jueves, 4 de diciembre de 2014

Sacrificios europeístas


Sólo escribo sobre el teléfono cuando se me complican el resto de opciones. Para más información les diré, para variar, que vuelo desde Viena a Sofía, y estoy flanqueado, por decirlo diplomáticamente, por dos austríacos que, de habérselo planteado, podrían haber aspirado a jugar en la NBA, o hacer de protagonistas en la película del Jeti.
El de mi derecha lee un periódico adaptado para su tamaño. El de mi izquierda se distrae con su Ipad con un juego de motocross y cada vez que se cae de la moto coge un cabreo de mil demonios. El del periódico se recrea hasta con las necrológicas. Disecciona cada noticia como haría un forense con el cadáver de un famoso que hubiera aparecido muerto en un hotel sin aparentes signos de violencia. Su reloj de pulsera dorado, su vestir impecable, sus gafas de diseño, contrastan con el vestuario anodino y desafortunado del que juega a estrellarse con las motos. Intuyo que estoy sentado entre dos versiones bien distintas del concepto austriaco.
Mientras reflexiono sobre esta posibilidad, una azafata aria me ofrece, en austriaco, la posibilidad de elegir entre una manzana y una chocolatina para merendar. Elijo lo segundo exhibiendo mi mejor sonrisa y señalando con el dedo a la chocolatina que ha elegido el más intelectual de mis opresores. Para llevarnos la contraria, y como no podría ser de otro modo, el del motocross ha elegido la manzana. Siempre he tenido gran facilidad para no hablar ningún otro idioma que no sea el castellano. Eso sí, leo las revistas en inglés, y, sin haber estudiado el idioma, me entero más o menos de lo que dicen. Aunque, para ser sincero, me entero más bien de poco. Lo reconozco, mi modus operandi siempre es el mismo: veo las fotos, repaso el texto, y con las cien palabras que conozco del inglés me fabrico una idea que rara vez coincide con lo que realmente refleja el texto en cuestión, pero, a mí, eso me entretiene un montón.
El intelectual lee con una especie de devoción mariana. El austriaco contestatario ha cambiado el motocross por el solitario, al parecer, se ha cargado todas las motos de las que disponía. El solitario es el juego oficial de los resignados. La azafata aria recoge mis desperdicios y me obsequia con una sonrisa televisiva.
Me pitan los oídos. Debe ser que llevo más horas de vuelo que el Barón Rojo. El hippie, por llamarlo de algún modo estereotipado, se ha puesto a roncar abrazado a su Ipad como Moisés a las tablas sagradas. El intelectual ha tardado dos minutos en plegar meticulosamente el diario y otros dos en comenzar a roncar. Los ronquidos de los austriacos parecen no tener ninguna vinculación artística con la Opera de Viena, o, al menos, esa es mi percepción.
Me siento atrapado en una especie de performance de política de altura. Al unísono, casi en un acto reflejo, los dos reclinan sus considerables cabezas sobre mis humildes hombros en una sutil maniobra de reconciliación con la Europa oprimida del sur. Ni me muevo porque entiendo que la diplomacia conlleva mucho sufrimiento y generosidad. Por no generar un conflicto bilateral, ni más desequilibrios dentro de la frágil Comunidad Europea, cedo con vehemencia mis hombros a los súbditos del malogrado Imperio Astro-húngaro. 
Angelicos. Todo sea por la cohesión europea.


2 comentarios:

  1. Mira que yo también soy muy diplomática, pero no se si hubiera podido ceder mis hombros...jajajaja..un abrazo.

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  2. Es una riqueza poder asociar el presente con otras circunstancias de otro tiempo y lugar, lo cual dota al texto de obnipresencia. Me late chocolate.

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