lunes, 28 de abril de 2025

La culpa

Cuando Franqui Tom se quiso dar cuenta ya era demasiado tarde. Ella se había marchado con su entrenador personal a un viaje por el Amazonas y de ella tan solo le quedaron unas fotos y una nota de despedida en el aparador. Bueno, y un tanga y un calcetín desparejado que se habían quedado escondidos en el tambor de la lavadora. En realidad él ya se imaginaba que la cosa no iba bien. Primero desaparecieron los besos. Luego se esfumaron los detalles. Últimamente la casa siempre estaba vacía y fría. Se sucedieron fines de semana de ausencias más o menos justificadas. Follar no se follaba y, si se hacía, el acto parecía más un ejercicio de cardio que una muestra de amor apasionado. En principio Franqui se sintió culpable. A los días frustrado. Luego esa sensación viró hacia el resentimiento. Después al odio. Y necesariamente aquel carrusel de emociones acabó en el diván de un terapeuta con acento argentino que era uruguayo. De ahí al Tinder por prescripción facultativa. Al poco se sucedieron las citas. Se apuntó al gimnasio. Un barbero premiado en cientos de eventos de la cosa de los pelos lo cambio de imagen. Al parecer, la barba afilada le confería un toque de tipo duro que gustaba. Empezó Franqui a pisar fuerte, a sentirse capaz, incluso mucho más de lo que antes se sentía cuando vivía con Bania. En menos de tres meses Franqui le había dado la vuelta a su derrota para convertirse en ganador. Lo peor fue la moto. En realidad a él nunca le habían gustado las motos, y menos las de gran cilindrada, pero resultó que el triunfador de su gimnasio llevaba una como la que Franqui, para no ser menos, se acabó comprando. Fue su última compra. Un quitamiedos le quitó la vida una semana justo después de estrenarla. A su entierro, junto a su madre, y los escasos familiares con los que mantenía cierta relación, acudió Bania. Su entrenador personal era un imbécil. El viaje por el Amazonas y los meses que les siguieron fueron una absurda y dolorosa pérdida de tiempo. Bania, abrazada a la madre de Franqui, le reconoció: -Yo tengo la culpa, Marisa. Yo tengo la culpa de todo este desastre, de no haberlo abandonado estoy segura de que nada de esto hubiera ocurrido. -¿Y por qué lo hiciste, Bania? ¿Por qué? -le increpó la madre con los ojos llenos de lágrimas... Y Bania no le respondió, porque, en realidad, no sabía la respuesta.

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