sábado, 27 de octubre de 2012

El péndulo


Bonito y sonoro nombre: El péndulo. El torbellino que es mi vida hoy me arrastró hasta aquí. Me duele comprobar como la hostelería, en cada viaje que hago a México D.F., le gana más terreno a la librería. La cultura vende menos que los huevos estrellados con café americano.
Pero yo, como soy más raro que un perro verde, me he comprado un libro de un portugués titulado: La máquina de hacer españoles. Suena bien.
Salgo de este templo de los libros y, a dos pasitos, en la misma calle Londres, pido un cortado en un Starbucks y se me quedan mirando como si hubiese nombrado al diablo.
Al final, mientras decido si comenzar el libro o escribir algo en la BlackBerry, saboreo el café y reflexiono, sobre este mundo y el otro, sin llegar a ninguna conclusión que sea capaz de cambiar el rumbo de la historia. Ni tan siquiera de la mía. Como el señor que pasa una fregona ennegrecida por el piso, o el aparcacoches que ruega por un pesito a una señora de fotonovela que acaba de aparcar en la acera de enfrente, o la joven chilanga que me ha servido el café.
Todos iguales y, sin embargo, todos nos sentimos distintos. Todos tan diferentes y, al mismo tiempo, tan parecidos.
Al otro lado del charco me espera mi mundo, mi familia, mi casa y mi máquina de café. Mi vieja Saeco sí me entiende, y me agradece cada día que no la abandone por una moderna pastillera de Nespresso. No lo haré, vieja amiga, no tengas miedo, soy un hombre con principios.
Valter Hugo Máe me ha acompañado esta mañana a tomar un cafecito y ni tan siquiera se habrá enterado, tal vez seguirá haciendo españoles con su máquina.
Son las cosas que tiene la literatura. Magia. 

viernes, 26 de octubre de 2012

Maldito sea Dostoievski


No tengo muy clara la razón por la que casi siempre me gustan más los escritores que reciben el Goncourt que los que se trincan el Cervantes. Nunca había leído a un afgano y bendita la hora en la que se me ocurrió hacerlo.
Los afganos viven el siglo XXI anclados en la Edad Media, de eso ya nos llegan, de vez en cuando, noticias a occidente, casi siempre marcadas por la violencia de la guerra y de unas leyes religiosas que no tienen problema alguno en lapidar, amputar, ahorcar, o dar cincuenta latigazos en la plaza del pueblo. Y de las mujeres y los burkas mejor ni hablar.
A toro pasado a nosotros nos suena algo extraño y salvaje que los religiosos impartan la justicia y el tormento, cuando la Santa Inquisición, por estos lares, no jugaba un papel muy distinto a esto. Lo bueno -en nuestro caso- es que la Iglesia ya no nos puede juzgar, ni torturar, ni quemar en la hoguera, tan sólo nos puede criticar desde sus pulpitos -con muy escasa audiencia, por cierto- y ponernos tibios en sus medios de comunicación.
Las religiones son tan peligrosas como las banderas.
Pero, perdónenme mis queridos y escasos lectores, los que tuvimos la desgracia de que nos llevaran a un colegio de curas pagamos nuestros traumas de por vida y, de algún modo, nos tenemos que desahogar. Qué necesidad tenía un niño de nueve o diez años de realizarse las siguientes preguntas: ¿Por qué los curas hacen todo lo contrario de lo que dice la Biblia? ¿Por qué Jesucristo era tan bueno y estos cabrones son tan malos? Como niño inocente que era, no entendía absolutamente nada. Pero me desengañaba.
¡Vaya que sí me desengañé!
Maldito sea Dostoievski, del escritor Atiq Rahimi y editado por Siruela, es un libro inquietante y reflexivo que sabe trasladar, entre sus páginas, la esencia del pensamiento oriental y la cruda realidad de un país eternamente en guerra. En su relato, el amor convive entre obuses, y lo absurdo se contrapone con una visión contemporánea y crítica de su protagonista hacia una sociedad a la que rechaza tanto como ama.
El libro merece la pena y es fácil de leer.

sábado, 20 de octubre de 2012

Lluvia


Cuando llueve me resulta más fácil escribir. La inspiración fluye por mis dedos a la misma velocidad que el agua, que cae del cielo, se pierde por lúgubres desagües. Mis venas, sin poder evitarlo, se conectan a esa precipitación divina y misteriosa de agua que da vida por pura generosidad. Hoy llueve a un ritmo pausado y elegante. Las gotas, al caer, dibujan en el suelo ondas expansivas cuya tenue vibración, al parecer, sólo percibimos unos cuantos elegidos. Y cuando esto sucede, los dedos se convierten en atletas olímpicos y se lanzan sobre la superficie infecta del teclado a componer mensajes en clave, que, en ocasiones, inclusive el propietario de esas falanges es incapaz de interpretar con la debida solvencia.
La mágica conexión perdura durante la llovizna, como un orgasmo, como un éxtasis o como una levitación. Sensaciones de difícil descripción, donde se conjuga lo divino con lo humano. Ese místico hilo conductor que une cielo y tierra es la lluvia.
Pero la lluvia es más que romanticismo porque es vida y, en la vida, todo no es de color de rosa. La lluvia, como nuestra propia existencia, es dulce y amarga; ofrece vida a borbotones o la arrebata de cuajo sin ningún remordimiento.
Hoy, por fortuna, el agua cae despacio, tranquila, predecible y sin violencia. Inspiradora y no ejecutora. Benefactora y no castigadora. Solemne y no terrible.
Cuando llueve, no soy yo quien escribe. Quizás, la conexión con el más allá, entrega mis débiles manos a escritores que, olvidados por el tiempo, ansían escribir como una forma desconocida de resucitar mientras cae la lluvia. 
Fruto de esa ansiedad, hoy nacen estos párrafos de difícil comprensión y muy dudosa calidad. Alguien ha pretendido hablar a través de mí, y yo, con toda seguridad, no habré sabido trasmitir su soledad.

jueves, 18 de octubre de 2012

Un perezoso en el Aeropuerto del Prats


Mientras aterriza un avión de Air France y despega otro de Vueling, vampirizo la corriente de un enchufe para poder seguir escribiendo. A decir verdad, últimamente escribo impregnado de escepticismo y mis lectores me exigen más acción, más humor, más sexo, más chispa, y yo, como un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, los miro con incredulidad y parsimonia.
Siento el mundo ralentizado mientras corro, de aquí para allá, como un pollo sin cabeza. 
Otro avión de Vueling despega mientras mi BlackBerry se inunda, nuevamente, de correos procedentes de los más recónditos lugares, que me exigen alternativas, respuestas, propuestas, y yo, como un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, los veo caer en la bandeja de entrada con la incredulidad y la parsimonia que nos caracteriza a los de nuestra especie.
Ahora el avión que despega es de Ryanair y al hacerlo se cruza con uno de Lufthansa, mientras mi madre espera que solucione, como por arte de magia, los problemas familiares, y yo, como un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, me quedo atónito ante la encrucijada sin saber a qué santo poner la vela.
Desde que me siento un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, acumulo en mi haber más y más quehaceres que me obligan a transformarme en un leopardo. He escuchado de un brujo experto en esas trasformaciones; será cuestión de encontrarlo y pedir presupuesto.
No sé que habrá visto la gente en mí. Quizás no se habrán dado cuenta de que tan sólo soy un folívoro viajero que hago equilibrios con tres dedos sobre ramas de dudosa consistencia.
Oscurece la pista y ya no alcanzo a leer los letreros de los aviones. Ahora todos son iguales. Siguen subiendo y bajando sin cesar mientras un pequeñajo, con unas gafas a lo Harry Potter, me mira como preguntándose qué coño haré aquí sentado escribiendo en el suelo sin parar.
A veces sueño con selvas recónditas. Me veo féliz en húmedos parajes rodeado de insectos de prominentes antenas y patas de palo. Veo volar coloridas mariposas y eléctricos colibríes. Pero cuando despierto, estoy rodeado de gente desconocida, en un avión desconocido, rumbo a otro destino que me reclama soluciones.
Harry Potter me enseña la lengua en un infantil ejercicio de provocación. Yo le guiño el ojo izquierdo y el niño corre como un cohete en dirección a la multitud que espera sentada, cual perezosos agarrados en lo alto de un guayabo, a que un avión los lleve a ninguna parte.
Cuando estoy recogiendo mis pertenencias de perezoso, para ponerme en marcha, el inocente Harry, sonriendo, me tira de la pernera del pantalón y me ofrece un plátano. El niño es la única persona de todo el aeropuerto que se ha dado cuenta de mi mágica condición. Comiéndome el plátano me siento como un mono en la jaula de un zoo. 
A la par que mastico con parsimonia, Harry me mira asombrado a lo lejos. El subidón de potasio me hace reflexionar y llego a la conclusión de que, al final, queramos o no, la jungla lo inundará todo de uniformidad.
Es lo que nos pasa a los perezosos cuando comemos plátanos.

sábado, 13 de octubre de 2012

Bodegón improvisado


El bodegón, también denominado naturaleza muerta, es una obra de arte que representa objetos inanimados, generalmente cotidianos. Hoy, quién sabe si motivado por el color plomizo con el que ha amanecido este día de octubre, he buscado consuelo en la policromía de la fruta que acabo de comprar en el Mercado de Verónicas. Al parecer, los churros con chocolate no me han auxiliado lo suficiente y necesito un no sé qué, algo que me alivie de esta desazón incomprensible que me inunda.
Lo más lógico es que me hubiese dado por prepararme la maleta. Mañana parto hacia Varsovia a trabajar unos días y yo, sin embargo, y sin saber para qué ni cómo, me dedico a perder el tiempo en la colocación de esas frutas para que salgan con vistosidad en la fotografía.
Busco el juego con el contraluz, las sombras que ellas mismas provocan, el fondo metalizado como contrapeso a los colores de las frutas, la perspectiva, el enfoque y: ¡Zas! Bodegón al canto.
Y tras hacerlo, incomprensiblemente, siento cierto alivio. Quizás ese bodegón improvisado me haya salvado de un torbellino de letras inconexas que me acechaban la masa encefálica desde que esta mañana mi desnudo pie izquierdo tocó el suelo.
La plástica me ha salvado de la métrica.

jueves, 11 de octubre de 2012

Lección de sexo tántrico



- Hola Juana ¿Cómo estás? ¿Vengo bien vestido para la ocasión?
- Demasiado bien, cada día me gustas más con ese mono de fontanero -dijo Juana, con una extraña  sonrisa que le impedía cerrar la boca.
- ¿Este es mi café? -preguntó él.
- Sí guapo, lo pedí mientras te esperaba. ¿Qué lección me has preparado hoy?
- ¡Chica, cuánta prisa! Hoy te enseñaré todo lo que necesitas saber sobre el sexo tántrico. ¿Te parece bien?
- Sí Paco, el tema me parece muy interesante, pero, habla más bajito, esa mujer de la  mesa de al lado parece que tiene el oído fino. ¿Qué es eso del sexo tántrico? ¿Dónde aprenderás todas esas cosas? Por cierto: ¿Llevas algo debajo de ese uniforme? -le dijo su amiga Juana.
- ¿Ah!? Piensa lo que quieras. El sexo tántrico lo aprendí en Tailandia; es una forma oriental de disfrutar del sexo. Diferente, pausada, pero más placentera. Le respondió.
- Bueno Paco, pues cuéntame, hoy estoy loca por aprender.
- Querida amiga en materia de sexo tengo mucho, pero mucho, que contarte. ¿Realmente te gustaría conocer el sexo tántrico?
- Pues claro Paco, tengo verdadero interés. En principio en conocer, luego no sé si querré probar, pero, nunca se sabe... tú sabes que yo para eso soy muy especial.
- Bueno Juana intentaré explicártelo. Cómo te diría yo... Deja que primero acabe mi café.
  Lo primero que debes saber es que es un concepto muy distinto a la forma occidental. El fin máximo es conseguir que el sexo sea sublime. Algo en lo que disfruten todos los sentidos. En la forma occidental, normalmente, el sexo es  algo meramente genital, algo burdo y monótono. El sexo tántrico, por el contrario, es algo místico, mágico, y misterioso. ¿Sigo o paro? Pareces algo despistada. ¿En qué piensas?.
- Es que no me estás diciendo nada con eso. Yo pensaba que me ibas a decir cómo se hace y eso, ¿Tú me entiendes, no? -le reclamó su amiga.
- Juana, hija mía, cuánta ansiedad, por Dios.  Te estoy hablando sobre la filosofía... ¿De momento no ves nada diferente a cómo lo vemos nosotros?
-  Más o menos...
- Sigo entonces. En primer lugar en el sexo tántrico no existe límite de tiempo. Se necesita mucho, mucho, tiempo. Ahí no vale el rapidín de detrás de la puerta. Eso caca. Para ponerse, hay que tener presentes dos cosas fundamentales: tener ganas y tener tiempo. Ganas y Tiempo, a ser posible mucho de los dos. ¿Me estás siguiendo, bonita?
- Sí Paco, te escucho, continúa por favor.
- Lo segundo importante es tener pareja. Si no hay pareja no se puede. Lo tercero es tener una pareja que te guste. Que te atraiga mucho. No sirve uno que pasaba por ahí, eso descartado.  Cualquiera no sirve. Lo cuarto imprescindible, Juana, es que tampoco sirve cualquier lugar. Preferiblemente, el sexo tántrico se práctica en una habitación sin cama, sobre un suelo tipo tatami, o en su defecto sobre unas colchonetas duras o unas alfombras persas, bueno... persa o alguna similar. Si se nos complica mucho la cosa, como último recurso podríamos utilizar una cama matrimonial muy grande, tipo King size, pero con un colchón duro. No sirve una cama blandita, en la que tu pareja se hunde y no la ves. Si se hunde la descartamos. No sirve.
- Entiendo Paco, ¿Qué más?
- Juana, las prisas no combinan bien con lo tántrico, ¿entiendes? Continúo, pero no interrumpas, por favor. Lo siguiente es preparar las velas perfumadas por todo el perímetro de la cama o tatami, lo suficientemente retiradas como para que no salgamos ardiendo, y en lugar de hacer el amor hagamos pollo rustido.
Llegados a ese punto, ella sufrió un ataque de risa: ja ja ja!!
- Amor bien, muy bien. Fuego, ¡danger!, mal rollo: ¿Entiendes?
- Si, no soy tan tonta como crees, ¡Continúa por favor! Replicó Juana enérgicamente.
- Como te decía: esas velas perfumadas serán la única iluminación. Todo lo demás permanecerá en penumbra. Deberán ser velas con perfumes florales, nunca frutales, porque estas pueden dar ganas de comer y eso sería, en todo caso, después de hacer el amor ¡no durante! Comer durante está prohibido, eso sería sexo romano, que va en otra lección, hoy estamos en el sexo tántrico. ¿Queda claro?
- Claro Paco, el sexo romano lo dejamos para la semana próxima, continúa con el tántrico que me tienes intrigada.
- Ok, pues sigo. El siguiente paso sería la aplicación de los aceites esenciales. Utilizaremos un aceite de aguacate o de azahar. Primero la dama, con su varón debajo, masajeará todo el cuerpo de su amante.
- ¡Guao! Eso es lo que yo quiero, exclamó Juana.
- Hay que hacerlo por los dos lados, prosiguió Paco, hay despistadas que se les olvida darles la vuelta, y los muy tontos, por no preguntar, se asfixian boca abajo.
- Jajaja! No me digas, eres un cachondo.
- Juana, escucha, durante ese masaje es ideal no tocar mucho la trompetita del músico, tan sólo rozarla, como diciendo: ¡perdone, yo tan sólo pasaba por aquí, no me di cuenta!  O así. ¿Entendiste? De tocar mucho la trompeta, aún nada.
- Claro, rozando con disimulo. Perfecto, continúa Paco.
- El siguiente paso es cambiar. Ahora el galán masajea y aplica los aceites a la dama. Utilizando la misma técnica. Con precaución de no tocar mucho seno, ni mucho tesorito. El tesorito lo dejamos para más adelante, hay que saber aguantarse.  Después, Juana, vuelve al suelo el hombre. Llegados a este punto, yo he introducido una ligera innovación respecto a la ortodoxia purista del tantra. En lugar de dos tazas de té, los amantes sentados sobre sus piernas cruzadas, se dan de beber dos copas de Cava, el uno al otro. Queda prohibido en este momento tan trascendental contar chistes, y más aún si son malos. Ahora que lo pienso Juana, olvide decirte que cuando se encienden las velas hay que poner una música  zen, como la que ponen en las consultas del psicólogo, ¿has entendido?
- Perfectamente, Paco, entiendo lo de la música. La música amansa a las fieras. Prosigue, por favor..
- Por Buda, o por la gloria de mi madre, me había olvidado de la música oriental, pero sigamos con el siguiente paso, este es muy importante. Con el amante de nuevo tumbado bocabajo comenzamos a hacerle la llamada  "tortura de la pluma del pavo real"
- ¿Cuál es esa Paco?
- La tortura de la pluma del pavo real se realiza pasando con mucha calma y suavidad la plumita de esa ave por toda la anatomía de nuestro amante. En esta fase ya nos centraremos más en las partes erógenas, senos, tesorito y nalgas en las damas y trompeta, pezoncillos y puerta de atrás en los varones. Si no tuviéramos a mano una pluma de pavo real podríamos sustituirla por una de gallo de corral o de pelea, nunca de gallina o de paloma, menos aún de palomo cojo, esto podría provocar pérdida en la intensidad de la relación. Obviamente. Hay que hacer las pasadas con mucha sutileza, aquí manda la sutileza, nunca lo olvides Juana.
- Todo esto es un poco lento ¿No te parece Paco?
- Juana, tu siempre con las prisas, así nunca aprenderás nada nuevo.
- Bueno sigue no te enfades, pero es que no avanzamos.
- El siguiente punto es el la postura opuesta. Aquí vamos más al grano. Bueno grano, grano, lo que se dice grano, el vuestro, el nuestro suele estar ya un poco más abultado que un grano, o debería estarlo. Los dos se tumban boca arriba, con la cabeza a la altura de los pies del otro, (ojalá y que vayan bien aseados). Se ha de procurar que desde esa posición las manos de ambos lleguen sin esfuerzo al sexo de su pareja. O sea, simplificando,  la mano del varón acariciará el tesorito de su dama y la dama masajeará la trompeta del gachó, que ya debería estar más dura que el cemento. Juana, si llegados a este punto la trompeta no estuviera en disposición de entonar un do mayor, tendríamos un problema importante. Si esta en forma, adelante, todo va genial. Si no estuviera, caca.
- ¿Sólo eso Paco?
- No amiga mía, calma. No sé si tú sirves para el sexo tántrico con tantas prisas. En esa acción de acariciar, trompeta y tesorito, nos llevaremos mucho tiempo, no hay prisa, disfrutaremos del ambiente, de la música, de la penumbra, de las sensaciones, del momento. Prolongaremos las caricias el mayor tiempo posible. Las caricias serán sutiles, no definitivas, no buscando nada.  Solo acariciar, sin forzar, suave, despacio, relajados…  Después Juana, cambiaremos las manos por las bocas. Nuestras bocas, nuestros labios, nuestra lengua, acariciaran trompeta y tesorillo con delicadeza, con dulzura, con pasión. Poco a poco iremos dotando de más intensidad a nuestras intenciones. Iremos  subiendo peldaños en la escalera hacia el placer. Hacia el mayor éxtasis que hayas experimentado nunca. Se me olvidaba de nuevo Juana, antes de comenzar la parte oral del juego, podríamos tomar otra copita de cava, eso nos hará sentir todavía mejor.
- Paco, todo eso me suena genial, casi consigo visualizarlo. Me estoy sintiendo muy ansiosa. Estoy algo excitada... ¿Queda aún mucha teoría?
- Ya queda poco Juana. La lección de hoy está llegando a su fin. La última parte es la más importante de todas. En ella o alcanzamos el éxito o el fracaso. Por tanto, presta mucha atención. En esa misma posición, de espaldas a él, te subirás y te acoplaras muy bien en su trompetita. Una vez con el instrumento bien acopladito, comenzarás un ligero vaivén, como una rama movida por el viento. El movimiento lo acompañaras de un sube y baja acompasado, suave, rítmico. Sin brusquedades, rítmico y parsimonioso.
- Paco, eso suena genial. Mi ritmo cardiaco se ha disparado. Me siento muy húmeda. No sé si aguantaré a que acabes la lección. Mejor lo dejamos aquí. ¿Trajiste el cartelito de averiado?
- Si Juana, sabes perfectamente que siempre lo traigo. Me da temor a que nos vuelvan a echar de otro local. La última vez fue una movida tremenda, casi acabamos en comisaría.
- Paco, nunca he tenido un profesor de sexo más miedoso que tú.
- Juana, ¡Por el amor de Dios! Es que a ti te gustan unas cosas un poco raritas. ¿No podríamos follar como todas las parejas en sitios normales?
- ¿Normales? ¡Anda y no digas tonterías! ¡Lo único que yo voy a tener normal en mi vida será mi caja de muerto! ¡Lo demás lo voy a disfrutar como a mí me de la gana! Ve al aseo de señoras, ahora que hay mucha gente nadie se dará cuenta.  Abre la puerta, coloca el cartelito de averiado y espérame dentro.
- ¡Joder Juana, seguro que nos volverán a pillar!
- Ve al aseo, que ya verás lo que vas a pillar, ¡So pánfilo! Por cierto, Paco, cuando termine salgo yo primero y me largo. La semana que viene, si todo sale bien,  te espero a la misma hora.
- Vale Juana, pero sólo una última cosa. La semana que viene, en lugar de un café solo, pídemelo con leche, que aquí hacen el café muy amargo.
-¡Qué delicado eres Paco!

martes, 9 de octubre de 2012

Paisajes de Carlos Pardo


Si yo hubiera sido esta noche un crítico de arte de los de verdad, a los que todo el mundo hace el rendibú, seguramente me hubiera frotado los ojos, con ambas manos -como me froté- ante la estupefacción y la sorpresa que me ha provocado una exposición de la envergadura que nos brinda, nuevamente, el genial pintor murciano Carlos Pardo en la Sala de Exposiciones de Puertas de Castilla.
No tengo muy claro de qué parte de su esquelética anatomía sacará la energía que, cada uno de sus convulsos cuadros, necesita para adquirir la composición que nos ofrece; pero esa oculta víscera, que por lo visto sólo poseen los grandes genios, está segregando arte a raudales a través de unas manos que entienden de sensibilidad, ya sea para amasar yeso, tocar la guitarra, hacer pleita o dibujar un trazo violento sobre un lienzo de uno de estos inconfundibles paisajes atormentados que ya le caracterizan y le caracterizaran para siempre, en ese hueco en el arte murciano que, en tan poco tiempo, ya se ha ganado a pulso.
En esta nueva muestra, Carlos se quiere reencontrar con la figura humana. "Quiero pintar tías en pelotas" si pintó sólo paisajes terminaré por volverme loco -me dijo en petit comité-. Y yo que no soy un crítico de arte,sino tan sólo un amigo que lo quiere y que lo admira, por lo que siempre ha sido, y por lo que ahora es, le he recordado que no hay nada más grande que poder pintar lo que a uno le da la real gana, como decía su padre, el inolvidable escultor "Perico Pardo"
Y más si son tías en pelotas.
Ahora lo mejor de esta exposición viajará a Madrid donde se exhibirá en el Aula de Cultura de la Fundación Cajamurcia. 
Carlos, Carlicos, ¡Qué pelotas tienes! 
Mucha suerte amigo,sin duda, te lo mereces.

sábado, 6 de octubre de 2012

Muerte a ritmo de bandurria


En este año, marcado por la desdicha y la ruina que acecha a la vuelta de cada esquina, estoy aprendiendo latín. No, no me ha dado por estudiar lenguas muertas, lo que ocurre es que entre entierros, hospitales, disputas laborales y residencias geriátricas, se me está poniendo el hígado que ni para foie gras. Y entre sustos y sofocos voy aprendiendo. 
Murió mi abuela del alma y aprendí. Acompañé a mi madre a salir de la muerte y aprendí. Ahora, en esta recta final del año en curso, estoy acompañando al tío Ramón a finalizar sus días con dignidad. Aunque, no nos engañemos, la muerte, de por sí, es algo indigno y muy jodido. Sobre todo para el que se muere o para quien la siente zumbar a su alrededor como un moscardón. 
En la Residencia Montepinar estoy aprendiendo mucho de sus residentes. Ninguno parece tener mucha gana de morirse. Conviven como niños grandes en ese microcosmos, arriba y abajo, adentro y afuera, desayuno, comida, merienda, cena y a dormir.
Sillas de ruedas compiten contra andadores. Las miradas amarillas se pierden por los grandes ventanales que dan al monte, y quién sabe si, a lo lejos,  allá donde el azul del cielo se funde con el verde de los pinos, ven proyectadas sus vidas pasadas en blanco y negro o tecnicolor. 
Charlar, parchís, televisión, de vez en cuando bingo, y, algunas veces, como hoy, Día de Puertas Abiertas con visita de la rondalla de la Santa Cruz de El Campillo (Murcia)
Mientras sonaban las bandurrias y las voces se desgañitaban, los corazones palpitaban y algunas lágrimas afloraban a modo de recuerdos, sorteando un sinfín de arrugas hasta precipitarse sobre las ropas desteñidas.
Muchos de los integrantes de la rondalla tenían la misma edad que los residentes de Montepinar. Unos y otros se miraban sobre los instrumentos en un pulso de preguntas mudas, de cuestiones impronunciables que marcaban sus evidentes diferencias. Tan iguales y tan distintos. Unos libres y otros encerrados a perpetuidad.
La música cesó. Los aplausos, por unos instantes, se apoderaron del espacio sonoro mientras músicos y cantantes recogían sus bártulos. Tras lo cual se fueron a disfrutar de su libertad y con la música a  otra parte.
Mi tío Ramón ha llorado hoy sus recuerdos a ritmo de jota. Ya tiene falta de que le cortemos el pelo. Su cáncer avanza victorioso entre sus vísceras, apagando su mirada y ralentizando su movilidad.  Sus pasos se han agotado y la silla de ruedas es ahora su fiel compañera de viaje. 
En la lección de hoy he aprendido que la muerte, queridos y escasos lectores, es un baile sin coreografía a ritmo de bandurria. Ahora me toca aprender de los finales.

viernes, 5 de octubre de 2012

Adiós al cine



Cuando se enteró de que no había conseguido superar las pruebas de acceso a la Escuela de Cinematografía agarró un cabreo de mil demonios. Enfurecido, arrojó una papelera contra el vidrio que protegía las listas de admitidos para el siguiente curso. Era la segunda vez que lo alejaban de su gran sueño y no pudo contener ni su frustración ni su ira. La gente huyó despavorida ante lo esperpéntico de la situación. Salió del lugar, a toda prisa, en previsión de que los funcionarios hubiesen alertado a la policía, no sin antes bajarse los pantalones y hacer un calvo ante la cámara de seguridad.
Después de aquello, estuvo vagando por la ciudad como un zombi. Sin destino alguno. Estaba fuera de sí.
En un puente que salvaba una autovía muy transitada dudó, durante unos minutos, entre si arrojarse o no. Le faltó decisión. De sus ojos brotaron, sin querer, ríos de lágrimas. El llanto le devolvió la cordura que jamás debió haber perdido.
Caminando de nuevo por la ciudad se adentró en un gran centro comercial. Se detuvo en la misma cartelera que hace unos días se había detenido. Se dirigió al cine y entró a la misma sala, en la que aún estaban dando la misma película de misterio que a él tanto le obsesionaba.
Se acomodó, más o menos, en la mitad de la sala. No había mucha gente al ser entre semana, tan sólo las típicas parejas que buscan la oscuridad para meterse mano y comer toneladas de palomitas a precio de jamón ibérico. La película mantenía en vilo a la escasa audiencia, excepto a Miguel,  al que, nuevamente, se le había venido el mundo al suelo.
Angustiado, sentío por momentos cómo su ritmo cardíaco se iba alterando. Un sudor frío se apoderó por completo de su cuerpo. Sintió de nuevo la misma ira. La misma rabia incontrolable. De pronto, entre la media luz que dominaba la sala se puso en pie y de manera enloquecida comenzó a chillar… ¡El asesino es el mayordomo! ¡El asesino es el mayordomo!
De reojo, observó cómo un chico del tamaño de un elefante africano se levantaba justo detrás de él. En un instante se sintió mojado: una Coca cola con su correspondiente hielo le cayó por encima de la cabeza.  Al instante, un paquete de palomitas tamaño XXL le decoró como un árbol de Navidad, pero lo que realmente le hizo perder tres piezas dentales fue el puñetazo que se llevó cuando aún conservaba en su cabeza la caja de las palomitas de maíz.
Toda vez que la gente se hubo marchado, la limpiadora le encontró inconsciente sentado en su butaca…

-      ¡Señor, señor, despierte, la película ya ha terminado!
-  Disculpe, ya me marcho, dijo tapándose la boca con la mano al recordar el tremendo puñetazo que acababa de recibir.

Realmente ese fue el día en el que Miguel se dio cuenta de que el cine y él no congeniaban demasiado bien. A los pocos días se puso a trabajar en un pequeño taller de reparación de electrodomésticos y se hizo socio, como su padre y como su abuelo, del inigualable Atlético de Madrid.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Fotografía de una ruina


Estaba arruinado. En la barra de un cutre bar del pueblo, Manolo ahogaba sus penas en alcohol de garrafón. Muchas, variadas y, sobre todo, de muy difícil solución. Alguien le aporreó en el hombro y este se volvió con violencia; sin embargo, se tranquilizó al comprobar que se trataba de su amigo José Pedro:
-¿Qué sentido tiene que te emborraches? -le preguntó.
-¿Qué sentido tendría no hacerlo? -respondió el amargado.
-Manolo: tendrías que haber seguido escribiendo relatos eróticos, era lo único que te pagaban bien. Pero tú, nada, tenías que escribir sobre todo lo que te daba la gana menos de sexo -le recriminó su amigo.
-No quiero escribir nada sobre mujeres, ni sobre sexo, estoy asqueado de todo, José. ¿Cómo me iba yo a imaginar que Marta me estaba engañando con ese gilipollas del Arturo? -dijo él.
-Cuanto antes olvides a Marta mejor para ti -le aconsejó el amigo.
-Y tú, cuanto antes te olvides de mí mejor para ti -le respondió a su amigo mientras encendía otro cigarrillo.
-No digas tonterías. Nadie se muere porque su novia le haya puesto los cuernos -le comentó el amigo.
-No me lo recuerdes más, por favor, si no quieres que te pegue dos hostias -le amenazó el frustrado escritor.
-¡Un clavo saca a otro clavo!. Hay miles de mujeres que se morirían por tener un hombre como tú a su lado -le aseguró su amigo.
-No digas más gilipolleces. Me estas reventando los sesos. ¿Te puedes ir a la mierda? -le suplicó.
-A la mierda te vas a ir tú y tus cuernos -le respondió José Pedro mientras se marchaba visiblemente enojado.
-¡Me pones otro cubata, por favor! -pidió el escritor.

Mientras le ponía el cubata, el propietario del bar le informó de que ya no le serviría más bebida y le exigió que le pagará la cuenta, ya que esta ascendía a más de cincuenta euros.

-No tengo dinero -le dijo él.
-¡Eres un hijo de puta, Manolo! Si no tenías dinero tenías que habérmelo dicho antes -le recriminó indignado el camarero.
-Las desgracias llegan sin avisar -le dijo él, soltando una sonora carcajada.

El camarero perdió la paciencia y le soltó tal puñetazo en la cara a Manolo que este escupió al suelo varios dientes.
-Te vas a arrepentir. Te lo juro. Te vas a arrepentir -le amenazó Manolo, mientras salía del establecimiento visiblemente afectado.

El camarero, tras recoger el vaso y limpiar la sangre que había escupido su último cliente del día, cerró la persiana y se marchó a su casa, en la que su esposa le esperaba con la cena preparada y sus hijos, como de costumbre, ya se encontraban dormidos.