domingo, 30 de agosto de 2020

Braulio el de la gaita

Braulio tocaba la gaita. Era únicamente lo que la gente recordaba de él. Tal vez se marchó muy joven a trabajar a Alemania, o en lo demás no destacaba especialmente. Braulio era el de la gaita. Y es que se le recordaba desde bien pequeño en la puerta de su casa tocando una vieja gaita que había heredado de su abuelo. Su abuelo era Roy el de la gaita. Sin embargo, el padre de Braulio, Onésimo para más señas, odiaba a la gaita y a todos los gaiteros del mundo; ya que su mujer, Saturnina, la madre de Braulio, se marchó a Barcelona con el jefe de la banda de gaiteros y tambores de Ponterradiña. La cuestión es que Braulio regresó al pueblo, tras varias décadas de arduo trabajo a las afueras de Berlín, y la gente, insistentemente le preguntaba por su gaita. Nadie se interesaba por él, ni por su lucha por reconstruir Alemania, al mismo tiempo que construía su propia vida desligado de la gaita. No se preocupaban por si había formado una familia, por si había conseguido alcanzar sus metas, o por si estaba bien de salud. En el binomio Braulio-Gaita el ancestral instrumento de viento había ganado sobradamente la partida. —¡Ostia, Braulio! ¿Trajiste la gaita? —le decían los vecinos al cruzarse con él. Faltaban pocos días para la fiesta de San Juan. Los mozos preparaban la típica hoguera acarreando, desde varios días antes, todo tipo de maderas, ramajes y muebles viejos con los que preparar una hoguera más grande que la de las aldeas de alrededor y con ello aliviar sus excesos de testosterona. —¿Braulio, nos tocarás la gaita en la fiesta? —le proponían insistentemente desde su llegada todos los vecinos. Y al final, tras mucho resistirse, dijo que sí. La tarde de San Juan, horas antes del inicio de la fiesta, llegó un camión grúa al pueblo. Un camión grua de los que utilizan las compañías eléctricas para arreglar sus cableados y sus torres de media y alta tensión, y que tienen unas cestas en las que se suben a los operarios para arreglar los desarreglos. A la gente le resultó extraño, pero al tratarse de un camión del servicio público de la red eléctrica la gente dio por hecho de que se trataba de alguna reparación, o de una simple operación de mantenimiento. La red eléctrica del pueblo, tan envejecida como sus paisanos, fallaba más que una escopeta de feria. Tras la quema de la hoguera, y mientras la gente, que todo hay que decirlo tampoco era mucha, se tomaban unos vinos con unos chorizos ahumados en lo alto de un trozo de pan casero, apareció Braulio tocando la “Muiñeira de Chantada”. La gente aplaudió y coreo: ¡Braulio! ¡Braulio! ¡Braulio! El operario, que estaba esperando su aparición, se subió al camión y bajó la cesta de la grúa. Braulio, sin dejar de tocar, se subió a la cesta. La hoguera aún mantenía su fuego encendido. Y mientras subía, Braulio comenzó a tocar el “Asturias patria querida”. La gente comenzó a abuchear. ¡Esto no es Asturias! ¡Toca algo de aquí! Pero él, inmutable, siguió tocando si cabe con más ahínco. Algún energúmeno exacerbado le arrojó un chorizo que impacto certeramente contra su cara. Y fue entonces cuando Braulio arrojó la gaita a la hoguera, exclamando: —¡A tomar por culo la gaita— Y ahí se acabó la fiesta.

5 comentarios:

  1. Tus relatos son como pequeñas películas para mi, leo, imagino, siento, me enojo, me rio etc. Se acabó la gaita jajaja se acabó la fiesta muy bien!

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  2. Qué pesada es la gente y qué bien lo cuentas.
    Un saludo.

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  3. Siempre hay un imbécil que lo arruina todo.

    Saludos,

    J.

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