Los veranos son la hostia. Lo mejor de todo el año con diferencia. En ellos resurgimos de nuestras cenizas para achicharrarnos a pie de playa sin miedo alguno al melanoma. Después de varias horas de caravana en la autopista y una multa por exceso de velocidad, llegamos a la playa, colocamos la sombrilla, nos esclafamos en la silleta y ¡hala!: a ver a las mozas pasar. ¡Qué maravilla! Lo malo es el dolor de cuello que se nos coge y lo peor: cada vez que nos acordamos de la cara del guardia civil que nos clavó la puñetera sanción.
Se sabe de varios casos de cincuentones que, abducidos por grupos de jóvenes bañistas en topless, han desaparecido en las playas en inexplicables circunstancias sin dejar rastro alguno. También se han ocultado a la prensa varios casos de padres que, haciendo enormes castillos en la arena, se han perdido adentro y no han vuelto a salir, para desesperación de los familiares que les esperaban afuera achicharrándose a pleno sol.
Otra de las maravillas de esta época son los niños con las pelotas y los jóvenes con las palas, de tal manera que, de algún pelotazo no nos salva ni la Virgen del Carmen, que, como todo el mundo sabe, es la virgen más veraniega del santoral.
Difícil será, también, que nos libremos de los picotazos de los mosquitos, de las avispas o de las medusas, por lo que es muy recomendable que vayamos, en todo momento, pertrechados con un buen botiquín, más si cabe si fueramos acompañados de niños, en cuyo caso, no debemos tampoco de olvidar las pastillas para el mareo y la diarrea, así como desinfectante tipo Betadine, algodón y tiritas.
Quemarnos nos quemaremos, por lo que deberemos llevar un buen after sun -preferiblemente de la marca Tahe- en cantidades industriales.
Beberemos ríos de cerveza, de sangría y de tinto de verano. Comeremos paellas de mierda que nos sabrán a gloria. Sardinas a la plancha a tutiplén. Calamares a la romana que serán pota. Jugaremos al dominó, a las cartas y al parchís con partidas a veinte céntimos y a cinco el mate. Cuando nos coman una ficha deberán de contarse veinte y lo más jodido vendrá cuando estemos a palo de cuatro para meter la última ficha y venga la cabrona de la cuñada de turno y te la coma (la ficha). Ahí comienzan, de verdad, los conflictos familiares. Las cuñadas se chillan o se tiran de los pelos, los sobrinitos lloran, se recogen las cosas deprisa y corriendo y tras dar un portazo la mitad de la familia pone pies en polvorosa.
Pero, como iba diciendo, el verano es, sin lugar a dudas, la mejor estación del año. ¿Acaso hay alguien que lo ponga en duda? Y eso sin hablar de las suegras ni de la canción del verano... Mejor lo dejamos para otra ocasión que, ahora, voy a bañarme. Pum, catapum, chimpun. Como me gusta el verano...
Vaya josè, en verdad que eres afortunado por tener la posibilidad de empacar una silleta, una sombrilla y arrancar para la playa mas cercana con todas sus parafernalias pero una fortuna en verdad.
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