lunes, 5 de abril de 2021

Telerrealidad

Ibuprofeno Chancleto era un tipo risueño. A todo el mundo regalaba sonrisas, como de chimpance, pero con un cierto halo de nostalgía. Sonrisas monalísicas. Sonrisas que evocaban algo de angustia interior: rio por no llorar, parecía decir. Y es que, como suele suceder más de lo que imaginamos, la procesión iba por dentro. Ibuprofeono era hijo de Anastasia Anestesia que murió víctima de una fuerte jaqueca. A su hijo le puso ibuprofeno porque, al parecer, padecía de problemas hepáticos y no le iba nada bien el paracetamol. El padre, que era farmacéutico, se llamaba Mancebo Magistral y se hizo famacéutico porque su padre se negó a que se hiciera domador de leones en el circo Ruso como siempre había soñado. Más que nada porque su padre era un hombre muy correcto, y de derechas, y pensó que su hijo no pintaba nada de domador, y menos aún en un circo ruso. Él sabía que la gente de su pueblo era muy dada a las habladurías y pretendía mantener su imagen sin mácula y rectilínea, por la gracias de Dios. Así que Ibuprofeno siempre vio a su padre con una bata de color blanco nuclear, pero en el fondo sabía que no era feliz por los continuos dolores de su mujer, que no había medicación que los atenuara, y por su frustración a la doma de fieras en el ámbito de la insidiosa influencia rusa, a la que siempre había aspirado, pero que nunca pudo materializar. Y en esa vida impostada, la del padre, no la del joven Ibuprofeno, fue perdiendo el norte. Y el sur. De la noche a la mañana, tras la muerte de su esposa, su rabía y su frustración se trasladaron al mostrador de su botica y comenzó a dar gato por liebre a ver qué tal. Y comenzaron los extraños decesos. Muertes inexplicables que sembraron el pánico entre el respetable. Y tras unos primeros años en los que los investigadores y los médicos forenses no daban con la tecla, llegó un nuevo subinspector de la benemétrica llamado McCain, ya que, aunque su madre era de Astorga, su padre era de Kansas, o de por ahí. Y aquel día, en el que McCain se sintió inspirado tras tomarse un carajíllo de Ron Pujol en un bar de carretera de dudosa reputación, cayó en la cuenta de que el denominador común de todas aquellas muertes repentinas estaba en la farmacia del señor Mancebo, el cuál no expedía condones por que alegaba objeción de conciencia. Desde entonces la vida de Ibuprofeno cayó en desdicha, si es que en algún momento de su vida la dicha hubiera sido tal. Se encerró en su casa, ya sin padre, que estaba en la trena, y sin madre, que estaba criando malvas, y sin farmacia, que fue requisada y precintada por la justicia, y sin futuro, a consumir todo lo consumible y a fumarse todo lo que echara humo. Hasta que decidió apuntarse a aquel Reality que se anunciaba en televisión. Lo escogieron por lo inusual de su nombre y por su sonrisa de chimpance. Y no defraudó. Las audiencias subieron aupadas por el morbo de su historia y el extraño brillo de su sonrisa. El circo ya no huele a tierra húmeda y a caca de elefante, nutre nuestra ignorancia a diario y a golpe de click. El tipo de la extraña sonrisa, le llamaban. Vivió de plató en plató hasta que un día apareció muerto en la habitación de un hotel. Dicen que aún sonreía tras una apacible sobredosis de realidad.

4 comentarios:

  1. Me ha recordado a uno de esos relatos de Cela que tanto me gustan.
    Buen trabajo.

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  2. Está visto que hay gente que vive de contar sus miserias. Y siempre hay gente dispuesta a escucharlas.
    Salu2, Jfb.
    ¡Qué inventiva tienes!

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  3. ¿Y quién no moriría con una simple dosis de la realidad que nos toca?

    Saludos,

    J.

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