jueves, 2 de diciembre de 2021

Esperando a la muerte

Hoy he visto nuevamente a esa anciana sentada en la puerta de su vieja casa. La veo a menudo, siempre sentada en el mismo portal, apoyando su cabeza en el quicio de la puerta, esperando pacientemente la llegada de los rayos de sol. En su abandono, solitaria, observa a los coches pasar, como esperando a alguien que nunca llega, tal vez ese alguien que se marchó y le prometió regresar pero que nunca lo hizo. Siempre que paso en mi coche por esa carretera ella gira su cabeza como queriendo reconocerme. Tal vez me confunda con alguien, o simplemente sea un gesto mécanico que su cuerpo acciona sin control ante el rugido de un motor. Hoy, como otras tantas veces, lucía una bata de guatiné de color negro, que contrastaba enormemente con una bufanda, un gorro, y unas calcetas de lana rojiblancas, como si perteneciesen a una vieja indumentaria del Atlético de Bilbao. Y allí bajo el marco, como homenajeando al gran Iribar, la señora espera. Espera sin prisas. Espera luciendo sus colores al sol cuando hace sol, y a las nubes cuando sale nublado. Y hoy me dió por frenar y paré. No debí hacerlo pero lo hice. Tantas cosas hago que no debo hacer, total que una más... -Buenos días, señora. -Hola joven, ¿por quién pregunta? -No, no busco a nadie, tan solo quería preguntarle si vive usted sola. -Solica. Mis hijos viven fuera y yo no quiero salir de aquí. Esta es mi casa y no saldré de aquí a no ser que sea con los pies por delante. Mi casa está vieja, con goteras, con las paredes llenas de humedades, pero es mía; la levantamos mi marido, que en paz descanse, y yo con nuestras propias manos. -¿Y no le da a usted miedo estar sola? -Pero qué miedo voy a tener yo si salgo todos los días a la puerta a esperar a la muerte. Me quedé sin palabras.

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