El gigante Adam, alías "Cabezabuque", andaba sumido en una gran depresión. Ni sus dos metros con veintisiete centímetros, ni su talla sesenta de pie, ni sus ciento cuarenta y cuatro kilos de peso, le servían para ser feliz. Algunos decían que se debía a una fuerte discusión que había mantenido, por una cuestión de faldas, con Artur, el famoso lanzador de cuchillos de Varsovia, pero, en realidad, Adam se encontraba así por su afán de sentirse querido, amado, consentido. Soñaba, desde hacía tiempo, con formar una familia y dejar de exhibirse por circos ajenos. Le rondaba por la cabeza la idea de montar su propio negocio. Y esa enorme cabezota daba mucho de sí. Pero, tanto la trapecista rusa, como la domadora de leones moldava, le habían dado calabazas y eso, Adam, no lo llevaba nada bien.
No me agrada tu cabeza, Adam -le había dicho la trapecista- Si tú y yo tuviésemos hijos, no los podría ni parir, o me destrozarían completamente. ¿No lo entiendes?
La moldava no había sido menos delicada en sus argumentaciones: -ni loca me meto en la cama con un monstruo como tú. ¡Aunque fueses el último hombre de este mundo!
Así que la depresión de Adam "Cabezabuque" estaba suficientemente justificada. Lo peor vino cuando comenzó a negarse a actuar. No quiero que nadie se ría más de mi -esgrimía. ¡Estoy harto de que la gente me vea como un monstruo¡ ¡Yo no soy ningún monstruo, soy una persona!
El dueño del circo le dio un plazo de cuarenta y ocho horas para que volviese a actuar o, de lo contrario, lo expulsaría del circo.
El gigantón no quería ni salir de su carromato; un carromato construido especialmente para él y que, hasta ese momento, había considerado como su verdadera casa. Sus padres murieron ahogados en un desbordamiento del Vístula, cerca de Cracovia, y el circo, desde ese fatídico momento, lo había sido todo para él. Adam, que desde niño era enorme, había seguido creciendo y creciendo, muy a su pesar. En plena adolescencia, viéndoselas venir, había rezado lo indecible a todo el santoral para que ni su estatura ni su cabeza continuasen su desbocado crecimiento. Pero nones. Siguió creciendo y perdió la fe.
Adam lloraba y lloraba sin consuelo cuando alguien, inesperadamente, llamó a su puerta.
-¿Quién es? -exclamó Adam con un moco verde, tan gigante como él, colgando de su enorme napia.
-Soy Conchita, "la enanita más chiquita". ¿Puedo pasar? -le dijo en un tono conciliador.
-No sé quién eres -le espetó, Adam, desde el otro lado de la puerta, mientras se quitaba el moco en cuestión.
-No sabes quién soy porque, como soy tan chiquita, nunca habrás reparado en mí, pero como tú eres tan grande y tan fuerte yo sí he reparado en ti. ¿Me invitas a pasar o no? -le propuso, Conchita, con gran desparpajo.
Al otro lado de la puerta se hizo un silencio tan grande como en la cueva de Alí Babá cuando no estaba Alí Babá ni los cuarenta ladrones. El gigante se sintió conmovido por tan dulces palabras, y comenzó a llorar y a llorar de tal manera que sus ojos parecían dos aspersores. Y cuando consiguió controlar su llanto, y su mocarrera, abrió la puerta.
Conchita venía ataviada con un traje de flamenca, rojo con lunares blancos, y un moño adornado con una rosa roja.
-Hola Adam. ¿Cómo estás? Me han dicho que no quieres actuar porque estás deprimido. La gitana que tira las cartas me ha dicho que estás deprimido por las cosas del querer. ¿No es cierto? -le preguntó la diminuta mujer.
-Así es. Nadie quiere amar a un gigante como yo. Soy tan feo como grande, y mi cabeza...¿qué te voy a decir de mi cabeza que tú ya no sepas? -exclamó Adam, entre suspiros.
-A mí me pasa igual. Nadie me quiere porque tengo las piernas muy pequeñas. Bueno, no sólo las piernas, jajaja. -exclamó Conchita, sonriente.
-¿Y a qué has venido chiquita? -le preguntó el gigantón.
-Chiquita, no, me llamo Conchita -le rebatió la enanita equilibrista.
-Así es, Conchita, ¿a qué has venido? -insistió Adam.
-¿Quieres vivir conmigo? Te llevo haciendo ojitos desde hace dos años pero no te enteras de nada...
-¿Me lo estás diciendo en serio? ¿No te daría miedo ser mi esposa? -le preguntó Adam, asustado.
-A mí, Adam, no hay nada que más miedo me dé que la soledad. Con un gigante como tú a mi lado, ya nunca más tendría miedo de nada ni de nadie. Además, tienes fama de ser muy cariñoso. ¿Qué más puedo pedir? -exclamó Conchita, sonriente.
Y así fue como Adam, más conocido como "Cabezabuque", y Conchita, "la enanita más chiquita", comenzaron una idílica relación. Como en todo cuento que se precie, se casaron, fueron felices y comieron perdices. Al poco tiempo, Adam y Conchita montaron el circo que tanto anhelaban, y como no podía ser de otro modo, les crecieron los enanos. Vaya que sí les crecieron...
Un cuento bien narrado además de ameno por el diálogo que le acompaña.
ResponderEliminarLas barreras, en cuestiones de amor, no tienen razón de ser.
Abrazo jfbmurcia
Fina
El amor es imprevisible...Saludos
EliminarMuy bien traído el cuento.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Macondo.
EliminarQué bonito, qué entretenido, me ha gustado mucho!!!!
ResponderEliminarSaludos jfb 🌞
Liliana, tú siempre tan generosa en tus valoraciones. Un abrazo.
EliminarMuy bonito.
ResponderEliminarGracias, Mario. Ensayo cuentos para contarle a mi pequeña dentro de poco. Saludos
EliminarSu amor les dio la motivación para crear su familia y montar su propio negocio. Qué bueno que no les nacieron hijos gigantes, no hubiera podido darlos a luz Conchita.
ResponderEliminarUn beso.
Pobrecita sí, las hubiera pasado bien canutas...Un abrazo, Sara.
EliminarUna enana y un gigante con el mismo corazón...
ResponderEliminarAsí es, eso precisamente les unió. Saludos.
EliminarQue bonito de verdad. Vamos que lo voy a compaertir en fb porque este cuento debería de llegar lejos y que pudiera leerlo todo el mundo.
ResponderEliminarFelicidades por tan fantástico cuento.
Besitos chiquititos :)
Mil gracias por compartirlo. Al final me haré famoso y me darán el Cervantes o así....Jajaja.
EliminarTodos tenemos una media naranja, es cuestión de buscarla... porque aparece cuando menos te lo esperas.
ResponderEliminar:)
Ya lo creo, Dyhego. El amor es como la lluvia, nunca se sabe cuando va a llover, pero siempre, antes o después, termina lloviendo. Saludos.
EliminarEs un cuento precioso. Un final feliz para un bonito amor.
ResponderEliminarUn abrazo. Y felicidades por esta hermosa historia.
Gracias Amalia, ojalá tuviera muchas lectoras y lectores tan fieles y motivadores como tú. Un abrazo.
EliminarPolos opuestos se atraen,así es la felicidad... lejos de las apariencias.
ResponderEliminarAsí es, Maricruz. Las apariencias, y los tópicos, engañan. Muchos besos.
EliminarPrecioso cuento
ResponderEliminarBuen domingo
Siempre hay un roto para un descosido, así es, dicen que polos opuestos se atraen, y en esas cuestiones el corazón es el que manda.
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