viernes, 23 de mayo de 2014

Ortega y yo


La vida es el tiempo que transcurre entre oleadas de aciertos y errores, entre presencias y ausencias y entre cientos de litros de café con leche. Cabalga, rampante, entre renuncias, alegrías, desengaños, tiempos muertos cargados de intimismo y actos de contrición. 
Y esos tiempos muertos son los que hoy, sin saber por qué, pululan sobre mi conciencia. Espacios vacíos en los que nuestro cerebro se dilata dejando aflorar instantes cruciales a cámara lenta. Momentos que recreamos entre distintas suposiciones que, en su momento, quedaron descartadas sin razón aparente, y que, de vez en cuando, nos interrogan con tono de reclamación.
¿Qué hubiera pasado si...?
El pequeño mundo de nuestra vida subsiste plagado de decisiones e indecisiones. Tan costosas unas como otras. A tiempo o a destiempo. Eficaces o ineficaces. Desmesuradas o insuficientes. 
Como seres humanos, decidimos en base a nuestra cultura y a nuestra experiencia, aunque millones y millones de ejemplares de nuestra especie, entre los que me incluyo, nos vemos obligados, a diario, a tomar partido, sin la suficiente cultura ni la suficiente experiencia. 
¿Alguna vez se alcanza la suficiencia?
En los pueblos, por fortuna o por desgracia, ya no existe un consejo de sabios al que poder consultar. Los quinceañeros creen saber más que sus progenitores. Los padres estamos en estado de ausencia permanente. La apariencia predomina frente a la realidad. Lo superfluo se impone a lo fundamental. El sentido común es, cada vez más, un sentido en desuso y, por lo tanto, el género humano tenderá, en un futuro no muy lejano, a prescindir de él, como en su día prescindió del rabo, o se levantó del suelo para caminar erguido.
Nuestros recuerdos nos acechan en la soledad que sentimos rodeados de una multitud en un centro comercial, o en una playa atiborrada de gente, o en un metro repleto de personas somnolientas que huelen a pachulí. La soledad no se combate con la compañía, ni con un buen libro, ni con un concierto de rock. La soledad es la enfermedad que nos corroe las entrañas en un mundo en el que la gente muere sin decir nada pese a estar todo el día comunicada por tierra, mar y aire.
Encontrar nuestro sitio en la vida no es tarea fácil. El presente nos desborda. El futuro es una quimera y tan sólo nos sentimos propietarios de nuestro pasado y de nuestros recuerdos. Como un hambriento que añora los sabores de los platos que tanto le gustaban sin tener nada que llevarse a la boca.
Ortega y Gasset decía: "Yo soy yo y mis circunstancias". Ya quisiera yo, neófito de la filosofía, tenerlo tan claro como el señor Ortega.

2 comentarios:

  1. Amén!!! Pero que sepas que aún pensando como tú, renazco siempre de mis cenizas y vuelvo a empezar de nuevo. Un abrazo.

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  2. Todos nos caemos de la misma manera Conchy, lo que ya no todos hacemos igual es retomar el vuelo. Enhorabuena buena por ti. Gracias por tus visitas y tus comentarios.

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