pensé que: si en treinta años, no las habían cambiado, ahora con la puta crisis, no se cambiarían, al menos, en otros treinta, por lo que, sin ninguna duda, pasarían a ser las butacas más amortizadas del sistema sanitario español.
Las dos mujeres que había sentadas delante de mí, justo debajo de un letrero que invitaba a desconectar los teléfonos móviles, hablaban sobre un asesinato. Eso me llamó la atención, no tanto por lo morboso ¿O sí? como por lo poco habitual. Agudicé mis sentidos, cabizbajo, simulando que jugaba con mi BlackBerry, para escuchar los macabros detalles de la conversación:
- Mari, yo le dije a la policía, aquella gorda fea que subió a mi casa, que yo no había tocado nada. Me tomaron fotos hasta de la huella de los zapatos. Mi pobre cuñada estaba en la cama en bragas y tenía el cuerpo lleno de puñaladas. Allí había más sangre que en las matanzas que hacía el abuelo el día de San Martín. Me preguntaron también, varias veces, si yo había escuchado o visto algo. Les dije que no y ellos, erre que erre, no paraban de decirme que eso era imposible. Les tuve que decir si es que estaban insinuando que yo había matado a mi cuñada, y en ese momento es cuando me dió el ataque que me dió. Mari: ¿Tú me entiendes, verdad?
- Claro, chiquilla, no es para menos -dijo la amiga como si hubiera escuchado mil veces la misma historia.
- De mi hermano no sabemos nada desde aquel día, ní cómo estará el pobrecito. Mari, yo creo que mi hermano no hizo eso. Él no fue, estoy segura. Debió de ser un novio que tuvo ella antes de mi hermano. Mi "rojo" no era malo, Mari.
- Sí, chiquilla, espera, que la enfermera ha salido a nombrar, escucha...
La enfermera llevaba unas gafas sujetas por un cordelito a su cuello. Era una señora a punto de jubilarse, con más de veinte bolígrafos que salían por el bolsillo superior derecho de su bata blanca, lo que le daba un toque más intelectual.
- Atención, dijo. Voy a nombrarles por el orden que van a ir entrando a la consulta: María López López, Trinidad Salcedo García, Rogelio Martínez Oñate, Ascensión Gutiérrez Fresnedo, José Fernández Belmonte, José Fernández Belmonte y Gloria Nus Martínez.
Me hizo gracia que el único nombre que repitió dos veces fuese el mío, así que me resultó llamativo haber provocado esa reiteración, pero no le di importancia, ya que pretendía seguir escuchando la conversación sobre el brutal asesinato.
Fue inútil. La tal Mari, era la primera paciente y la cuñada, la sospechosa de asesinato, era su acompañante. Allí acabó esa historia, justo en el instante que surgío la siguiente.
Una mujer que acababa de sentarse a mi lado, me saludó efusivamente:
- Hola, José. Cuánto tiempo sin verte - exclamó con una sonrisa de oreja a oreja.
- Sí, es verdad, ¿Cómo estás? -dije esto porque no me acordaba en absoluto de esa mujer.
- Sólo regulín regulán. Si no, a qué iba a venir al médico, mejor estaría en La Plaza de las Flores, en una terraza, tomando un café... ¿no te parece? -bromeó tan simpática la mujer.
- Tienes toda la razón. -Respondí por decir algo.
- ¿Sigues con eso de la ecología, José? -Me preguntó interesada.
- No, ya pasé esa página de mi vida, ahora tan sólo me dedico a vender tintes para el cabello y champús por medio mundo.
- Menudo cambio de vida que pegaste, quién lo iba a decir, yo te veía más metido en política que vendiendo tintes -dijo la desconocida que parecía conocerme mejor que yo mismo.
- ¿Y tú, sigues trabajando donde siempre? -Le dije soltando esa pregunta trampa, intentando con ello, conseguir alguna información adicional que me ayudara a recordarla.
- Sí, así es, sigo en la Concejalía de Juventud, luchando para que los jóvenes puedan canalizar sus iniciativas, pero sabes, no han venido muchos con tanto empuje como tú tenías -me dijo de forma halagadora.
Estando en plena conversación, la enfermera volvió a salir, con la intención de realizar alguna aclaración.
- Disculpen, un momento: ¿Hay dos José Fernández Belmonte o es que lo hemos duplicado al anotarlo?
- No lo sé -exclamé orgulloso levantándome del asiento- Yo soy José Fernández Belmonte.
- ¡Y yo también! -dijo otro tipo a escasos metros de mí.
- De acuerdo -exclamó la enfermera con toda normalidad-.
Entonces va usted primero -refiriendose a mí- y después usted -señalando al otro José Fernández, que nada tenía que ver conmigo.
Aquella especie de biógrafa, que me había aperecido en la Concejalía de Juventud me miró riéndose. Sin embargo, a mí no me hizo ni pizca de gracia. Yo, hasta ese momento, no me había planteado la posibilidad que alguien se llamara exactamente como yo; y ahora, ese tipo estaba delante de mí.
Al parecer, a él no le supuso ningún trauma. Seguía leyendo su diario deportivo como si tal cosa. Sin embargo, yo sentía que me habían robado algo muy íntimo, casi como si alguien me hubiera avisado de una supuesta infidelidad conyugal.
Decidí observarlo, en la distancia. Era más alto que yo, al menos unos veinte centímetros. Tendría como diez años menos. Lucía más cabello y nada de barriga. Leía, despreocupado, el diario, por lo que intuí que disfrutaba de una vida con menos problemas que la mía, disfrutando, con pasión, de los goles de Leo Messi y los acelerones de Fernando Alonso.

La vieja conocida de mi juventud rebelde seguía hablándome, pero ya no la escuchaba. Tan sólo miraba, embelesado, a mi otro yo desconocido . A aquel otro yo más joven. Lo sentía como una versión mejorada de mí mismo. Como debió de sentirse el Seat Ibiza CLX del año 2010 cuando sacaron al mercado el nuevo Seat Ibiza CLX del año 2011. Frustrado. Anticuado. Derrotado.

Sumido en esa nebulosa mental, vi salir a la señora que me precedía. Me levanté sin mediar palabra y como un robot programado me dirigí a la consulta del hepatólogo.

No recuerdo muy bien cómo conseguí salir, de aquella consulta, con el volante para el especialista que me debía autorizar la punción hepática que necesitaba, pero lo conseguí.

Esa nube tóxica tan sólo se desvaneció cuando bajaba las escaleras con el volante en la mano y un lotero maleducado, plantó, delante de mis narices, una ristra de cupones mientras me gritaba: ¡Llevo el premio, llevo el premio! No podía apartar de mi mente a ese otro José Fernández y, para colmo, también Belmonte, como mi madre. Ese otro yo más actualizado, con más extras, tenía muchas más posibilidades de que todas las féminas del mundo se lanzaran a sus pies. La envidia que sentía hacia mi avatar, me supuso algo así como una bestial patada a mi enfermizo y castigado hígado.

El saberme duplicado me ha caído como un jarro de agua fría.

¡Así no hay forma de curarse, coño!

sábado, 23 de julio de 2011

Historia de mi puta mili






Cuando me siento melancólico debería prohibirme a mí mismo acceder a este blog. No me gusta estar así, pero en ocasiones, y sin saber el motivo, la melancolía se apodera de mí, provocándome, una especie de sarpullido socrático incontrolable, que lleva a mi mente de adelante hacia atrás y viceversa.
Siempre es el mismo proceso. Me da por ir a mis imágenes para conectar con otros momentos que guardo congelados de melancolía buscando en ellos el punto de partida para arrancarme, de las entrañas, las palabras que me alivien esta situación y después, en ocasiones, se me va la pinza.
Hoy me ha calmado esta fotografía tomada en una playa maravillosa de la Isla de La Palma (Islas Canarias). Me he fijado en esas huellas caminando sobre la arena negra de origen volcánico. Los cuerpos no estaban. Tan sólo perduraban sus estelas, momentáneamente, mientras el incesante ataque de unas suaves olas, tan inocentes como destructivas, las iban erosionando hasta hacerlas desaparecer.
Esas huellas representan algo así como nuestras propias vidas. Ahora tan importantes y ahora tan insignificantes. Ahora todo y al mismo tiempo nada. Eso somos, por mucho que en ocasiones pretendamos ser o aparentar. Como una huella en la playa, o como un grano de arena, o como cualquier otro ser vivo...
Corría el año 1986, yo era un simple soldado de reemplazo del Ejército del Aire de España cuando, tuve la fortuna de recibir uno de los escasos premios que he recibido en mi vida, el cual, me otorgaron por una serie de colaboraciones seudoperidísticas que publicaba en el diario La Verdad de Murcia. En ella, hablaba con mucho respeto medioambiental, sobre "Cómo cuidar en casa a los animales", y así se llamaba también mi pequeña sección. No escribía esos artículos incentivando su coleccionismo sino, más bien, intentado dejar claro, en todo momento, que el mejor lugar para mantener a los animales esta, siempre, en su propio hábitat.
La noticia llegó hasta el capitán de mi compañía, el capitán Plumet, conocido en la base aérea por su afición a castigar máquinas de escribir, bicicletas, puertas y demás objetos que le provocaran la más mínima contrariedad y dejarlos arrestados, sin usar, durante semanas, con un cartelito donde se leía "Esta bicicleta ha sido arrestada por el capitán Plumet, hasta el día 7 de julio, se prohíbe su uso". Pero no era este militar el único excéntrico que había por allí. Por aquellos días, un subteniente con más años encima que el palo de la bandera del acuartelamiento, le mostró el culo a un joven alférez de complemento, delante de toda la formación, lo que provocó la risotada más grande que jamás haya escuchado. Pero, sigo, a lo que iba:
Cuando recibí la comunicación de que tenía que presentarme en su despacho -cosa que nunca había sucedido hasta ese momento- no tenía ni la más mínima idea de para qué me solicitaba. Así que, me arreglé el vestuario, me lustré las botas, me lavé los dientes y subí las escaleras silbando, intentando, con ello, disimular el tremendo nerviosismo que me dominaba.
- Da usted su permiso, mi capitán -dije con voz de macho y de forma reglamentaria, golpeando la puerta de su despacho con mis nudillos.
- ¡Adelante! Pase, soldado -dijo el oficial.
- ¡A sus ordenes, mi capitán! Se presenta el soldado José Fernández -dije cuadrándome, pegando un taconazo y llevando mi mano derecha a mi sien, formando, de ese modo, con mi brazo un perfecto ángulo recto según mandaban las ordenanzas.
- Descanse, soldado -respondió el capitán, ante lo que yo relajé mi postura, llevándola a la posición de descanso.
- ¿Sabe usted el motivo por lo cual le he llamado a mi despacho? -preguntó el capitán.
- No, mi capitán. -respondí muy escuetamente.
- Pues el motivo es que me ha informado el teniente Artigao que usted ha sido premiado por unas colaboraciones que publica en la prensa de Murcia sobre temas medioambientales -dijo el militar.
- Así es, mi capitán -dije sin saber a donde quería ir a parar con su arenga.
En ese preciso momento, un moscardón se paró en la nariz del capitán, como si se hubiera pegado con sus patas en la miel, lo que provocó que este dijera:
- Mire usted, señor Fernández: yo, a pesar de ser militar, aunque pueda parecer contradictorio, también tengo muy desarrollado mi espíritu ecologista. ¡Ve usted esta mosca que ha osado posarse en mi nariz! Pues esa mosca merece todo mi respeto, ya que está compartiendo conmigo un momento histórico tan importante como este -dijo sin ningún complejo.
Evidentemente, me puso muy difícil ofrecerle una respuesta coherente ante tan desconcertante e inesperada reflexión, por lo que tan sólo acerté a decir:
- Así es, mi capitán.
- Pues, señor Fernández, para que el Ejército del Aire no sea menos que la Consejería de Medio Ambiente que le ha otorgado ese galardón, yo también le voy a premiar concediéndole una semana de permiso, así que prepare su macuto y rellene su papela para que se la firme.
La verdad es que cada vez que recuerdo aquella situación tan surrealista no puedo dejar de sonreír, y eso que ya han pasado algunos años.
La melancolía y la nostalgia nos hacen recordar cosas, en muchas ocasiones, sin saber por qué. Al final, la vida es una incesante acumulación de recuerdos, algunos buenos, otros no tan buenos y otros, hasta surrealistas.
Es lo que tiene venir al mundo sin guion.

jueves, 21 de julio de 2011

Una sonrisa de Coca-Cola






No me digan que no: ¿A que no hay muchas sonrisas como la mía? Mi sonrisa sería muy adecuada para un anuncio televisivo de un dentrífico contra la gingivitis. También podría usarse como un cartel para una película de terror, o para una contemporánea bandera en una lancha de piratas somalíes.

Como se puede apreciar en la instantánea: me falta solamente una pieza, aunque tengo varias ligeramente descontextualizadas, que es otra forma de decir que tengo algunos piños "de aquella manera"

La cuestión es que yo nunca me había visto mis dientes de una forma tan precisa y ahora que los conozco mejor, tengo que reconocer que me siento orgulloso de que tan sólo me falte un premolar.

Recuerdo en una ocasión en México cuando una señora, que se declaraba la amante del gobernador de un importante estado sureño, los puso en peligro atizándome un tetazo en la cara que me dejó bailando varias piezas. Con esa agresión aprendí dos cosas: que mis dientes fueron más fuertes que su voluptuosa glándula mamaria y que a algunas mujeres no les gusta que les digan que no. Al final, yo pagué los gastos del ortodoncista.

A mí me fascina mascar. Por ello, tengo que reconocer que, aunque mis dientes no sean muy aptos para grandes exhibiciones bucales, mastican de maravilla todo tido de viandas independientemente de su textura, dureza o presentación.

Cuando era niño, me daban un miedo terrible las calaveras, y ahora que soy más grandecito, cuando veo alguna, me da la impresión de que se están riendo. Aunque pensándolo bien: ¿de qué se podrán reír las calaveras?

Quiero donar esta radiografía maxilofacial a la ciencia y quiero donar, ya de paso, mi sonrisa cadavérica a la Fundación Coca-Cola.

La sonrisa de Coca-Cola es, sin duda, la más famosa y la mía, quién sabe si, quizás sea, la más original.

martes, 19 de julio de 2011

Confucio, maestro de maestros




Mi querido amigo y compañero Lorenzo Fernández Navarro, antaño apodado por todos como "el Anchoíca" o "el Loren" no conocía a Confucio el día que asistió al curso de Liderazgo, sobre el que escribí, en este humilde blog, hace unos días. De hecho, no lo conocía hasta que hoy, de manera sorpresiva, y dada su costumbre de no leer los libros a la espera de que hagan la correspondiente película, le he convocado a una dinámica muy particular, a la que tan sólo hemos asistido él y yo, y que ha consistido en ir a ver la película sobre la vida y obra de Confucio.

Cuando esta mañana le he propuesto ir en horas de trabajo a un centro comercial, me ha obedecido porque soy su jefe, pero supongo, que por su cabeza se habrán empazado a barajar, cientos de hipótesis, intentando con ello, encontrarle sentido a tan misteriosa y repentina convocatoria.

Al llegar lo he encontrado nervisioso, andaba de aquí para allá con las manos atrás, como el marido que espera noticias de su esposa parturienta que acabara de entrar al quirófano.

Hemos quedado, como si de una cita a ciegas se tratara, en la cafetería-heladería Häagen Dazs, cuyo nombre nunca hay forma de que acierte a pronunciar adecuadamente. Para aliviar la tensión, me he pedido un gofre de chocolate light, pero como no había light me lo he zampado con chocolate negro, como de costumbre.

Para no tenerlo más tiempo en ascuas, le he preguntado directamente que si se imaginaba el motivo de la cita, a lo que me ha respondido con su desparpajo habitual que, después de haberlo pensado mucho, había llegado a la conclusión, ya que él es conocedor de mis gustos por el cine español, que íbamos a ver la película "Un cuento chino". Le he tenido que felicitar, en parte, ya que había acertado en un noventa y cinco por ciento del acertijo. Acertó en lo relativo a que íbamos a ver una película. También acertó en que en la película salían chinos, pero no en el título. Mi convocatoria, mi inesperada convocatoria, ampliación del curso de liderazgo realizado en días pasados especialmente para él, era ver la película "Confucio", líder entre los líderes, cuyo legado, sin que seamos muy conscientes de ello, perdura y nos enriquece dos mil quinientos años después.

Su incredulidad era notoria, tanto como su espectación ante esta novedosa situación. Hemos intentado recordar cuándo fue la última vez que los dos fuimos al cine juntos y solos, sin novias ni mujeres. Él ha recordado una ocasión (y hasta la película), pero la verdad, yo no recordaba nada de nada, por mucho que me esforzaba para no quedar mal.

Durante la proyección, lo he notado tenso, como diciendo entre dientes: "aquí hay gato encerrado". La película le ha ido conquistando lentamente, con la fuerza de sus planteamientos y el derroche de sentido común que emanaba de cada intervención del protagonista que hacía las veces de Confucio. Mientras él intentaba extraer la máxima información por si luego le hacía un examen oral o escrito de tan extraña y original dinámica -nunca se sabe- yo veía el paralelismo de la historia de Confucio con otros muchos personajes mitológicos. Reflexionaba, a su vez, con la validez o no de la propia dinámica o sobre, de qué otra manera, podría yo ayudar a todos aquellos compañeros, que como el mismo Lorenzo, no encuentran con claridad el camino más adecuado para convertirse en las personas que verdaderamente les gustaría ser. En el fondo, me he sentido como un Confucio contemporáneo que cree en la educación y cree en las personas por encima de todo. Confuncio pagó un precio muy caro por defender sus ideas y sus planteamientos. Fue un hombre valiente que se entregó a sus discípulos y a su país, y de esa entrega y esa adoración hacia los demás, emanaba su propia fuerza y su sabiruría.

Lorenzo que ama tanto a sus discípulos, como a su propia familia, en ocasiones, no encuentra la forma más adecuada de canalizar y poner en valor toda su experiencia, su abnegación y su esfuerzo, hacia la empresa, a la que ya ha dedicado veinte maravillosos años de su vida, y hacia sus propios compañeros. Pero lo verdaderamente importante, como quedó patente, tanto en el propio curso en días pasados, como en el día de hoy, es su valentía y su convicción para cambiar las cosas. Y eso es una noticia maravillosa, ya que, en el reconocimento público del problema, y en el pronunciamiento incuestionable de querer cambiar para seguir avanzando, se abre para él, para mi único y gran amigo Lorenzo, un mundo nuevo y enorme como su propio corazón.

El pensamiento de Confucio puede ayudarte mucho, y si no fuera suficiente, ya sabes que yo estoy dispuesto a seguir a tu lado al menos otros treinta y cinco años más.

Lorenzo, tú vales mucho, nunca lo olvides.

viernes, 15 de julio de 2011

Superación. Si quieres, puedes.





La vida se está convirtiendo en un querer y no poder. Quién nos lo iba a decir  a nosotros hace tan sólo unos años. Llegó un momento en el que nos creíamos los reyes del mambo, los Masters del Universo o primos lejanos del Sr.Murdoch, y unos pocos años después, desgraciadamente, comprobamos con desesperación cómo la vida es un sueño y los sueños, sueños son.
Soñamos con no perder el trabajo, con pagar las deudas, con la vecina del quinto piso, pero, sobre todo, soñamos con un guapo y deseado comentarista de televisión que salga en nuestra pantalla diciendo "Se confirma la noticia desde Wall Street: ¡la crisis económica más dura de todos los tiempos ha concluido!" Qué bonito es soñar. Ahora todo es un querer y no poder. Vivimos en un estado de ansiedad permanente, donde de nuestra boca salen continuamente las frases de moda: no he tenido tiempo, no he podido, ¡ya quisiera yo!
Con esas palabras mágicas que sustituyen al antiguo y casi olvidado abracadabra, nos justificamos todo aquello que nos supone un esfuerzo a la hora de mejorar y reconducir nuestra estresada existencia, es decir, con un "no he tenido tiempo": no hacemos deporte, no estudiamos inglés, no leemos un libro, no vamos al cine con nuestros hijos, no visitamos a nuestra abuela, no vemos una exposición de arte contemporáneo, no comemos fruta... La frase: "no tengo tiempo" es el salvoconducto que nos facilita la comodidad, pero que, del mismo modo, nos conduce a una zozobra personal, de la que en ocasiones ya no sabemos o no podemos salir.
¿Se han parado a pensar en la cantidad de instantes, de minutos, de horas, de sensaciones, de experiencias, de situaciones que podemos vivir en un día? ¿Alguna vez tuvieron que hablar dos minutos delante de un micrófono en la radio o en la televisión? ¿Alguna vez tuvieron que dar una conferencia de treinta minutos delante de un gran número de personas? ¿Alguna vez se plantearon que la derrota o la mayor victoria se decide, en ocasiones, tan sólo por unas décimas de segundo? Por tanto, si solamente un segundo puede decidir cosas tan importantes: ¿Por qué derrochamos tantos millones de segundos que bien empleados nos podrían cambiar la vida?
Soy de los que piensan que lo que somos, en realidad, es lo que hemos decidido ser. Soy de los que piensan que las personas podemos alcanzar todas las metas que nos planteemos. No resumamos nuestra vida en un triste "querer y no poder".
Adoptemos como lema el "yo puedo" sabiendo que la vida no es un sprint, sino una carrera de fondo. La sociedad actual nos arrastra, inconscientemente, hacia la inmediatez y, no nos engañemos, todo lo inmediato es fugaz; lo verdaderamente valioso en la vida no se consigue al azar, sino aplicando grandes dosis de sentido común, constancia y sacrificio.
Dejemos atrás el querer y no poder y cambiémoslo por algo más positivo:
¡Si quieres, puedes!

miércoles, 13 de julio de 2011

El Palmera de La Mancha




En un lugar de La Mancha cuyo nombre ni quiero oír pronunciar, no ha mucho tiempo que malvivía un tipo, tan alto y seco como una palmera, que se fumaba unos tremendos porros de hierba junto a su amigo Sánchez, más bajito y barrigón, pero igual de gandul e impresentable que él.

El Palmera de La Mancha, como le conocían en Tembleque, era un flipao que los tripis le habían dejado la chola como a Forrest Gump, pero a este, en cambio, no le dio por correr, sino por fumar, esnifar, tomar pastillas de colores y vivir de la pensión de sus padres a los que llevaba a maltraer.

Una noche que volvía, junto al Sánchez, en su Seat Ibiza tuneado, de rondar a una tal Dulcinea Huertas en una discoteca de Villarrobledo en la que ejercía de gogó, al pasar a la altura de Alcázar de San Juan, vio en lo alto de una loma unas luces que, probablemente, serían de alguna parejita regalándose mimos dentro del coche, pero que el Palmera interpretó como las luces de un ovni, de tal manera que, abandonando en un tris la autopista, se adentró en una pequeña carretera comarcal en dirección a las misteriosas luces que le habían encandilado.

Conforme se iban acercando vieron cómo las luces se reproducían en diferentes puntos, ya que, al parecer, no se trataba de una sola pareja, sino que ese lugar era, con toda seguridad, el picadero municipal.

Cuando el Palmera y el Sánchez llegaron arriba, se encontraron con unos enormes molinos. Probablemente por la explosiva combinación de los psicotrópicos y los cubatas de garrafón, el Palmera confundió los molinos de viento con los monstruosos Trasnformers de la película que vieran, los dos juntitos, el fin de semana pasado en un cine de verano de Ciudad Real.

-¡Sánchez, son los hijos de puta de los Trasnformers! Agárrate que voy a por ellos. Dijo el Palmera con los ojos fuera de las órbitas y más rojos que un pimiento morrón.

- ¡Qué dices Palmera, que tan sólo son molinos! -Dijo agobiado el Sánchez.

- ¡Qué hablas de molinos, Sánchez, debes de estar más ciego que Steve Wonder!

- ¡Tú sí que vas ciego, mamón! -Le dijo el Sánchez, temiéndose lo peor.

Efectivamente. No les dio tiempo a discutir más. El Palmera aceleró, agarró fuerte el volante y poniendo la música de Bon Jovi a toda pastilla se estrelló contra el molino-transformers, intentando, con ello, salvar al mundo de tal colosal amenaza de ferretería.

Lo único que consiguió salvar fue, en realidad, tres de sus dientes. Los demás se los dejó en el molino. Sánchez, que a pesar de gustarle mucho la farlopa había sido siempre un poco más coherente que el Palmera, tan sólo se hizo algunos rasguños al llevar puesto el cinturón de seguridad.

El Seat Ibiza quedó para la chatarra, y al molino lo repararon los chavales de la escuela taller, con una subvención de los fondos FEDER de la Comunidad Europea.

Así sucedió la historia del Palmera y el Sánchez. A pesar de ser ya dos cuarentones, todavía siguen sin trabajar. Se les ve deambular de aquí para allá, y a quien le pregunta por lo que pasó aquella noche en lo alto de la loma de Alcázar de San Juan, siempre le dice lo mismo: "Estaba aquello de ovnis hasta las trancas. Si no llegamos a embestirles, jugándonos la vida, se hubieran apoderado del pueblo, de toda Castilla La Mancha y hasta del mismísimo Madrid".

Hoy día, el Palmera y el Sánchez, para algunos héroes y para otros villanos, siguen siendo dos fumaos muy fumaos que intentaron salvar a la humanidad. Sé de muy buena tinta que el Palmera piensa que la gente es muy desagradecida: "Si lo llego a saber no los salvo. ¡Qué se jodan!" Se le ha escuchado decir en más de una ocasión.

Cómo ha cambiado la historia quinientos años después. Si Cervantes levantara la cabeza...

lunes, 11 de julio de 2011

El gran cumpleaños
















Había reservado la entrega doscientos de este blog para el cumpleaños de mi hija Yolanda, que ha cumplido la envidiable edad de dieciséis años.

Los dieciséis años son esa maravillosa edad donde uno no sabe muy bien si es aún niño o ya va siendo adulto. Es esa edad transitoria donde los amigos son más valiosos que los padres, donde todo te aburre menos estar con ellos, donde descubres la noche, donde te enamoras perdidamente como si se acabará el mundo mañana, y un listado infinito de sensaciones y realidades que sería muy largo y tedioso de describir, pero que todos los que hace algunos años -aunque sean muchos- que pasamos esa edad, recordamos perfectamente.

Como decía, mi hija, hasta este momento mi única hija, ha llegado a los dieciséis siendo la hija que cuando hablas de ella se te llena la boca de alegrías. A Yolanda en un fatídico sorteo, en el que no adquirió papeleta alguna, le tocó ser hija de padres separados, varapalo que le supuso la primera dificultad importante de la que yo me he sentido siempre responsable.

También he sido responsable, de las miles de horas que no he ejercido como padre, en las que estoy seguro que en muchas de ellas me habrá necesitado y no habrá contado con mi presencia, ni con mi apoyo, ni con mi consejo, ni con nada de lo que le debería haber aportado.

Soy por tanto un padre deficitario, un padre ausente, como me he descrito en algún escrito con anterioridad, pero un padre consciente de la grandísima hija que tiene, de su valía, de su responsabilidad y de todo lo que le ha aportado a su madre presente, y de cuya convivencia se ha tenido que nutrir, para contrarestar mi ausencia, en cierta medida injustificada.

Pero el pasado es pasado. Ahora el presente y el futuro es lo que verdaderamente debemos y tenemos que cambiar.

La fiesta de ayer, que celebramos en casa con un aguerrido número de amigos y amigas, más que una fiesta de cumpleaños al uso, fue toda una demostración de deportes acuáticos, comenzando por los saltos en todas sus modalidades, buceo, waterpolo y natación sincronizada, como se puede apreciar en la fotografía.

Entre baño y baño, nos comimos las pizzas, soplamos la tarta y cantamos el cumpleaños feliz.

Ellos lo pasaron genial. Yo me sentí enormemente orgulloso y afortunado.

¡Feliz cumpleaños Yolanda! ¡Qué cumplas más que Matusalén!

viernes, 8 de julio de 2011

Veranos playeros de ayer y de hoy








Los veranos son la hostia. Lo mejor de todo el año con diferencia. En ellos resurgimos de nuestras cenizas para achicharrarnos a pie de playa sin miedo alguno al melanoma. Después de varias horas de caravana en la autopista y una multa por exceso de velocidad, llegamos a la playa, colocamos la sombrilla, nos esclafamos en la silleta y ¡hala!: a ver a las mozas pasar. ¡Qué maravilla! Lo malo es el dolor de cuello que se nos coge y lo peor: cada vez que nos acordamos de la cara del guardia civil que nos clavó la puñetera sanción.

Se sabe de varios casos de cincuentones que, abducidos por grupos de jóvenes bañistas en topless, han desaparecido en las playas en inexplicables circunstancias sin dejar rastro alguno. También se han ocultado a la prensa varios casos de padres que, haciendo enormes castillos en la arena, se han perdido adentro y no han vuelto a salir, para desesperación de los familiares que les esperaban afuera achicharrándose a pleno sol.

Otra de las maravillas de esta época son los niños con las pelotas y los jóvenes con las palas, de tal manera que, de algún pelotazo no nos salva ni la Virgen del Carmen, que, como todo el mundo sabe, es la virgen más veraniega del santoral.

Difícil será, también, que nos libremos de los picotazos de los mosquitos, de las avispas o de las medusas, por lo que es muy recomendable que vayamos, en todo momento, pertrechados con un buen botiquín, más si cabe si fueramos acompañados de niños, en cuyo caso, no debemos tampoco de olvidar las pastillas para el mareo y la diarrea, así como desinfectante tipo Betadine, algodón y tiritas.

Quemarnos nos quemaremos, por lo que deberemos llevar un buen after sun -preferiblemente de la marca Tahe- en cantidades industriales.

Beberemos ríos de cerveza, de sangría y de tinto de verano. Comeremos paellas de mierda que nos sabrán a gloria. Sardinas a la plancha a tutiplén. Calamares a la romana que serán pota. Jugaremos al dominó, a las cartas y al parchís con partidas a veinte céntimos y a cinco el mate. Cuando nos coman una ficha deberán de contarse veinte y lo más jodido vendrá cuando estemos a palo de cuatro para meter la última ficha y venga la cabrona de la cuñada de turno y te la coma (la ficha). Ahí comienzan, de verdad, los conflictos familiares. Las cuñadas se chillan o se tiran de los pelos, los sobrinitos lloran, se recogen las cosas deprisa y corriendo y tras dar un portazo la mitad de la familia pone pies en polvorosa.

Pero, como iba diciendo, el verano es, sin lugar a dudas, la mejor estación del año. ¿Acaso hay alguien que lo ponga en duda? Y eso sin hablar de las suegras ni de la canción del verano... Mejor lo dejamos para otra ocasión que, ahora, voy a bañarme. Pum, catapum, chimpun. Como me gusta el verano...


lunes, 4 de julio de 2011

Formando líderes









Continuando con mi periplo educativo en torno al liderazgo, me ha tocado trabajarlo, en esta ocasión, con mis colaboradores más directos: mis jefes de equipo.

En sus manos y en su actitud, más que en su aptitud, que ya está sobradamente demostrada, reside el futuro de nuestro gran proyecto profesional. Un equipo comercial de más de cincuenta personas que funcione y se desarrolle necesita trabajarse con una política comercial y de empresa basada en la cultura, la inteligencia emocional y la optimización de su gestión.

La productividad en un equipo comercial va muy ligada a la motivación y la implicación de todos sus miembros, herramientas estas imprescindibles en momentos donde los mercados evidencian grandes síntomas de incertidumbre.

Mis jefes de equipo comprendieron el valor de replantearnos, con creatividad, nuestros sistemas, la necesidad de aumentar nuestro nivel de autoexigencia y seguir apostando por colaborar con todos y cada uno de nuestros clientes, aportándoles el asesoramiento y la motivación que tanto necesitan, en este momento, para retomar su desarrollo y su crecimiento.

Tras celebrar los resultados del primer semestre, que serían la envidia de cualquier multinacional, nos emocionamos con las intervenciones particulares que evidenciaron el alto nivel de implicación de todos los asistentes.

Con gente como vosotros, cualquier reto se puede lograr.

Demostrasteis, sobradamente, madera de líderes.

domingo, 3 de julio de 2011

¡Vuela pajarillo, vuela!






Seguramente viendo esta foto sentiremos aprehensión y odiaremos con todas nuestras fuerzas a las hormigas. Sin embargo, cuando nosotros nos comemos el pollo asado no nos sentimos tan rabiosos, al contrario, disfrutamos a más no poder.

La naturaleza no tiene sentimientos. El pez grande se come al chico. Las hormigas, como se aprecia en la fotografía, actúan como auténticas necrófagas. Posiblemente el pollito se cayó del nido y si no murió del golpe murió de deshidratación. Aunque hay algunas especies, como los cucos, que ponen sus huevos en los nidos de los gorriones, y cuando sale del huevo el pollo del cuco, que es como tres veces del tamaño de los pollos de gorrión, este los arroja del nido, sin ninguna lástima, y se hace el amo de la situación.

Por eso, en alguna ocasión habrán escuchado la frase de: ¡Qué cuco eres! refiriéndose a una persona que es muy avispada.

El pobre pollito no llegó a volar, bueno sí, del nido al suelo, pero sin control de su aerodinámica, como caería yo desde un cuarto piso.

Este encontronazo fortuito con el malogrado pollito me ha hecho recapacitar, mientras caminaba, sobre los niños que mueren, sobre los proyectos que no se logran o sobre lo indefensos que estamos ante la naturaleza. Cada vida que se trunca de forma traumática, aunque sea la de un pollito, nos puede afectar de manera incontrolable.

En ocasiones, cosas tan sensibles como el batir de las alas de una mariposa, puede terminar convertidas en un huracán al otro lado del globo terráqueo.

Habrá quién se lo crea y quién no, pero este pollito muerto, ha recobrado vida y protagonismo con esta foto y con este relato y, gracias a Internet, podrá sobrevolar a través de las ondas, como seguramente le hubiese gustado, por un sinfín de campos, de montañas y de países.

¡Vuela pajarillo, vuela!

sábado, 2 de julio de 2011

Collages recién hechos









Ya tenía ganas de agarrar las tijeras y el pegamento y darle rienda suelta a la imaginación. Hay días, como hoy, que la creatividad me sale a borbotones y otros en los que no hay manera de pegar ni un sello de correos.

La expresión plástica, como cualquier otra forma de expresión esta condicionada por el miedo. El miedo y la vergüenza al qué dirán no están presentes durante la infancia, por eso, los niños dibujan y dibujan sin parar.

A través del collage yo juego ricamente a ser niño, por lo que me dejo el miedo y la vergüenza en la mesilla de noche y me lo paso genial.

Ese pulpo sobre fondo amarillo y la ciudad ficción los he hecho hoy en un ratito.

¿No os animais a hacer uno?

viernes, 1 de julio de 2011

Diez mil visitas





Para algunos serán muchas, para otros serán poquitas, pero ya he conseguido las primeras diez mil visitas en este humilde blog. Nació como el que no quiere la cosa, casi sin saber para qué y, al final, con constancia y sacrificio lo he mantenido, hasta hoy, como cuaderno de bitácora. He pensado mucho si continuar con él o pegar el cerrojazo y he tomado la decisión de seguir hasta que me acompañen las ideas. Espero, por mi bien, que las ideas me acompañen durante mucho tiempo, que me queden muchos viajes por hacer y muchas emociones que sentir, ya que las emociones son realmente lo que me motiva a escribir.

Quiero mostrar mi agradecimiento a todos los lectores que lo han visitado, especialmente a todos aquellos que han dejado, en él, sus comentarios y sus reflexiones. Los visitantes son mayoritariamente españoles, seguidos de mexicanos, colombianos, peruanos, estadounidenses, argentinos, chilenos, franceses, polacos y costaricenses.

De manera muy especial quiero agradecer a mi editora y correctora Beatriz Llamusí, que es la responsable de que mi escritos estén más presentables y con menos faltas de ortografía. Mil gracias, Beatriz.


Las cinco entradas más visitadas han sido por este orden:


1º Bugarach y el fin del mundo.

2º Tengo un pene enorme.

3º Arco 2011.

4º El beso negro.

5º El Carnaval de Beniaján.


Esto evidencia que, el fin del mundo y el sexo, son, con diferencia, dos de los temas más rastreados en los buscadores de Internet. Se demuestra, de ese modo que las personas no queremos que llegue el fin del mundo para que podamos practicar mucho sexo.

Me hubiera gustado haber tenido ánimos para hablar menos de la crisis y haber dedicado más páginas al sexo, al humor, a las recetas de cocina, al senderismo o al arte contemporáneo, pero nos ha tocado navegar en el mar de la incertidumbre, con rumbo incierto y a golpes de timón y eso se ha reflejado en este blog.

Hoy me he encontrado con esta valla publicitaria "ocupada" por esta anónima obra de arte, lo que me ha evidenciado que no soy yo sólo quien sufre, en su faceta creativa, la influencia de la crisis. Este artista callejero ha sido capaz de expresarlo de manera magistral. La crisis nos esta marcando a todos, para lo bueno y para lo malo.