lunes, 26 de mayo de 2025
El calzoncillo rosa
Siento la presurización. Su extraño influjo me confiere la mágica capacidad para observar meticulosamente hasta el más mínimo detalle de lo que me rodea en la cabina del avión; y lo que es mejor aún, me facilita la capacidad para escribirlo. GüizzAir, hoy atravieso las nubes en un incómodo vuelo desde Kutaisi hasta Barcelona. El equipo de cabina lleva un uniforme azulón con detalles rosas. Hasta ahí todo normal, pero la pregunta es: ¿por qué llevan los uniformes una o dos tallas más pequeñas? Da un poco de grima verlos porque da la impresión de que, en cualquier momento, los botones van a salir disparados poniendo en peligro la integridad del pasaje. Sobre todo llama sobremanera la atención un azafato. Ese fortachón da más miedo que el portero de una discoteca de un polígono industrial. Imagínense por un momento a un fisicoculturista, hasta arriba de anabolizantes, con un pantalón que parece que le va a explotar, y una camisa que ya no da más de sí, paseándose, pasillo arriba pasillo abajo, como si se tratara de la pasarela de un concurso de musculitos en los que exhiben, sin pudor alguno, sus desmesurados cuerpos, llenos de aceite, y con unos slips diminutos. He mirado su culo, eso sí con disimulo, y me ha dado la impresión de que está más duro que un fin de mes. Una azafata, maquillada a más no poder, y con unas pestañas postizas más grandes que los abanicos de los Locomía, que me recuerda a Afrodita A, amenaza con sus explosivos, y apretados pechos, y parece que en cualquier momento va a gritar aquello de: ¡Pechos fuera!. Un georgiano entrado en años, y en alcohol, pues se ha bebido lo menos cinco o seis botellines de algo que parecía vodka, o quién sabe si queroseno, mira con embeleso los pechos de la azafata como si en su más tierna infancia se hubiera quedado con falta de leche materna.
Mientras les escribía todo lo anterior, que no es mucho, pero es lo que estaba observando, a una señora mayor, con aspecto de ser de Francia, o de Bélgica, o de por ahí, y que no ha parado de hacer crucigramos desde que se puso el cinturón, se le ha caído el boligrafo, justo en el preciso instante en el que el coloso de los cielos pasaba ahí. Y qué quieren que les diga, al agacharse el gachó las costuras del pantalón se han rendido ante el ímpetu conquistador de aquellas magras carnes, y ante los ojos de los sufridos pasajeros que estabamos alrededor, han aparecido unos calzoncillos de color rosa, a juego con los ribetes del uniforme. Todos, como viene siendo habitual en estos casos, nos hemos sonreído, pensando en la exhaustiva uniformidad de la compañia aérea, que, según parece, también obliga a sus empleados a llevar ropa interior corporativa. Dos jóvenes, con acento andaluz, le otorgaban al calzoncillo rosa otro tipo de connotaciones de índole sexual. Sea como fuere, el calzoncillo era rosa y el pantalón se ha rajado porque estaba tardando en rajarse. Lo bueno es que el Sansón de las alturas ha seguido trabajando como si tal cosa, lo que evidencia un fallo clamoroso de los protocolos de vestuario de la citada compañía. Como usurario habitual ruego encarecidamente a la dirección que obligue a llevar un recambio de ropa a cada miembro de la tripulación, o, en su defecto, un costurero con todo lo necesario para hacer remiendos en pleno vuelo. ¡He dicho!
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Yo creo que estaba todo preparado, para distraer a los viajeros.
ResponderEliminarUn abrazo.