viernes, 31 de enero de 2014

Venancio XII


Martina, ni que decir tiene, que no se separó ni un instante de Venancio desde que este regresará del hospital. Lola, con ayuda del resto de las chicas, intentaba recomponer, de la mejor manera posible, los graves desperfectos que había sufrido la casa. Las cortinas se habían destrozado, junto a la totalidad del mobiliario de la sala de espera. Sin embargo, lo que más le dolió a Lola fue que destrozaran un precioso reloj de pared suizo, del que, cada cuarto de hora, salía un cuco ofreciendo su cu-cu tan característico, y al que ella le tenía un especial cariño. El reloj en cuestión acabó incrustado en la cabeza del subteniente Márquez, motivo por el cual tuvo que retrasar su marcha a la provincia africana del Sahara Occidental.
Venancio, al volver en sí, sorprendió a Martina rezando por él, por lo que prefirió continuar haciéndose el dormido para averiguar, hasta qué extremo llegaban su preocupación y sus plegarias.
-Virgencica mía, haz que se ponga bueno mi Venancio, yo le ayudaré a salir de aquí, él pobre no ha nacido para esto, ni yo tampoco, por el amor de Dios, Virgencica, ayúdanos -rezaba Martina.
-¿Dónde estoy? -dijo Venancio haciéndose el disimulado.
-En la casa, Venancio, ¿no me reconoces? ¡soy Martina! -dijo la jovencita con preocupación.
-Hola Martina, sí, sí, ya recuerdo todo, por un momento me había quedado en blanco -se justificó el montañes.
-Es normal, si me hubiesen pegado a mí un puñetazo como el que tú te llevaste, me hubieran mandado al otro barrio, pero dime, ¿cómo te encuentras, Venancio, estas mejor? -le preguntó la chica.
-Sí, a tu lado me siento mucho mejor -le dijo Venancio aprovechando la oportunidad que se le presentaba, sobre todo, después de haber escuchado los anhelos de la joven.
-¿En serio, te gusta estar a mi lado? -le preguntó sorprendida la joven.
-Claro que sí, Martina, me encanta como me tratas. Hace mucho tiempo que nadie me trataba como tú. ¿Sabes una cosa?: si alguna vez regresara a mi pueblo me encantaría que te vinieras conmigo. ¿Lo harías? -le preguntó Venancio por sorpresa.
-¿A pesar de que sabes a qué me dedico, te gustaría llevarme contigo? -le preguntó Martina, visiblemente nerviosa.
-¡Y eso qué importa!. A ver, dame un beso -le solicitó Venancio con la misma seguridad con la que se desenvolvía en la montaña antes de su llegada a Barcelona.
Sin pensárselo dos veces, Martina le dio un beso en la cara a Venancio e, ipso facto, se apartó ruborizada.
-No,no, así no. De esos me han dado muchos besos; me refería a un beso en la boca. Un beso de amor. De esos nunca me han dado ninguno. ¿Me darías un beso como si fuéramos novios? -le preguntó un Venancio totalmente desconocido.
Martina no dijo nada. Tan sólo se agachó un poco sobre Venancio, agarró su cara con ambas manos, pegó suavemente sus labios a los suyos, y le dió el beso más dulce y apasionado de toda su vida.
-¿Algo así era lo que querías? -le respondió la chica emocionada.
-No sé que decirte, Martina, ¿podrías repetir lo que acabas de hacer? -le insinuó el montañés.
-¡Tú sabes mucho, jovencito!- dijo Martina, y, diciendo esto, se abalanzó sobre el joven y le dio un beso tan apasionado que ninguno de los dos se percató de que Lola había entrado en la habitación.
-¡Martinaaaaaaaa, pierdete de mi vista inmediatamente! -gritó Lola, montando en cólera. Y, usted y yo, amiguito -refiriéndose a Venancio- tenemos mucho de qué hablar. ¡Pero muchoooo!

viernes, 24 de enero de 2014

La amenaza de las cucarachas


A las cucarachas nos gusta estar bien calentitas. El invierno nos afecta hasta tal punto que hibernamos al estilo oso en los recovecos más recónditos de las casas de los humanos. Ellos no hibernan. Son seres extraños que pagan cuantiosas hipotecas para comprar unas casas en las que casi nunca están. Y eso es lo bueno, porque, cuando ellos no están, nosotras campamos a nuestras anchas. 
Desde que hace siglos vinimos de América somos odiadas como no se pueden imaginar. Nos rocían con gases, nos ponen pegamento para que se nos peguen las patitas, nos colocan trampas con comida envenenada, nos pisan, nos matan a sustos con chillidos huracanados, nos martirizan con canciones para ridiculizarnos: "la cucharacha, la cucaracha, ya no puede caminar..." y otro sinfín de torturas que no les contaré para no dramatizar en exceso, ya que, para ser realista, les diré que todo eso apenas si merma nuestra creciente y vigorosa población.
Para vengarnos tenemos la noche. En el reino de las sombras y de la oscuridad las cucarachas extendemos nuestro total dominio sobre el territorio. Sabemos que cuando se apaga la última luz, y dan comienzo los ronquidos, la casa es nuestra y la comida abunda.
Una vez que tenemos la panza llena, nuestro juego favorito es la yinkana. Cada noche cambiamos las pruebas y los itinerarios. Luego, justo al alba, cuando comienzan a invadir la casa los primeros rayos de sol, entregamos las medallas y nos vamos a descansar a nuestro rincón preferido en los armarios con dulce olor a suavizante.
Yo, personalmente, he ganado varias competiciones. Mi especialidad es el textil. Subirme por las cortinas, por las camas, y por los sofás, a toda velocidad, me ha ido siempre mucho mejor que las superficies lisas o las paredes de gotelé. 
Ahora que ya estoy más vieja, y no me apetece tanto correr y trepar, estoy explorando más mi faceta intelectual. Leo y escribo. Al ser ambidiestra, dependiendo de por dónde entra un resquicio de luz, utilizó una u otra de mis patitas delanteras para escribir. Hasta que descubrí el Ipad. Eso ha sido para mí la gran revolución. Soy la primera cucaracha que domina la informática. Como gran parte de los descubrimientos trascendentales de la historia cucarachil, fue por casualidad. Aquel día, después de comer en el fregador los restos de la cena que, amablemente, siempre nos dejan en sus platos, me dí una vuelta por la mesita auxiliar del salón. Sobre ella, caminé por una superficie muy lisa y fría que a mi paso se encendió. Al iluminarse me mareé y dí varias vueltas por el centro de esa cosa, que estaba llena de números, y ese artefacto cambió de color. Me llamó la atención un icono que ponía Safari, así que, por probar, raspé con mis patitas y la pantalla volvió a cambiar. Lo demás fue todo coser y cantar. 
Les puedo decir, sin ánimo de presumir, que soy la primera cucaracha que se ha abierto una cuenta en Facebook, Twiter y Blogger, y como pueden ver, me ha dado por escribir. 
No se lo digan a esos infelices de los humanos, pero, en cuatro días, ya que comenzamos a dominar la tecnología, este mundo será nuestro. Se van a enterar esos de lo que son los gases.

domingo, 19 de enero de 2014

Deseos


                                                             A mi esposa.

Hago enormes esfuerzos en dotar de vida a cuanto escribo. En realidad, invierto enormes esfuerzos para hacer todo lo que hago en la vida, y, de tanto hacerlo, he conseguido disfrutar en el esfuerzo. Escribir es mi reto, y mi desahogo, diario. Mis avances son mínimos, pero me alivia pensar que cada día soy mejor que el anterior. 
Me evado del mundo escondiéndome entre las hojas de los libros que leo. Todos me gustan. Todos me sirven. Y a todos los que se atreven a escribir respeto. Mientras leo respiro, tomando grandes bocanadas de aire, como lo hacen los peces rojos en sus tristes y redondas peceras. Necesito leer tanto como respirar.
Me pregunto, en demasiadas ocasiones, por qué la vida ha sido tan generosa conmigo, sobre todo cuando, a mi alrededor, mucha gente, que no es peor que yo, no ha conseguido alcanzar las cuotas de bienestar de las que yo, temporalmente, disfruto.
Quizás a esta edad, cuando no me queda demasiado para el medio siglo, no sea demasiado práctico, ni habitual, continuar creyendo en las personas, en su honestidad, en su compromiso, y en su capacidad de cambiar las cosas y de cambiarse a ellos mismos.
He oído a gente de mi edad, inclusive mayor, que envejecemos sintiéndonos jóvenes, pensando como jóvenes, e intentado comportarnos como jóvenes. Y, sin embargo, cuando somos jóvenes, estamos locos por ser adultos y actuamos como adultos, e intentamos aparentar madurez. 
En mi caso, quizás sea un perro verde, pero estoy conforme con lo que soy, quizás porque lucho a diario contra mi otro yo, que me grita que desconfíe de la gente, que me relaje, que mire para otro lado, que no lea, que demuestre ser más fuerte y que esconda mis debilidades tras la cómoda máscara de la apariencia.
Y no, no soy capaz de escuchar esa llamada. La llamada de la arrogancia. La llamada de la superioridad. La serpiente de la tentación.
Quiero seguir disfrutando del esfuerzo, de los errores y de los aciertos, de las personas, de los pequeños logros, de un nuevo relato, de la pasión de un beso, de una mirada de afecto, de un verso asonante, de una leve caricia, del frío en el invierno, del calor en verano, de reuniones eternas, de la lluvia, de mi esposa, de mi hija ausente, de mi casa, de mi vida, de un buen paseo... de ustedes.
Sólo le pido a esta vida fuerza, para seguir luchando, y unas miles de noches más, para seguir soñando.

sábado, 18 de enero de 2014

Venancio Mulero XI


El primer timbrazo sonó temprano. Un Venancio pletórico, y bien trajeado, abrió la puerta con la misma alegría que un niño abriendo su regalo de cumpleaños. El cliente más madrugador del día fue el señor Florenciano.
-Hola Venancio, buenos días, ¿soy el primer cliente del día, o no? -le preguntó el caballero con urgencia.
-Así es señor Florenciano. Pase conmigo hasta la salita que voy a avisar a las chicas -le comentó Venancio con diligencia.
-Por mi no las molestes, tan sólo dile a Carmencita que he llegado. Yo sólo entro con ella. Soy hombre de una sola mujer -le explicó orgulloso.
-Me parece muy bien, caballero. ¿Y, si usted es soltero, por qué no se casa con ella? -preguntó Venancio, con inocencia.
-¡He dicho que soy hombre de una sola mujer, no de que la quiera para mi sólo -replicó el cliente.
-¡Ah!, ya entiendo. Voy a avisarle entonces, no tardo nada -dijo Venancio mientras se adentraba por el pasillo, rumbo a la habitación de la meretriz, sin entender demasiado la explicación del señor Florenciano.
En ese preciso instante el timbre volvió a sonar,  por lo que Venancio, tras dar aviso a Carmencita sobre la llegada del señor Florenciano, se lanzó corriendo nuevamente hacia la puerta a recibir a más clientes.
Al abrir, Venancio se sorprendió al ver a dos hombres uniformados. A pesar de que en su pueblo sólo había un pequeño puesto de la Guardia Civil, al instante, reconoció el uniforme de la Policía Armada. Por aquella época, los grises eran más temidos en Barcelona que los lobos en su pueblo. 
-¿Está la Lola, joven? -preguntó el que mejor llevaba dispuesto el uniforme. Dígale que ha llegado el Subteniente Márquez. 
-Ahora mismo le aviso, señor. Pero pasen... pasen a la salita, no se queden ahí en la puerta -le respondió el montañés.
Venancio se había percatado de que los dos agentes venían más borrachos que su padre cada vez que vendía una vaca, por lo que, mientras iba en busca de Lola intuía que algo, y no bueno, iba a suceder.
No le dio ni tiempo a llamar a Lola antes de que el timbre volviera a sonar. 
-Lola, por favor, el Subteniente Márquez le busca -gritó Venancio desde el pasillo, mientras corría de nuevo como un rayo hacia la puerta.
-El Subteniente Márquez... ¡y el Sargento de Primera Ortuño! -matizó el más joven de los policías, ya que el subteniente no estaba para dar muchas explicaciones.
Tras la puerta, Venancio se sorprendió al ver a dos militares con pinta de extranjeros.
-Hello boy, my gustar casa Lola y sus chicas -dijo el primero de ellos que estaba más colorado que una gamba de Huelva.
-¡Good morning! -exclamó el otro, que al parecer no hablaba ni papa de castellano.
En esto que Lola apareció en el pasillo y se sorprendió de ver a tanto uniformado.
-¿Acaso hoy es el día de las Fuerzas Armadas o qué, chiquillos? ¿O habéis cobrado la extraordinaria? -exclamó Lola, haciendo alarde de su gran sentido del humor. Venancio, por favor, acompaña a los miembros del ejército de salvación a la salita, que en un momento estarán las chicas listas para curarles las heridas -ordenó la madame con ironía.
En el pasillo, se encontraron los cuatro uniformados caminando en dirección a la salita de espera, instante en el cual Venancio percibió la misma sensación de inquietud que cuando su perro pastor se cruzaba con un gato montes.
En la sala, mientras esperaban la aparición estelar de la chicas, las miradas que se lanzaban unos a otros parecían rayos fulminantes. Venancio no se separada de los clientes, del mismo modo que nunca la hacia de su rebaño, más aún cuando, tras los primeros relámpagos, la tormenta estaba a punto de comenzar.
La llegada de las chicas, ataviadas con sus coloridos vestidos y con sus sonrisas recién estrenadas, pareció, por un momento, relajar el caldeado ambiente que se estaba propiciando entre los milicianos de ambos bandos, más propia de la Guerra Fría que de un burdel en Barcelona.
Bien jóvenes, como es norma bien sabida de la casa, los que llegan primero, escogen primero -explicó Lola con autoridad.
-Los nacionales hemos llegado primero, así que el subteniente, que por cierto hoy celebra su traslado al Sáhara Español, para dirigir la seguridad del aeropuerto de Villa Cisneros, elegirá primero -dijo el sargento que hacía las veces de portavoz de su superior.
Todo, por un momento, quedó en silencio. Sin embargo, por los gestos que los americanos hacían con la cabeza, la unanimidad de aquella postura estaba entredicho.
El subteniente, sin pronunciar palabra alguna, levantó un brazo apuntando hasta una de las meretrices. Lo que dio como resultado que uno de los del bando contrario dijera:
-¡No, esa joven ser para americanos! Gustar mucho a Capitán Malcom -exclamó el más joven de los coloraos poniéndose de pie con energía.
-¡Nada de eso, extranjeros! primero elegimos los del país, y esa chica es para mi subteniente -advirtió el sargento visiblemente ofuscado.
-¡No,no, América ser más grande y tener más poder, y capitán tener mayor rango que un chusquero de la policía gris -exclamó desafiante el que más castellano conocía de los dos.
-¿Ha llamado usted chusquero a mi subteniente? -preguntó el sargento, mientras  se encaraba con el norteamericano pese a que este le superaba en un palmo de altura.
-¡Sí, ustedes ser chusqueros, los dos ser chusqueros, todo el país ser chusqueros! -exclamó encolerizado el militar del otro lado del Atlántico.
Sin pensárselo dos veces, el sargento de primera Ortuño, al gritó de: ¡Por España y por el Caudillo! le lanzó un gancho en la mandíbula de tal magnitud que el americano cayó sobre su capitán y después acabó bocabajo en el suelo. Ortuño se sintió, en ese preciso instante, como se debió de sentir Urtain en su primer combate profesional en el que su rival le duró tan solo diecisiete segundos, y acabó en semejante postura sobre la lona.
Venancio, sintiendo herido su orgullo protector para el que se la había contratado, al ver incorporarse al capitán con intención de dar una respuesta adecuada a la agresión que acababa de sufrir el ejército estadounidense, se abalanzó sobre él con intención de calmarlo pero todo lo que recibió fue un directo en el ojo izquierdo que lo dejó K.O. a la primera de cambio. El púgil americano, soltando el brazo, no se quedaba a la zaga. De ahí, hasta que llegó a la casa una dotación completa de la Policía Armada, todo fueron golpes, patadas, jarrones rotos y sillas destrozadas. Las chicas entraron en una especie de shock. Lola atendía a Venancio que había perdido el conocimiento al primer asalto. Florenciano hizo mutis por el foro antes de la llegada de las autoridades. El caos, durante casi media hora, fue total. 
Cuando los grises y los sanitarios entraron a aquella casa el escenario era dantesco. Parecía que había sufrido las consecuencias de un terremoto. Los militares en el suelo y rodeados de enseres destrozados, las prostitutas llorando, la jefa atendiendo a los heridos.
A Venancio le hervía el ojo y todo le daba vueltas. Por momentos, lo mismo recobraba la lucidez y veía un inusual trasiego de gente por toda la casa, que su mente lo transportaba, sin control, hasta su vieja casucha pirenaica, con sus prados verdes, sus vacas y su perro. 
En ese estado tan delicado se lo llevaron los camilleros.

viernes, 10 de enero de 2014

Norte-Sur


Sonó el despertador. Era invierno. Enero, como hoy, para más señas. Aquella mañana Jorge se despertó aferrado a su sueño, cosa bastante rara en él, ya que, casi siempre, los olvidaba en el preciso instante en el que abría los ojos o, a lo sumo, antes de llegar a poner el pie derecho en el suelo. Sin embargo, esa mañana fue la excepción que confirmaba la regla. Recordaba, perfectamente, el compromiso que había adquirido con una multitud enfervorecida que le exigía soluciones. Se veía en un balcón, quizás municipal, ofreciendo un discurso adecuado a los oídos, necesitados de soluciones, de los allí presentes. Sentía orgullo viéndose en esa situación.
Comprometido a buscar un atajo entre en norte y el sur, se levantó de la cama. Tengo un compromiso. Tengo un compromiso con mis paisanos. Me he comprometido y cumpliré mi palabra. Le pese a quién le pese. Tengo un compromiso -se decía entre dientes-, con un pijama de rayas más propio de un presidiario que de un gestor de empresas, intentando, de ese modo, que no se evaporara el recuerdo de su sueño.
Al llegar a la cocina, lo primero que hizo fue encender su vieja cafetera. Puso una rebanada de pan en un tostador vertical que solía quemar una de cada dos tostadas. Se sirvió medio vaso de zumo de naranja de una botella en la que se podía leer "recién exprimido" y que llevaba más de dos semanas abierta en el frigorífico. Miró por la ventana de su cocina y la niebla le impidió ver la casa de los vecinos como solía hacer siempre que se tomaba el zumo. El silencio era ensordecedor. El frío, insoportable, no impedía, sin embargo, que recordara perfectamente su compromiso: juntar el norte con el sur. ¡Juntar el norte con el sur!.
Mientras meditaba en el profundo sentido filosófico de su cometido, le daba vueltas al café, intentando disolver los tres terrones de azúcar que le solía poner. Entre vuelta y vuelta, tomó conciencia de la magnitud de su mensaje: unir el norte con el sur. ¡La madre que me parió! Por lo menos que me he comprometido a poner farolas en el camino del cementerio. Ni más ni menos que juntar el norte con el sur -exclamó Jorge, con desesperación.
La ducha fue rápida. Ducha minuto le llamaba él. La planificó un día, tras comunicarle la empresa en la que trabajaba antes que le bajaban un veinte por ciento el sueldo, por culpa de la crisis, para ahorrar agua, gas, electricidad, champú y gel de baño. En los últimos meses había calculado un ahorro aproximado de noventa y cinco euros. El sistema lo había intentado patentar, sin éxito. Él nunca fue un hombre exitoso. De hecho, cuando Jorge buscaba el éxito en el norte, este, esquivo, se iba hacia el sur. Si el dinero estaba en la bolsa, cuando él llegaba a invertir la bolsa bajaba estrepitosamente. Un conocido suyo lo animó a invertir en arte, compró un cuadro de Dalí, a precio de ganga, a una supuesta viuda que no sabía lo que vendía, y luego todo resultó ser una estafa que se llevó por delante gran parte de sus ahorros.
En la calle sintió aún más frío del que pensaba. El tranvía fue puntual. Se sentó al lado de una señora generosa en carnes, y en sonrisas, ya que, desde el mismo instante en el que se sentó, la señora no paraba de echarle sonrisitas y caiditas de ojos.
Él se hizo el despistado mirando la pantalla de su teléfono, sin poder evitar que en su mente se repitiera, como un mantra, el extraño mandato de su sueño: ¡juntar el norte con el sur! ¿Pero, cómo? -se repetía Jorge, una y otra vez.
Se bajó, como siempre solía hacer, en la Estación del Norte. Caminó, por diez minutos más, hasta el edificio Sur. Subió por la escalera, ya que su empresa: Inmobiliaria Norte, se encontraba en el entresuelo. 
Al llegar a su oficina sintió algo extraño. Las miradas de sus compañeros no eran las habituales. Las percibía más cálidas. Nada que ver con el mirar plomizo y sin brillo de días anteriores. Sin duda, Jorge notaba algo distinto, pero no era capaz de identificar el motivo de tan inquietante sensación.
No había pasado ni media hora de su llegada cuando sonó el teléfono de su mesa.
-Inmobiliaria Norte, dígame -respondió Jorge.
-Pero Jorge, ¡cojones! no has visto que es una llamada interna. Ven a mi despacho un momento -le dijo su jefe, con el tono de voz enérgico que le caracterizaba. 
Jorge se levantó de su mesa y encaró un pasillo estrecho, flanqueado por imágenes antiguas de Madrid, en cuyo fondo se encontraba el despacho de su jefe.
-Da usted su permiso, don Manuel -exclamó Jorge.
-Pase, pase, Jorge. Siéntese. Como sabrá usted, nuestra expansión en la Costa del Sol está siendo, en los últimos años, el motor económico de nuestra compañía. ¿Estamos de acuerdo o no, Jorge? -le preguntó el jefe.
-Así es don Manuel, las ventas de esa zona triplican a las del resto del país, gracias, sobre todo, a los extranjeros -confirmó Jorge, con seguridad.
-Pues de eso precisamente quería hablar con usted. Hemos pensado en ampliar nuestra presencia allí, pero por motivos fiscales hemos decidido constituir una nueva empresa, con sede en Málaga, que se llamará Inmobiliaria Norte-Sur -qué le parece, don Jorge, porque, a partir de ahora, le tendremos que llamar don Jorge.
-Me parece una muy buena noticia, don Manuel. Creo que somos una de las pocas inmobiliarias del país que ha continuado creciendo en ventas, incluso en estos años de crisis -explicó Jorge, con orgullo.
-Así es Jorge, y por ello, la empresa ha decidido confiarle a usted la dirección administrativa de esa nueva compañía. Por supuesto, tendrá una mejora importante en su salario y podrá disfrutar, sin coste alguno para usted, de un maravilloso apartamento en el edificio Sur, con vistas al mar; el que acabamos de construir en la Avenida Mar del Norte. ¿Qué le parece, Jorge? -preguntó don Manuel.
-Me deja usted sin palabras, don Manuel. Es para mi un gran honor que la empresa haya contado conmigo para ese ascenso. Estoy muy agradecido, don Manuel -dijo Jorge, con lágrimas en los ojos.
-Por cierto, recursos humanos ya ha seleccionado a la secretaría que le ayudará en Málaga a poner en marcha el proyecto. Es una persona que habla dos o tres idiomas, tiene estudios superiores de administración de empresas, y una gran experiencia en el sector bancario. De hecho, está aquí en la sala de espera, le diré que venga -dijo el jefe.
Mientras que don Manuel pedía por teléfono a su adjunta que acompañara a su despacho a la nueva secretaria, Jorge no daba crédito a todo lo que le estaba aconteciendo. Se sentía tan orgulloso como en el sueño que había tenido esa misma noche. Y recordando ese sueño, se percató de que la empresa, que muy pronto comenzaría a dirigir, se llamaba Norte-Sur. Él, que nunca había creído que el contenido de los sueños tuviera conexión alguna con la vida real, se sintió desconcertado. ¿Todo esto me estará pasando en realidad, o estaré aún dormido? -se preguntaba.
Al abrirse la puerta del despacho de don Manuel, Jorge recuperó la conciencia. Sin embargo, al ver entrar por la puerta a la oronda señora que le había coqueteado en el tranvía, Jorge pegó en respingo en el sillón, que hasta don Manuel se llevó un gran susto.
-¿Le ocurre algo, Jorge? -preguntó don Manuel, preocupado por la situación.
-No, no, nada, es que, de pronto, me he acordado que es el aniversario de la muerte de mi madre y me ha dado un sentir. Siempre suelo ir a su tumba a depositar unas flores, antes de venir al trabajo, y hoy se me pasó por completo -se excusó Jorge, sorteando la incomoda situación con habilidad.
-Ven ustedes, señoritas, se dan cuenta de la calidad humana que tiene don Jorge. Eso es lo que buscamos en nuestros empleados. ¡Humanidad! Nuestros clientes son personas y necesitan calor humano -expuso don Manuel, muy efusivo. 
-Doña Ofelia, le presento a don Jorge, un gran gestor, pero sobre todo un gran ser humano -explicó don Manuel.
-Mucho gusto, Ofelía, encantado de conocerla -exclamó Jorge mientras le daba dos besos a su nueva colaboradora.
-Igualmente, don Jorge, estoy muy emocionada por esta gran oportunidad que me brindan, a nivel profesional y personal -dijo Ofelia, mirando con coquetería a Jorge.
-La empresa Inmobiliaria Norte-Sur S.L. espera mucho de ustedes dos. Así que, manos a la obra.
De ese modo, la vida de Jorge, y también la de Ofelia, pegó un giro copernicano. 
Málaga siempre fue una buena ciudad para soñar.

Y para terminar este relato, canten conmigo:

¡Para hacer bien el amor hay que venir al sur, nananana, nananana....! 
(Rafaela Carrá)

lunes, 6 de enero de 2014

El extraño secuestro de Amélie Nothomb


El la recta final del año pasado, quién sabe si como consecuencia de mi depresión postvacacional, o tal vez no, caí víctima de Amélie Nothomb, una escritora belga o japonesa -o las dos cosas o ninguna- que se apoderó de mi cotidianidad con un método muy refinado de secuestro exprés.
Desde que el primero de sus libros cayó en mis manos -Diario de Golondrina- me convertí en una marioneta a su merced. Eso fue en septiembre y, hasta hoy que escribo esto para hacer pública mi delicada situación anímica por ese extraño suceso, sigo pagando rescate y pidiendo auxilio para salir indemne de entre sus enrevesadas y alocadas historias.
La dependienta de la librería que frecuento me mira raro, como si fuera consciente de la relación enfermiza que me mantiene unido a esta escritora, o como si ya antes hubiera detectado, en otros clientes, esta misma obsesión. Quince libros seguidos, alguno de ellos comprados al día siguiente de haber comprado el anterior, provoca en ella, cuando me ve, unas extrañas miradas cargadas de repulsión.
Como decía, tras ese libro iniciático vinieron todos los demás títulos publicados en España, en una especie de vendaval despiadado de lecturas: Ácido sulfúrico, Ordeno y mando, Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Matar al padre, El sabotaje amoroso, Una forma de vida, Biografía del hambre, Ni de Eva ni de Adán, Higiene del asesino, Antichrista, etc, etc; casi todos publicados en Editorial Anagrama y algunos en Circe Ediciones.
Su obra, en gran medida autobiografía, relata escenas exquisitas a través de los ojos de una niña que disecciona la realidad como pocos autores saben hacer. Por otra parte, Amélie Nothomb, cuando deja a un lado su autobiografía, crea personajes radicales, que en ocasiones rozan lo grotesco, y los hace transitar por situaciones con una gran carga psicológica, haciendo alarde, en todo momento, de una exquisita sutileza narrativa. 
Hija de un diplomático belga, pasó su infancia y su adolescencia en países tan desconocidos, e interesantes para los occidentales, como China, Japón y Bangladesh. En su obra, por consiguiente, se confrontan continuamente oriente y occidente, la infancia y la madurez, la inocencia y la malicia, en una especie de búsqueda continua de su propia identidad.
Recientemente, a través de mis incontrolables búsquedas por internet, he descubierto dos títulos más, que no tenía localizados, y he tenido noticias referentes a una nueva obra que está a punto de publicarse en España que lleva como título: Barba Azul.
¿Sabe alguno de ustedes cómo puedo liberarme de este extraño secuestro? ¿Cuándo haya leído toda su obra en castellano, sufriré algo parecido al Síndrome de Estocolmo?

sábado, 4 de enero de 2014

Venancio Mulero X


La recuperación fue bien. Un sartenazo en pleno rostro y una rameada en los genitales fueron dos agresiones de las que Venancio se recuperó, en tiempo récord, debido principalmente a su juventud.
Martina, la más jovencita de todas la meretrices, mostraba demasiado interés en los cuidados de nuestro protagonista, cosa que, muy pronto, comenzó a dar de qué hablar en esa casa tan singular.
Venancio no se percataba de las miradas de la joven. Tanto aislamiento en aquellas montañas le había aportado más experiencia con el ganado vacuno que con las mozas, por lo que no sabía diferenciar entre la candidez de una mirada de una joven a la que le hacía tilín, del mugido de una vaca lechera.
Aquel día, de manera fortuita, se encontraron los dos a solas en la cocina. Lola había salido y el resto de las mujeres se preparaban para un día, en el que, supuestamente, se esperaba bastante trabajo por ser principio de mes.
-Hola Venancio: ¿ya te sientes mejor? -preguntó Martina.
-Sí, mucho mejor, gracias -le respondió Venancio con timidez.
-¿Te puedo preguntar algo, Venancio? -dijo Martina.
-Claro que sí. Lo que tú quieras -contestó el montañés.
-¿Cómo es tu pueblo, Venancio? -le preguntó la chica.
-Mi pueblo es el más bonito del Pirineo. Aunque yo vivía un poco retirado de la población, en lo alto de una ladera preciosa en la montaña, siempre de color verde. Mi casa es muy antigua. La heredó mi padre de sus abuelos y estos de los suyos; toda de piedra y con un gran hogar en el centro, en el que siempre estaba el fuego encendido. Extraño ese olor, y a mi madre, y los prados, y a mis vacas. En realidad lo extraño todo -respondió Venancio con nostalgía.
-Pues yo no extraño nada, Venancio. A mí mis padres me abandonaron en una inclusa y ya nunca más volví a saber de ellos. Me tocó aguantar, un montón de años, a unas monjas despiadadas; hasta que un día conseguí escaparme de allí, con ayuda de la única monja humana que había en todo el internado, y después de dar muchas vueltas terminé aquí. Así que esta es la mejor casa que he tenido en toda mi vida, y Elena, la mejor Madre Superiora -le contó, Martina.
-Pues tenemos dos historias que dan para escribir un buen libro -le contestó Venancio.
-¿Y tú crees que nuestras penas le podrían interesar a alguien? -preguntó la joven.
-Tienes razón, Martina, yo creo que las penas de los demás no le interesan a nadie.
-¿Por cierto, Venancio, has tenido novia alguna vez? -le soltó Martina de sopetón.
Nuestro inocente Venancio, ruborizado, contestó tartajeando: 
-No, no, yo nunnnca, he teniiido noviiia. ¿Por qué lo preguntas?
-No, por nada. Es que yo tampoco he tenido nunca novio. ¿Tú me ves bonita? -le preguntó Martina.
Venancio sintió un nudo en la garganta, la miró fijamente, y sin que le diera tiempo a contestar, entró Lola como un meteoro en la cocina.
-¡Martina, Venancio, córcholis!: ¿aún estáis sin arreglar? ¿Pero a qué estáis esperando?. En cinco minutos os quiero arreglados. Y  tú, Venancio, cuando estés listo, abres la puerta. Hoy esperamos mucho trajín. ¡Vamos chicas, en cinco minutos os quiero listas! -ordenó Lola con energía.