Iasha, a primera vista, parecía un simple organillero. O al menos eso pensé cuando lo vi acercarse cargando con esa tremenda caja de música colgada del cuello, como el que carga una pesada condena, y ataviado con aquella ropa tradicional caucásica. Georgia, como el viejo organillo de Iasha, es una caja repleta de historias que nunca dejará de sorprenderme. Y yo, mientras comía en aquel restaurante, rodeado de un paisaje de ensueño, no podía menos que esforzarme en buscar qué había más allá de aquella música antigua, secuestrada en un artilugio de madera contrachapada fabricado en Odesa (Ucrania) en 1820, por un artesano judío de origen francés.
Los ojos de Iasha, aquejados de alguna extraña infección que los va descolgando y deformando poco a poco, evidenciaban una vida marcada por la precariedad y la subsistencia. Todo lo que tengo es este organillo -afirmaba-. Fue de mi padre, y del padre de mi padre. Esta caja lleva toda la vida dando de comer a nuestra familia. No sé si el organillo es mio o yo soy de él. La simbiosis, a todas luces, es digna de un estudio más profundo del que yo les pueda ofrecer mientras degusto la deliciosa comida georgiana y escucho esa extraña música fosilizada.
Tiene ocho canciones -contaba Iasha, orgulloso- Le doy a la manivela y, ves, resuenan como un mantra. Siempre las mismas ocho canciones, por los siglos de los siglos. Como el agua que cae de esa cascada -comparó el músico señalando hacia la pequeña caída de agua que había en la parte trasera del restaurante-.
Iasha, cuando accionaba el organillo moviendo mecánicamente su brazo derecho, miraba hacia el horizonte como haría un gran analista político. A cada vuelta, circunspecto, parecía conectar, inconscientemente, con una historia, una experiencia, una escena de las millones que habría vivido ese mágico ingenio desde que saliera del taller de aquel judío francés radicado en el Mar Negro, fuera cargado en la bodega de un barco, y arribara al puerto y famoso balneario georgiano de Batumi.
Nunca hubiera imaginado que aquel organillo representara de manera tan fidedigna a nuestra propia existencia. Siempre el mismo ciclo, siempre accionada por una invisible manivela, y siempre ofreciendo la misma música. Esa exquisita metáfora me acabó cautivando, mientras degustaba un riquísimo khachapuri con un vaso de buen vino casero, ya que, no sé si sabrán, que en Georgia, todas las familias cosechan su propio vino y a nadie le gusta beber del vino que ofrecen en los restaurantes.
Iasha se quejó de que su vida estaba marcada por los borrachos: sólo me pagan los borrachos -explicaba- ¡Tócala otra vez, Iasha! Le decían los soldados georgianos tras la retirada de las tropas rusas que invadieron su pequeño país hace a penas una década. Hasta que un oficial, borracho como una cuba, tuvo el capricho de que tocara desde lo alto de un árbol. Es lo más triste que me ha pasado en este oficio. El organillo pesa mucho y me costó horrores subirlo. Yo tocaba y tocaba temeroso de la reacción de aquel oficial. Nunca sabes cómo puede reaccionar un borracho y menos aún como puede reaccionar todo un batallón de soldados hartos de vino. Los milicianos se marcharon y él pasó toda la noche encaramado a aquel roble centenario sin poderse bajar. Fue una de las peores noches de toda mi vida -confesó Iasha- pensé que me moría de frío.
Y mientras nosotros comíamos, él no dejaba de accionar aquella manivela; esa manivela que hace sonar eternamente ocho canciones y, al mismo tiempo, quién sabe si a nuestra propia existencia. La vida da muchas vueltas -nos dijo al marcharse-. Y yo, como pueden comprobar, le sigo dando muchas vueltas a esa inolvidable experiencia vivida, hace unos días, a escasos kilómetros de Kutaisi.
Pues a medida que te mueves por el mundo aprendes, de esta historia aprendí... que no hay que complacer a todo el mundo ,por que puede que se olviden agradecerte,y también me gusto el nombre Iasha ,Aisha es la adaptación en inglés del nombre de origen árabe, عائشة , cuyo significado es "viva".me llama la atención que es un nombre femenino.
ResponderEliminarPues yo pensé que era un nombre de origen ruso...Saludos.
EliminarEs para darle vueltas a la manivela del pensar, de lo que son vidas y de lo que puede ser la vida, pese adelantos y despilfarros , la supervivencia para otros vienen en los genes...
ResponderEliminarInteresante tu vida de aqui allá ehhh.
Besitos
Sí, Inma, mi vida es un ir y venir para estar siempre en el mismo sitio. Saludos.
EliminarSí que da vueltas la vida... Y se va aprendiendo.
ResponderEliminarTu relato es muy reflexivo.
Grandes experiencias las que compartes.
Un abrazo
Gracias Amalia,no hace falta irse muy lejos, cada rostro que miramos guarda mil historias dignas de un relato, una novela o una trilogía. Saludos.
EliminarEs un buen pequeño homenaje a la historia de Iasha, que obviamente te conmovió. Provoca visitar esas tierras!
ResponderEliminarSaludos.
Pues cuando quieras te paso los contactos, allí sólo hay buena gente. Saludos
EliminarEl sonido entrañable de los organillos.
ResponderEliminarSí Dyhego, pero al rato de estar escuchándolo se raya un poco...Saludos
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