domingo, 28 de junio de 2015

Encina


Quise tener una encina y planté una bellota. Entonces fue cuando me di cuenta de que todo era cuestión de tiempo.

sábado, 27 de junio de 2015

Enclava, el país más pequeño del mundo


Tengo, por fin, una gran noticia que darles a mis lectores. Me voy a presentar a las elecciones generales para optar a la Presidencia del Gobierno de Enclava.
El pasado día diecisiete de junio, acompañado de Artur Polenger, en su calidad de Secretario General del recién creado Partido Libertario de los Trabajadores a Sueldo de Enclava, conocido por las siglas de PLTSE, presentamos oficialmente nuestra candidatura a las Elecciones Generales del país más moderno y pequeño del mundo, situado entre Eslovenia y Croacia, y que surgió como fruto de una deficiencia cartográfica y la creatividad de un avispado turista polaco.
Por una negligencia médica a un primo mio le cortaron una pierna, y, por un error en los mapas ha nacido un nuevo país en Europa, de poco más de cuatrocientos metros cuadrados, pero al que muchos auguramos un futuro la mar de prometedor en el mundo financiero, tan ávido siempre de nuevas banderas y conquistas. Las finanzas mundiales andan necesitado de un nuevo paraíso fiscal ante el desgaste y la mala prensa que ya tienen los actuales.
En la confianza que nos une desde la creación de este blog hace tantos años, mis queridos lectores, y a sabiendas de que sabrán mantener en secreto mi programa de gobierno, les voy a adelantar un breve resumen de mis propuestas por si alguno, o alguna, de ustedes viera en él alguna contrariedad o anomalía de importancia, u observaran que alguna de mis ingeniosas propuestas no se atiene a las leyes comunitarias o de cualquier otra índole de jurisprudencia internacional, me lo hagan saber, a la mayor brevedad, a través de sus comentarios, para enmendar el error con la debida solvencia y diligencia.

Borrador 10.2 Programa Electoral del PLTSE.

1- La semana laboral constará únicamente de trabajo dominical y descanso completo de lunes a sábado.
2- La religión oficial de Enclava será el fútbol. De tal modo que todos los enclavados tendrán derecho a ver todos los partidos de fútbol que se emitan en abierto, o de pago, con cargo al erario público. Del mismo modo dispondrán cada año de un camafeo con la imagen de su santo futbolista favorito.
3- La monogamia estará prohibida tanto para hombres como para mujeres. En cuestiones de demografía también se otorgarán ayudas económicas a todas las familias que tengan más de doce hijos a su cargo, siempre y cuando convivan bajo el mismo techo, con independencia de que estos procedan de distintas parejas o se los hayan dejado en depósito.
4- El idioma oficial será el sumerio, o en su defecto cualquier otro que permita entenderse con el panadero que viene desde el extranjero, día sí y día no, a hacer el reparto en una furgoneta Cangoo, y que dicho sea de paso, también vende unas empanadillas de atún, que hace su suegra, que están para chuparse los dedos, y unas tortas de almendra con chocolate que ya ni les cuento. Estos productos básicos, de salir elegido, los subvencionaré al 50%. Y ando en negociaciones con el que sube a vender la carne, la leche, y el pescado, para poder ofrecer una subvención similar. Un país bien alimentado es un país más productivo, y si trabajamos todos los domingos ocho horas, esas ocho horas tenemos que estar a tope y no apalominados y quejumbrosos.
5- La moneda oficial será la púa de Enclava, cuyo valor para transacciones financieras internacionales -cuando las haya- será de un púa de Enclava por cada 50 euros. Un país no puede aspirar a ser fuerte sin una moneda fuerte. Trabajaremos para tener muchas púas y que todos sus habitantes las tengan. Crearemos una comisión de control financiero encabezada por mí, y como Secretario de Tesorería estará Artur Polenger, para ofrecer la debida transparencia en las cuentas impúdicas del Estado de Enclava.
6- Enclava se declara país desmilitarizado y antipolicial. La vigilancia y protección del su territorio seguirán siendo responsabilidad del agricultor que tiene los viñedos que ocupan un 40% de nuestro suelo patrio, y del pastor que sube las ovejas a pastar en el 60% restante de nuestra accidentada geografía, y que, por cierto, lo deja todo perdido de cagarrutas.
7- De ser, finalmente, elegido presidente, y cuando hayan transcurrido los primeros noventa días de mi mandato, propondré, a todos los enclavados, la invasión pacifica del paso fronterizo croata que se encuentra a escaso metros de nuestras fronteras, en lo que sería la primera anexión estratégica de la historia de Enclava, en base a nuestras soberanas e irrenunciables aspiraciones territoriales, sin menoscabo de otras posibles campañas posteriores y que nos faciliten un crecimiento futuro en la horizontalidad y no tan sólo, y como ahora sucede, hacia la verticalidad. 
Del mismo modo lucharemos, en los estamentos internacionales que corresponda en cada caso, para conseguir la independencia y soberanía de nuestro espacio aéreo y espacial.
Toda vez anexionado el paso fronterizo croata a nuestra nación, instalaríamos en él, de manera provisional -o hasta que nos desaloje el Ejército Croata, si tiene bemoles-, la sede de nuestro gobierno, así como la sede de la Federación Ajedrecista de Enclava, la sede del Ministerio de Turismo y Venta de Souvenirs, y hasta, si vemos que queda sitio, una cantina con mariachis falsos venidos de Benidorm.
8- El gran macroproyecto urbanístico de nuestro partido, para el que ya hemos conseguido la financiación, será construir un único Edificio-País de cincuenta plantas. Cada planta contará con cuatro apartamentos de cincuenta metros cuadrados. En la azotea se construirá un helipuerto. Este albergará al Ministerio de Aviación Civil de Enclava. En el sótano, que contará con doscientas plazas de aparcamiento, todas con conexiones eléctricas de Tesla, no podrán entrar vehículos de combustión. Estos sótanos también albergarán al Ministerio de Fomento, Obras públicas, Trasportes y Comunicaciones. El resto de la superficie del estado quedará integrado dentro del Parque Nacional de Enclava, y en él quedará prohibida cualquier tipo de construcción o infraestructura, así como la caza, la pesca, y la recogida de níscalos.
9- La educación en Enclava quedará restringida al ámbito de lo privado, de tal manera que cada familia tendrá la obligación de educar a sus hijos de la mejor manera posible, utilizando siempre el sumerio como lengua vehicular, la Wikipedia como libro de cabecera, y rezando a San Messi, al menos una vez al día, a excepción de los domingos que hay que trabajar y no se puede perder tiempo laboral en temas teológicos ni dogmáticos.
10- La sanidad se basará en la medicina preventiva individual. Los enfermos de causa mayor serán expulsados de Enclava para evitar la propagación de cualquier epidemia. Cada familia contará con un botiquín completo en el cuarto de baño. Todas las familias tendrán la obligación de declarar al gobierno cualquier problema de salud que se vea superado por la capacidad curativa del citado botiquín. En tal caso, este iniciará las medidas de expulsión correspondientes. De no declarar una enfermedad, toda la familia será expulsada del país y les serán bloqueadas todas sus cuentas bancarias hasta que demuestren estar a más de mil kilómetros de nuestras fronteras. Con la salud de Enclava no se juega. Todas las familias tendrán la obligación de incinerar a sus difuntos en el crematorio que, para tal efecto, se instalará en la planta cuarenta y nueve. El responsable de la incineradora hará entrega de las cenizas al agricultor de las viñas para que las use como fertilizante, y este, en compensación a la familia, les hará entrega de una caja de vino de su última cosecha para celebrar el deceso, y adiós muy buenas.
11- Por cuestiones de austeridad presupuestaria, el Presidente de Enclava ostentará, así mismo, el cargo de Juez Supremo del Tribunal Único de Enclava, la dirección de todos los ministerios, todas las subdirecciones generales, la alcaldía del Municipio de Enclava, y, lo más importante de todo, la Dirección General del Banco de Enclava. Lo singular de este sistema de gobierno que proponemos, desde el PLTSE, es que el Presidente de Enclava asume el poder de todos los estamentos del país de manera absolutista. Con ese magno esfuerzo de nuestro líder nos aseguramos de que, en nuestro país, se ahorran un montón de sueldos, y de mermas, ya que, a más cargos, más desviaciones de fondos públicos. Limitando el número de personas que acceden a los fondos, las probabilidades de merma del erario público quedarán reducidas de manera drástica.
12- Para solicitar el estatus de ciudadano de Enclava, se tendrá que rellenar un impreso, que pueden encontrar en nuestra página oficial de Internet, hacer una transferencia de 100.000 francos suizos a la cuenta número: 09890876544543**, y esperar al sorteo que todos los años, el día 31 de diciembre, se llevará a cabo para conceder la nacionalidad. El número de plazas que cada año se sortearán irán en consonancia a los apartamentos que hayan quedado libres en el Edificio-País, de tal manera que el afortunado obtendrá, del mismo modo, la nacionalidad para todos los miembros de su familia. Por motivos de salud no se aceptan en Enclava ni animales domésticos, ni suegras. En el caso, más que probable, de que su solicitud no salga agraciada en el sorteo de nacionalidad, el demandante tendrá derecho a percibir un reintegro del 50% del valor de su cuota de inscripción, en los próximos tres meses a dicho sorteo.
13- Enclava será un país libre de impuestos, autosuficiente energéticamente -gracias a un preacuerdo firmado con la compañía canadiense Tesla-, adalid de las libertades individuales mediante la vida colectivizada, y un modelo genuino de desarrollo económico vertical para los microestados de nuevo cuño que están surgiendo por todo el planeta.
14- El país realizará elecciones libres y democráticas cada cincuenta años. Todo enclavado, o enclavada, deberá rendir homenaje y profesar respeto por su bandera, su himno nacional, y por el idioma sumerio. Cuidará del Edificio-País y del resto de su territorio nacional como de su propia vida, y dormirá todas las noches con el pijama oficial de Enclava.
15- Enclava contará con un único canal de televisión. El Presidente, y su Vicepresidente Primero el señor Artur Polenger, serán los responsables de presentarlo y de dotarlo de los contenidos ideológicos más adecuados a los intereses de la nación, evitando con ello que las mentes de sus conciudadanos queden contaminadas por el influjo pernicioso de países extranjeros, así como de sus abyectas y expansionistas multinacionales.
16- El Presidente de Enclava tendrá una copia de la llave de todas las puertas del Edificio-País, por si las moscas.
17- El Vicepresidente Primero, el Excelentísimo Señor Artur Polenger, en el hipotético caso de cualquier contratiempo del Presidente -o sea yo-, ostentaría la Presidencia en funciones del país hasta mi total recuperación, o hasta el final del mandato en el caso de mi fallecimiento, por causas naturales, o por causas ajenas a la naturaleza de mi persona.

Esta es la propuesta de progreso que necesita Enclava. Vota futuro. Vota PLTSE.

Enclava, a 17 de junio de 2015.

viernes, 26 de junio de 2015

Las carpas de Pekín


Este avión chino se mueve como si estuviera atravesando por un tifón. Vuelo de Pekín a Xian aún sin creerme demasiado, ni creer demasiado, en este viaje de trabajo. China, qué grande es China. Cuántos chinos hay en China. Por la gloria de mi madre, estoy en China. Por los caprichos del destino, estoy en China. Por una empresa que nos quiere comprar muchos tintes, estoy en China. Porque me tocó a mí la china, estoy en China.
Surco los cielos entre turbulencias dignas de cualquier atracción de feria para quinceañeros. Esta mañana he paseado por calles humildes de Pekín. He visto cometas en el cielo. He conocido sus barrios obreros. Sus baños públicos. Sus mercados pestilentes. Calles repletas de gente de toda condición. Más Ferraris y Maseratis de los que haya visto nunca en ningún otro sitio. Y sus chicas del Manga al más puro estilo japonés. 
La contaminación abrasaba mi garganta e irritaba mis ojos. Una capota de plomo impedía que el sol llegara hasta el suelo. El ambiente era como un gris de fontanería. Aquí la vida discurre entre una amplía paleta de grises. Pekín, no es amarilla, es gris y está repleta de banderas rojas.
Me han querido vender una tortuga de tres kilos por noventa euros. Ella, la tortuga, me miraba con ojos de ternura, como reconociendo en mí al enamorado a los quelonios que fui, o como oliendo, con su puntiaguda nariz, el rastro de mi antiguo carnet de Greenpeace. El chico que la vendía ha dicho que esa tortuga, bien cocinada, es un manjar de dioses. Le he tomado fotos. Le he sacado un video antes de que pereciera hirviendo en un cocido pekinés de tortuga, y termine en la panza de un tipo con Ferrari y traje de Armani, que fuma habanos, tiene una novia operada de los ojos, las mandíbulas, y los pechos, y vende sus productos de imitación en medio mundo.
He comido pato laqueado y me han dado un masaje por venganza. La chica, diminuta y frágil en apariencia -no creo que pesara mucho más de cuarenta kilos-, me ha dado un tunda de pronóstico reservado, como si pretendiera vengarse de alguien zurrándome a mí. Eso sí, me ha dejado como nuevo. Tal vez hace tiempo necesitaba que alguien me diera una paliza de ese calibre. El fisioterapeuta al que suelo ir, de vez en cuando, me trata con demasiada ternura, excepto a la hora de cobrarme.
Las turbulencias perduran. Mi estómago está tan revuelto como el estanque repleto de carpas que había en los jardines del hotel Asia en el que he estado alojado estos días atrás. Siento mi cuerpo lleno de carpas. El avión se balancea con violencia y se escucha un atemorizado murmullo entre los pasajeros. El Ipad baila bajo mis dedos que se esfuerzan por encontrar las teclas adecuadas sin mucho éxito. Una azafata dice primero en chino, y después en inglés, que permanezcamos sentados y con los cinturones de seguridad abrochados. Pese a todo, estoy tranquilo ya que las azafatas reparten las bandejas de comida como si tal cosa y las carpas que llevo dentro de mi estómago comienzan a removerse, con más ahínco si cabe, al olor de la comida.
Estoy feliz de estar en China disfrutando de las turbulencias y con mi cuerpo repleto de carpas multicolor. No he visto Tiananmén, ni la Gran Muralla China, ni sus templos budistas, tan sólo he visto gente. Mucha gente. He mirado sus rostros. Me he fijado en sus miradas, en sus gestos, en cómo visten, en cómo viven, en las grandes diferencias y similitudes que tienen conmigo. Les miro como un psicólogo de masas, como un analista de mercados, como un viajero fatigado, como un fisgón ávido de cotidianidad.
Me ha causado gran impresión la radicalidad en la que ha degenerado el sistema político en el que se supone que viven aquí. Ricos, riquísimos,  y pobres, pobrísimos. Ferraris versus bicicleta oxidada. Mansión o comuna. Lujo y harapos. Caras ostentosas frente a rostros sumisos y esquivos. Comida de autor o bazofia. Cruzar tan sólo una calle supone pasar del comunismo más espartano al capitalismo más salvaje.
El mundo nunca deja de sorprenderme. Yo, con casi cincuenta años, sigo mimando al niño que amaba a las tortugas que llevo dentro. Eso me ayuda a seguir sorprendiéndome por todo. Perduran las turbulencias. Las azafatas, muy lindas ellas, dicen cosas en chino que no entiendo. Mientras busco la manera de entenderlas, me doy cuenta de que me paso la vida intentando entender a los demás, intentando entenderlo todo, y, ahora, como presuponía antes de iniciar este inesperado y maravilloso viaje, intentando comprender a China. Qué suerte la mía, que me enfrenta, a cada rato, a retos tan difíciles de entender como de superar. ¿Alguien sabe cómo puedo sacarme estas carpas de aquí?. Es que no me dejan dormir...

jueves, 18 de junio de 2015

Indentidad


Starbucks. Siempre que ando tirado por los aeropuertos les escribo desde Starbucks porque tiene muchos enchufes y siempre tengo falta de enchufar algo. Y mientras estoy enchufado escribo y tomo un café que nunca termina de gustarme pero me facilita el suministro eléctrico y una plácida evacuación intestinal.
Yo andaba merodeando en busca de la mejor ubicación para enchufarme cuando, supuestamente, me llamaron por mi nombre para que recogiera el pedido. Como todos ustedes sabrán, y sino aquí estoy yo para explicárselo, en esas modernas y carísimas cafeterías no dan servicio a las mesas y escriben tu nombre en el vaso para, de ese modo, llevar un escrupuloso control de la trazabilidad. Eso no sirve de gran ayuda, pero si ustedes reclaman porque dentro de su vaso, por poner un ejemplo, se encuentran un moscardón, podríamos saber que la empleada que tomó su orden se llamaba Gertrudis, la que lo hizo se llamaba Jessica, y la que voceó su nombre era conocida como Samantha, con hache intercalada entre la te y la a.
Y yo, al parecer, ensimismado en mis martingalas, no me enteraba de las voces que me estaba propinando la joven y agraciada Samantha desde el otro lado de la cafetera, poniendo en peligro sus delicadas amígdalas, y que, dicho sea de paso, era mucho más alta que la empleada. Lo único físico que afloraba de ella era una prominente cola de caballo que la superaba en altura, y asomaba como un periscopio por encima de aquella moderna expendedora de café, tan enemiga de mis intestinos como de mi economía doméstica.
Pepe -me dijo un tipo mirándome fijamente a los ojos, le están llamando desde hace rato para que recoja su café.
Lo curioso del asunto es que yo no conocía absolutamente de nada a ese señor, aunque he de reconocer que instantes antes le había visto ojear al personal, como si buscase a alguien, y había reparado, por un instante, en el desmesurado tamaño de su nariz. Sé que no está bien ir por ahí de señalón, pero, en ocasiones, todos nos fijamos en ese tipo de detalles. El hombre en cuestión se dirigió a mí sin titubear y con tal familiaridad que me dejó aturdido.
Tras recoger el café, que siempre tiene el doble de tamaño del que yo pido, me quedé pensando en lo que me acababa de acontecer.
Pensé en ese hombre. Pensé en su nariz. Pensé en la importancia de mi viaje de negocios. Pensé en Samantha y en su cola de caballo. Pensé en el embarazo de mi esposa. Pensé en otro aluvión de cosas de poca monta. Pero, sobre todo, pensé, con gran confusión, en la manera tan segura con la que, ese hombre, había relacionado mi nombre con mi fisonomía.
Mi nombre y yo, de manera evidente y palpable, debemos tener una relación causa efecto que, hasta este momento, me era desconocida. Yo soy a Pepe lo que Pepe es a mí. Ese hombre desconocido, y con un gran "olfato" para la psicología aplicada, haciendo alarde de un incomparable potencial deductivo, mirándome un par de veces en un lapso de veinte segundos, había llegado a la conclusión de que ese tipejo merodeador y ensimismado, medio calvo, bajito y regordete, con menos sexapil que Mariano Rajoy vestido de lagarterana, era el Pepe que estaba obstaculizando el tráfico natural de lavativas marca Starbucks.
Por razones obvias, aún un poco apabullado por la situación, fui al baño. Me miré en el espejo y vi a un Pepe. ¡Pepe!. Me di la vuelta, me miré de perfil y me dije: ¡Un Pepe, sí señor!. Di otra vuelta, y, girando el cuello como un búho, me contemplé en semejante pose sobre el espejo, y me volví a reafirmar en mi identidad: ¡Pepe!.
Y, qué más contarles... pues que mientras caminaba hacia la puerta de embarque C41, y miraba como hipnotizado el trasero de una inglesa, sin otra razón aparente que la de realizar un somero cubicaje de sus posaderas, me di cuenta de que, en cada viaje, en cada café que tomamos para purgarnos o no dormirnos, o en cada culo que miramos dejándonos llevar por el macho ibérico que todos los españolitos de a pie llevamos dentro, hay un ejercicio inconsciente de reafirmación identitaria. Viajamos y vivimos para ser lo que somos, y que se sepa lo que somos. Yo soy Pepe. Lo sé porque se me nota hasta en los andares.

domingo, 14 de junio de 2015

Viajar produce gases


Ya debería estar preparando mi equipaje y, sin embargo, aquí les estoy escribiendo. Antes, he regado los geranios y he leído un rato al argentino César Aira tomando el sol en el patio. Como mañana viajo a Eslovenia, vía Venecia, quiero llevar el careto bronceado, y la mente repleta de respuestas, por si las moscas. Por eso leo y riego los geranios. Ustedes no sé, pero yo, mientras les escribo esto, escucho de fondo a Woody Allen y a las tórtolas que, cada mañana, se encaraman a mi antena de televisión como Perico por su casa. A las tórtolas les encantan las novelas de amor. Lo suyo es el romanticismo televisivo. La monogamia plumífera y empalagosa. El amor para siempre. Amén. 
Los viajes. Yo siempre de viaje. Siempre escribiendo en cualquier sitio sobre cualquier cosa. Siempre buscando soluciones analíticas a problemas cotidianos y a rutinas embalsamadas. Intento sumar en una aritmética infinitesimal y desconocida. Viajo, con mis letras inocentes, en busca de soluciones matemáticas, en una especie de contradicción en la que desempeño mis funciones, si es que hay algo de funcional en lo que hago. El jueves, al despertarme en Atenas frente al Mar Egeo, una pareja de tórtolas gemía en el balcón de mi cuarto, ajenas a las reuniones que yo tenía, y a las que el gobierno heleno mantiene con la troika.
A las tórtolas les encantan los informativos, sabedoras de que cuando acaba el hombre del tiempo su hipnótica perorata, comienza la telenovela. Mi abuela era mucho de geranios, de novelas, y de hombres del tiempo. La climatología condiciona sobremanera el devenir doméstico. Si va a llover no es muy recomendable limpiar los cristales. Si hace frío hay que poner más ropa en las camas. Si voy a viajar tengo que hacer la maleta. Y yo, como siempre, haciendo todo lo contrario. En la contrariedad encuentro espacios vacíos, tórtolas, geranios, números, palabras, y soluciones efímeras cuyo efecto dura hasta la siguiente fotonovela, o hasta el próximo viaje, o hasta que les escribo un nuevo relato.
Mejor me pongo con la maleta, hagan el favor de disculparme. Hoy no ando demasiado fino para esto de la literatura universal. De hecho, me encuentro demasiado grueso. Pero creo que son gases...

jueves, 11 de junio de 2015

Europa esquizofrénica


Leo un libro mientras vuelo hacia Atenas. Cuando viajo de trabajo a Grecia siempre entro en una espiral incontrolable de nostalgia. Mis viajes a Grecia siempre han estado precedidos de tensiones y de crisis, de huelgas, de manifestaciones, y de enfrentamientos. Cuando viajo a Grecia, viajo al epicentro de la crisis europea. Vuelo hacia el espejo de mi propia realidad. Y todo eso me produce tensión, reflexión, y, por qué no decirlo, también melancolía. Entro, de manera inconsciente, en un estado de alerta inminente, como cuando te acercas a un precipicio, asomas el cuello, y te dices para tus adentros: ¡cuidado, copón!.
No les he dicho que el libro que leo es el último de David Monteagudo, que lleva por título "Invasión", y está editado por Candaya. Creo que esta editorial debía de ser una de las pocas, que editan en castellano, de las que aún no había comprado un ejemplar.
Curiosamente, García, el personaje del libro que les cuento, en su cotidianidad, sin comerlo ni beberlo, sufre, de repente, un brote de esquizofrenia y comienza a  ver gigantes a su alrededor. Grecia, por desgracia, también ve gigantes acechándole por todas partes. Cobradores del Frac, vestidos de negro, con maletines repletos de facturas pendientes de cobro, que miden tres metros y medio y tienen cara de pocos amigos.
El pasajero que se tambalea somnoliento, y  roncando, a mi lado, no es uno de ellos -de los de negro, me refiero-. Parece un señor ajeno a esta crisis, y a los gigantes, y a los esquizofrénicos, y al desodorante Axe. Este avión de Vueling carece de sillones reclinables. La decisión de prescindir de asientos reclinables, y de ese modo martirizar a los pasajeros, viene dada por una directriz de ahorro de costes proveniente de los hombres de negro. La comodidad ha dejado de ser un derecho para convertirse en un lujo impositivo. Algunos hospitales han comenzado a cobrar a los familiares por el uso de butacas reclinables en las habitaciones. Los hombres de negro, en su condición de semidioses de Berlín que han eclipsado por completo a los mitológicos del Olimpo Griego, expiden recetas económicas que desvertebran y descoyuntan familias, empresas, ayuntamientos, regiones, y países con la misma facilidad con la que caga un palomo.
La máquina infernal de hacer dinero está controlada por gigantes como los que ve García a la vuelta de cada esquina. Europa está controlada por gigantes. El mundo entero, en su conjunto, está controlado por gigantes expertos en economía deshumanizada, y de alta rentabilidad, a los que les da igual una hambruna en África, cargarse un río, deforestar el Amazonas, que suba la temperatura media del planeta y se deshielen los polos, o dejar sin pensión a millones de jubilados, y sin cenar a sus nietos.
Los gobiernos, en estado de histeria, exprimen, maltratan, y roban a sus ciudadanos para estar a la altura de las exigencias de los gigantes. La gente, desconcertada, roba, trabaja en B, o se prostituye, para estar a la altura de los gigantes y que estos no se enfaden. Nadie quiere, ni puede, quedarse afuera de esta vorágine de gigantismo neoliberal para no ser tachados de bichos raros. Y, tras la orgía crediticia, da comienzo la caza de brujas, y la historia ha demostrado que siempre pagan justos por pecadores.
Europa, como García, está enferma de esquizofrenia. De nuevo, como antaño, como ahora en Grecia, comienzan a llegar a clase los niños sin desayunar. Y la respuesta de los de negro, de nuevo, es bajar más los salarios, flexibilizar aún más los despidos, subir más los impuestos, y bajar más las pensiones.
Regreso preocupado del infierno griego. No sé si yo, como el señor García, estaré comenzando a sufrir uno de esos brotes. No es para menos. ¡Ah, se me olvidada, a veces oigo voces!

martes, 9 de junio de 2015

Normalidad democrática


Quiero dedicar este relato a la gente que no lee a sabiendas de que nunca me leerán. Quiero dedicar esta litografía del pintor serbio Bojan Tomasevic*, que compré recientemente en una exposición benéfica en Belgrado, a todos aquellos que en su vida han visitado una exposición de arte y mucho menos han aportado nunca un sólo euro para una causa solidaria. Ni han plantado un árbol. Ni han limpiado playas. Ni han acudido a manifestaciones en apoyo a los más elementales derechos ciudadanos. Quiero dedicar este relato a todos aquellos que el valor de su yo es tan grande que el valor que le dan al nosotros es el mismo que le dan a las cifras del desempleo o al aumento de la tasa de pobreza infantil en nuestro país.
Quiero dedicar esta sopa de letras incoherente para todos aquellos que, desde su más absoluta coherencia y la mayor de las clarividencias, se encuentran nerviosos por los cambios socio-políticos que estamos viviendo y que el pueblo soberanamente, y desde la más rigurosa democracia, ha decidido realizar. 
Quiero dedicar este relato a los que sufren porque, tal vez, la fórmula uno ya no se celebre más en su ciudad, a los que han llorado porque su equipo de fútbol ha bajado de categoría por deber millones de euros al fisco, a los que están temerosos porque ciudadanos que nunca han gobernado, ni robado, estén tomando posesión de sus actas de concejal o de diputados en sus respectivos gobiernos autónomos. Quiero dedicar este relato a los que enarbolan las banderas del miedo como último recurso desesperado para mantener su poder, y su status quo, pase lo que pase y le pese a quién le pese. 
El que teme a la democracia, el que critica los pactos entre las distintas fuerzas políticas, el que resta valor a los votos de millones de personas bajo el único razonamiento de creerse poseedor de la razón, tiene un sentido muy dudoso de la democracia. 
Los cambios son, y han sido siempre, motores de renovación, impulsores de nuevas realidades, y, casi siempre, han venido precedidos de grandes crisis como la que estamos viviendo, especialmente durante los últimos ocho años, y, de manera soterrada, desde bastante tiempo antes. De todos es sabido que, todas esas grandes y necesarias renovaciones, con el paso del tiempo, terminan deteriorándose y pervirtiéndose. La propia vida, nuestra propia existencia, es una prueba inequívoca de ello: nacemos llenos de energía y vitalidad y acabamos debilitados y, finalmente, sin llevarnos nada al otro mundo, morimos. 
La renovación no es necesariamente algo dañino ni apocalíptico, millones de personas, ejerciendo su derecho a decidir, no pueden estar equivocadas. La esencia misma de la democracia consiste en respetar las decisiones de la mayoría de sus ciudadanos.
Un país es su ciudadanía, no es otra cosa, y los ciudadanos, los españoles, le han pedido a los políticos que hablen, que se entiendan, y, sobre todo, que nos respeten. Desde el respeto todo se puede conseguir, incluso salir de esos grandes atolladeros en los que nos han metido los gobernantes que nos han faltado al respeto desde hace tantos años.

* Bojan Tomasevic es un artista serbio que sufre de esquizofrenia.

sábado, 6 de junio de 2015

Wasapeando con un señor desconocido


Una vez, no hace mucho tiempo de eso, se puso en contacto conmigo por wasap un lector anónimo, de manera anónima, rogando encarecidamente que mantuviera el contacto en el más riguroso de los anonimatos. Yo como en ese preciso instante iba en un tren repleto de gente con olor a Agua de Sobac, y por consiguiente medio aturdido, opté por seguirle la corriente.
Y fue entonces cuando le di valor al absentismo personal, al estar sin estar, al ir sin ir, al leer sin leer, y al hablar sin hablar. 
-Actúo en ausencia de mi yo -me advirtió, acompañando la frase con un smile con los ojos enormes.
-No le entiendo anónimo interlocutor. ¿Me podría concretar? Es que acabo de terminar un libro de Schopenhauer y estoy un poco cerril -me justifiqué.
-Es fácil, soy un hombre que no debería leer las cosas que leo, ni sentir lo que siento, ni hacer lo que hago, entonces, en la sombra, en la más escabrosa clandestinidad, lo que hago es hacer todo eso sin que nadie sepa que lo hago -me comentó, acompañando esa frase lapidaria con un smile lloricón.
-Discúlpe, señor anónimo, pero me deja usted tan perplejo como un besugo al horno, sin patatas -le planteé intentando quitar hierro al asunto, antes de que aquella conversación tan obtusa derivara en una especie de catálogo de ferretería de outlet.
-¡Quiero ser como usted! -me espetó de sopetón, al lado de un smile sonriente.
-¿Y cómo soy yo? -le pregunté de ipso facto.
-¡Usted es la leche! -puso, acompañado de un smile que se sonrojaba, al lado de un simpático dibujo de una vaca suiza.
-¿Entera, semi, o desnatada del todo? -le pregunté para ver por dónde salía.
-¡Entera! De ser leche, usted sería leche entera -un smile que sonríe y guiña su ojo derecho... y, de nuevo, la vaquita.
-¿De marca, marca, o de marca blanca? -continué con aquella especie de entrevista surrealista
-Yo diría que Leche Asturiana... un smile sonriente.
-¿Pero yo soy de Murcia y no de Asturias, sabe usted, señor anónimo? -le increpé.
-Claro que lo sé. Lo sé todo de usted -smile interrogante...
-¿Todo? -pregunté, no sin cierto temor.
-Absolutamente todo -smile besucón.
-¿Y qué es lo que más le gusta de mí? -le dije abusando de la confianza y del anonimato de aquella inesperada confesión.
-¡Todo lo que calla! -smile triste.
-Lo que callo es sólo mio -le puse un smile triste para imitar su atípico comportamiento comunicativo.
-Yo le leo entre líneas. Descarto lo que pone y leo lo que deja de escribir. Y lo interpreto, lo analizo, lo destripo, y lo asimilo. Sus mensajes en clave me han convertido en lo que soy -smile que se sonroja.
-¿Y qué es usted? -le pregunté con cierta ansiedad.
-¡Soy su clon! -smile que se sorprende abriendo boca y ojos..
-¿Y le sirve para mucho? -me interesé.
-Usted es quien le da vida y sentido a mi anonimato, y mi anonimato sustenta mi vida real. Por eso le necesito tanto... Silencio, puntos suspensivos y smile sonriente.
-Nunca nadie, desde su anonimato, me había desvelado sentimientos tan profundos -smile sonriente, acompañado del símbolo de un altavoz.
-Necesito de usted. Escriba más a menudo por favor. Profundice en los sentimientos humanos, en la falsedad de las relaciones, cuente chistes con segundas, hable del pan y los peces... Pero escriba por favor -smile que sonríe y guiña el ojo derecho.
-¿Oiga?
-Digame, -junto a un dibujito de una oreja.
-¿Usted fuma?
-Sí -símbolo de un cigarro.
-¿Marihuana o cosas así? -le pregunté.
-Sí, de todo eso, sí -smile que se sonroja.
-¿Y qué tal? 
-Me gusta hacerlo cuando le leo.

Y ahí fue cuando lo comprendí todo...

jueves, 4 de junio de 2015

Mi sistema y dos huevos duros


El éxito o el fracaso de mis publicaciones condicionan, aunque pretenda evitarlo, mi estado de ánimo. A más lecturas por entrada, sueño que voy hacia el estrellato, y, a menos, doy con mi trompa en la gorrinera. Los comentarios me engrandecen y su ausencia me deprime. Los halagos me emocionan y los silencios me frustran. Y ya ni os cuento cuando recibo críticas negativas...paso un día que no se lo deseo a nadie. Mi vida bloguera discurre sometida a la dictadura del marcador de visitas. A más visitas más vida. A más comentarios más entusiasmo. Todo fluctúa: el dólar, el Dow Jones, la prima de riesgo, el precio de las nécoras, y mis niveles de serotonina.
Uno siempre pretende ser lo que no es y tener lo que no tiene. De hecho, hasta no sé si yo soy lo que se dice que soy, o lo que se supone que soy, o soy otra cosa distinta. Cuando nadie me lee me ahogo en un mar de dudas. Por el contrario, cuando las visitas me abruman me creo que soy un columnista de éxito y que estoy a punto de publicar mi primera novela en la Editorial Anagrama.
Nunca aprendí a escribir, de ahí que sea mucho más grande mi arrogancia y más descarado mi intrusismo. Para intentar subsanar mis deficiencias leo como un poseso fijándome tanto en el qué, como en el cómo. Aprendo sufriendo y arriesgando: por acumulación, por ejercicio, por sistema, por rutina, por neurosis, por desfachatez, por gilipollas.
Y es que, aquí, entre usted y yo, me encanta flirtear con las palabras, echarles un pulso, retarlas, bailar con ellas dejándome llevar por la música de la memoria y el instinto. En caso de ofuscamiento, me preparo para cenar una sopa de letras, y dos huevos duros, y, antes de acostarme, dejo que mis ojos se resequen entre capítulos de novelas que casi nadie lee, pero que yo me empeño en ultrajar a conciencia como si me fuera la vida en ello.
Cada maestrillo tiene su librillo. Y lo de los dos huevos duros no piensen que es algo baladí, eso lo aprendí de los Hermanos Marx... y esos sí que sabían un montón.