martes, 7 de septiembre de 2010

La muerte festiva


La muerte es vista por muchas personas como algo tétrico, le tienen un miedo atroz. Por el contrario, algunas personas lo ven como algo inevitable e impredecible, como el mismo hecho de venir al mundo. Venimos sin saber ni cómo ni por qué, y nos despedimos de la misma forma.

En México por el contrario, la muerte tiene un lado lúdico y festivo. Los cementerios, allí llamados "panteones", se llenan de color, de música y de comida. Se celebran incontables festejos a lo largo y ancho de toda la basta geografía de aquel maravilloso país, siendo las más afamadas La noche de muertos de Pátzcuaro y la de Oaxaca que verdaderamente son impresionantes.

Por estas fechas, ya comienzan a montarse por todos los lugares, altares donde se ofrendan a los difuntos, todo tipo de alimentos y bebidas, junto a imagenes de santos, virgenes y crucifijos.

No hay restaurante, oficina, jardin o casa que se precie que no cuente con su altar.

Aquí, al otro lado del charco, la cosa es bastante distinta. Recuerdo los días de muertos, como algo muy misterioso. De niño pasaba mucho miedo, cuando mi abuela encendía lámparas de aceite. Toda la noche se quedaban encendidas y al día siguiente ibamos al cementerio a depositar unas flores a mi abuelo y especialmente a mi primo Salvica, que tristemente murió ahogado en una acequía, como muchos niños en la huerta de Murcia por aquella época.

Luego mi padre, regaba de vino toda la lápida de mi abuelo. El resto de la garrafa, lo depositaba en los floreros. Al parecer, era una promesa que le hizó a mi abuelo Antonio, al que siempre recuerdo con traje oscuro y un sombrero.

La cruda realidad de la muerte llegó a mi vida por primera vez de la mano de una vecinita, que vivía enfrente de mi casa. Yo estaba platónicamente enamorado de su hermana menor, a la que enviaba cartas de amor por debajo de su puerta, yo tendría como seis o siete años. Pero aquel día que se fue de excursión a las bodegas de vino de Jumilla, no regresó. Cayó dentro de una gran cuba de vino en fermentación y la pobre niña se ahogó, en la que siempre he pensado como una muerte horrible. La niña se llamaba Chari, yo era muy amigo de su hermano Paco. Mí enamorada recuerdo que se llamaba Maria del Mar. La imagen de la niña amortajada, siempre ha formado parte de mis peores pesadillas.

Pronto, aquí en Murcia, en la plaza de San Pedro, se instalarán los puestos de dulces típicos del día de difuntos, como los huesos de santo, y el arrope y calabazate, se llenará el cementerio, que durante todo el año siempre se encuentra desierto, y los floristas harán su agosto.

Después, hasta el año siguiente no nos volveremos a acordar de ellos.

A las chicas de mi oficina les traje estas "calacas" mexicanas, espero que les gusten.

Así es la vida, y así es la muerte.

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