De pequeño me encantaba comer monas con chocolate. El capricho me costaba una moneda gorda de dos pesetas y media con el careto de Franco, que yo financiaba, ilegalmente, gracias al monedero de mi madre.
Lo peor de aquel capricho infantil no era la apropiación indebida de los caudales familiares, que yo me agenciaba en los descuidos de mi progenitora; no, amigos, lo peor era el trauma que sufría cuando, en lo mejor de la ingesta, incomprensiblemente, aquellos manjares desaparecían de entre mis manos y yo quedaba sumido en una extraña depresión. ¿Por qué desaparecía la mona? ¿Adónde coño se iban las monas? ¿Tal vez a Gibraltar?
Hoy, cuando a penas si faltan unas pocas horas para volver al trabajo, me vuelvo a sentir igual. Siento que el verano me ha desaparecido de entre las manos y que su financiación, sino ilegal, puede haber sido una inversión de dudosa rentabilidad a corto plazo y hasta éticamente cuestionable.
Me siento igual porque, en lo mejor del disfrute, en pleno éxtasis vacacional, tengo que comenzar a ordenar mi mente, aclarar mis ideas y alinearlas en la dirección laboral, dejando atrás, un año más, al paraíso terrenal y, esto, para mí, no sé si también para ustedes, es una jodida disyuntiva.¡Vamos, una putada hablando en plata!
¿Por qué se habrán consumido tan rápido mis vacaciones? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Quedaran monas tan monas en Gibraltar?
En las guerras, las vacaciones llevan el nombre de tregua. Nunca he disfrutado de una tregua real, por el simple y maravilloso hecho de que nunca he ido a la guerra. Bueno, lo que entendemos como guerra en plan militar con bombazos, gente con las tripas fuera en plena calle, y eso. La guerra financiera sí. Esa sí que la estamos sufriendo, aunque hay mucha gente que parece ignorarla. Nadie tiene muy claro quien es enemigo y quien no.
La gente, este verano en los chiringuitos, tampoco parecía tenerlo demasiado claro:
-Oiga, caballero, me permite que le robe un minuto de su asueto estival: ¿Sabe usted que estamos viviendo una guerra no declarada? -le pregunté a un tipo estándar con un micrófono de mentirijilla.
-Sí,claro que lo sé. Yo estoy en guerra con mi mujer. Ayer no me dejó entrar a casa porque llegué un poco tarde y no es para tanto. Hacía mucho que no veía a esos amiguetes y nos fuimos a recordar viejos tiempos. Luego te lías, que si una copita, que si dos, que si tres, y tal y tal -¿Tú me entiendes, verdad? -dijo el veraneante.
Después, para conocer más opiniones, y cumpliendo a raja tabla la ley de paridad, entrevisté a una señora en otro chiringuito de la misma playa. La dama en cuestión estaba sentada en la barra ataviada con un pareo blanco muy sexy, que destacaba más, si cabe, sobre una piel morena achicharrada por el sol. De esa guisa, se estaba tomando un Martini con unas gambitas a la plancha.
-¿Me permite unas preguntas para la prensa cibernética? -le requerí con mi falso micrófono en la mano.
-Claro, guapo, lo que tú quieras. A ver si tú eres más decidido que esos babosos que nada más que saben mirar...-me respondió la mujer con una sonrisa turbadora.
-¿Sabe usted que estamos en guerra? -le pregunté muy serio.
-¡Claro que sí! Yo desde anoche que mandé a mi marido a la mierda estoy en guerra. Así que tú y yo podríamos tomarnos unos martinis y darnos un bañito que el agua está riquísima. ¿Qué te parece, reportero? -me propuso la veraneante.
-Lo siento en el alma, pero no puedo beber alcohol en acto de servicio -le dije para intentar disuadirla de sus calenturientas intenciones.
-Pues yo te espero a que termines. No tengo prisa ninguna, guapo. Además lo bueno siempre se hace esperar, jajaja -me respondió la rubia a carcajadas.
Esta guerra financiera, como se puede apreciar en este reportaje que he desarrollado en exclusiva para este blog, es una guerra de difícil comprensión.
La gente o no se entera o no quiere enterarse. Todo el mundo sigue a lo suyo, en una especie de huida hacia adelante y con tapones en las orejas.
Estas vacaciones me han sabido mejor, quizás por el hecho de sentirlas como una tregua. Así qué, una vez repuestas las fuerzas, haberme curado las heridas y replanteado mis nuevas estrategias, con permiso de ustedes que tan amablemente me leen, -si es que alguien me lee, por cierto- voy a limpiar mis armas, que ya me van haciendo falta para la reentré. De nuevo nos llaman a filas.
¿Hay alguien ahí?
Hay alguien que te lee a altas horas de la madrugada, en medio de un insomnio inmisericorde y un calor idem :)
ResponderEliminarLa guerra financiera ya la hemos perdido los que siempre perdemos las guerras, me temo; pero has aprovechado la tregua y eso está muy bien -aunque acabe ya-
Te deseo una buena reentrè.