Florenciano acompañó a Venancio hasta la casa tal y como le había prometido. El muchacho no estaba asimilando bien tanta contrariedad y tanto infortunio a su alrededor. Según le comentó Florenciano a Lola, el chico hizo todo el recorrido en el taxi, desde el cementerio de Montjuic hasta la casa, convertido en una estatua de sal.
Nuevamente, entre todas las chicas, lo acomodaron en su cuarto y lo dejaron descansar.
-Este chico no levanta cabeza, Lola -comentó Carmencita.
-¡Hija mía! Estoy por llevarlo a que le quiten ese mal de ojo que trae desde que nació. Porque estoy segura que eso es lo que tiene encima el pobre Venancio, un mal de ojo como un piano de cola de grande -respondió la madame.
-¿Y, si aún así, no espabila, qué piensas hacer con él? -le preguntó la meretriz.
-Pues lo mandamos de regreso al pueblo, y se acabó lo que se daba -exclamó Lola, con decisión.
Y así finalizó esa jornada, en la que Venancio se pasó todo el día durmiendo y no se enteró de nada más. Sin embargo, en plena madrugada, el joven se despertó, sobresaltado y sudando, víctima de otra de sus clásicas pesadillas. Una nube de tábanos le perseguía desde el cementerio hasta la casa, e inundaban su cuarto con la intención de chuparle hasta la última gota de su sangre.
Venancio encenció la luz. Miró a su alrededor, y quién sabe si por su propia obsesión, o por alguna razón maquiavélica, le pareció ver las paredes de su cuarto llenas de insectos. Sin pensarlo dos veces, salió, sigiloso, en dirección adónde había observado que se guardaban todos los productos de limpieza. Tropezó con un perchero. Le pegó una patada a una silla. Un gato capón, que había en la casa, maulló. Abrió el armario, en el que se guardaban todos los productos, en busca de un insecticida. Uno de ellos se cayó al suelo. Por fin pareció encontrar lo que buscaba. Un pulverizador insecticida direccional con mango de madera. Cerró el armarió y...¡Pow! Lola que se había levantado y, entre sombras, había observado a un hombre registrando los armarios, le pegó un sartenazo tremendo en pleno rostro, ante el cual, el pobre montañes, no tuvo ni tiempo de pestañear.
Evidentemente, ante el ruido producido por el impacto de la sartén contra el rostro de Venancio, el grito que pegó Lola mientras soltaba el brazo con toda su energía, y el ruido que produjo el cuerpo de nuestro desafortunado amigo al golpear contra el armario y caer al suelo, provocó que todas las chicas se despertaran alarmadas y acudieran a la cocina a contemplar lo sucedido.
-¿Pero qué has hecho, Lola? -Preguntaron todas al unísono, al encender la luz, y ver al joven Venancio en el suelo sangrando por la nariz y por la boca, y a Lola portando aún el arma homicida en su mano derecha.
-Escuché ruidos extraños. Vi pasar por delante de mi puerta la sombra de alguien merodeando por la casa. Me levanté con cuidado para no hacer ruido. Lo vi entrar hasta la cocina, abrir varios armarios, así que pensé que se trataba de un ladrón y lo demás no hace falta que os lo expliqué. Lo siento en el alma, chicas. Este Venancio tiene la negra -explicó, Lola. Martina, llama con urgencia a casa del doctor, a ver si nos hace el favor de venir a arreglarle la cara a este pobre desgraciado. Y, chicas: ¿sabéis qué os digo? En el mismo momento que pueda caminar, este chico y yo vamos a ir a visitar a Carmen "La Gitana" que quita la rabia y la sana.
La leche¡¡¡¡¡¡ pobre venancio ,creo que ya se merece un idilio con alguna de las chicas,o no? . Sólo faltaría que le rompieran el corazón
ResponderEliminarOstias con Venancio, se las lleva todas por una u otra cosa, ya lo dice mi padre "cuando la pi......va para el culo, es igual donde y como te pongas, date por f.......do", con perdón. Espabila Venancio que estar en la gran ciudad ya no solo te puede salir caro, sino que te puede costar hasta la vida. salu2
ResponderEliminarJajaja mas de uno le parece a benancio, que parece haberle mirado un tuerto...muy bueno Pepe
ResponderEliminarPedro A