viernes, 17 de febrero de 2017

La bochornosa historia de un tal Poncio Pilates


Ni soñando se me había pasado nunca por la cabeza entrar a un gimnasio. Un gimnasio había sido siempre para mí algo así como un matadero para una vaca. Pero la cuestión es que esa vecinita me traía de cabeza, y aquella tarde, sin poder contenerme, salí tras ella. Estoy seguro de que la chica, hasta ese momento, no había reparado demasiado en mí, ni en mí nombre: Poncio, con el que mi padre, gran aficionado a la cosa bíblica, me condenó de por vida el muy cabrón, antes de que lo atropellara un autobús de línea y me dejará huérfano de por vida. Mi progenitor se llamada Herodes por obra y gracia de su padre que, según pude averiguar, había fallecido víctima de una coz que le había soltado el burro de su suegro.
Pero a lo que iba. Aquella diosa Afrodita se contoneaba delante de mí, como una mulata en un carnaval, sin percatarse en lo más mínimo de lo obsesivo de mi persecución. Yo miraba su trasero como un pirómano mira un bosque relicto, o un bebé hambriento a su biberón. Caminamos un buen rato. Durante el trayecto, no era capaz de discernir si caminaba sobre la tierra o sobre las nubes. Aquel culo superlativo se había apoderado de mi mente y llegué a sentir que mi futuro pendía de la goma de aquel tanga; porque ese culo, ese apoteósico trasero, debía lucir un tanga como el Reina Sofía luce al Guernica, aunque, de exhibirse públicamente como aquel, yo creo que le hubiese ganado la partida.
Cuando pude reponerme un poco de aquel hipnótico paseo, me encontré en la puerta de un gimnasio. Me quedé meditabundo sin saber muy bien qué hacer. A mi derecha un cartel anunciaba que hoy, precisamente hoy, no ayer, ni anteayer, ni mañana, sino precisamente hoy, para ser más exactos media hora más tarde, se celebraba una jornada de puertas abiertas para disfrutar de una clase de pilates. Me quedé pensativo, ese nombre me recordaba a algo pero no sabía muy bien a qué. Leí de nuevo el cartel y la única condición para poder disfrutar de esa clase iniciática era realizar una inscripción previa, con la que avasallarte a publicidad, y la propia capacidad del aforo. Sin más dilación, me abalancé sobre la recepcionista y le pregunté si todavía podía inscribirme a esa jornada de piernas abiertas. A lo que la buena señora me respondió que no me entendía. De inmediato, dándome cuenta de que el subconsciente me había jugado un mala pasada, rectifiqué. Aquella Venus de Urbino, haciéndose la interesante, me dijo que tenía que revisar, ante lo que yo, insinuante, me ofrecí a invitarla a un Big Mac con doble queso en el engordadero de la esquina. De ipso facto, me guiñó un ojo y me aseguró que contara con una plaza y con todo cuanto fuera menester.
Salí corriendo de allí como el que se quita avispas del culo. ¿He dicho culo? Justo al otro lado de la calle se encontraba una tienda de deportes. Por poco más de cien euros, me hice con todo lo necesario para meterme en esa clase de pilates, con la ilusión de que me abriría las puertas del paraíso.
Al regresar, la Venus se había pintado los labios de rojo pasión. Tomó mis datos, sin sorprenderse de mi nombre de pila, mi número de teléfono y mi correo electrónico, y me volvió a guiñar un ojo pero esta vez acompañado de un beso al aire que me arrojó un tufillo a chorizo de Cantimpalos.
Y allí estaba ella. Pletórica. Radiante. Luciendo el culo más grandioso del globo terráqueo embutido en unas mallas de lycra. Me coloqué de tras de ella para disfrutar de su proximidad. Creo que en ese momento me reconoció, pero se hizo la sueca. La monitora iba vestida como la protagonista de Flashdance pero tenía la cara de haber liquidado el IVA. Todo comenzó bien. Los ejercicios era suaves y yo me sentí el rey del mambo. El ritmo de los ejercicios iba avanzando progresivamente exigiendo cada vez de más flexibilidad. Yo que siempre fui un holgazán, y no me doblo ni al dominó, empecé a pasar las de Caín. Y fue al hacer el arco cuando se me soltó aquella ristra de pedos en la cara de mi vecina, cuando me sentí morir. Todo el mundo se me quedó mirando con la misma cara de asco con la que mirarían al vómito de un borracho en la puerta de un after a las siete de la mañana.
De hecho pude observar como a mi culo, digo a mi vecina, le daban arcadas.
Así que, sin mediar palabra desaparecí de ahí, como desapareció la Atlántida.
Estuve varios días en los que no me atrevía ni a poner un pie en la puerta de casa, pero tuve que salir porque se me acabó el papel higiénico.
Bajé sigiloso por la escalera y al llegar al portal me tropecé con ella que se encontraba olismeando en los buzones, juraría que más concretamente en el mio. 
Así que, armándome de valor, o tal vez porque me cagaba encima, pasé a su lado. Entonces fue cuando me gritó aquello de: ¡Poncio, Pilates!, soltando una sonora carcajada, que se me ha quedado grabada en el alma. 
Y ahí se me escapó el punto. Lo único bueno de todo esto que les he contado, es que la Venus de Urbino viene todas las noches a quitarme las penas. No hay mal que por bien no venga.

14 comentarios:

  1. Jjajaja me has hecho reir con tu relato.

    Besos.

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  2. Me ha gustado mucho este relato.
    Muy agradables tus letras.
    Un abrazo. Feliz fin de semana.

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  3. jajajajaja muy bueno!

    buen finde =)))

    Besos

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  4. jajaja habra que dejar de visitar el engordadero de la esquina,cero big mac con queso y mucho menos chorizo de cantimpalos por aquello de las flatulencias, jajaja bueno ... es mi humilde consejo.

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  5. :D
    Divertida y enternecedora, estas historias que bien tienen ese toque tan real... me encantan

    Besos y feliz finde

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  6. Como dice Perales, pregúntale en qué lugar se enamoró de ti. ¿Fue tu torpedeo en el gimnasio, tu nombre en los buzones, tu palmito en todas partes o tu arte en el catre?
    Saludos.

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  7. Digamos que el pobre poncio eligio el dia y el culo equivocado je je
    Saludos

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  8. Jajaja con lo del cabrón del padre muy bueno, me he reído tela, y el resto del relato me perece fantástico. Yo me pagan un gimnasio, y no voy, vamos que tengo yo el cuerpo como para machacarme mucho los huesos.

    Abrazo.

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  9. Me gusta leerte y ver la magia de vos
    en tus comentarios
    Un abrazo grande desde Miami

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  10. Me he reído mucho con tu historia de amor salpicada de anti-romanticismos como aquello del aliento a chorizo, ¿que así con qué derecho puede juzgar a nadie?

    Un abrazo.

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  11. jajajaj, esto si que lo escribe un PISCIS, nada que ver con la mala suerte, de verdad, que bueno

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  12. Como me he reído con ese pobre poncio. Más tonto no podía ser!!

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