martes, 3 de noviembre de 2015

Escribo para Mario


Escribo para Mario. Nunca pretendí escribir sólo para él, pero él se está convirtiendo en el último Mohicano de este blog. 
El otro día leí que se había representado una obra de teatro para un sólo espectador. Del teatro a pequeña escala, del que soy aficionado, al teatro cuerpo a cuerpo. Actor frente espectador. La vida representada en una obra individualizada, irrepetible, y mínima. 
Ayer subí en un ascensor junto a un señor con bigote que pesaba más de ciento cincuenta kilos, lo que me dio mucho que pensar. Pensé en la capacidad de resistencia del elevador. Pensé en el color de la última caca de mi hija. Pensé en mi próximo viaje a Bielorrusia. Y, no me pregunten la razón, pensé en crear un Teatro de ascensor. En esa hipotética compañía los ascensores tendrían una doble función: subir y bajar gente, mientras el ascensorista ejercería de actor para evitar, de una vez por todas, que en los ascensores se corte el ambiente con un cuchillo, o se hable únicamente de meteorología. 
Si en un anuncio televisivo se condensa un mensaje capaz de hacer saltar la bolsa de Madrid o de New York y dura veinte segundos, por qué no se puede hacer una obra de teatro con un único actor en un minuto. De hecho, en la antigüedad, en cada ascensor había un ascensorista disfrazado de ascensorista, que era el único con carnet de ascensorista, y, por tanto, el único capaz de manejar esa modernidad que provocó que nuestras ciudades se elevaran hacia el cielo, que era mucho más barato que continuar creciendo en superficie. La especulación inmobiliaria comenzó tras el infernal invento del elevador. El ascensorista en cuestión vivía de las propinas de los usuarios. El actor de mi teatro de ascensor iría disfrazado de actor de ascensor -tarea esta que ya le voy a encomendar a Agatha Ruiz de la Prada- y viviría de pasar la gorra como un músico en el metro, que por cierto, es otro artista de lo mínimo. 
Yo soy un escritor de lo mínimo y de lo nimio. Un escritor con un único lector al que cuido como si estuviera en peligro de extinción. 
Pero, pensándolo fríamente, no es él quien está en peligro de extinguirse, quien está en peligro soy yo. Así que esta triste historia bien podría servir como título de una novela: "Mario ya no tiene quien le escriba". 
A la espera de la llegada de una legión de ávidos lectores, continuemos con este bis a bis. Espero que este hábito no me lleve al óbito.

6 comentarios:

  1. Hoy soy Mario!! que emoción que llegué primero, aunque a la mejor alrato llega el verdadero Mario, y entonces, mi acensor se vaciará nuevamente.

    Saludos.

    pd. Sigue escribiendo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Verás, Beatriz, cuándo llegue Mario cómo se va a poner! Un abrazo y gracias por los ánimos.

      Eliminar
  2. Beatriz, que mejor que compartir.
    Pepe, de mohicano a mohicano, en el cara a cara, en el cuerpo a cuerpo es donde se miden los grandes.
    No puedes dejar de escribir en este blog, principalmente porque todavía no estoy preparado para seguir haciéndolo yo, jajaja.
    Alguien me dijo un día que en la lectura y en los libros estaba el conocimiento y aunque le pongo todo mi empeño, que cierto es no todo mi esfuerzo, verdades como el puño son. Y qué mejor propina, que la que te da un lector todos los días. Así que yo seguiré dándote mi propina.
    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu constancia dice mucho de ti. Gracias por tus propinas que me saben a sueldazo. Un abrazo

      Eliminar
  3. Yo también soy Mario... creo que te sorprenderías de cuantos Marios te leen, algunos dejan propinas otros no, pero seguro que a todos nos haces crecer con tus relatos, así como los ascensores hicieron crecer a las ciudades, siempre hacia el cielo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bonita analogía Mario, digo Carlos, perdón...Saluditos

      Eliminar