domingo, 22 de mayo de 2016

¿Adónde te has metido rinoceronte?


Esta mañana, mientras de prestado leía en mi jardín al italiano Giovanni Papini, y mi pequeña Ana María andaba hacia atrás en su tacataca -todavía no sabe hacerlo hacia adelante-, una mariposa macaón nos ha venido mágicamente a visitar. Papini y la macaón -o mariposa rey como se la conoce en algunos lugares-, me han trasladado, por diferentes motivos, a tiempos pretéritos. 
Vivir, como yo vivía de niño, a caballo entre las nuevas edificaciones de la ciudad y la antaño incomparable Huerta de Murcia, me aportaba una visión ambivalente de la vida de la que nunca me he llegado a desprender -y no pienso hacerlo-. Naturaleza y asfalto. Costumbrismo y modernidad. Pasado y presente. La Huerta de Murcia, creada por los árabes hace más de mil años, comenzaba su larga agonía mientras mi vida daba sus primeros y balbuceantes pasos.
Y la generosa huerta era terreno a conquistar y ello incluía, sin excepción, a todos sus habitantes. Unos días descubríamos a los topos, otros a las escurridizas anguilas que subían por las acequias desde el río Segura, otros a los erizos que correteaban por los huertos de membrillos en busca de lombrices, otros descubríamos un nido de oropéndolas, otros a las culebras bastardas a las que observábamos excitados viendo como engullían a las ranas, otros a las arañas tigre a las que nos encantaba arrojar insectos sobre su prodigiosa tela para ver cómo los cazaba, otros a los pequeños murciélagos a los que llamábamos morciguillos. Cada día era una aventura irrepetible.
También nos encantaba expropiar frutas, ya fueran naranjas, higos, peretas, manzanas, membrillos, limones. En otras ocasiones nos apropiábamos indebidamente de lechugas, habas, mazorcas de maíz, pimientos de bola, y hasta de las pequeñas patatas rojas que quedaban abandonadas en los huertos tras su recogida, y con las que mi abuela hacia una tortillas memorables.
Vivir al borde de la huerta era vivir al borde de la naturaleza y de lo desconocido. La ciudad, asfalto adentro, no tenía ningún atractivo para esa trupe de enanos intrépidos, o tal vez lo que nos ofrecía aún no nos seducía lo suficiente.
A quien no he vuelto a ver, desde aquellos años, y probablemente nunca pueda presentar a mi pequeña Ana María, es al gran escarabajo rinoceronte. Ese bicho era para los chavales de aquel barrio fronterizo el Titanic de todos los insectos. Por desgracia, en los últimos cuarenta años la diversidad biológica a mi alrededor ha sufrido un enorme retroceso. De la Huerta de Murcia que yo disfruté lo único queda es el nombre, y en el Barrio de las Ranas ya hace muchas décadas que nadie las oye cantar.

2 comentarios:

  1. Los productos de la huerta son algo fantástico. Yo recuerdo en Asturias, los tomates, las lechugas y tantas cosas ricas y naturales.

    Cómo cambia todo! !
    Un abrazo

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