sábado, 7 de marzo de 2015

Antonio


Acuciado por las deudas, vendió todo: su coche, su vieja guitarra, sus dos relojes, el teléfono móvil, una cafetera italiana fabricada en China, unos cuadros que le regaló un amigo suyo que triunfó en el extranjero, la ropa que tenía algo más de valor, y se quedó con la básico. Con lo básico y con poco más de dos mil euros que había juntado por todo. Sin enemistarse con nadie, entregó las llaves a su casero. 
-Le dejo la casa vacía y limpia -le dijo al casero, mientras este lo miraba perplejo.
Sin casa, sólo estaban el mundo y él. Uno frente a otro. Mirándose. Retándose. Tal vez odiándose.
El día lucía espléndidamente soleado. Las gentes, en las calles, se mostraban alegres y vibrantes, sintiendo próxima la llegada de la primavera. El lotero gritaba: ¡llevo el perro, la casa, y las monjas! ¡El gordo, llevo el gordo!.
Se fijó en un puesto de flores y esto le recordó cuando, a los quince años, le compró el primer ramos de rosas a su novia por mil pesetas. Mientras continuaba su marcha, casi en estado de trance, pensó en qué habría sido de ella. Hace algún tiempo, un compañero de instituto le dijo que Isabel se había ido a trabajar al extranjero, pero no recordaba muy bien si a Costa Rica o a Inglaterra. Por esa zona más o menos -le dijo. De eso hace mucho tiempo.
Cansado por lo poco que había podido descansar la noche anterior, decidió tomarse un café con leche en una terraza. Una terraza que, cuando aún conservaba su trabajo de delineante, solía frecuentar con sus compañeros, especialmente con Teresa. En ese café fue dónde los descubrió el marido acariciándose las manos y mirándose a los ojos con ternura. Esa prueba de cariño infantil le costó muy cara. El marido de Teresa -y la propia Teresa-, eran los dueños del estudio para el que trabajaba, y tras una rápida reconciliación de la pareja, con cena de lujo, velas, y champán francés, él acabó de patitas en la calle. Ahí comenzó su calvario. Un delineante en paro en plena crisis inmobiliaria es lo mismo que decir carne de cañón. Tras presentar cientos de currículum, y llamar a mil puertas, se dio cuenta de que, la suya, era una guerra perdida. No se construía nada. Los estudios que permanecían abiertos estaban bajo mínimos, o dedicándose a trabajos menores.
Las prestaciones se fueron acabando al mismo tiempo que sus ahorros. Sus amigos, a la vista de lo sucedido, no tardaron en darle la espalda. Todo se acaba. Nada perdura para siempre y menos la amistad - solía decir para consolarse.
Durante su caminar y su mirar abstraído, tan sólo escuchaba el ruido que producían las ruedas de su pequeña maleta de mano sobre las baldosas de la acera. De manera increíble había podido comprimir su historia y su presente dentro de una pequeña maleta de mano, para proyectarse, con tan escaso equipaje, hacia un nuevo futuro. Un futuro incierto y oscuro del que no esperaba demasiado. O más bien, nada. Pero al que no le tenía miedo.
En el autobús, la gente lo miraba con cierto recelo. De manera inconsciente, casi abstraído del mundo que le rodeaba, abrazaba a su maleta como al hijo que siempre había soñado tener y que estaba convencido de que ya nunca tendría. Cariacontecido, recordaba las palabras que de pequeño le solía recitar su abuelo cuando jugaba con él: cuando tengas un hijo, ponle Antonio, como tú y como yo. Para ganarse bien la vida uno se tiene que llamar Antonio -le repetía una y otra vez su abuelo paterno como un mantra.
Ahora pensaba, tristemente, que su abuelo estaba en un gran error, y que el hecho de llamarse Antonio no le había servido, como el creía de pequeño, absolutamente para nada. De hecho, abrazado a su maleta rumbo al aeropuerto de Barajas, ahora rebautizado Adolfo Suárez, pensaba que su vida no servía para nada ni para nadie. Su vida era un auténtico rosario de fracasos y un mar repleto de frustraciones.
Curiosamente, pensaba, mientras miraba por enésima vez el billete de avión que llevaba en la mano, ninguno de los amigos que le habían dado la espalda, y a los que les iba extraordinariamente bien en la vida, se llamaba Antonio.
-Antonio. Antonio -repetía para sus adentros-. Estoy hasta las mismísimas narices de llamarme Antonio.

10 comentarios:

  1. Una triste realidad. Es el incierto futuro de muchas personas que han tenido que emigrar a otros países, en busca de recuperar lo que han tenido que dejar en sus países. Solo le acompañan sus historias, sus desilusiones. Un relato para hacer conciencia…… Buena suerte a todos los que han tenido que decir adiós a su país.

    ResponderEliminar
  2. He tropezado con tu blog de casualidad. Esta mañana hice una ruta de senderismo por la sierra de la Pila, y me tropecé con el pueblo de San Joy, y sus hábitantes...porque esa ha sido una sorpresa que no esperaba. Desde lejos parecía un pueblo abandonado y de casas derruidas y hete aquí que me he acercado para echar unas fotos...y de pronto he descubierto ¡que estaba habitado!
    Un chico muy majo y solícito me ha enseñado el pueblo y la forma en que viven. Me ha resultado admirable...y claro, ahora estaba indagando para saber más sobre el asunto y como tienes una entrada del pueblo en tu blog...pues aquí me tienes, de san joy he pasado a alguna más de tus entradas y oye, me has atrapado, es un gustazo leerte y me resultas no solo interesante sino también ameno y muy divertido...me temo que aparte de conocer San joy, lo mejor del día ha sido dar con tu blog...saludos

    ResponderEliminar
  3. Triste realidad que acecha a todos los nombres. No son los nombres lo que tenemos que cambiar , si no a las personas

    ResponderEliminar
  4. Un relato muy realista y bien narrado. Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Acá en México hay muchos Antonios unos cuantos dejan casa vacía pero la mayoría dejando casas llenas se llevan en esas maletas nada mas que ilusión,esperanza y unos cuantos empacan los buenos momentos para recordar mientras andan lejos ya sean antonios ,Marias o pedros esta realidad que nos abofetea todos los días cada vez se vuelve mas frecuente hay que poner en esas manos no maletas si no herramientas para construirse un futuro mejor .......tu mismo abandonas ocasionalmente en un que otro relato.saludos y un abrazo maryperas...

    ResponderEliminar
  6. Yo por muchos años fui una inmigrante pero no como Antonio de maleta tiquete y sin casa, lo fui por tantos años simplemente de palabras y promesas, la historia de Antonio y la mía es simplemente parecida en el sueño que tienes de dejar todo atrás, arriesgar todo quizás por nada y empezar de nuevo pero en esa cuestión Antonio fue mas lejos que yo el quizás cruzo fronteras yo solo fui la inmigrante que vio durante muchos años bajo palabras y promesas como los aviones se iban sin mi a dentro, Vi como me iba sin irme y me quedaba sin desear quedarme pero así es la vida hay quienes cruzan sus propias fronteras y otros que solo soñamos trazándolas.

    ResponderEliminar
  7. Una historia como la vida misma, nunca te das cuenta de todo lo que tienes contigo y a tu alrededor, hasta que lo pierdes todo. Es triste pero la gran mayoría de veces es así.

    ResponderEliminar
  8. La verdad, es que, después de leer todos vuestros comentarios, no puedo dejar de sentirme orgulloso, muy orgulloso por vuestras visitas y por vuestra valiosa aportación a esta humilde publicación.

    ResponderEliminar
  9. Yo he sido Antonio alguna vez, o algunas veces para ser más exacto. Cuando logras comprimir tu presente en una maleta antes de partir, no se hace tan difícil, pero no siempre la maleta es suficientemente grande.

    ResponderEliminar
  10. Creo que en algún momento de nuestra vida hemos llegado ser Antonio.

    ResponderEliminar