sábado, 25 de diciembre de 2010

La historia de España jamás contada


Ayer, dia de Nochebuena, tuve la grandísima suerte de ir a cenar con mi abuela: Mercedes Faura Gimenez (Murcia-1914). La conversación que mantuve con ella, pese a sus 96 años y medio, me ha hecho reflexionar profundamente sobre la historia de nuestro país, ya que suele suceder que los que la vivieron no están muy conformes con lo que se escribió. Mi abuela ha vivido y sobrevivido a decenas de crisis financieras y varias guerras. Le tocó nacer en plena depresión por las últimas guerras coloniales en Africa, Cuba y Filipinas. En su barrio, según le alcanzó a contar su madre, de cien que se fueron a Cuba, sólo regresaron "cantando" diez. Ella no pudo ir al colegio, de hecho, no era extraño que, en 1920, los niños españoles no pudieran permitirse el lujo de ir a la escuela, y se les obligaba a trabajar desde que aprendían a caminar.

Ella se casó a los 14 años, con mi abuelo Antonio que tenía 16. Mi abuelo con 16 años, ya se había quedado huérfano de padre y madre, porque en aquella época, en España, los médicos eran para los ricos y los pobres se morían por una diarrea, una gripe o un ataque de caspa.

Mi abuela Mercedes tuvo nueve hijos y varios abortos. Por aquel entonces, todos los españoles sabían que tener muchos hijos significaba tener ayuda para sacar a la casa adelante. La Guerra Civil Española le pilló a mi abuela en plenas tareas reproductivas. Entre bombardeos y escaramuzas, entre paseíllos nocturnos para fusilar a los simpatizantes del enemigo, entre informadores que denunciaban a cualquiera por no hacerle el rendibú y besarle la mano al cura de Santa Eulalia, ella, dio cobijo a un huérfano de la República, a los hijos de soltera de su hija mayor que emigró a Barcelona, y daba pecho a los hijos de las mujeres de la vecindad que iban a trabajar a las casas de los señoritos de la Falange.

Por aquella época, los alemanes trabajaban en la fábrica de La Pólvora. Un inglés tenía, en lo que ahora es el barrio del Infante Don Juan Manuel, una fábrica de cañas de pescar que daba trabajo a cientos de mujeres. Los carros, tirados por animales, se movían por calles embarradas, hasta que llegaron los primeros adoquines y más tarde los primeros coches de gasógeno.

Mi abuela continuaba criando y criando, hijos, nietos, refugiados. La guerra dio paso a la posguerra, que en Murcia, si cabe, fue peor que la propia guerra. Entre Los Dolores y Beniaján explotó una caldera en una empresa y murió hasta el gato. Las riadas devastaban Murcia cada dos por tres. La situación económica, cada vez peor, provocó una enorme migración de murcianos hacia Francia, Alemania y Suiza, incluso hacia Argelia que, por aquella época, aún pertenecía al Protectorado francés.

La comida era mala y de escasa calidad. De hecho, yo estoy vivo por obra y gracia del Doctor Fleming. Mi padre cuando era pequeño comió cerdo en mal estado y casi se muere. Le dieron incluso la extremaunción, pero cuando salía el cura por la puerta, entraba un tío de mi padre, que era taxista, y consiguió penicilina de estraperlo en Barcelona. Todo fue inyectársela y volver a la vida.

España era todo ruina, miseria y migración hasta que un buen día Franco estiró la pata y Arias Navarro, lloricoso, anunció la liberadora noticia. El luto falangista, con camisa azulona y bigote hitleriano, dio paso a una explosión de libertad, de expectativas y de entusiasmo generalizado.

Tras la entrada a la CEE, las ayudas europeas comenzaron a activar la economía. Los inmigrantes y los exiliados políticos españoles comenzaron a retornar a nuestro país, del que nunca tuvieron que haber salido.

Mi abuela Mercedes no tiene miedo de esta crisis. Sabe, por experiencia, que no hay crisis que pueda con la voluntad de las personas. Ella no tiene ni miedo a la muerte. Su vida pasó de la pobreza absoluta, a vivir con la seguridad de un estado libre y moderno. Ha visto crecer a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos, de los que ha perdido hasta la cuenta.

A sus casi 97 años, le fastidia un montón que la mayoría de los partidos del Barca, los den en los canales de pago. Disfrutó como nadie, cuando Iniesta con su gol, nos hizó campeones del mundo de fútbol.

Anoche, seguía exigiéndole a mi padre que no chillara tanto, porque le pone la cabeza loca -mí familía es de mucho chillar- Cenó poco, porque últimamente se encuentra mejor no cenando, y tan sólo le gusta tomar un flan antes de acostarse.

A ella le he dedicado este libro y, como no sabe leer, pero siempre ha sabido escuchar, disfruté leyéndole uno de sus relatos y le encantó. Me dijó: ¡hijo mío, que bien escribes!

¡Amor de abuela!







3 comentarios:

  1. Dios bendiga a las abuelas que aparte de ser la matronas de la familia son como un libro abierto de historia,narradoras maravillosas de anecdotas que hacen de la vida algo simple pero salpicado de chispas complejas, benditas las abuelas que llevando a cuestas una vida entera les obra tiempo para repartir tanta ternura.

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  2. Que grandes lecciones nos dan las personas mayores, el 15 de octubre falleció mi abuelo a los 104 años y creo que las cosas que me dijo durante las ocasiones que estuve con el, nunca se me olvidaran.
    Un abrazo.

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  3. Abuela, hace poco que no estas y cuánto te echo de menos.

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