viernes, 29 de marzo de 2013

Crisis de los cuarenta


Creo que nunca les he hablado de mi vecino Paco. Mal hecho por mi parte. Comenzaré por decirles que es el típico vecino que todo el mundo debería  de tener. Aparece siempre por casa preguntando si tengo la cafetera preparada y, entre tanto, me cuenta sus aventuras y desventuras sin importarle si me interesan o no. Cuando le pongo el café, con un poquito de leche como a él le gusta, siempre me pregunta si tengo alguna galletita por ahí. Le encanta venir a confesarse a casa y, de paso, tomarse la merienda de gorra. 
-¿Sabes Pepe?: voy a empezar a hacer running -me soltó de sopetón con la boca llena de galletas de chocolate.
-¡Paquillo, Pacote, Paquete!: ¿Tú no estás muy gordo para ponerte a correr? -le pregunté sarcásticamente.
-Sí, pero comenzaré poco a poco. De hecho, también estoy haciendo una dieta disociada. Esta semana me toca hincharme a carne; puedo comer toda la carne que me de la gana, eso sí, sin pan. Mi fisioterapeuta me ha dicho que si le hago caso, en tres meses, me puede poner en forma. ¿Sabes que te digo vecino?: ¡Lo voy a conseguir! -me aseguró.
-¿Se puede saber qué mosca te ha picado, Paco? -le dije un tanto extrañado por lo anómalo de su comportamiento. Por cierto, las galletas no son carne...
-Sí, lo sé, las galletas son una excepción. No le cuentes a nadie lo que te voy a decir y menos a mi esposa: he visto un par de veces a una chavalita corriendo por la urbanización, mientras saco a cagar al perro, que está como un tren. Siempre me sonríe y hasta me dice buenos días poniéndome caritas. Ayer, al pasar por mi lado, se paró y se arregló el cabello mientras me sonreía. Pepe, me sonríe mucho. Si vieras las tetas que tiene... Presiento que quiere algo conmigo. Estoy seguro de que es de las jovencitas a las que les van los hombres maduros... -dijo como si realmente se estuviera creyendo su absurdo y calenturiento planteamiento.
-¡Tú alucinas, macho! Estás cada vez peor -le dije sin contemplación.
-Di lo que quieras. De perdidos al río. Lo voy a intentar y ya te iré contando mis progresos - me dijo con toda rotundidad.
-Llevas muy mal la crisis de los cuarenta, Paco -le recriminé.

A la mañana siguiente, cuando sacaba mi coche para ir al trabajo me lo tropecé. Al verme, golpeó la ventanilla para que bajara el cristal.

-¿Qué dices,Pepe? ¿Cómo me ves? -me preguntó tan orgulloso.
-¿Cómo quieres que te vea? Vas genial. ¿Qué es ese aparato que llevas en el brazo? -le pregunté.
-La verdad no escuché muy bien la explicación de la chica de la tienda de deportes. No podía dejar de mirar su escote, me quedé como hipnotizado mirándolo. Creo que es para medir la distancia que recorres, las calorías que quemas, o algo así. Aunque yo no lo he enchufado, no sé ni como ponerlo en marcha -me dijo tan tranquilo.
-Luego, si vienes a casa, lo traes y veo si te puedo ayudar. Hasta luego, no corras demasiado no te vaya a dar un infarto -le dije poniendo rumbo a mi trabajo.

Eran poco más de las cinco y media de la tarde cuando sonó el timbre. Al mirar por el videoteléfono, Paco pegó su carota a la cámara y me recordó a Fernando Esteso en sus mejores tiempos.

-Buenas tardes, Pepe:¿Tienes la cafetera enchufada? -me preguntó como hacía siempre, más o menos, a la misma hora.
-Sabes que sí -le respondí mecánicamente lo mismo que le respondía todas las tardes.
-Pues mejor me vas a poner una tila. Hoy no tomaré café -respondió un tanto cabizbajo.
-¿Eso forma parte de la dieta milagrosa o qué? -le interrogué.
-¡Qué dieta ni que narices! No ves que se me ha venido el mundo al suelo. 
-No me asustes: ¿Qué te ha sucedido, Paco? -le pregunté preocupado.
-Soy un gilipollas, Pepe -me dijó compungido.
-Paco, no digas eso, tú eres un tío majo. Que estés pasando la crisis de los cuarenta no quiere decir que seas gilipollas. Eres humano -le dije con intención de consolarlo.
-No me hagas la pelota, Paco. Soy un gilipollas de libro -volvió a insistir.
-Pero, Paquito: ¿Qué te ha pasado para que digas eso? A ver, cuéntame...
-¿Te acuerdas de la chica que te conté ayer, verdad? -me preguntó.
-Perfectamente -le respondí.
-Hoy volví a encontrarme con ella -me contó.
-Eso era lo que pretendías disfrazándote de atleta olímpico. ¿O acaso no era eso lo que querías? -le dije para provocarlo.
-Sí -respondió sin mirarme a la cara.
-¿Sí, qué? ¡Hostias Paco, habla ya, joder! Me tienes en ascuas. ¿Qué pasó con la chavalita? -le increpé con ansia de conocer el desenlace de la escena de aquel morboso, a la par que atlético, encuentro.
-Pues que esta mañana la chica corría junto a un tipo de un metro noventa. Al pasar a su altura, los dos me saludaron y me sonrieron -me dijo con cierta excitación.
-¡Ves, enhorabuena, ya has avanzado algo! Ahora ya tienes otro rollo mucho mejor...-le comenté.
-¿Cómo que otro rollo mejor? No te entiendo, Pepe -me preguntó contrariado.
-Claro Paquillo: ¿No te das cuenta de que lo que te insinúan es que quieren hacer un trío contigo? -le aclaré.
-¿Sabes una cosa, Pepe?: No pienso contarte nunca más mis cosas. Eres un auténtico cabronazo, eso es lo que eres.
Diciendo eso, Paco salió de casa sin despedirse. 

Mi vecino parece haber agarrado tal cabreo que lleva tres días sin tocar el timbre de mi casa a eso de las cinco y media de la tarde.
Un momento, discúlpenme, parece que están llamando a la puerta...

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