domingo, 28 de abril de 2013

Mensaje en una botella


Cuando Alfredo se agachó a recoger aquella botella de cristal transparente que parecía contener algo dentro, la cala nudista de Mazarrón se lucía esplendorosa y tranquila, las olas llegaban entregándose dulcemente a la orilla y la gaviotas chillaban como si las fueran a ensartar a todas por el culo en el hierro candente de un asadero de pollos. Cuando esto sucedía, Alfredo no podía sospechar que su vida pegaría un giro copernicano, como el que pegó, cuando se agachó, por curiosidad, a recoger aquella extraña botella y se le escapó un tremendo pedo que puso patas arriba a un cangrejo que por allí, para su desgracia, transitaba.
Aquel domingo, mientras su esposa se dedicaba a los quehaceres domésticos, en los que Alfredo tenía como única misión bajar la basura, él, como de costumbre, se fue a la playa a ver tías en pelotas. Lo hacía desde que tenía  trece años, después de comprar el pan, única tarea que su querida madre le asignaba como contribución a la causa familiar. De ese modo le habían educado y así debía de ser. ¿Quién era él para cambiar hábitos familiares tan arraigados?
Aquella mañana no había mucho que mirar. Tan sólo un par de señoras como Angela Merkel, o quizás un poco más gordas, y una francesa tan escuálida como el palo de la bandera del Cuartel de Artillería, donde, años atrás, Alfredo hiciera la mili como cabo de la armería, prestando servicio a un Subteniente alcoholizado que, como única contribución al glorioso ejército español, tenía la de beberse todas las botellas de whisky DYC evitando, con ello, que los soldados cayeran en la tentación alcohólica. Si me las bebo yo, hip, no se las beben ellos, hip. Así de bien justificaba sus habituales cogorzas el chusquero.
Alfredo nunca había tenido buenos modelos que le justificaran un espíritu reformista, al contrario, por su vida tan sólo se había ido cruzando gente de su misma calaña. Gentes de vidas toscas, lúgubres y chapadas a la antigua. El recorrido intelectual de Alfredo no iba más allá de las cartillas de Rubio y de la bola del mundo que le regalaron en el día de su comunión y que, por desgracia para él y el mundo de la geografía, no duró ni diez minutos en aquel improvisado partido de fútbol que organizó con ella y con sus amigos en el atrio de la iglesia. El puntapié de su amigo Pepito, sobre el norte de Europa, dio por finiquitado el encuentro con el resultado de: los del barrio de arriba dos, los del barrio de abajo cero, y por extensión con la esférica cartografía.
Cuando agarró la botella que se movía, justo en la orilla, por el vaivén de las olas, Alfredo se sintió intrigado. Quitó los moluscos que se habían adherido,  por el paso del tiempo y por las ganas de adherirse que tienen siempre estos bichos, sobre el cristal y sobre su tapón de corcho y ante sus ojos apareció una lámina de papel que aparentaba ser el típico mensaje en una botella que algún romántico suele lanzar al mar antes de arrojarse a las vías del tren o pegarse un atracón de barbitúricos.
De nuevo sintió otro fuerte retortijón en sus intestinos. Aquello ya se estaba pasando de castaño oscuro. Mientras miraba el extraño objeto, que tenía entre sus manos, llegó a la conclusión de que había desayunado demasiados donuts recubiertos de chocolate. Su sufrida esposa se lo tenía dicho: ¡Cariño, no es normal que te desayunes todas las mañanas un paquete de seis donuts de chocolate! Pero él se los zampaba. Quizás por eso cada vez tenía más peso y cada vez los pedos eran más insoportables. La muerte instantánea de aquel cangrejo, sin duda, le había dado que pensar.
Una vez que Alfredo consiguió sacar aquella carta manuscrita de tan viajera botella, se percató de que estaba escrita en un idioma mucho más raro que el castellano. De nuevo sus intestinos se retorcieron aunque, en esta ocasión, sin emanar gases al exterior que afectaran a la fauna local y a la maltrecha capa de ozono. Alfredo miraba a la carta y la carta le miraba a él y, entre líneas, Alfredo, de reojo -como siempre solía hacer- observada los pezones erectos de una de las dos alemanas merkianas que, a pesar de estar un poco entrada en carnes, atraería, sin ninguna duda, a todo un batallón de infantería de marina en posición de firmes.
A pesar de la cuasi nula capacidad de improvisación de Alfredo -sus escasas virtudes eran otras-, este decidió pedir ayuda a la propietaria de aquellos hipnóticos a la par que generosos pezones. Pensó, dentro de lo poco que él podía cavilar, qué, probablemente, la oronda alemana sería capaz de leer aquella extraña misiva venida de quién sabe dónde.
Así que, ni corto ni perezoso, Alfredo se acercó, con la botella en una mano y el papel en la otra -y los intestinos en acción- a las dos nudistas alemanas que, vistas más de cerca, aún eran más parecidas a la impulsora de las políticas de austeridad en el sur de Europa. 
Era tal la notoriedad del requerimiento que les solicitaba Alfredo que no hizo falta articular palabra alguna, en idioma alguno, para que las turistas, cuando lo vieron acercarse, se lanzaran a tomar la carta, e intentaran, haciendo uso de su amplio bagaje cultural luterano, descifrar el mensaje que aquella expeditiva botella les intentaba ofrecer.
Las dos venus de Hamburgo, tras mirarse la una a la otra y la otra a la una y la una a la picha de Alfredo y la otra después, parecieron darse por vencidas en la traducción y enervadas en lo sexual. Y es que Alfredo todo lo que no había desarrollado en inteligencia lo había desarrollado en virilidad. 
Y en esas estaban cuando una de las dos alemanas -que dicho sea de paso estaban más coloradas que un salmonete- atinó a decir:
-Mai gustar macho torero espaniol -dijo una mientras le hacían los ojos chiribitas.
-Tú ser muy machoto y muy guapo, moreno -dijo la otra para no quedarse atrás.
Alfredo debió de sentirse tan emocionado por la situación que fue corriendo detrás de unos arbustos para aliviar sus sobrecargados intestinos.
Ni que decir tiene que aquel papel escrito en arameo fue su salvación. De Alfredo nunca más se supo. Hay quien dice que llamó al barbero del pueblo para decirle que estaba en Hamburgo y que para este mes no le guardara la vez. Que si eso, él ya le avisaría.

4 comentarios:

  1. Lamentable final la del cangrejo y después dicen que los gases no envenenan jajajajaja.
    estupendo jose en verdad.

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  2. Jajajaaajaja buenisimo como siempre. Vuelves a tocar el tema de crisis entre la Europa del Norte y la del Sur, a la vez que hablas de diversos casos de actitud y aptitud de las personas. Me ha gustado mucho, muy ingenioso y divertido a la vez. Saludos desde CT

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  3. JEJEJE VAYA TIPO TAN PECULIAR... muy divertido pero me he quedado con las ganas de saber que decia la nota, aunque por la reacción de las alemanas deberian entender que era algo sexual jajajajajaja y es que saber idiomas es la leche jajajaja

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  4. Muchas veces me siento tentado a compartir contigo mis cuentos pero no sé cómo hacerlo

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