miércoles, 30 de julio de 2025
Virtudes y desvirtudes
Soy muy torpe, lo reconozco. Cuando me invitaron a esa caminata de solteros sentí que algo no saldría bien. Estoy gafado para las cosas del querer. Bueno, creo que para casi todo, para qué nos vamos a engañar. La cuestión es que, pese a ese mal presentimiento, tonto de mí, fui. La cosa daba comienzo temprano para evitar el calor. En verano, aquí, el tema del calor es algo muy serio. Tal vez por el hecho de que aún estaba un poco oscuro, no me acordé de coger la gorra. Me di cuenta justo cuando comenzaba la marcha y una señora entrada en años, y en carnes magras, se puso a mi lado para hablarme de todas sus experiencias conyugales, las cuales, al parecer, habían sido tan numerosas como desafortunadas. Cuando llevábamos andados poco más de dos kilómetros, y el sol comenzaba a dar castigo, me dijo que se llamaba Virtudes, que tenía 63 años, tres hijos varones y casados, un perro, un gato capón, un loro que le regaló su segundo esposo cuando aún le hacia regalos, un acuario tropical de 96 litros con dos docenas de guppys, y una hipoteca que se le clavaba todos los meses hasta en el hipocampo. Yo le intenté decir que tengo depresión, que mi esposa se había marchado a vivir a Barcelona con su profesor de pilates, que me acababan de despedir del trabajo por baja productividad y que iba hasta arriba de ansiolíticos. Sin embargo, pronto me di cuenta de que entre las virtudes de Virtudes no estaba la de escuchar, así que desistí de contarle mis calamidades y proseguí en la sodomizante escucha de sus peripecias. Ella hablaba y hablaba y el sol apretaba. La caminata seguía al mismo tiempo que Virtudes desvirtuaba el virtuosismo de aquella virtuosa actividad. Sentí, o creí sentir, como sus palabras me hipnotizaban. El camino se empinaba cada vez más. La gente hablaba y se emparejaba porque para eso era la marcha, y no para hacer un censo de ardillas. -¿Estás bien? -me preguntó Virtudes. -No siento las piernas, esto es un infierno -le dije. Pero qué graciosos eres...por cierto, aún no me has dicho ni cómo te llamas -se interesó la buena señora. -Rodolfo Revilla Rodilla, para servirle. -¡Pero que bromista! No seas tontito, dime la verdad...Y creo que fue ahí cuando tropecé con una piedra, perdí el equilibrio y caí rodando por una cuneta. Ahora llevo escayolado el brazo derecho, y estoy todo magullado. Lo bueno es que de Virtudes no he vuelto a saber nada, aunque me temo que alguién del grupo le pase mi número de móvil. No sean como yo y háganle más caso a sus instintos, se lo aconsejo. Mientras que les escribía esto, ha sonado el teléfono y como todos estarán pensando -y están en lo cierto- era Virtudes. -Rodolfo: tenías que haberte puesto una gorra, y no te habrías desmayado por la insolación. La próxima vez te la traes...Por cierto, guapetón ¿cuándo quedamos para tomar un café?. Y ahí fue cuando le colgué. Aún no estoy preparado para el amor.
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Jajajajaja muy bueno. Este relato me ha hecho reír.
ResponderEliminarHay amores para los que más vale no estar nunca preparado.
ResponderEliminarHay amores para los que más vale no estar nunca preparado.
ResponderEliminar¿Quién le mandaría meterse en esos berenjenales?
ResponderEliminarTodo en el relato es terrible, pero de que atrapa...ATRAPA
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