sábado, 30 de enero de 2016

Variaciones sobre el paisaje


En "Variaciones sobre el paisaje", que estos días expone el pintor murciano Carlos Pardo, en el Palacio del Almudí de Murcia, nos enfrentamos ante un acontecimiento poco habitual: la conjugación perfecta del binomio arte y oficio. De hecho, en Murcia, los artistas nacían, y siguen naciendo hoy día, en la vieja Escuela de Artes y Oficios, aunque no sea este el caso de Carlos, que se ha ido haciendo a sí mismo desde la más absoluta inquietud, y nutriéndose, a partes iguales, de sus propios genes y de su abigarrada experiencia. El oficio de artista es un oficio eminentemente psicológico, que parte de una lucha interior, de una definición que ahonda en lo más profundo de cada ser, y que lo enfrenta ante la belleza, ante la naturaleza, ante lo real y lo irreal, ante sus limitaciones y sus propias neuras, en un viaje continuo en el que muchos, antes o después, acaban perdidos. Y es en ese punto sin retorno en el que muchos se desnortan, donde Carlos Pardo se ha hecho grande.
Para él lo material adquiere tanta importancia como lo inmaterial. No todo se lo da el oficio, pero desde el oficio todo lo ha ido construyendo con más andamiaje, con más solidez, y con más solvencia. 
Carlos Pardo se ha enfrentado al paisaje al mismo tiempo que a él mismo, en una especie de duelo entre el hombre y su capacidad para comprender su entorno y aceptar su mundo. Y en ese escenario, la música tiene mucho que ver. Aporta mucha influencia en el tono y en la fuerza de esos inmensos paisajes, en los que, si nos fijáramos bien, los colores, sus trazos, ejercen de notas y su contemplación nos trasmite, en toda su intensidad, la música intrínseca que el artista ha impregnado, en secreto, a cada cuadro.
La propuesta que nos presenta Carlos Pardo en esta magna exposición, nos invita a visitar e interpretar paisajes reales y en muchos casos inhóspitos. Mediante sus pinceles, él los transforma en algo trascendental, casi metafísico, en los que están presentes todos sus maestros y todas sus músicas. Carlos va más allá en cada exposición, y no conformándose con trasladar al lienzo la belleza de cada paisaje, intenta, con sobrado éxito, plasmar, y por tanto secuestrar, su propia alma.
Como decía el propio Carlos, hace unos meses, tras asistir en Madrid a una exposición de Goya: "La pintura de Goya es la píldora más fuerte que me he tomado de pintura moderna". 
Y es que en los paisajes y en toda la obra de Carlos Pardo, lo clásico y lo moderno se dan, sinceramente, la mano.
Enhorabuena, maestro.

viernes, 29 de enero de 2016

Un tipo con suerte


Acabé en esa isla como podría haber acabado en el mismísimo infierno, o en la Fosa de las Marianas. Mis manos, por fortuna, estaban literalmente pegadas a esa tabla. Mi primo Roque murió de un tablazo que le pegó su jefe el día que lo pilló acostado con su esposa. Con la de su jefe, me refiero. Le rompió la tabla de planchar en la cabeza, y, no conforme con eso, lo terminó de rematar asestándole un certero golpe con la plancha en la cara y eso fue lo peor. Sin embargo, a mí esa tabla me salvó la vida. Y es que, por lo visto, hay tablas y tablas...
El crucero por el Caribe me resultó demasiado barato, pero, a pesar de la desconfianza que me generó el precio tan escandaloso que ofertaba la agencia de viajes, tonto de mí, lo contraté. Oferta de último minuto -decía. El último minuto de navegación es lo que le quedaba a ese cascarón de mierda, más viejo que el Azor del Caudillo.
Cuando comenzó el oleaje presentí lo que iba a ocurrir. Siempre fui mucho de presentimientos. Me puse un chaleco para emergencias, que vi colgado en la puerta del personal de marinería, y me subí a un bote salvavidas sin que nadie se percatara de mi iniciativa.
La ola pasó por encima del buque. El golpe de mar lo partió en dos. Sucedió todo tan rápido que me vi en el agua dando mil vueltas y tragando más agua que los del Titanic. Y no me pregunten cómo, pero, unas cuantas horas más tarde, cuando yo mismo me daba por muerto, acabé varado en una playa desierta, de un isla desierta, convertido de ipso facto en un náufrago, aún sin barba, pero sí con la ropa hecha jirones, y asumiendo con orgullo y satisfacción mi nuevo papel de Robinson.
El oleaje aún estaba algo furioso. Yo seguía varado en la playa. La oscuridad era absoluta. Sentía mis piernas tan rígidas como mis brazos, que, por cierto, aún continuaban asidos a la tabla sin querer soltarse. Y fue en ese preciso momento, en el que intentaba recobrar mi autonomía locomotriz, cuando una ola arrojó sobre mí un cuerpo femenino. Cayó sobre mi espalda, a plomo, como si se tratara de una acróbata o una trapecista. Y yo me enojé. Tal vez porque estaba demasiado oscuro, o porque había perdido mi teléfono móvil, pero me enojé.
-Oiga señorita, con lo grande que es la playa y viene usted a subirse a mi espalda sin pedir permiso. 
-Lo siento, caballero, no le había visto. Ha sido la ola la que me ha arrojado sobre usted, como podría haberme arrojado contra las rocas -dijo ella, en un tono de voz que me hizo suponer que podría ser cubana, o venezolana, o de por ahí.
-¿Es usted cubana? -le pregunté.
-No. Soy de la República Bolivariana de Venezuela. De Caracas, concretamente. ¿ Y vos, de dónde es?
-Soy murciano. Y de Ricote, para más señas. Allí, nuestro Simón Bolivar es "Jesús el del Sordo".
-¿Y eso por dónde queda? -me preguntó, desconcertada.
-Antes de responder: ¿me haría usted el favor de apearse de mi espalda? Creo que sus tetas me están poniendo cachondo.
-¿En serio? ¿Puede usted pensar en sexo después de que nuestro barco se haya ido a pique y más de mil personas hayan podido perecer ahogadas? -me preguntó.
-Por lo visto sí. ¿Qué le parece si, en lugar de discutir, salimos del agua y buscamos ayuda?
-¿Ayuda? ¿Le he escuchado bien? ¿No se ha dado cuenta de que estamos en un cayo perdido en medio de la nada?
-Unos callos si que me comía yo ahora, con sus garbanzos y su chorizo. O mejor unos "sorditos" como los que hace Jesús. La comida del barco era una bazofia.
-Eso es cierto. Aunque, probablemente, en unos días, la echemos de menos -me comentó.
-¿Y qué le hace suponer que en esta isla no habrá un Burger King, o un Mcdonalds? Dicen que ya están abriendo uno en el Polo Norte.
-Jajaja. No me haga reír. Por cierto, yo me llamo Joselyn. ¿Vos cómo se llama?
-Alejandro. Me llamo Alejandro.
-¡Qué lindo! ¡Cómo Alejandro Sanz!.
-No, señorita, como Alejandro Magno -le rebatí.
-¿Qué canta ese?
-¿Quién?
-Alejandro Magno.
-¿Usted a qué se dedica, Joselyn?
-Era modelo. Lo dejé para casarme con el Gobernador de Toluca, iba conmigo en el crucero. Ojalá que se lo haya tragado el mar.
-No sea tonta, mujer. El Gobernador le habrá dejado una buena pensión y un buen palacete con piscina y jardín...
-Sí, pero a su esposa. A mí sólo me traía en promesas.
-Pobrecita. Ahora lo entiendo todo. Pero: ¿podría bajarse de mi espalda de una vez? Tiene usted las tetas demasiado duras, parecen de cemento.
-Claro, es lo único que me pagó el Gobernador, unos arreglitos a su gusto en una clínica colombiana. ¿Y ahora qué haré yo con estas tetas tan grandes?
-No se preocupe, Joselyn, en el mundo, a buen seguro, aún quedan muchos aficionados al tetamen.
-¿En serio? -preguntó emocionada la náufraga.
-Calculo que miles -le dije para su tranquilidad.
-Entonces no todo está perdido -exclamó la venezolana, soltando un profundo suspiro.
-Los que estamos perdidos somos nosotros, encallados en un cayo desierto en mitad del Caribe y, posiblemente, rodeados de tiburones. ¡Señorita! -le grité- ¿Podría bajarse de mi espalda de una vez? 
-Me da mucho miedo bajarme, está todo muy oscuro y le tengo fobia a las arañas. Por cierto, señor: ¿usted a qué se dedica, caballero?
- O se apea de una vez o no le respondo -le amenacé.
-¿No podría levantarme a caballito? -me propuso con descaro.
-¿Piensa que yo soy Sylvester Stallone o qué?
-Pues lo siento a usted muy masculino, capaz de eso y de más -dijo poniendo la típica voz, entre frívola y cándida, que se la levantaría a un muerto. 
Dicho y hecho. Me incorporé. La saqué del agua. La llevé debajo de un cocotero repleto de cocos y le hice el amor como nunca antes le había hecho nadie. O al menos en esa playa y debajo de ese cocotero.
Al día siguiente, no sé si por suerte o por desgracia, nos salvaron. El gobernador no se ahogó. Yo regresé a mis labores y aún estoy esperando la indemnización del consorcio de seguros.
Dicen que, muy probablemente, no cobraremos antes de seis o siete años. Por razones obvias, cuando cobre, no pienso celebrarlo en ningún crucero. Estoy yendo a terapia todos los martes. Desde aquel suceso, estoy obsesionado con tetas enormes. Mi psicóloga argentina me ha dicho que no me preocupe, que eso le sucede a la mayoría de los hombres con independencia a que hayan sufrido, o no, un naufragio.
-¿En serio que estuvo usted haciéndole el amor todo la noche a esa venezolana debajo de aquel cocotero? -me volvió a preguntar mi terapeuta por enésima vez. 
-Ya se lo he contado cientos de veces...-le respondí.
-Sí ya sé...¿Pero, dígame viejo, cómo cuantas veces lo hicieron?
-En realidad, dígame doctora: ¿esos detalles son tan importantes, o es qué usted se pone cachonda cuando se lo cuento?
Y para qué contarles, ahí, en el mismo diván, le tuve que dar lo que la freudiana quería. Siempre acabo igual. Desde bien jovencito me vienen sucediendo este tipo de cosas. Y ya me cansa todo esto, la verdad.

domingo, 24 de enero de 2016

Presente continuo


Rayo Vallecano 3, Celta 0. Ana María no hace peso. Riego las cuatro encinas que he plantado. Este invierno no enfría. Leo. Mohamed Chukri sigue pasando hambre en "El Pan a secas". Hambre y erecciones. Comer y follar. Instintos básicos innegociables. Como innegociable parece ser el Gobierno de España. Nadie quiere dar la cara ni la talla. Nadie quiere ser el hazmerreír que protagonice el "Gatillazo nacional". Mientras, España agoniza envenenada, y nadie asume la autoría de tan alta traición; todos miran para otro lado, para sus huestes rabiosas, que anhelan la erección encolerizada de su macho alfa en todo su apogeo y esplendor. Anhelamos el resurgir de un gran líder, de un mago del consenso y del diálogo que nos encandile con su retórica y nos sacie de la tremenda ansiedad que nos ha generado tamaño desgobierno.
Al final todo es cuestión de centímetros. De ver quién la tiene más grande. Como en el patio del colegio del pobre niño que días atrás se quitó la vida y cuya carta de despedida ha corrido en las redes sociales como la pólvora.
España está gobernada por estudiantes repetidores y matones, y los demás, en el papel de alumnos acojonados, observamos el espectáculo como si fuera una película de terror de serie B.
Dicen los que entienden, que el primer paso para curarse de una enfermedad pasa por su reconocimiento. Aquí nadie quiere reconocer la enfermedad de nuestro país y su languidecer pone en riesgo todo lo conseguido desde la transición, que ha sido mucho.
El cáncer de la corrupción tiene la culpa. Todo lo demás son decorados y cortinas de humo. En esta especie de película de Berlanga, que es España, se lo han llevado calentito por tierra, mar, y aire, en una especie de estafa piramidal que llega hasta los tuétanos de nuestras beatíficas instituciones. 
El infierno en el que arden los pobres es un paraíso fiscal.
Mientras, con la venia, sigo leyendo. Ana María se ha vuelto a dormir. Chukri sigue con hambre y empalmado. España espera impaciente la investidura de su nuevo líder. Los empresas de rating ponen el grito en el cielo.
Málaga 1, Barcelona 2.
¡Ave, César!, los que van a morir te saludan.

viernes, 22 de enero de 2016

Carta a mi madre muerta


Querida Mamá:


Hace tiempo que no te escribía. Antes no te llamaba y ahora no te escribo. No te lo creerás, pero me acuerdo mucho de ti. No fui un buen hijo, lo sé, mamá. No fui un buen hijo como tampoco ahora soy un buen padre, ni un buen marido, ni un buen amigo. La mediocridad es mi signo de identidad. Por mucho que me empeño no consigo librarme de ella. La mediocridad es la sombra que me persigue desde que me parieras. Pero, quiero que sepas que lucho cada día por los míos, que luché por ti, de la mejor manera que pude o supe, y que sigo luchando, sin descanso, para ganarle la partida al infortunio que siempre anda al acecho.
Me hubiera encantado que conocieras a nuestra pequeña Ana María, y que la cuidaras y la mimaras como hiciste con Yolanda. Si la vieras mamá: Ana María es preciosa y vivaracha. Su piel es sonrosada. Sus ojos azules y profundos. Si pudieras verla mamá, tu nietecita apenas si ha cumplido cuatro meses y se fija en todo como si tuviera un año. Se te caería la baba. Nos tiene locos a todos, mamá. Te prometo que cuando me entienda le hablaré de ti y le diré a su hermana Yolanda que también lo haga. Le contaremos de tus chistes, de tus bromas, de lo bien que nos cocinabas, y le hablaremos de tu madre, mi abuela Virtudes, que era una mujer de bandera y tenía un corazón que no le cabía en el pecho. 
Te extraño tanto mamá, que me cuesta escribir porque no paro de llorar. Aún así te diré que hace unos días pasé por nuestro Bar Josepe, al que tú le dedicaste media vida, y aún estaba allí. Y sigue llevando el mismo nombre. Y su cocina sigue teniendo la misma ventanita por la que yo te pasaba el café con leche después de que nos lo hubieras pedido veinte veces. Recuerdas mamá cuánto trabajo teníamos. ¡Era una locura!
La vida fue muy injusta contigo. Tenías mucha vida por delante, muchos viajes pendientes, muchos bailes, muchos bingos, muchos libros por leer sentada en tu vieja mecedora. ¡Ay madre!. Mamá, cómo me hubiera gustado ser mejor hijo de lo que fui, con la falta que te hacía. ¿De qué me vale ahora llorar? ¿De qué?
Recuerdo que la mayoría de los libros que te llevaba no te gustaban. Tú eras más de Isabel Allende, y de María Dueñas, y yo te llevaba libros raros que terminaban por cabrearte. Uno de los últimos que te lleve: El viejo y el mar, de Hemingway, me dijiste que te aburrió como a una ostra. Hoy he leído un pequeño relato, del escritor ruso Chéjov, que trata de un niño huérfano que le escribe una carta a su abuelo antes de morir congelado en un portal. Tal vez por eso me ha dado de nuevo por escribirte. Soy tan mediocre, y tan poco original, que he necesitado emocionarme con ese viejo relato para recordar que hacía tiempo que no te dedicaba unas letras. 
A pesar de todo, cada día me consuelo pensando que estás dentro de mí, y de Yolanda, y, ahora también, de nuestra pequeña Ana María. De tu hijo, por desgracia, no sé nada. Tu hija sigue luchando heroicamente contra su enfermedad y sigue tan guapa como siempre. Tus nietas están preciosas. El papá cada día está peor de sus achaques. Y no sé qué más contarte mamá... Tan sólo decirte, una vez más, que extraño las broncas que me echabas cada vez que te llamaba, o cuando iba a visitarte. Aún conservo tu número en la agenda del móvil. Y que te quiero mucho. Ni te imaginas cuánto. Aún no me he atrevido a visitar tu casa. No sé si podría hacerlo. Te quiero, mamá. Aunque ya no estás sigues aquí conmigo.

miércoles, 20 de enero de 2016

Respeto


Avanza enero a un ritmo vertiginoso. Y con él este invierno de la llamada "Nueva Transición. Y nuestra vida... Por estas tierras del sureste, apenas si ha llovido desde el verano. El gobierno sigue desgobernado. España mantiene el rumbo con el piloto automático ante la atónita mirada de la troika. Entretanto, todo el mundo pretende llevar la razón. Todas las partes en litigio se permiten el lujo de despellejar al rival, en esa especie de Rally Dakar que conduce a la poltrona. Lo único importante es conseguir el poder a toda costa. Atrás, como en otra dimensión, hemos quedado los ilusos votantes. Ninguneados. Prostituidos. Convertidos en estatuas de sal. 
Hace días que los discursos no se acuerdan de los ciudadanos. Ni de la bochornosa situación a la que se enfrentan millones de los nuestros cada día. Tan sólo hablan, y discuten de manera visceral, en clave partidista y usando un lenguaje, en ocasiones, barriobajero. Se fraguan repartos con nocturnidad y alevosía. Tuya mía, tuya mía, gol del contrario. Esto para mí y esto para ti.
Mientras ellos organizan el reparto del botín, y el asalto definitivo a La Moncloa, miles y miles de familias esperan la llegada de un Mesías en forma de Presidente. Sueñan con un gobierno que les vuelva a insuflar ilusión y, de paso, recuperare algo de credibilidad a la clase política.
A día de hoy, salvo los acérrimos, ya nadie cree en nada ni en nadie. La desconfianza hacia la clase política, que se expande, silente, como una gran mancha de aceite, crea un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de los extremismos. Y los extremismos tienden a no respetar al adversario, a tomarse la justicia por su mano, y a ponerlo todo patas arriba.
Mucha gente se suma, alegremente, a calentar el ambiente, a compartir informaciones falsas, o sin contrastar, a faltar al respeto a todo aquel que piensa, reza, habla, viste, o se peina de forma diferente. 
En estos días de tensión política e inquietud social muchos de nuestros "supuestos" amigos, y conocidos, se quitan la careta y muestran en las redes sociales su auténtico rostro, y, en ocasiones, lo tengo que decir, se me cae la cara de vergüenza. Pensándolo bien, el respeto y la vergüenza, como el Lince Ibérico, están en grave peligro de extinción.
La base de la convivencia, y por tanto de la democracia, es el RESPETO. No lo deberíamos olvidar tan fácilmente. 


domingo, 17 de enero de 2016

Bendita rutina


He estrenado el día dándole el biberón a Ana María. Mi pequeña, pese a sus tres meses y medio de existencia, ya duerme toda la noche del tirón. La metimos en la cuna a eso de las diez y son las ocho de la mañana. Me parecía demasiado tiempo sin comer, así que la he sacado de su cunita, aún medio dormida, y le he endiñado un biberonazo de 150 ml, con cinco cacillos de leche en polvo para bebés, y se lo ha bebido de maravilla. Eso sí, con un ojo abierto y otro cerrado.
Como premio al cumplimiento de mis obligaciones paternas ella me ha regalado una sonrisa capaz de mover montañas y, tras cambiarle el pañal, la he puesto en su hamaquita a ver a la Pepa Pig. 
Tras ese primer envite, he abierto todas las puertas de la casa para que nos entrara el sol. Afuera hacía un frío capaz de congelar una merluza en menos de cinco minutos. 
Después me he preparado un café con leche, que no se lo salta un galgo, y me he comido un plátano de Canarias, recordando aquellas primeras campañas de marketing: Todos los días un plátano: ¡Por lo menos! 
Ana María ha aguantado menos de quince minutos viendo a la Pepe Pig. Al parecer, el episodio de hoy era demasiado aburrido, de tal manera que la he cambiado a su mantita musical. 
Yo escribo mientras ella aporrea con los pies unas teclas enormes y suenan unas musiquillas que ya tengo grabadas a fuego en la mente. 
Tengo a medio leer un libro de un gringo, que no me está conquistando, y a la espera tengo otro del marroquí Mohamed Chukri, que lleva por título: El pan a secas. Esos dos libros, y yo mismo, tenemos en común que describen las rutinas de sus personajes. Rutinas de la vida diaria, sin florituras, a la intemperie, como la de ustedes, que me leen, y la mía, del que les escribe.
En el lapso que ha transcurrido entre escribir esta ocurrencia y vigilar el juego de mi pequeña, he comprobado un décimo de lotería y, como siempre, he llegado a la conclusión de que, en algún lugar, está escrito que mi destino es trabajar, trabajar, y trabajar.
¡Bendita, y maravillosa, rutina!

viernes, 15 de enero de 2016

En busca del pene perdido


Me levanto. Entro en el blog. Abro estadísticas y encuentro a alguien hurgando en octubre de 2.010. Rusia, en el mapa geográfico, aparece en verde. Entrada tras entrada, alguien escruta en mi pasado como lo hiciera un detective, o un agente secreto de la seguridad rusa. No recuerdo muy bien qué hice, ni qué escribí, en octubre de aquel año, de tal manera que me veo abocado, por el exceso de celo de mi espía, a retrotraerme a tiempos pretéritos, a sumergirme en mi pasado reciente, a despertar relatos que dormían el sueño de los justos.
Voy a octubre del 2.010. La máscara: no creo que sea lo que busca. Picasso vive: tampoco. Madrid a una hora temprana: lo dudo. La Torre Eiffel por montera: nada. Y por último, Tengo un pene enorme: ¡Eureka!, ahí está la cuestión.
Pobre de mí. El espía, o la espía, es un alma en pena vagando por el ciberespacio en busca de un pene enorme que lo redima de los fríos siberianos. 
Desde que publicará esa entrada, cientos y cientos de buscadores, y buscadoras, de penes, de todo el mundo, han llegado hasta aquí para llevarse una gran decepción. El pene de piedra, que exhibo en la fotografía de aquella entrada, y al que dediqué una simpática reflexión, no creo que les sea de mucha utilidad para saciar sus ardientes necesidades. 
Lo siento mucho, de verdad, busca penes "penitentes" de todo el mundo, no fue mi intención hacerles perder su valioso tiempo. Espero que el dibujo fálico que les he brindado en homenaje al menos les haya motivado para proseguir en su ansiosa búsqueda. Pero, sigan, sigan ustedes buscando... 

domingo, 10 de enero de 2016

No coment.


Poco más tengo que añadir a esto. El antiarte de mis collages sigue vivo para ofensa de los puristas, de mis ofuscados detractores, y para regocijo de mis escasos seguidores. Para todos ellos tengo el gusto de hacer pública, de manera impúdica, mi primera obra (...) del 2.016. 
¿Beso, atrevimiento, o verdad?

sábado, 9 de enero de 2016

La mariposa liberada


Lo confieso: robé una mariposa de una instalación que había montada en la cafetería de la biblioteca nacional de Bielorrusia, a la que accedí por un ascensor acristalado que permite, previo pago de unos cuantos rublos, contemplar unas espectaculares vistas de la ciudad de Minsk. No sé si por esa acción pueda ser tachado de cleptómano, o de simple ladronzuelo, pero la cuestión es que una de esas sutiles mariposas, que estaban pegadas de alto en bajo en una pared del establecimiento, estaba caída en el suelo, debajo de una mesa, como la hoja de un árbol arrastrada por el viento, y yo la cogí.
Esa mariposa, fruto del hurto, viajó conmigo desde Minsk hasta Murcia, entre las páginas de un libro, para que se impregnara de la cultura occidental. Desconozco al autor de la intervención, ya que el nombre estaba escrito en cirílico y, por tal motivo, no sé a quién le debo el coste de este lepidóptero de papel. Para mi descargo diré que la salvé de las garras de una escoba, o de la suela de un zapato, y la trasladé al otro lado del nuevo telón de acero para que hiciera de modelo de numerosas fotografías, y convertirla en la protagonista principal de este relato.
Las mariposas monarca son famosas por sus maravillosas e impresionantes migraciones, mientras que mi modesta y solitaria mariposa de Minsk, a partir de ahora, será recordada por volar desde estas páginas virtuales hasta los más remotos confines de la tierra.
La sutileza de esta mariposa de ficción, refleja dignamente la sutiliza de sus congéneres reales. Realidad y ficción artísticamente confrontadas. 
La mayoría de la gente que entraba en la cafetería no dispensaba ni tres segundos en observar la belleza de la instalación. La metáfora parecía resignada a la incomprensión de sus escasos espectadores, más interesados en los efectos laxantes del café, que en la exquisita representación plástica que el autor, de manera tan emotiva, les había preparado.
El desprecio a la metáfora, provocó que no entendieran el mensaje subliminal del artista. La mariposa, y su metamorfosis, representa la transformación: de gusano que se arrastra por el suelo a la bella mariposa que vuela libre por el viento. Y claro, eso, en determinados países, o se platea metafóricamente o tienes un problema.
Hay quienes, para defender su discurso, usan balas; mientras que otros, los más inteligentes, sólo necesitan mariposas.



martes, 5 de enero de 2016

Los cisnes de Masuria


Marcel se fue esa noche a la cama envuelto en un edredón de plumas de cisne de Masuria. Leía a Zygmunt Miloszewski, con una luz amarillenta que dispensaba un antiguo quinqué, en un alarde de resistencia ante la adversidad. El termómetro marcaba veinte bajo cero. Rechinan sus dientes, sin control, embutido en un pijama de felpa. Y patucos de lana. Y un gorro. Y hasta guantes. Esa temperatura no era moco de pavo y los meteorólogos pronosticaban que podían superarse todos los registros. La calefacción central se había estropeado y hasta mañana no vendrían a arreglarla. El servicio técnico se justificó alegando estar desbordado por la situación. Marcel sintió como sus pelotas se encojían hasta convertirse en dos garbanzos. El pito desapareció como queriendo buscar el calor en su interior y adquiriendo el aspecto de una crisálida. 
Polonia en invierno tiene bemoles. Bendito vodka -pensó- dando un salto de la cama, mientras se dirigía a un viejo mueble bar que heredó de su abuelo. 
Él y su abuelo siempre fueron de Wyborowa. El Chopin les resultaba más suave: 
-¡El Chopin es para los extranjeros! -gritaba siempre el abuelo al tercer chupito. Los extranjeros no entienden ni de música ni de vodka- solía decir el anciano. Y Marcel no sabía qué responder porque no conocía a ningún extranjero ni sabía mucho de música.
El abuelo Tadeusz luchó en la resistencia contra los nazis. Anualmente, en la fiesta que conmemora el inicio de la insurrección, que se celebra todos los primeros de agosto, los combatientes que aún vivían recibían un emotivo homenaje. Un acto al que cada año acudían menos compañeros, vaticinando su propia y definitiva ausencia, cosa que, para desgracia de Marcel, sucedió el verano pasado.
Éste va por ti, abuelo -exclamó Marcel, mientras levantaba un pequeño vaso de cristal tan rallado que había perdido totalmente su transparencia. Cuánto te echo de menos, abuelo. Ya no quedan hombres como tú en Polonia -decía mirando una vieja fotografía en blanco y negro. Cazaste más nazis tú solo que toda la resistencia junta. Te fuiste con la cabeza bien alta, abuelo -dijo levantando el desgastado vaso nuevamente.
A ese vodka siguieron algunos más. Se olvidó del frío. De la negativa del calefactor a desplazarse hasta el viejo edificio situado en la calle Targowa. De la ausencia de su esposa, a la que nunca quería nombrar, y a la de su hija Monika. Del odio que sentía hacia su jefe. Se olvidó de todo excepto de su abuelo Tadeusz. El viejo lo había sido todo para él. Más que sus padres, que tuvieron que emigrar a trabajar a Inglaterra dejándolo solo con sus abuelos. Más que a su mujer, que lo había abandonado por un constructor, un nuevo rico con financiación comunitaria, que la había contratado como secretaria, y por lo buena que estaba. Más que a su propia hija, a la que no veía desde hacía varios años, porque un juez le había quitado todos sus derechos de tutela por su conocida afición al alcohol.
A punto de congelarse en aquel salón sucio y desvencijado, consiguió llegar a duras penas hasta el dormitorio, no sin antes haber tirado por los suelos los restos de una sopa zurek que llevaba varios días en un plato sobre una mesa baja que había situada frente al televisor y con la que, antes o después, todo el mundo se tropezaba.
Aquella noche Marcel soñó con cisnes; unos cisnes blancos, níveos, elegantes. Y soñó con su abuelo Tadeusz en un viaje que, hace más de cuarenta años, hicieron juntos al lago de Masuria, en verano, en la incomparable Región de los Mil Lagos. Tal vez allí disfrutó del mejor verano de su infancia, o quién sabe si de toda su vida. Marcel soñó con los mismos cisnes que esa noche de frío polar, gracias a sus delicadas plumas, probablemente, le habían salvado la vida.



domingo, 3 de enero de 2016

Marcha Radetzky o la sociedad perfecta


Ayer lancé, por enésima vez, un mensaje dentro de una botella. Una botella imaginaria y un mensaje indescifrable. A un mar transparente y seco. A un mar en agonía como el Mar de Aral, o como el mar de nuestras conciencias. En una supuesta ciudad irrespirable y tan violenta como una pelea de perros. 
Muy probablemente, el mensaje lo recogerá una persona que vivirá con menos de un dólar al día y a la que estarán amenazando con un Kalashnikov. O llegué a un vertedero de basura en el que malvivan trescientos niños hurgando entre las inmundicias para conseguir algo que tenga un valor. Algo por lo que las mafias de la mierda le den veinte centavos de dólar. Algo que le de para subsistir y, de ese modo, pueda seguir escarbando, al día siguiente, y al día siguiente, entre las miserias de la clase media.
Ayer lancé dentro de esa botella, mi decepción y mi desconsuelo, mi rebeldía de palabrería, mi impotencia, mi frustración, mi condena existencial, mi propia basura. 
Cada mañana, antes de ir al trabajo, converso con los contenedores a los que confieso mi arrepentimiento. Uno amarillo, otro azul, y otro regordete de color verde. Los trato como a los pollitos de un nido imaginario. Cuando paró mi coche de alta gama, ellos abren sus picos y agudizan sus piares para reclamar mi basura organizada y de categoría. Como un católico espera el cuerpo de Cristo haciendo cola, vestido de domingo, en una iglesia que es un cántico a la ostentación, mientras los pobres esperan en la puerta con la mano tendida. 
Los pobres siempre están a las puertas. A las puertas de todo. Las puertas se inventaron para separar a los ricos de los pobres. Siempre hay puertas, y vallas, y fronteras, y religiones, y banderas. Y basura. Basura deshumanizada con cara y ojos, con cuerpos famélicos y vientres inflados, sin versos con rima, ni asonantes, ni comida caliente, ni cama, ni sonrisas. Basura recubierta de piel, con ojos de humano, cuya existencia paralela tan sólo sirve para decorar los informativos, eso sí, previo aviso de que, su contemplación, puede herir la sensibilidad del espectador. 
Y ayer las rebajas estaban de bote en bote. Los contenedores, los vertederos, ya esperan sus regalos de navidad. Siempre hubo clases. En Viena, y en todas las cadenas de televisión, ya suena la marcha Radetzky, y por tanto, todo comienza de nuevo, pero aquí, y perdonen ustedes por la expresión, ya no cabe más mierda.

viernes, 1 de enero de 2016

Si bebes, no conduzcas


El golpe fue tremendo. ¡Joder, casi me mato!. Y aún me quedaban treinta y cuatro mensualidades por pagar!  Del coche creo que no quedó ni una pieza en su sitio. ¡Siniestro total! Estaba bocabajo, con el cinturón puesto. No se veía nada. Curiosamente la música siguía sonando: Livin´La Vida Loca, de Ricky Martin. Esta vida loca mía casi me mata. Bueno, la vida loca y los diez gin tonic con corteza de abedul y bolas de pimienta de las Barbados. Yo creo que debió de ser esa mierda de pimienta la que me jodió. Recuerdo la Nochevieja anterior que me tomé doce gin tonic y no pasó nada, y esos no llevaban la puta pimienta. ¿Quién me mandaría a mí tomarme esos diez gin tonic con pimienta?
No podía salir de ahí. No tenía forma de quitarme el cinturón. Sentía como la sangre se me estaba yendo toda a la cabeza. Y no encontraba el puto móvil, debió de salir volando por la ventana en alguna de las vueltas de campana que pegué. Las ventanas iban abiertas, pese a que eran las cinco y media de la madrugada y pleno invierno, para que entrara el aire y despejarme un poco. Por fortuna para mí, el coche no se incendió, y no se cayó por ningún terraplén, de otro modo no lo estaría contado ahora. No sé por qué narices tenía que acabar todas las nocheviejas borracho como una cuba. Pero es que si no me emborrachaba no era capaz ni de bailar. Pero, total, para lo que bailaba, y para lo poco que ligaba, lo mejor hubiera sido quedarme en casa viendo a la Pedroche dando las campanadas. 
¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! No ligo ni pagando. ¡Qué mierda! ¡Soy un desastre de tío! ¿Y cómo voy a salir ahora de aquí? ¡Esto es un infierno! ¡No siento las piernas! ¡Me voy a morir! ¡No quiero morirme aquí en medio de la nada! -gritaba como un loco, lleno de cristales, sangre, y tierra, cuando alguien se acercó:

-Oiga, buen hombre: ¿está usted bien?
-¿Quién me habla? No veo nada. 
- No ve usted la luz de la linterna, le estoy alumbrando la cara.
- No, no veo nada. ¡No puede ser!
- Tranquilo, no se preocupe, ya viene la ambulancia. Todo va a salir bien. Verá como todo va a salir bien. Esté tranquilo, amigo.

Y así fue como perdí la vista y el coche al mismo tiempo. Aún me quedan varios recibos por pagar. Lo quería contar para que supieran todos ustedes que el alcohol es una puta mierda, y da igual que sea en Nochevieja o en el cumpleaños de tu prima Carlota. ¡Si bebes, no conduzcas! Se lo digo yo y la Dirección General de Tráfico.