domingo, 22 de diciembre de 2013

Venancio IX


Aún con un enorme vendaje en la cabeza, Lola y Venancio tomaron un taxi rumbo al Raval. La madame no parecía dispuesta a perder ni un día más sin intentar atajar aquel maleficio que se cernía sobre su inocente paisano. 
El edificio era tan lúgubre como los servicios que se ofrecían en él. La limpieza escaseaba. Las paredes estaban descascarilladas por la humedad. El olor era extraño. Venancio iba de la mano de Lola como un niño que fuera a un desfile de carnaval disfrazado de momia o a la consulta de un doctor con un tremendo dolor de muelas.
Al llamar a la puerta les abrió una pareja de enanos vestidos de flamencos. Parecían gemelos.
-Venimos a ver a Carmen -dijo Lola, intentando recuperar su respiración después de subir tres pisos por las escaleras.
-Está ocupada. Tendrán que esperar un poco en la salita. Pero no tardará mucho. Acompáñennos por favor -dijo la pareja de enanos al unísono como si estuvieran sincronizados. 
La sala tenía por todo mobiliario una mesa de camilla con cuatro sillas alrededor. Las paredes estaban repletas de búhos disecados de todos los tamaños y colores. La iluminación provenía del resplandor de un gran cirio que presidía el centro de la mesa. El extraño olor del edificio se mezclaba ahora con el olor a cera quemada.
Lola y Venancio se sentaron a esperar su turno mientras desaparecían de la escena sigilosamente los diminutos y enigmáticos recepcionistas. 
-Lola: ¿estás segura de que esa bruja me podrá ayudar? -preguntó Venancio con cierta incredulidad.
-No tengo ni idea, Venancio, pero si por cinco duros puedo quitarte ese mal fario que tienes, lo vamos a intentar. Más de eso no vamos a perder -le explicó ella.
El silencio se apoderó de la sala. Venancio, nervioso. Lola, desesperada por la tardanza. Un gato negro saltó sobre la mesa. Maulló mirando hacia Venancio. Se dio la vuelta y maulló mirando hacia Lola. De nuevo, el felino saltó hacia el suelo y salió con la misma parsimonia con la que había entrado.
Lola y Venancio, sin articular palabra, se miraron atónitos.
De repente, uno de los búhos que había en la pared comenzó a batir enérgicamente sus alas, se lanzó hacia la puerta volando sobre las cabezas de nuestros protagonistas y, a su paso, el cirio se apagó. El gritó que pegó Lola se debió escuchar hasta en el Puerto de Barcelona.
Los enanos siameses, vestidos de flamencos, aparecieron de nuevo en la salita para ver qué había ocurrido.
-¿Qué ha pasado, señora? -preguntaron, a la par, los inquietantes personajes.
-¡Uno de los búhos disecados ha salido volando sobre nuestras cabezas! -dijo Lola, aún aterrorizada.
-No señora. Los búhos disecados no vuelan. El que ha volado hacia la cocina es el marido de Carmen, que por un maleficio se convirtió en Lechuza y aún no lo hemos podido transformar en persona. Como es la hora de almorzar, se ve que ya va teniendo hambre -explicaron los extraños recepcionistas.
-¿Saben ustedes si queda mucho para que Carmen nos atienda? -les preguntó Lola, con cierta preocupación.
-No, no. De hecho ya pueden ustedes pasar. Carmen les está esperando. Pero antes, tienen ustedes que depositar en esta bandeja todos aquellos objetos e imágenes religiosas que lleven encima -comentaron al unísono los dos enanitos.
-Yo tan sólo llevo esta cadena con la virgen y el niño. ¿Tú llevas algo Venancio? -le preguntó Lola.
-No, Lola. Yo soy ateo por la gracia de Dios -respondió el joven.
-Pues si eso es todo, acompáñennos, por favor -exigieron los estrambóticos  recepcionistas que parecían sacados de un espectáculo circense.

La sala en la que se encontraba la médium era un recinto dominado por la oscuridad. En el centro, en un gran butacón de mimbre con el respaldo en forma circular, se encontraba Carmen frente a una bola de cristal de la que emanaba la única luminosidad que había en toda la estancia.
Lola y Venancio se acomodaron en dos sillas frente a la gitana que permanecía en silencio mirándoles fijamente. La luz, procedente de la bola, iluminaba sus rostros. Su cara era enorme. Redonda. Peluda. Con una verruga impresionante en el ala derecha de su nariz. Un pañuelo cubría su cabeza. Su peso podría superar con creces los doscientos kilos. Al minuto de estar sentados a su lado, adivinaron, sin temor a equivocarse, la procedencia de aquel extraño olor que inundaba todo el edificio.
-Están ustedes cómodos -preguntó la gitana.
-Sí, sí -respondieron los dos a la vez.
-Pues el que vaya a pagar que deje los cinco duros al lado de la bola -exigió la bruja.
Lola depositó el billete a un lado de la bola iluminada y, al instante, la mano de la gitana lo retiró con premeditación y alevosía.
-Y dicirme ustedes: ¿Vusotros sois pareja, o qué sois? -preguntó la médium.
-No, señora. Le cuento: mi amigo está gafado desde que vino a este mundo y venimos a ver si usted le puede quitar el mal de ojo.
-¿El nene está mudo o e tonto o argo asín? -dijo la gitana.
-No señora. Ni soy tonto ni mudo. Es que mi amiga Lola, aquí presente, me soltó anteayer un sartenazo y me duele mucho la boca, por eso mejor que hable ella -explicó Venancio con dificultad.
-¡Hijamíaa! ¿Y por qué le pegó usted al pobre zagal un mandao asín? -exclamó Carmen.
-Pensé que era un ladrón. Estaba oscuro y no lo reconocí. Es lo que le digo, todo lo que le pasa es por su mal fario. Esta gafado este crío. ¿Cree usted que puede hacer algo por él, doña Carmen? -preguntó Lola con preocupación.
-Dejarme ver. Joven, pon las manos en la bola -le pidió la gitana.
Venancio puso las manos sobre la bola. La gitana comenzó a hablar en una lengua desconocida. La lechuza, que, según contaron los enanos, era su marido, se posó sobre su hombro. La gitana colocó sus manos sobre las de Venancio. La lechuza voló y se posó sobre el hombro del gafado. El silencio reinó por unos instantes en la sala, hasta que de repente, Carmen comenzó a gritar: ¡Ya lo tengo! ¡Lo he visto! ¡Es un cura, sale por la ventana de una casucha de piedra, y corre, camino abajo, con la sotana toa remangaá! -exclamó la gitana en una especie de trance.
-¡Ese cura es mi tío! ¡El qué se peleó con mi padre después de la guerra! Mi padre no quería que él viera a mi madre -explicó Venancio.
-Calla, hijo, no interrumpas -dijo la gitana. ¡Ahora veo al cura con una joven revolcándose en un pajar! -comentó la gitana. Espera, espera, hay más cosas: ahora veo a un hombre diciéndole a esa joven que ese hijo no es de un cura, que es del mismo demonio y que la ruina y la desgracia les iba a venir encima. ¡Esto es una locura! ¡No, no, no puede ser! -gritó la gitana.
-¿Qué es lo que no puede ser? -preguntó Lola visiblemente sugestionada. 
-Ahora veo a un niño pequeño agarrao a un albusto llorando sin parar. Sus padres se han caío por un barranco, iban en un carro, o algo asín, no lo he podio ver bien. El niño llora y llora, pero consigue trepar hasta er camino. El niño sigue llorando. Va solico hasta el pueblo en busca de ayuda. ¿Ese eres tú de niño, verdad? -le preguntó la gitana a Venancio.
-Venancio, entre lágrimas, le respondió que sí.
-¿Quien era ese cura? -preguntó la gitana.
-El hermano de mi padre. Mi padre no quería que nos viera a mamá ni a mí. Odiaba a los curas tanto como yo -explicó Venancio entre sollozos.
-¿Tu madre se veía con el cura? -le preguntó la médium. 
-A veces mi padre se llevaba al ganado lejos y pasaba varias noches fuera. Alguna vez lo vi en mi casa cuando él no estaba. Mi madre me mandaba a la cama, ya que, según ella, quería que mi tío la confesara - comentó Venancio.
-¿Y qué son toas esas moscardas? Veo moscardas por tos laos -preguntó Carmen.
-Me persiguen hasta en los sueños, señora. Mataron a mis padres. Mataron al cura del entierro de don Esteban y quieren matarme a mí. Eso es lo que quieren, matarme. Esos odiosos tábanos quieren matarme -exclamó Venancio rompiendo nuevamente a llorar.
El silencio se hizo nuevamente en la sala. La médium retiro sus brazos y apartó también los de Venancio. Lola mantenía la respiración. La gitana comenzó de nuevo a recitar esas letanía de palabras incomprensibles.
-Pin,Pon, venir por favor, y acompañar al joven a la salita, mientras hablo un momento con la señora -ordenó la gitana a sus pequeños ayudantes.
Venancio salió escoltado de la sala con un enano a cada lado. La lechuza-marido aprovechó para salir volando al mismo tiempo que ellos. 
-¿Cree usted qué podrá ayudar al joven? -le preguntó Lola, precipitadamente.
-Claro que sí. Como que me llamo Carmen a ese mozo le corto yo el maleficio -exclamó la médium.
-Pero, por favor, no lo convierta en Lechuza -le suplicó Lola.
-Eso ha estao feo, señora. Yo no convertí a mi marido en lechuza; fue el Teodoro, el Mago de Oro. Me tiene una envidia terrible. Yo convertí a su mujer en una tortuga y a su hijo en un zapo, pero, a lo que iba, que ya voy teniendo hambre y mi marido también: A este mozo le tengo que hacer un ezorzirmo y para eso le voy a tener que cobrar a usted otros cinco duros -explicó la gitana.
-¡Otros cinco duros! -exclamó Lola con asombró.
-Así es paya. Deme otros cinco duros y vaya a por el joven y que se quite toa sus ropas. 
Lola salió de la sala en busca de Venancio. El joven estaba en la sala llorando a moco tendido con la lechuza-marido en el hombro.
-Quítate la ropa Venancio -le dijo Lola sin mayor preámbulo.
-¿Pero que dices Lola? -preguntó el joven.
-Rápido, Venancio, por favor, se está haciendo muy tarde. Quítate la ropa y no preguntes tanto -le exigió la madame.
El joven comenzó a desnudarse con mucha timidez. De hecho, era la primera vez que lo hacía delante de una mujer. Se quitó el suéter. Se quitó la camisa. Se quitó el pantalón. Se quitó los calzoncillos. Y cuando esto sucedió Lola se quedó boquiabierta. 
Lola, intentando disimular su nerviosismo ante el pedazo de humanidad que acababa de contemplar, acompañó a Venancio hasta la sala. 
En esta ocasión, en el suelo había un círculo formado por velas encendidas.
-Entra ahí, joven -le exigió la gitana.
La gitana, al ver, a la luz de la velas, el atributo que colgaba de su cuerpo de manera pendular, no pudo dejar de exclamar:
-¡Hijo mío, pero que tienes tú ahí colgao! Eso es una culebra mala. Una cerpiente. Una víbora. Ahí llevas colgao al mismo demonio. Y, dicho esto, comenzó a golpearle en semejante parte con unas ramas de olivo. 
Ante el dolor, Venancio hizo el amago de cubrirse con las manos, pero la gitana le exigió que no se cubriera.
-Si quieres que te saque ar demonio, no te cubras, sino tu mala suerte te acompañará toa la vida -le exigió Carmen.
Así fue como Venancio fue exorcizado. Así fue como Venancio estuvo una semana sin poder tocársela ni para orinar. Y así fue, también, como, nuestro joven e inocente Venancio, adquirió la fama de superdotado que ya le acompañaría durante toda su vida.

4 comentarios:

  1. "Fama de superdotado"...bueno no hay mal que por bien no venga no?
    Espero pobrecito mio que el mal fario haya sido eliminado por fin!!!

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  2. Bueno ya sabemos de que pie no cojea .........

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    1. Sí, Mario, este Venancio nos viene bien dotado de las montañas...

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  3. jajajajaja, que bueno, o sea que Venancio tiene tres patas, o tambien llamado hombre trípode!!!! Veremos a ver que ventajas tendrá Venancio con su super poder....

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