domingo, 26 de mayo de 2013

Uña de gato


                                                      A mi sobrina Alba.

En ocasiones me quedo seco. Como el ojo de un tuerto. Como una rambla en agosto. Como el intelecto de nuestros políticos. Como la caja de ahorros de mi pueblo. Mi inspiración se evapora, se desvanece, se esconde, se emancipa de mí y me abandona como a un perro en una cuneta, el cual, tras el ignominioso acto, corre tras el vehículo de su despiadado dueño hasta la extenuación. 
Y cuando, ese perro abandonado y yo, nos damos cuenta de nuestra triste e inmerecida situación, la nostalgia nos inunda y, sin pretenderlo, nos vuelve la inspiración. El perro aúlla a la luna como hicieran sus ancestros los lobos y yo escribo en mi viejo portátil mensajes en clave como hicieran los nuestros en las paredes y los techos de las cavernas.
Envidio al perro abandonado, pues, en poco tiempo, ha encontrado asilo entre un grupo de cimarrones, todos ellos abandonados en la misma zona y de distintos tamaños y pedigries. Ya olismea traseros y defiende su posición en el clan, erigiéndose como un claro aspirante a liderarlo. 
Me vuelvo a sentir solo. El hipotético perro abandonado ha reconstruido, con rapidez, su yo. De ser un perro faldero y vivir en un apartamento de sesenta metros, tras el doloroso e inesperado empujón de su dueño arrojándolo del coche en marcha, se ha transformado en un temido cimarrón que intenta extraer de su atolondrada información genética unas pautas de comportamiento que le acerquen, en poco tiempo, al perro que siempre quiso ser.
Para buscar mis propias pautas, esta mañana me he tirado al monte. He subido cuestas. He escuchado la sinfonía que siempre le acompaña. He mirado las mismas plantas que siempre miro: un palmito, un espino negro, un lentisco, un pino, otro pino, otro pino, otro pino, otro palmito, una esparraguera, una lavanda, y otra y otra... Mas sin embargo, hoy me he parado a contemplar una uña de gato. Dicen que, en los tiempos del hambre, los brotes tiernos se comían de diferentes formas después de tenerlos tres días en agua y sal. Me miro la panza y veo que mi problema no es el hambre. Mi problema es la ausencia de materia gris y el excedente de materia grasa. Cuando decido apropiarme de una de estas mágicas plantas un cuervo inquietante pasa volando muy cerca de mí. Su raíz es muy poco profunda y la extraigo con suma facilidad. La acojo en mi mano y siento como, casi al instante, sus raíces, quizás por el sudor del esfuerzo, se adentran en mi piel y se fusionan con mis venas en una simbiosis hasta el momento nunca descrita por la ciencia.
He intentado, por todos los medios, desprenderme de ese irracional injerto. La he golpeado, la he intentado sacudir de la mano, pero cuanto más daño le intentaba propinar a la planta, sus ávidas raíces más rápido avanzaban en la colonización de mis vasos sanguíneos.
Al final, antes de llegar a casa, he conseguido desprenderme de su parte superficial, pero, aunque no se lo he dicho a nadie, siento como ella sigue adueñándose de mí. Mis uñas se están curvando. Mis cabellos se están engrosando. Mi lengua está adquiriendo un tono verdoso. Mi saliva se está densificando y ya tiene el característico sabor de la clorofila.
Todo esta cambiando en mí. Percibo que mi temperatura corporal está bajando. No puedo dejar de mirar hacia el jardín. Siento un gran hormigueo en mis pies. Noto como su piel se comienza a resquebrajar. Veo un hueco perfecto para mí en un parterre. Mis pies de color verde ya tienen capilares blancos con ganas de enraizarse en él. Mis últimos pasos me llevan al jardín. Inconscientemente me sitúo en el lugar deseado. Ya soy todo verde. Siento como voy encogiendo pero no siento dolor. El cuervo, situado frente a mí, observa con todo detalle mi transformación. Sigo encogiendo y mis pies se adentran en la tierra. Soy una planta. Un gato salta al jardín. El cuervo vuela espantado. El gato se acerca. Me olisquea. Levanta su pata y mea sobre mí. No siento asco. Estoy tranquilo. Me da igual no saber qué será de mí. Soy verde, como un chicle de clorofila, como una lechuga romana o como el bosque infinito en el que siempre quise vivir.
El perro que nunca vi ha llegado a ser el perro que siempre quiso ser y yo me he convertido, por la ausencia de la esquiva inspiración, en una uña de gato en un jardín. ¿Existe algo más maravilloso que escribir todo aquello que te de la gana? -le pregunté a mi sobrina Alba mientras me miraba sorprendida por el cuento con la boca abierta.
-Por cierto, Alba: ¿Qué vas a ser de mayor?
A lo que ella respondió:
-Una princesa, eso quiero ser. Una preciosa princesa.
-Lo serás. Estoy seguro.


4 comentarios:

  1. Existe algún posible comentario que pueda describir el asombro por tan grande talento? creo que esta vez José no podre decirte nada a favor o en contra por que sencillamente lo que dijera resultaría vacío para todo lo que me provoca el seguir tus escritos así que solo puedo decirte mil gracias por dejarme ser participe de tan increíble imaginación.

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  2. no hay nada más preciado que echar raíces en un lugar donde te encuentres agusto contigo mismo.
    Da miedo pensar en un cambio de vida, por sencillo que sea. pero cuando llega el momento lo importánte es acogerlo con gusto, ¿quien sabe ? a lo mejor es tu lugar hasta el final de los dias. Disfrutalo.

    un saludo.

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  3. De nuevo me haces pensar y leer entre líneas , como bien as dicho uno enseguida encuentra su manada para seguir adelante,nunca llegamos ha estar solos del todo

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  4. muy original a la vez ke bonito, a mi lo que me dice este relato es que cada uno podemos llegar a ser y hacer todo lo que nos propongamos, simplemente hay que querer hacerlo.....saludos



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