sábado, 21 de marzo de 2015

Sexo azul


Saturnino Cifuentes nunca pensó que aquellas pastillas de color azul que comprara por Internet, a un precio cinco veces más baratas que en la farmacia, con la ilusión de que su pito recuperara la hegemonía perdida, iba a provocar el desenlace de todo lo que les voy a narrar a continuación, no sin antes, rogarles, por lo que más quieran en este mundo, la debida discreción. Estas cosas son muy delicadas y no se deben ir aireando, por ahí, a la ligera.
Como les decía: Saturnino, mientras visitaba por accidente una de esas páginas que abundan en la red, en las que las parejas hacen desnudos, por devoción, y con la luz prendida, lo que antaño se hacía con ropa de dormir, luz apagada y mero afán reproductivo, descubrió un anuncio en el que se publicitaban unas pastillas, de color azul, sobre las que se afirmaba que quintuplicaban el vigor sexual y, con ello, la capacidad de satisfacer a la pareja y recuperar la autoestima. ¡Cinco veces más fuerza, cinco veces más tiempo, cinco veces más macho! -aseguraba la publicidad.
La cuestión era que, Saturnino, tristemente, ni tenía pareja, ni autoestima, ni tenía vigor, pero anhelaba tener de las tres cosas, por lo que decidió empezar por la más sencilla: ¡comprar las pastillas!. Y las compró.
Nada más recibir su pedido, y sin leer con el debido detenimiento el prospecto que las acompañaba, decidió zamparse la primera con un zumo de manzana. Y como le pareció escasa la ingesta, se tomó otra. Antes de plantearse con quién utilizarlas, había preferido hacer una prueba en solitario para asegurarse de su eficacia y no incurrir, por su precipitación, en un nuevo y doloroso gatillazo.
Se las tomó y se sentó en el sofá a estudiar, minuto a minuto, las sensaciones que iba experimentando. Como el sofá en cuestión se podía reclinar, lo echó para atrás, acomodó cada uno de sus brazos, porque Saturnino no era un pulpo pero le hubiera gustado serlo, estiró las piernas, colocó un cojín detrás de sus desgastadas cervicales, y tras contar doscientas cincuenta y cuatro ovejas churras, y cuarenta y siete merinas, se quedó plácidamente dormido.
Hasta ahí, todo bien. Lo peor vino después.
Un berrido huracanado, que retumbó en todo el edificio, lo despertó dándole un susto de muerte. Al parecer, al butanero que iba de reparto, se le había caído una botella de butano sobre el dedo gordo del pie derecho, y el grito que pegó, el desafortunado operario, se debió de escuchar hasta en el oleoducto de Siberia. Alterado, miró hacia su entrepierna, y no podía dar crédito a lo que contemplaba. Se restregó los ojos con ambas manos. Le pegó dos tragos al zumo de manzana que le quedaba, e, ipso facto, escupió todo su contenido al notar en la boca algo sospechoso que, a la postre, resultó ser un moscardón, negro como la noche, y adicto a la glucosa.
Aturdido, se percató de que todo a su alrededor se veía azulado. Pensó que estaría soñando en un mundo similar al de la película Avatar, pero, pellizcándose en uno de sus mofletes, se dio cuenta de que estaba totalmente despierto y en sus cabales. Bueno, eso último no se lo tomen ustedes al pie de la letra.
Aquel bulto sospechoso, que lucía entre sus piernas, era una genuina versión a escala de la Torre Agbar de Barcelona, que para los que no la conocen les diré que es como un descomunal supositorio que no habría culo en el mundo que lo soportara. Un poco azorado por la situación, se bajó el pantalón del pijama, hizo lo propio con los calzoncillos, y ante sus ojos apareció el miembro viril más espléndido y fabuloso que hubiera visto nunca. Ni cuando jugaba al fútbol, ni cuando estuvo en el ejército, ni en las páginas guarras a las que estaba suscrito. En ningún sitio había contemplado antes semejante homenaje a la virilidad y a la contundencia. Y, si había visto alguno de ese tamaño, como el del famoso Rocko Siffredi, lo que nunca, nunca había visto con anterioridad era un pene de color azul pitufo. En realidad no tenía muy claro si su pene había adquirido ese color o era él quien lo veía todo de ese tono. Exaltado, corrió hasta el cuarto de baño, se miró al espejo y, efectivamente, su cara también lucía de ese infantil azul pitufo. Todo su cuerpo era de color añil. Y el pene, entre tanto, seguía creciendo, y creciendo, y creciendo. Tanto creció que la mayor parte de la sangre del cuerpo se fue acumulando en semejante sitio. Él cada vez se sentía más debilitado por tan vasta desviación sanguínea. De hecho, comenzó a notar como sus manos, que intentaron en vano agarrar su pene para intentar acariciarlo y amortizar en parte la inversión, no tenían la fuerza necesaria para llevar a cabo la tarea masturbatoria. Todo a su alrededor comenzó a darle vueltas. Arrastrando sus pies como un nonagenario, llegó de nuevo hasta el sofá. Se recostó, mirando ojiplático a su devastador e incontestable pene azul, y en un postrero intento de aprovechar aquella histórica erección, puso en la televisión uno de los cincuenta canales porno que tenía contratados por cable, agarró su pene con ambas manos, y se quedó dormido como un bebé abrazado a su muñeco.
Al despertarse, aturdido, aún conservaba la posición ahuecada de sus manos. Una posición manual que los hombres tan sólo utilizan para agarrar el vaso del cubalibre, y semejante parte viril en inconfesable y pecaminoso momento. El pantalón del pijama seguía caído alrededor de sus tobillos, pero de su obelisco azul no quedaba ni rastro.
Saturnino Cifuentes en un acto de heroicidad doméstica que le honra, agarró el paquete de pastillas, y, sin más contemplaciones, lo arrojó al cubo de la basura.
A mí esto me lo contó anoche, mientras nos tomábamos unos cubatas en la Cafetería Divas, pero, por favor, no vayan ustedes ahora contándolo por ahí, por el amor de Dios. Estos chismes deben tratarse siempre con la debida cautela.


5 comentarios:

  1. Soy de las personas que piensa que en esta vida ay que probarlo casi todo. Donde dices que las compro ? , y no las tenían en rojo?.........jajajaja

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  2. Cuanto me he reído, de como relatas jajajajja. Yo veo eso en azul y se me muere la libido ''pa tó mi via'', jajaja shhh eh no he dicho nada discrecion por favor.
    Beso

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  3. Hay pobre hombre su primera experiencia y le sale de color azul pitufo? de imaginarse si hubiera sido rojo pasión jajajajajajaja monumental José tus relatos siempre serán una obra maestra gracias por escribirlos.

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  4. Qué garra, qué fuerza tienen tus relatos. Comienzas a leer la primera frase y ya no puedes parar. Desde el primer instante te atrapa la historia y conocer el desenlace final de lo que tenga que ocurrirle a Saturnino Cifuentes se convierte en una cuestión vital. Qué dominio del ritmo narrativo, y qué precisión a la hora de utilizar las palabras..."ojiplático", no la conocía. Y qué inteligente, que desternillante humor destilan tus relatos...y qué prolífico, pareces inagotable. De donde saldrá tanta inspiración...?, Momentos de ida y vuelta, pues nada, que me voy a tener que gastar los cinco pavos que cuesta tu libro en pdf para seguro encontrar que son los cinco euros mejor aprovechados de todo el mes. Un abrazo amigo y sigue deleitándonos con tanto talento. Saludos

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  5. Viva el color azul pitufo, muy muy bueno si señor. Se durmió como los niños abrazado a su muñeco azul.......

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