domingo, 9 de febrero de 2014

Venancio XIII


Lola sentía traicionada la confianza que había depositado en ellos. Si las miradas tuvieran capacidad destructiva, nuestro joven montañés habría caído al suelo fulminado por un rayo.
- ¿Se puede saber a qué andáis jugando vosotros dos, jovencito? Creía que te había explicado muy claro las normas de está casa, pero, por lo visto, no te importan un bledo -exclamó Lola, visiblemente irritada por la situación que acababa de descubrir.
- No se lo tome así Lola, por favor. ¿Usted nunca se ha enamorado? -le soltó Venancio, intentando tocar la fibra más sensible de aquella mujer.
- No, no jovencito, no me venga ahora con carantoñas. No pienso pasar por alto esta situación, así que tendré que informar a su tío de lo que está pasando aquí y que sea él quien tome la decisión que más le convenga. Al fin y al cabo, este negocio es suyo -dijo Lola, desentendiéndose del asunto.
-¿Este negocio es de mi tío el cura? -preguntó Venancio sorprendido.
-Así es, salvo en un pequeño detalle, que tu tío hace muchos años que dejó de ser cura; de hecho, no es cura desde que tú viniste al mundo, poco más o menos. Unos meses después de su llegada a Barcelona, colgó los hábitos -matizó la madame.
-¿Y, de ser cura, cómo pasó a ser proxeneta? -preguntó Venancio, intentando conocer mejor toda la parte de la historia que hasta ese momento le había sido ocultada.
-Cuando tu tío Carlos llegó a la Ciudad Condal se dedicó, por un tiempo, a dar asistencia y apoyo espiritual a las prostitutas que ejercían su oficio en la zona del puerto. Allí descubrió su forma de vida, sus problemas, los abusos a las que las sometían sus chulos, sus enfermedades, sus miedos, de tal manera que empatizó tanto con ellas que decidió implicarse en el problema hasta sus últimas consecuencias -le explicó Lola.
-¿Implicarse cómo? - preguntó Venancio, desconcertado.
- Pues su proyecto, bueno, mejor dicho, nuestro proyecto, consiste en proteger a las prostitutas de las mafias de la trata de blancas, educarlas y, poco a poco, intentar favorecer su integración en la sociedad. Él siempre dice que si no puedes con tu enemigo, únete a él, aunque, en la iglesia, casi todo el mundo ha dado la espalda a este proyecto. En este momento mantenemos cuatro casas de acogida y somos en total veintitrés mujeres.
-¿Por eso hay un estudio con biblioteca en la casa? -preguntó Venancio.
- Sí, entre otras cosas, las enseñamos a leer y a escribir, y, sobre todo, las ayudamos a que vuelvan a sentirse personas -le explicó Lola.
-¿Pero usted no es prostituta, o sí? -preguntó con descaro el jovencito.
-No, yo era monja, y me sigo sintiendo como tal. Dejé el Convento de las Clarisas para implicarme con don Carlos. Las cuatro casas están asistidas por monjas como yo que servimos a Dios de una manera muy distinta a la que nuestras familias, o nuestros superiores, esperaban de nosotras, pero: ¿sabes que te digo? me da exactamente igual lo que piensen de mi. Por estas chicas daría mi vida -explicó Lola desde lo más profundo de su alma.
-Lola: ¿Crees que podré hablar con mi tío? -preguntó Venancio.
-Sí, creo que ya va siendo hora de que tú y él tengáis una buena conversación.
Mañana hablaré con él para que venga a hacernos una visita.
-Muchas gracias, Lola. ¿Puedo darle un abrazo? -le solicitó el joven.
Y, sin más, se fundieron los dos en un hermoso y fraternal abrazo. Un abrazo que le vino muy bien a los dos.

3 comentarios:

  1. Dios bendito ¡¡¡¡¡ , menudo giro a dado la historia

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  2. Dios Santo!!! Jajaja Vaya sorpresa!!!

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  3. Joder lo ke es la vida de esta historia, cura y monja ke disparate para algunos seguro.....

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