jueves, 6 de noviembre de 2014

Juegos de adultos


Paseo por el barrio como cada noche antes de acostarme. Noche clara. Frío. A mi paso, un tipo, que me resulta conocido, se esconde en el interior de un coche. No es la primera vez que me tropiezo con ese vehículo. La luna llena clarea la oscuridad. Proyecta sombras. A noches luminosas misterios profundos. 
Ya dentro de la casa, oigo ruidos, todo un catálogo de ellos. Unos de origen biológico y otros de dudosa clasificación y procedencia. Decidido, activo mi plan.
Ahora escucho pasos. Su sonido es inconfundible. Sin duda, son pasos de un hombre robusto. Pisadas contundentes y pesadas. Parece uno solo. Tiene mucha prisa o sufre una especie de ataque de ansiedad. Escucho hasta su acelerada respiración. Si me esforzara, podría hasta percibir el sonido de su corazón retumbando en su caja torácica. Veo el haz de luz de su linterna.
Busca. Sé lo que está buscando. Arrastra frío a su paso. También muebles y todo aquello que dificulta su obsesivo y estremecedor registro.
Decido no moverme. Del éxito de mi quietud depende mi futuro y el de mucha más gente. El pánico no evita que recuerde mi infancia y lo que disfrutaba jugando al escondite. Pero esto de ahora no es un juego. ¿O tal vez sí?.
Lo sería si la vida en sí misma fuera un juego, en el que ganar o perder diera lo mismo que vivir o morir. Yo prefiero seguir vivo por mucho tiempo.
Lo siento cada vez más cerca de mi inmovilidad. Ahora juego a que soy una momia. Aguanto mi respiración. Estoy recubierto de invisibles vendajes que rodean mi nerviosismo y atenúan mis ganas de salir corriendo. Pese a todo, aguanto estoicamente la tensión.
Ahora soy el hombre invisible. Está frente a mí pero no me ve. Debe tener mocos, de lo contrario se hubiera percatado del olor que desprende la fragancia francesa que uso desde hace más de quince años. Él, por su parte, huele a sudor mezclado con perfume de imitación, curiosamente al mío. 
Se aleja. Un metro. Dos. Tal vez, tres. Empuja con violencia una silla que le entorpece el paso, o tal vez ha tropezado con ella. En su retirada aún veo el destello metálico del cañón de su revólver. Ahora juego a los pistoleros y con el dedo le disparo varias veces por la espalda. En la otra mano lleva el maletín que buscaba. O, al menos, eso es lo que él se cree.
Hace semanas que preparé ese maletín señuelo, con un portátil viejo repleto de fórmulas falsas capaces de arruinar a cualquiera, y con un dispositivo de localización vía satélite.
Lo preparé todo el mismo día en el que comencé a sentirme vigilado. Mis fórmulas magistrales están a buen recaudo. 
El sicario burló mis defensas tecnológicas pero no supo enfrentarse a mis instintos más primarios. En el barrio nunca me dejé ganar ni a las canicas.
De haber confiado todo exclusivamente a la tecnología ahora estaría criando malvas y mis fórmulas enriqueciendo a mis verdugos.
Pese a que hoy me ha sonreído la suerte, sé que el juego de la vida continua. Sólo gane una partida. Intuyo, sin temor a equivocarme, que ellos querrán seguir jugando. A los adultos también nos gusta jugar. 
¿Apostamos algo a que vuelven?

6 comentarios:

  1. Dios mío pepe¡¡¡, que escondes en tu casa que valga la pena morir por ello?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo tengo poco que esconder, Mario. Mi personaje parece que sí. Saludos.

      Eliminar
  2. Genial José como siempre ya extrañaba leer tus escritos pero el trabajo me limitaba.
    Creo que todos preparamos alguna vez alguna formula y por alguna extraña razón terminamos sintiéndonos vigilados la vida es un enorme laboratorio en donde nuestros pequeños experimentos unas veces salen mal y otras veces salen bien.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Qué lindo poder recuperar lectoras como tú!
      Un abrazo Katherine.

      Eliminar
  3. A eso es a lo que me refiero, el juego, el juego desde cualquier perspectiva es elemental para los humanos. En este sabes ganar, y me alegra que sea el juego de la vida.

    Es un deleite ver ese despliegue de personalidades, bien logrado. Apunta para más. Sigue escribiendo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus halagadoras palabras, Beatriz. Seguiré aporreando teclas.

      Eliminar