viernes, 13 de diciembre de 2013

Venancio Mulero VII


Venancio no había vuelto a pisar un cementerio desde el entierro de sus padres. Junto a él, se encontraban Lola, Martina -a la cual, sus compañeras de profesión, trataban como si fuera la mismísima viuda de don Esteban- y el resto de las chicas que asumían perfectamente el papel de coro de plañideras. La familia de don Esteban, con Florenciano a la cabeza, escuchaban las palabras de consuelo que les ofrecía un orondo sacerdote, el cual, siendo generosos con el cálculo, no debía de superar el metro y medio de altura. El religioso hablaba desde el mismísimo  borde del agujero que, minutos más tarde, acogería para siempre a los restos mortales del infortunado don Esteban. 
El cura sermoneaba, sin miramientos, a una audiencia que parecía tener más ganas de que aquello acabara pronto que de escuchar sus letanías. Sin embargo, el cura parecía tener un problema severo de verborrea. 
Entre tanto, un insecto de considerable tamaño se posó sobre su nariz. Este intentó apartarlo de un manotazo, lo que provocó que perdiera el equilibrio, diera un traspié, pisara un rastrillo de los sepultureros, con la desgracia de que el palo de la herramienta se elevó violentamente golpeándole en la zona genital, lo que provocó que el desdichado religioso se cayera brutalmente de espaldas dentro de la fosa.
El golpe sonó feo.
Los asistentes al entierro no daban crédito a lo que acababan de contemplar. De hecho, cuando los más atrevidos se asomaron a mirar cómo se encontraba el cura en el interior de la tumba, se percataron de que no se movía.
Venancio sintió un escalofrío. Aquella situación le había hecho revivir la escena más dolorosa de su vida; aquella que, tantas y tantas veces, había vuelto a reproducir su mente, de manera incontrolada, en forma de terribles pesadillas.
El negro del luto dominaba el paisaje. El viento mecía los cipreses. Las nubes amenazaban lluvia. Un perro ladraba a lo lejos. Los sepultureros, tras sacar al cura del agujero, y ante la estupefacción de la multitud allí presente, lo tumbaron en un banco del cementerio a la espera de que llegara la ambulancia. Un familiar de don Esteban, que estudió hasta segundo de medicina, intentó reanimarlo, pero fue imposible. El cura estaba muerto. Tan muerto como don Esteban. Tan muerto como el resto de los muertos del cementerio de Montjuic. 
Con sus palas, los sepultureros, conscientes de que se les amontonaba la faena, continuaron arrojando tierra sobre el féretro de caoba fina de don Esteban. La tierra, al golpear contra el ataúd, producía un ruido que se mezclaba entre los lloros, los murmullos, y los lamentos de los asistentes. 
A ritmo de palada la gente se fue marchando, hasta que tan sólo quedaron allí los más allegados a la familia, y los que se quedaron velando el cuerpo del infortunado sacerdote.
Venancio, pese a que nunca había sentido un especial apego hacia los curas, decidió quedarse a velar el cadáver del religioso. Con discreción, levantó la chaqueta del operario con la que habían cubierto el rostro del accidentado y se fijó inmediatamente en su nariz; tras lo cual, victima de un ataque de histeria comenzó a gritar:
-¡Odio a los tábanos!¡Odio a los tábanos! ¡Cómo odio a los tábanos!
Varios de los asistentes, entre ellos Florenciano, acudieron a ver qué le sucedía a Venancio.
-Tranquilo Venancio, no pasa nada. Tranquilízate, por favor -le aconsejó Florenciano, sujetándolo con fuerza por los brazos.
-¡Odio a los tábanos! No te puedes imaginar, Florenciano, lo mucho que odio a esos asquerosos bichos.
-Tranquilo, Venancio. Enseguida que se lleven al cura, te acompañaré a tu casa. 

5 comentarios:

  1. Otro muerto? uf que mal rollo, la muerte paseando por al lado de Venancio desde que llegó, menos mal que el de momento aunque estubo muy malito se libró...

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  2. Los malos recuerdos le van acompañando aya donde va
    Debería de llevar encima siempre un matamoscas

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  3. Pobre Venancio cuantas cosas ha tenido que pasar. Quizá nunca pensó todo lo que le esperaba al dejar su pueblo natal. Una historia muy interesante. Y ahora que le esperara a Venancio.

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    1. Quién sabe Cecilia, quizás ni yo mismo lo sé! Gracias por tu comentario.

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  4. Jajajajaja, muy bueno, casi todo vuelve aunque sea solo en recuerdos, dos entierros en uno, malditos tábanos!!!!

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