domingo, 9 de mayo de 2010

México, mi otra vida al otro lado del océano.
















Lo he intentado en repetidas ocasiones en relatos, en charlas de café, en colegios e institutos, hasta en un pequeño libro que me autoedité. Mi pasión por México es un amor doliente, sufrido y ausente. Soy algo así como un inmigrante, como un exiliado que añora su tierra, en mi caso, una tierra en la que soy un extraño, un gallego, un gachupín, un intruso, un invasor, alguién que representa al usurpador, al explotador, a la historia oscura, al dolor. He sentido en miradas y escuchado en palabras, la desconfianza, el rencor y hasta la crudeza del odio. Por otro lado el calor, la amistad y el cariño, del que se siente cercano, próximo e incluso identificado con mi procedencia. Como en todo, he vivido la cara y la cruz de una misma realidad, condicionada por el pasado que a cada uno nos ha tocado vivir, que actúa en nuestra vida como una lente que nos pervierte y condiciona la realidad del presente.





Cuando hablo de México fluyen en mí sin control posible, riadas de sentimientos, de momentos inolvidables vividos, por carreteras, caminos, ciudades y aldeas, aeropuertos, reuniones, visitas y cursos, restaurantes y cantinas, entre tequila y tequila, entre tormetas, vendavales y seísmos, entre manifestaciones, balaseras y aquella ocasión en la que la APPO en Oaxaca me perdonó la vida.





He intentado secuestrar en fotos esos momentos, no se si alguna de ellas consiga acercarles al sentimiento de lo que México significa para mi.

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