sábado, 10 de noviembre de 2012

Otoño de menbrillos


Aunque haya gente que pueda pensar lo contrario, los membrillos tienen su cosa. Su sabor es áspero y muy particular. Dentro de la escala de sabores contemporáneos hasta podrían resultar desagradables a la hora de comer en crudo. El membrillo, por consiguiente, es una fruta al borde de la extinción, como un celacanto amarillento que surge cada otoño en los márgenes de las acequias, de la también denostada Huerta de Murcia, aportando una nota de color plagada de nostalgia.
Los membrillos, como Linneo, ya serían historia si no fuese por su utilidad como astringente. No, no se confundan: Carlos Linneo no fue un antidiarreico sino un botánico, como la copa de un pino, que sabía hacerse perfectamente el sueco, más que nada por ser de Suecia, aunque, por razones obvias, a mi siempre me han gustado mucho más las suecas.
Frente a las diarreas: ¡membrillo!, decían nuestras abuelas. Mucho membrillo.
Este bodegón lo encontré ayer en el Restaurante Rincón Huertano, junto a otros bodegones de calabazas de distintos tamaños y formatos.
Hoy, el membrillo tan sólo sería un recuerdo de la historia de la botánica sin el auxilio de la remolacha. A ella le debe todo lo que es y el tubérculo, humildemente, le cede con elegancia y pulcritud todo el protagonismo. 
Días pasados, coincidiendo con el día de muertos, o de todos los santos, o como quiera que le llamen a esa festividad religiosa, cuya única finalidad fue imponerse a otras anteriores de origen pagano, compré carne de membrillo. El cartel lo anunciaba así: ¡Tenemos en oferta la carne de membrillo! Arrastrado por el marketing, de manera impulsiva, compré un cuarto de kilo.
Mientras lo degustaba, pensé: ¿Qué sería hoy del membrillo sin el azúcar?
En ocasiones, es fácil confundir la realidad. Si únicamente focalizamos la atención en lo que vemos, podríamos perder la objetividad de lo que intentamos interpretar. Lo mejor de un libro o de un relato es siempre lo que no se lee.
La carne de membrillo o el dulce de membrillo, como le queramos llamar, sería una mierda insípida sin el azúcar. Como dijo Linneo: "Si ignoras el nombre de las cosas, desaparecerá también lo que sabes de ellas".
Y para que eso no suceda, ahí están ellos, chupando cámara, a tutiplén, como intentando que no nos demos cuenta de que, sin el azúcar, tendrían los días contados.

3 comentarios:

  1. El otro día, cenando entre una multitud, una amiga me comentó que, en ocasiones, mis relatos le resultan laberínticos. Algo es algo.

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    1. la verdad si que lo son pero igualmente son una delicia el poder encontrarle la salida.

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  2. Me gusta este homenaje al membrillo. Ahora mismo tengo un poco de esa "carne" tan dulce, que me ha regalado una vecina y compota que hice yo -es más fácil, menos enredosa- Aún sin azúcar, quizá resistiría la extinción: huelen estupendamente y siempre lo ponían las abuelas entre la ropa blanca, como aromatizante.

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