miércoles, 1 de mayo de 2013

En busca del poeta Miguel Hernández


Comenzó mayo. Salió el sol. Caminé por la mota del río Segura, en las proximidades de Orihuela, en busca del alma frustrada del poeta Miguel Hernández. Su alma, sin embargo, no aparecía. Quizás intuyendo que no soy poeta y que nunca lo fui. Sentí una débil presencia al pasar junto a un rebaño de cabras y ovejas. Una suave brisa meció los cañaverales y una pareja de ánades sobrevoló mi cabeza. Una cabra no paraba de balar y me miraba con tristeza, como pidiéndome algo. Se olía a cabra y a azahar. Del poeta, aún nada.
Mucha gente pasaba en bicicleta. Otros caminando. Una joven cogía, erróneamente, hojas de almez en lugar de coger hojas de morera. ¡Pobres gusanos!, no creo que le perdonen a su dueña su escasa cultura botánica, o su miopía. Nunca vi a un gusano de seda comer hojas de almez.
Continué buscando al poeta, o a su alma, o, al menos, algo que me lo recordara. Busqué su poesía en los bancales, en las acequias, en las moreras, en los establos, en los rostros de la gente, en el verde esmeralda del cuello del ánade macho, en el relinchar de un joven burro sin capar, en un muro lleno de graffitis, en el amarillo de un limón, en las alas blancas de una mariposa, en las nubes de mosquitos, en un huerto de cebollas. 
En ausencia del poeta busqué la poesía. Y cuando ya no apostaba nada por encontrarla, un niño salió de un carril con un manojo de cebollas en la mano. Le seguía su padre con alpargatas, los pantalones remangados y la azada al hombro. Un grupo de jilgueros parecía acompañarles revoloteando a su alrededor. Yo observaba atónito la escena. Intuía que la poesía había adquirido forma, saltando del papel a la carne y recobrando vida. 
Detrás de mi algo se movía. Me asusté. A mi lado, como si yo no existiese, pasó la cabra que, hacía un rato, no había cesado de balar a mi paso. Se fue directamente hacia el niño, al que se le acababa de posar un mirlo en el hombro. Ellos parecían no verme. Pasaron a mi lado casi rozándome. Pensé, por un momento, que la poesía se había apoderado de mi transformándome  en un ser invisible.
Noté como alguien me tocaba el hombro. Me dí la vuelta.
-Oye, perdona: ¿Te encuentras bien? -me preguntó una chica vestida de atleta olímpica.
-Sí, sí, tan sólo me sentía un poco mareado, pero ya estoy bien -le dije un tanto aturdido por lo inesperado de la situación.
-¿Necesitas algo? - se ofreció la muchacha.
-No, nada gracias. ¿Estoy muy lejos de Orihuela? -le pregunté.
-Si sigues por aquí en cinco minutos estarás en el pueblo- me aclaró.
Después de que la amable joven se marchara, a la carrera, comencé el regreso hasta la entrada a la población donde había aparcado mi coche. Junto a él, observé carteles que invitaban a participar en las clásicas manifestaciones del Día del Trabajo. Con razón- dije para mis adentros. 
Al cerrar la puerta, me fijé en un gran cuchillo que había en el suelo. Era un cuchillo antiguo, de mango de madera y aspecto rústico. Lo miré con sorpresa. Estaba manchado de sangre. No lo toqué. De nuevo recordé los poemas del infortunado maestro oriholano.
¿Cómo se me habrá ocurrido salir a buscar el alma de Miguel Hernández un día como el de hoy? De estar por aquí, su alma estará en alguna manifestación apoyando a los más necesitados -pensé.
Ya en el vehículo, de camino a casa, recordé uno de sus eternos poemas:

                          "Me duele este niño hambriento
                           como una grandiosa espina,
                           y su vivir ceniciento
                           revuelve mi alma de encina".

¡Qué pena que a estos políticos no se les revuelva nada!


4 comentarios:

  1. sencillamente hermoso,con una deliciosa melancolía sin llegar a ser una profunda tristeza, es mas una alegría disfrazada de ternura de nuevo maestro ante usted me quito el sombrero.

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  2. Es verdad que la naturaleza aveces te hace entrar en trance, no hay más tranquilidad que la que existe en un buen paseo allá donde solo se oye a la sra. Natura y vuela la imaginación.
    Un buen paseo te ayuda a empezar el dia con una grata sensación de tranquilidad.

    Muy bonito.

    un saludo.

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  3. No entiendo de poesía ,pero este relato me ha traslados a mi niñez donde lo habitual era ver las moreras,los rebaños de ganado ,aves por todos los campos y gente caminando con sus azadas colgadas de sus hombros

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  4. Que bonito relato Pepe, no eres poeta,no pero que experiencia mas increible y bonita de vivir, muy bueno te repito.

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