sábado, 20 de agosto de 2016

Gato encerrado


Sobre uno de los sofás del Hostal Empúries un huésped encontró, mientras que hacía tiempo para que abriesen el buffet, a un gorrión muerto. Pensó, por lo temprano que era, que el pajarillo habría encontrado la muerte, acomodándose ahí, en un sofá de diseño, para alcanzar un eterno y elegante descanso. Lo agarró entre sus manos, lo acarició, y aún lo sintió caliente. Sin embargo, intuyó en sus alborotadas plumas algo fuera de lo común. De hecho, sintió que parte de su plumaje estaba mojado. Inconscientemente, miró a su alrededor, como queriendo encontrar al responsable de semejante pajaricidio y, al fondo del pasillo, pegado a la puerta automática que daba acceso a la playa, descubrió como un gato negro con la cabeza blanca y los ojos color ámbar, le miraba desafiante.
Tal vez el gato no había cazado al gorrión para alimentarse -pensó el huésped- tan sólo le habría dado muerte para seguir sintiéndose gato, para mantener su viveza felina causando la muerte de otro ser vivo. Toda vida, sin demostración de poder, por lo visto, no alcanza a estar lo suficientemente viva. Con toda seguridad, el gato negro con la cabeza blanca y los ojos color ámbar, sintió el arrebato ejecutor de buena mañana, mientras el gorrión bebía plácidamente en una de las numerosas fuentes que embellecían el jardín de tan majestuoso hotel. Aunque probablemente ese gato, aquella luminosa mañana, se equivocó; como se equivocó la paloma del famoso poema de Alberti.
El gato, don Gato, apadrinado por los trabajadores de tan singular hotel, debía engullir sacos y sacos de comida liofilizada, por lo que la caza, para él, se había convertido en un esnobismo, en un ejercicio lúdico con el que sentirse en forma, como quién va al gimnasio cada mañana antes de irse al trabajo.
Recordó, mientras arrojaba al pequeño paseriforme entre las abundantes ramas de un lentisco, como estudios recientes hablaban de que la población de gorriones en el mundo había caído estrepitosamente sin que hasta la fecha se conozcan, con seguridad, las causas que lo están provocando. Deben ser los putos gatos -pensó.
Entonces fue cuándo vi a tan singular huésped acercándose sospechosamente al felino. El gato negro con la cabeza blanca y los ojos color ámbar, ronroneando, intentaba disimular. El hombretón debía de medir como dos metros, o tal vez más, y estaba seco como un palo. Sigilosamente, arrinconó al animal en una de las esquinas del pasillo que daba hacia la playa, justo debajo de una bonita lámpara colgante de color rojo. El minino, al sentirse acorralado, soltó un terrorífico maullido, como intuyendo la que se le veía encima, pero sus sonoras reclamaciones fueron en balde. El desgarbado huésped, con los brazos tan largos como las aspas de un molino, agarró al gato, lo envolvió en un santiamén en una toalla de baño y, sin que nadie excepto yo se percatara de lo sucedido, salió con tan singular fardo debajo del brazo rumbo al aparcamiento, en el que un sol de justicia, a esa hora de la mañana, achicharraba ya a todos los vehículos sin reparar en modelos ni en marcas.
El defensor de los gorriones, o el terrorista de los gatos, según se mire, comprobó, mirando para todos lados, que nadie reparaba en su fechoría, soltó un improperio en algún idioma norte europeo excesivamente gutural para mi gusto, y arrojó al gato dentro del maletero de un vehículo de matrícula holandesa.
De lo que hice después, no me siento nada, pero que nada, orgulloso, se lo puedo asegurar. La cuestión es que miré a mi izquierda y encontré la pala de uno de los jardineros que, curiosamente, en ese momento no estaba por ahí. El destino tiene estas cosas. El gigantón del país de los tulipanes se acercaba hacia mí, canturreando, con cara de no haber roto un plato en su vida. Y eso me sacó de quicio. Entonces, sin poderme controlar, agarré la pala, y le arree tal golpe en la cabeza que, al instante, sus dos metros de pellejos y huesos acabaron en el suelo. Fuera de mí, como si estuviese poseído por una fuerza ajena a mi cuerpo, metí la mano en su bolsillo, saqué la llave de su coche, arrastré al gigantón con la ayuda de la carretilla del ausente jardinero, y abrí el maletero. El gato, enloquecido, salió del coche como el que se quita avispas del culo. Ni que decir tiene que no me dio ni las gracias.
Después, tras mucho esfuerzo por mi parte, conseguí meter al larguirucho en su propia cámara mortuoria y, antes de cerrar el maletero, le arrojé las llaves dentro para que no se le perdieran. Lo cortés no quita lo valiente.
Todo esto que les he narrado sucedió a las siete de la mañana. Para que luego digan que a quién madruga, Dios le ayuda. Así que les digo, aprovechen bien las vacaciones y no madruguen, que luego las cosas se lían. Vaya que si se lían.

21 comentarios:

  1. Vaya movidon j jjj y de buena mañana.

    ☺☺
    Saludos !!!

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  2. Para empezar el día con emoción...

    Un abrazo

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    1. Así es, Amalia. Arrancó la jornada con fuerza. Saludos

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  3. Pobre gato, pobre gorrión y pobre el gigantón que creyó estar haciendo algo y termino peor que gato y el gorrión.

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    1. Las cosas no son como empiezan...dan muchas vueltas. Un saludo,Katherine.

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  4. Sí que es verdad que se lían las cosas, y tanto.

    Un beso.

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    1. Se armó la marimorena de buena mañana. Cualquier hora es buena para liar una bien gorda. Saludos.

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  5. Mañana me levanto a las 12 que creo que me tienen echado el ojo...

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    1. Bien hecho, Buscador. Cualquier precaución siempre es poca. Saludos.

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  6. Entendido en vacaciones nada de levantarse a las 7 y menos en hoteles con ''bufete''. No vaya a ser que te de el día gigantes que yo soy '' mu'' miedica...
    Besitos

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    1. Perfecto Inma. A las siete ni para ir a por churros. Saludos.

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  7. jajaja vaya lío, menos mal que no tenemos la mismas horas, eh??

    =))))

    Saludos

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    1. Sí, Liliana, tenemos las mismas horas ¡24! qué lo sé yo! Saludos.

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    2. pero me llevas 9 hrs de ventaja! :P

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    1. Al contrario, Mario. No madrugues que está la cosa bien chunga...Saludos.

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  9. Vaya locura de hotel...y vacaciones.....el matagatos y el mata holandeses

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  10. En cuanto nos descuidamos una "miajica" afloran nuestros instintos primarios de destrucción y maldad...

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    1. Menos mal que siempre hay alguien dispuesto a impartir justicia...Saludos.

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