sábado, 16 de julio de 2016

La película de la vida


Un señor de cierta edad arroja migajas de pan a las palomas en un jardín de una zona céntrica de la ciudad, y estas, agradecidas, revolotean como locas a su alrededor. Cuando, de repente, imaginen que aparece en la escena un estudiante de periodismo, y, para más inri, con cara de estudiante de periodismo.
Así se desarrolla la escena.
¡Todos preparados! ¡Cámara! ¡Acción!

-Oiga señor: ¿le puedo hacer unas preguntas?
-Claro, mi niño. Pregunta.
-¿A qué se dedicaba usted antes de jubilarse?
-Era camarero. Del sindicato de camareros afiliado a la UGT. Toda mi vida la pase detrás de una barra.
-¿Y le gustaba?
-Mucho. Lo mejor, sin duda alguna, los clientes. Lo peor, los jefes. ¿Usted ha tenido jefes?
-Aún no, soy estudiante.
-Pues que sepas que el que no te la hace a la entrada te la hace a la salida.
-Es usted un poco exagerado, no cree.
-Jajaja -se rió el jubilado- Ya, ya verás, chiquillo.
-Dicen que los camareros, como las peluqueras, tienen algo de psicólogos -retomó la entrevista el joven aspirante a periodista.
-Algo no, mucho, joven.
-¿Usted tuvo muchos clientes-pacientes?
-¡Y pacientas!
-¿También las mujeres iban a confesarse con usted?
-Alguna que otra.
-¿Y qué le contaban?
-Me contaban lo mal que las trataban sus maridos y lo desgraciaícas que eran.
-Y usted qué les decía.
-Que buscaran soluciones en otro sitio que no fuera un bar.
-Adónde, por ejemplo.
-¡Qué iba a saber yo! Yo era un simple camarero, bastante hacia. Yo no he estudiao ni nada de eso. Unas buscaban desahogarse y otras un recambio, sabe usted.
-¿Un recambio de qué?
-De pareja. Al menos yo tenía un trabajo y las escuchaba, y sus maridos ni lo uno ni lo otro. Yo les debía parecer Robert Redford o Gandi, o como se llamara el indio ese.
-O sea, que de camarero se liga un montón.
-No, no hijo, pero qué dices...De camarero te puedes meter en un montón de problemas como no tengas un buen capote. Todo el que viene te quiere involucrar en sus martingalas, y como no tengas los pies en la tierra acabas para el escombro.
-¿Muchos compañeros suyos han acabado mal?
-Mal no ¡Peor! Ahora no sirven ni para estar escondios. Lastima de hijos.
-¿Le puedo pedir que recuerde lo más patético que le ha tocado vivir tras la barra de un bar?
-Pues así de pronto...recuerdo al conserje de un instituto que se arruinó con las máquinas tragaperras. Se gastó todo el dinero de su familia y, no contento con eso, comenzó a robar en el instituto. Robaba las cosas para venderlas y después denunciaba el robo. Recuerdo a una señora, bien señora, que se vició también con esas máquinas del demonio y cuando se gastaba todo el dinero del mes, se prostituía con los clientes para continuar jugando. Las tragaperras han hecho mucho daño en este país y, dicen las malas lenguas, que las controlaban los amigos del antiguo régimen.
-¿En plan mafioso?
-¡Y yo qué pijo sé! ¿Es qué era yo detective o algo así? Yo sólo era un triste camarero afiliado al sindicato, ¡leches!
-¿Y qué otras cosas absurdas recuerda de esa época?
-Matarse a palos por ser unos del Barcelona y otros del Madrid. ¿Abrase visto algo más tonto que eso?
-¿Algo más?
-Si, lo recuerdo y me duele la cabeza. 
-¿Por qué?
-Algunos padres no llevan cuidado de sus hijos. Ellos iban a lo suyo, a beber y a fumar, ¡alé!, y las pobres criaturicas ahí, abandonaícas. Yo le decía: disculpen, señores, pero no dejen al crío ahí, en ese taburete tan alto, que se les va a caer al suelo. Y, claro, no me hacían caso y ¡zag! los pobrecitos se metían unos piñazos de muy señor mío. Con la cabeza tan gorda que tienen los críos, sabe usted, caían que daba miedo oír el porrazo. Algunos hasta les tocaba salir corriendo para el hospital.
-Por lo visto a un bar llega de todo...
-Ni se imagina, jovenzuelo. Recuerdo que había un profesor universitario, bien parecido, y bien casado, y bien religioso el señor, que tenía un piso franco justo enfrente de uno de los bares en los que trabajé. 
-¿Un piso franco?
-En realidad era un piso franco costeado por varios profesores. ¡Un picadero, coño! ¿Me entiende ahora, o no?
-Sí, claro. ¿Y qué pasaba en ese piso?
-Pues las pobres que no querían suspender, y nos les gustaba, o no atinaban a estudiar, encontraban la manera de aprobar.
-¿En serio?
-¿Es muy triste verdad?
-Mucho. Usted describe una sociedad asquerosamente machista.
-¿Y ahora te enteras, jovenzuelo? ¿Tú en qué país vives? Esto sólo lo cambiaría una gran revolución igualitaria. Pero aquí siempre que lo hemos intentado nos ha tocado perder. Por eso yo sigo aquí haciendo mi revolución en solitario.
-¿Y qué revolución se puede hacer aquí, en un jardín, dando de comer a las palomas? 
-La revolución silenciosa de la que soy propulsor.
-Nunca he escuchado ni leído nada de esa revolución.
-Claro, cómo vas a leer algo sobre mí revolución si la he inventado yo y la mantenemos en secreto los jubilados...
-¿Y en qué consiste esa revolución silenciosa? Deme un buen titular, que esto tiene su miga.
-Si no puedes con tu enemigo, cágate en él. 
-Perdóneme pero no le entiendo.
-¿Y tú qué dices que estudias? ¿Periodismo? Pues te veo trabajando en Burger King.
-No sea así conmigo. Explíquese mejor, por favor.
-En la guerra se cebaban las armas. Yo cebo a mis bombarderos emplumados para que se caguen en todos los balcones y en todas las propiedades del enemigo. Ve todas esas viviendas llenas de ricos y de jefes, pues las estamos cagando desde que me jubilé.
-¿Y es efectivo? 
-¡Yo qué voy a saber si es efectivo o no? ¡Tan sólo soy un jubilado de la hostelería!. Pero mi guerra es menos dolorosa y menos costosa que la del treinta y nueve, así que, en caso de que la perdiera, tampoco pasaría nada.
-¿Y está usted sólo en esto? -preguntó el estudiante.
-¿Ha visto a más jubilados dando de comer a las palomas?
-Sí, a muchos.
-Pues saque usted sus propias conclusiones.

Corten. Corten. Ha salido muy bien. Quince minutos de descanso y seguimos grabando.

15 comentarios:

  1. Qué bueno el relato, casi todo el sector servicios está lleno de sicólogos es verdad...y lo de los bombarderos con plumas es buenísimo.....buen domingo....

    ResponderEliminar
  2. Fantástico tu relato. Y es verdad que debe de haber muchos psicólogos.
    Un placer disfrutar de tu escrito.
    Feliz comienzo de semana.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ni te imaginas, hay más psicólogos que perros descalzos...Saludos.

      Eliminar
  3. Me ha gustado mucho, te felicito.
    Hace unos días hablaba con un vecino de mi calle y le decía que entoda ella no había hombre más inteligente. El me dijo qye había estudiado en una universidad y esa universidad es estar detrás de la barra de un bar...
    Mira tu mi vecino que con su saber, no se caga en nadie (según creo yo) pero se ha hecho rico con su psicología ¿cómo? siendo camarero...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La universidad de la calle es el último consuelo para los que, por una u otra razón, no hemos estudiado nada de nada. Saludos.

      Eliminar
  4. Si a los camareros les diera por hablar, el mundo temblaría. Que pocas cosas no habrán sucedido en la barra de un bar.
    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo he visto de todo, Mario. De todo. Y tan sólo estuve doce años. Saludos.

      Eliminar
  5. Muy buen relato, me ha gustado un montón, y lo de ser psicólogos muy cierto, eh????

    saludos =)))

    ResponderEliminar
  6. Solo un camarero?jajajajaja yo creo que es más que eso detective, sacerdote,psicólogo etc etc muy bueno gracias!! Por compartir

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Este camarero nos salió bien despierto, saludos, Angelique.

      Eliminar
  7. Las personas que damos servicio a mucha gente, somos una bomba ,llena de todas las vivencias y de secretos,y claro nos volvemos especialistas en ayudar a arreglar problemas,aveces ni siquiera tienen que hablar,todo se persibe.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro, aprendemos de cada cliente, y más clientes más escuela. Saludos.

      Eliminar
  8. ¿Un jubileta entrevistado? Estaría feliz: hablando y contando batallitas sin fin.
    Salu2 con jubileos.

    ResponderEliminar