domingo, 13 de marzo de 2016

Maestro del bricolaje


En un aeropuerto de cuyo nombre no quiero acordarme...
-Disculpe, caballero, ¿es usted el famoso escritor Ortega Mendibe? -exclamó un joven de no más de veinte años, dirigiéndose a un señor que podría ser su padre, pero que, al parecer, no lo era.
-Sí, así es. Pero, lo siento, tengo bastante prisa -se disculpó el señor.
-Por favor, señor, soy un gran admirador suyo. ¿Podría hacerle una pregunta? -le suplicó el chico.
-Pero sólo una joven. Es que tengo un enorme dolor de muelas -respondió el autor tocándose la mandíbula.
-Sí, lo comprendo, no se apure señor Ortega, sólo será una. Es que necesito de su visión intelectual para poder recobrar la confianza perdida en mí mismo -explicó el joven.
-¿Y por qué la perdió? -preguntó con curiosidad el señor Ortega.
-¿Si se lo cuento, me concederá una segunda pregunta? -le propuso su osado admirador.
-De acuerdo, le concederé otra. Pero, cuénteme: ¿qué le hizo perder la confianza en usted mismo? -insistió el autor.
-¿En serio no se va a enojar conmigo si le respondo con sinceridad? -le planteó el chico.
-No, claro que no. Hable claro, estoy a punto de embarcar en un avión rumbo a Escandinavia y tendré que subir de un momento a otro -le apuró el escritor.
-Su libro, señor Ortega. Su último libro me ha hecho perder la escasa confianza que me tenía. Después de perder la confianza en usted, ya no confío en nadie, y menos en mí -exclamó el joven lloriqueando.
-¡Está usted de madres! -le respondió el escritor- Esto debe ser una cámara oculta para algún programa de televisión.
-Se lo juro por mi padre que está criando malvas -le respondió el joven.
-Pero cómo pretende hacerme responsable a mí de su pérdida de confianza si yo tan sólo publico libros de bricolaje -le planteó el señor Ortega Mendibe.
-Precisamente por eso, señor Ortega: soy incapaz de terminar ninguna de las chapuzas que usted plantea en sus ejercicios prácticos -le desveló su osado admirador.
-Oiga, joven, sin faltar, eh. Mis consejos no son chapuzas, son auténticas obras de arte mobiliario y mis libros se utilizan como temario en varias escuelas internacionales de restauración -puntualizó el autor.
-No lo pongo en duda, señor Ortega. Pero mire -exclamó el joven levantando la mano izquierda- siguiendo al pie de la letra sus instrucciones  he perdido dos dedos de esta mano, me he intoxicado tres veces, y se me ha generado una alergia a los pigmentos. Mi admiración hacia sus libros, señor Ortega, me ha arruinado la vida -le confesó el joven mientras se sonaba los mocos con un kleenex.
-¿Acaso me pretende responsabilizar a mí de su torpeza? Tengo millones de seguidores por todo el mundo, mis libros han sido traducidos a más de quince idiomas y esta es la primera vez que alguien me plantea algo tan inverosímil. ¡Es de locos! -exclamó el señor Ortega visiblemente alterado.
-Está usted hundiéndome en la miseria, señor Ortega. Cuando llegue a casa venderé todas mis herramientas por Ibay y haré una fogata en el jardín con todos sus libros. ¿Y pensar que estuve a punto de montar un taller de restauración de muebles, en el centro de Alpedrete, con su nombre? ¡Qué desengaño tan grande! -exclamó el joven llorando como un niño- Por cierto, señor Ortega: ¿se me ha corrido el rimel? 
-Pues ahora que lo dice, tiene usted la cara llena de chorretes. ¿En serio usa usted rimel? -preguntó sorprendido el experto internacional en bricolaje.
-Sólo cuando sé que voy a llorar, de ese modo mi llanto adquiere más dramatismo y la gente me toma más en serio. Lo aprendí de mi prima Macarena, ella era mucho de llorar -explicó el joven.
-Claro, lo entiendo, pero ahora debo irme, están llamando por megafonía. Tengo que embarcar hacia Suecia -aclaró el autor- ¡Voy a fichar por Ikea!
-¡Nooooo! Por el amor de Dios, no haga eso. ¿Qué van a pensar de usted sus millones de seguidores? -Exclamó desolado su más ferviente admirador.
-¡Me la trae al pairo, joven!
Y diciendo eso, el señor Ortega Mendibe entregó el billete a una azafata que había estado observando toda la escena con estupefacción, y a la que también, solidariamente, se le había corrido el rimel, y entró a un avión rumbo al único país del mundo en el que, aunque pequeños, regalan los lápices.

6 comentarios:

  1. Introducir el RIMEL en una historia de bricolaje,es lo mismo que ir al Ikea a dar una vuelta y salir con una planta carnívora y para rematar hacernos preguntar por ella , como si fuera la prima de Estocolmo.Si si tu ríete.

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    1. Es que la tengo tomada con los suecos...Un abrazo, Lola.

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  2. Joder que rocambolesco lo del rímel, pero buena historia...graciosa por lo menos..

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    1. Eso lo dices porque nunca lo has usado, Jorge. Pontelo un par de veces y verás cómo cambia el cuento...Saludos.

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  3. Original y agradable historia.
    Feliz semana.
    Un abrazo

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