viernes, 4 de julio de 2025

Formas en las nubes

Ahora, en este momento, solo veo una grúa. pero aquel cielo azul de Xubín, cerquita de Ribadavia, estaba plagado de nubes vaporosas que dibujaban formas de lo más sugerentes. Mi hija Yolanda y yo habíamos cruzado todo el país para ver una exposición de escultura en Santiago de Compostela. Por aquel entonces yo buscaba en la inmovilidad de las formas, y el solemne silencio de las esculturas, unos mensajes en clave que pusieran luz a las sombras que me acechaban. A mi exceso de movilidad y de verborrea confrontaba la impenetrable y silenciosa rotundidad de la materia. Yolanda tendría nueve o diez años, la misma edad que ahora tiene su hermana Ana María, y en las fotos ambas podrían confundirse perfectamente. Mi cuñado Josiño, orensano de pro, me había dejado su casa para pernoctar tras tan largo viaje. La tarde comenzaba a rendirse cuando decidimos bajar por un angosto camino que conducía hasta la orilla del río Miño. Sobre unos cantos rodados nos tumbamos Yolanda y yo dándonos la mano. Recuerdo que jugamos a buscar formas entre las nubes, ahora un perro, allí una vaca, por allá una ballena... formas efímeras que no eran otra cosa que esculturas gaseosas que duraban apenas unos segundos y se transformaban en otra cosa o en nada. Después, antes de dormir, cenamos unas anguilas fritas en un viejo bar de Ribadavia. Al terminar, y antes de regresar a Xubín, paseamos por su judería bajo la luz ambarina de las farolas. Nuestras vidas están llenas de momentos mágicos y este, sin duda alguna, para mí, fue uno de ellos.